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Georgia O’Keeffe, la artista que pintó las dos caras de América

Una retrospectiva sobre su trayectoria en el Thyssen y un cómic sobre su vida ilustrado por María Herreros recuerdan la obra de esta carismática pintora, madre del modernismo americano, de franqueza desmedida y fuerte personalidad que siempre permaneció al margen de todo, acostumbrada a aislarse en la América rural y el desierto

Georgia O’Keeffe, la artista que pintó las dos caras de América

Alfred Stieglitz | Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

Representante capital del arte norteamericano del siglo XX y pionera de la abstracción y de la no figuración, Joan Didion la definió en una de sus crónicas —reunidas en Los que sueñan el sueño dorado— como una «mujer dura» y «libre». «A ‘los hombres’ les parecía imposible pintar Nueva York, de la manera en que Georgia O’Keeffe pintó Nueva York. A ‘los hombres’ no les gustaban mucho sus colores vivos, de manera que ella los hizo todavía más vivos. Los hombres tiraban para Europa, de manera que ella se fue primero a Texas y después a Nuevo México», sentenció la escritora. 

Conocida como la madre del modernismo americano, Georgia O’Keeffe (1887-1986) levantó su propio imperio de pintura. Desde los rascacielos de la pujante Nueva York anterior al Crack del 29 hasta los paisajes más remotos del desierto de Nuevo México, su particular universo de flores gigantes y paisajes de desiertos, huesos, cráneos y montañas retrataron la vasta diversidad de su variado país y traspasaron sus fronteras. «Descubrí –señaló en una ocasión– que podía decir cosas con colores y formas que no podía decir de otra manera, cosas para las que no tenía palabras».

Una retrospectiva sobre la trayectoria de la artista en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y un cómic de María Herreros sobre su vida, publicado por Astiberri , nos ofrecen hoy la oportunidad perfecta para reivindicar y recorrer la obra de esta leyenda de la pintura americana que raramente se exhibe fuera de Estados Unidos. La exposición, comisariada por Marta Ruiz del Árbol y que puede visitarse hasta el 8 de agosto, reúne por primera vez en España un total de 90 obras, desde sus inicios en 1910 hasta las pinturas de sus años finales.

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Imagen vía Astiberri.

Un talento «sobre papel»

Pero, ¿quién era Georgia O´Keeffe? Nacida el 15 de noviembre de 1887 en la granja familiar de Sun Prairie (Wisconsin, Estados Unidos), O’Keeffe era la segunda de siete hermanos. Aunque ya desde pequeña había mostrado su deseo por llegar a ser artista, no comenzó su formación hasta cumplir la mayoría de edad cuando ingresó en el Instituto de Arte de Chicago y después en la Liga de estudiantes de Arte de Nueva York. Tras algunas interrupciones por varias dificultades económicas y de salud, completó su educación en la Universidad de Virginia de Alon Bement y en el Teachers College de Columbia, que compaginó con su empleo como profesora de arte.

Cuando en 1916, una de sus íntimas amigas, Anita Pollitzer, le mostró sus acuarelas y dibujos al fotógrafo Alfred Stieglitz, famoso por querer equiparar la fotografía a la pintura a nivel artístico, este quedó tan impresionado que la invitó a exponer algunas de sus pinturas —en las que ya se reflejaba su interés por la naturaleza, entre los paisajes de Texas y Carolina del Sur—, en su Galería 291 en Nueva York. «Al fin una mujer sobre papel», cuentan que exclamó el galerista tras un encuentro que cambiaría la vida de ambos.

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Georgia O’Keeffe, 1920-22. Fotografía de Alfred Stieglitz. | Imagen del Georgia O’Keeffe Museum vía Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Los verdaderos rascacielos: sus inmensas flores

Gracias a la ayuda de Stieglitz, con quien después contraería matrimonio hasta la muerte del fotógrafo en 1946, O’Keeffe abandonó su trabajo como profesora de arte y se trasladó a la Gran Manzana para dedicarse a tiempo completo a sus cuadros, comenzando a pintar sus obras abstractas. Tenía entonces 30 años y ya había empezado a experimentar también con las plantas, algo que se materializó a partir de 1924 con sus primeras pinturas de flores ampliadas. «La mayoría de la gente en la ciudad corre de un lado a otro y no tienen tiempo para mirar una flor. Quiero que la vean, quieran o no», señaló desafiante. 

Lirios, amapolas, petunias, rosas o girasoles adquirieron bajo su pincel la importancia de «inmensos edificios». En 1932 había levantado ya toda una ‘ciudad’ de flores con más de 200 pinturas que, a veces tan nítidas como una fotografía ampliada, otras plasmadas de forma abstracta; la convirtieron en una de las artistas más aclamadas por público y crítica. 

No obstante, en aquella década, como recuerda María Herreros en su cómic, los intelectuales estaban obsesionados con las teorías freudianas sobre sexo y género. «Los críticos y la prensa atribuían significado erótico a la obra de Georgia de manera indiscriminada e ignoraban las motivaciones y la narrativa de su trabajo», cuenta la artista española, que tan bien condensa en sus fantásticas ilustraciones su trayectoria.

Profundamente reivindicativa, harta de que aquellos críticos le explicaran sus propias intenciones artísticas, O´Keeffe se mostró de nuevo contundente: «Hice que os tomarais un tiempo para mirar lo que yo veía, y cuando por fin os detuvisteis para fijaros en mi flor le pegasteis todo lo que vosotros asociáis con las flores, como si yo pensara y viera lo mismo que vosotros pensáis y veis: y no es verdad», replicó. Y no lo era.

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Georgia O’Keeffe
Lirio blanco n. 7, 1957
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid © Georgia O’Keeffe Museum. VEGAP, Madrid, 2021

Nueva York, ¿demasiado color?

Demasiado brillantes y demasiado coloridas, sus pinturas empezaron a recibir también algunas críticas menos elogiosas por su gusto por el color. Fue entonces cuando se propuso pintar «uno de esos cuadros de colores deprimentes» que hacían «los hombres». «Pareció que los hombres lo aprobaban —afirmó más de medio siglo después, sin perder un ápice de desprecio—. Pareció que pensaban que a lo mejor yo estaba empezando a pintar. Fue el único cuadro que pinté en tonos apagados y colores deprimentes», recordaba Joan Didion que había explicado O’Keeffe al respecto.

Como en un juego de niños, había prestado atención apenas un momento a aquellas voces que intentaban desautorizarla por su condición de mujer para demostrar que claro que podía hacerlo —solo que no quería— y después volver a sus cosas. Así fue como lejos de quedarse ahí, pintó la Gran Manzana no como era, sino tal y como ella la sentía. Hospedada en lo alto del Hotel Shelton su primer cuadro, Calle de Nueva York con luna (1925), hoy propiedad de la colección de Carmen Thyssen-Bornemisza junto a otros cuatro cuadros, es una de las pinturas que puede contemplarse en la muestra sobre la artista.

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Ilustración de María Herreros | Imagen vía Editorial Astiberri.

Nuevo México y la «pintura americana»

En el verano de 1929, Georgia O’Keeffe viajó por primera vez al norte de Nuevo México y quedó cautivada por el paisaje, la naturaleza y la cultura nativa americana. Acostumbrada a pasear durante horas desde que era niña, recogía en sus caminatas todo lo que llamara su atención: desde huesos hasta piedras o plantas. Fruto de aquellas excursiones, surgió una de sus obras más emblemáticas: Cráneo de vaca: rojo, blanco y azul (1931).

«Pensé en los hombres de ciudad a los que yo había estado viendo en el Este. Se pasaban todo el tiempo hablando de escribir la Gran Novela Americana, la Gran Obra Teatral Americana, el Gran Poema Americano… De manera que yo estaba pintando mi cráneo de vaca sobre fondo azul y pensé para mí misma: «Voy a hacer que sea una pintura americana. A ellos nos les entusiasmará que simplemente tenga dos rayas rojas a los lados, que hacen el rojo, el blanco y el azul, pero por lo menos se fijarán», contó sin reparos sobre el origen de aquella pieza.

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Georgia O’Keeffe
Lucero de la tarde n.º VI, 1917
Georgia O’Keeffe Museum © Georgia O’Keeffe Museum. VEGAP, Madrid, 2021

A partir de entonces, Nuevo México se convirtió casi en su nuevo hogar. Durante las dos décadas siguientes —hasta que en 1949 tras fallecer su marido fijó allí su residencia permanente—, la artista pasó la mayoría de sus veranos en aquel paraíso, viajes que alternaría con su estancia en Lake George, al norte del estado de Nueva York. Sin embargo y pese al reconocimiento creciente de su obra, «los años 30 empiezan mal para Georgia. La difícil situación económica mundial y varios desengaños personales en su relación con Alfred, llevan a Georgia al límite de su salud física y mental. Es ingresada por psiconeurosis y deja de pintar por completo», escribe Herreros.

El desierto, Ghost Ranch y sus cuadros de huesos

Tras largos periodos en blanco, O’Keeffe regresó a Nuevo México y se hospedó por primera vez en Ghost Ranch. Fue entonces cuando descubrió dos enclaves que se convirtieron a menudo en objeto de sus pinturas. Bautizados por ella como White Place y Black Place, este último situado cerca de los antiguos territorios de la nación Navajo, la artista solía acampar en sus inmediaciones durante días para poder pintarlos. Expuesto en la retrospectiva del Thyssen, un boceto de aquellas pinturas, donde no queda margen para la improvisación, revela a una mujer meticulosa que antes de pintar la obra definitiva había decidido ya las líneas de la composición y los colores que utilizaría, apuntados con números.

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Ilustración de María Herreros | Imagen vía Editorial Astiberri.

De ese periodo, datan también algunos de sus cuadros de huesos. «Yo era la típica niña que se comía lo que había alrededor de la pasa en la galleta y alrededor del agujero del donut, dejando la pasa o el agujero, que era lo mejor, para el final», explicó sobre estas nuevas formas que rozan con el surrealismo.

«Así que, probablemente, como no había cambiado mucho, cuando empecé a pintar los huesos de pelvis, lo que más me interesaba eran los agujeros de los huesos, lo que veía a través de ellos, sobre todo el azul al sostenerlos al sol contra el cielo, como suele hacer uno cuando parece tener más cielo que tierra en su mundo…. Eran maravillosos contra el azul, ese azul que siempre estará ahí, como ahora, cuando toda la destrucción del hombre haya terminado».

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Georgia O’Keeffe
Cabeza de carnero, malva real blanca. Colinas (Cabeza de carnero y malva real blanca, Nuevo México), 1935
Brooklyn Museum © Georgia O’Keeffe Museum. VEGAP, Madrid, 2021

Pintar a vista de pájaro

Aventurera infatigable, en 1945 compró una hacienda abandonada en Abiquiu y un Ford A, que convirtió en una especie de estudio de arte, para poder desplazarse con él a otros páramos como la montaña Pedernal, uno de sus lugares favoritos. Aquellos eran años de reconocimiento para la artista con varias exposiciones por todo el país. En 1946 se convirtió en la primera mujer artista en conseguir una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York. Ese mismo año, tristemente Stieglitz sufrió un infarto y murió.

Después de tres años en Nueva York organizando el legado artístico del fotógrafo, O’Keeffe, que hasta entonces nunca había salido del continente americano, comenzó a viajar por el mundo, incluida España entre 1953 y 1954. Sus largas horas de vuelo en estos desplazamientos, inspiraron a su vez una serie de vistas áreas pobladas de ríos, cielos y nubes.

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Ilustración de María Herreros | Imagen vía Editorial Astiberri.

O’Keeffe pasó los últimos años de su vida entre su casa de Abiquiú y Ghost Ranch. En 1972, perdió gran parte de la vista, conservando únicamente la visión periférica, y dejó de pintar al óleo sin ayuda. Por aquella época, contrató a Juan Hamilton, un escultor que le enseñó a hacer alfarería y con quien trabajó durante 13 años. Aunque en menor medida, continuó realizando pinturas al óleo, dibujos y acuarelas, e incluso, en 1975, publicó su autobiografía, que rápidamente se convirtió en todo un best seller. 

Cuando murió el 6 de marzo de 1986, tenía 98 años. Dejaba tras de sí un legado de casi dos mil dibujos y varias esculturas. En 2014, su obra Jimson Weed (1932) se vendió por más de 44 millones de dólares, superando por tres veces el récord de una subasta para cualquier artista femenina en el mundo. Tal y como deseaba, sus cenizas se esparcieron en la cima de la montaña Pedernal. 

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