Por qué tatuarse dice de nosotros más de lo que pensamos
Antaño símbolo de rebelión juvenil, tatuarse la piel no es nada nuevo. Sin embargo, la percepción social de estos grabados en la epidermis ha ido transformándose con el paso del tiempo hasta integrarse completamente en la cultura de todo el mundo. La pandemia, además, no ha hecho más que acelerar un fenómeno que en los últimos meses ha cobrado más significado que nunca
Tendencia al alza, el tatuaje puede funcionar como un medio más de expresión personal o, simplemente, como un accesorio más de belleza. Sea como sea, España es un país de tatuajes, los datos lo confirman: somos el sexto país con más adeptos al tatuaje y, además, las personas que más se tatúan tienden a tener un nivel educativo más alto. Hasta ahí nada sorprendente. Pero si echamos un vistazo al panorama general, todos los que se dedican a este noble oficio de grabar la piel coinciden: la pandemia ha provocado un aumento considerable de personas interesadas en tatuarse y muchos estudios cuentan ya con listas de espera de varios meses. Esto sorprende fundamentalmente por un motivo obvio. Hacerse un tatuaje pasa inevitablemente por estar en contacto directo con otra persona, algo de lo que todos hemos huido –y muchos seguimos haciéndolo– durante los momentos más duros de la pandemia. Sin embargo, para los tatuadores las medidas exigidas por las autoridades sanitarias no supusieron demasiados problemas. Sus negocios estaban mucho más preparados que la mayoría para hacer frente a la crisis sanitaria, los guantes, los desinfectantes y, en algunos casos, también las mascarillas, no eran ajenos para ellos.
«Las tintas funcionan ahora como un medio para reafirmar identidades que, en muchas ocasiones, han despertado mucho tiempo después de la adolescencia»
Antaño símbolo de la rebelión juvenil y de ciertos grupos marginales, las tintas funcionan ahora como un medio para reafirmar identidades que, en muchas ocasiones, han despertado mucho tiempo después de la adolescencia. La pandemia también ha removido mucho. La percepción de la existencia como algo efímero y el no querer dejar cosas «para más adelante» ha hecho que muchos tomasen la decisión de tatuarse de forma impulsiva; también la necesidad de tener algo que dure para siempre –sobre todo después de ver cómo la vida de muchas personas se escapaba a causa del coronavirus– y, además, el auge de la mentalidad YOLO (You Only Live Once – solo se vive una vez), característica de los millennials y de la Generación Z y que reivindica el no tomarse la vida tan en serio, han hecho que el sector crezca como la espuma y que, a día de hoy, casi duplique lo facturado en 2019.
La necesidad de gratificación instantánea en un momento en el que no había muchas opciones para vivir experiencias que pudiesen ser calificadas de extraordinarias también podría explicar el por qué de este furor. Tras el primer confinamiento, gran parte de los estudios de tatuajes abrieron sus puertas y no han tenido que volver a cerrarlas –algo a lo que sí se vieron obligados muchos otros negocios–, con lo que muchos decidieron sustituir placeres habituales como ir al cine, tomar un vermut o viajar por un tatuaje, incluso aunque nunca antes hubiesen pensado en ello. Además, si tenemos en cuenta que hemos vivido unos meses en los que muchas personas han tenido que atravesar momentos difíciles o afrontar pérdidas importantes, tatuarse podría parecer un especie de consuelo, un rito de iniciación a una nueva etapa que comienza tras la pandemia, un punto de inflexión hacia una vida –esperamos– mejor.
Para siempre
La irreversibilidad del tatuaje –a pesar de que las técnicas láser para eliminarlos están cada vez más evolucionadas– lo conecta irremediablemente a significados íntimos que les otorgan sus practicantes, quienes, la mayoría de las veces, lo hacen para mostrarse al mundo. Cualquier experiencia emocionalmente significativa es susceptible de ser fijada y perpetuada para siempre en la epidermis a través del grabado, que opera como un banco de memoria. Por eso, la pandemia ha sido el caldo de cultivo perfecto para hacerse un tatuaje ya que, al fin y al cabo, se trata de una experiencia muy íntima y precisamente no hemos tenido mucho de eso durante todos estos meses.
Pero ya antes de la pandemia el sector atravesaba un buen momento. En este sentido, un estudio realizado anualmente desde 2017 por la empresa Kaosystem revelaba la subida en la demanda de tatuajes hasta 2019 en toda España. En el primer año, el informe revelaba que un 19,51% de encuestados tenía más de seis tatuajes, mientras que en 2019 este porcentaje ascendía al 30,80%.
«Los grabados sobre la piel han acabado integrándose completamente en la cultura de todo el mundo y dando forma a la biografía vital de muchas personas»
Los tatuajes no son, sin embargo, un invento moderno. Desde sus orígenes humildes hasta convertirse en un símbolo extendido de estilo y expresión personal, los grabados sobre la piel han acabado integrándose completamente en la cultura de todo el mundo y dando forma a la biografía vital de muchas personas. Históricamente, la manera en la que se han percibido los cuerpos tatuados ha sido dinámica y flexible, con factores como la geografía, la posición socioeconómica y nuestros valores cambiantes dictando si los tatuajes son símbolos de individualidad, marcas de rango, emblemas de deshonra o medallas de honor lucidas con orgullo.
Hoy, y pese a que los tatuajes han acabado formando parte del entramado de prácticas sociales aceptables en la mayor parte del mundo, es importante subrayar las enormes diferencias culturales que siguen existiendo. Parece que las connotaciones más profundas (y quizás, desagradables) aún resisten en algunos de los países menos amigos de los tatuajes, como Japón, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Corea del Norte. No obstante, en líneas generales los tatuajes parecen haberse deshecho al fin de su reputación rebelde al convertirse en una declaración de belleza e individualismo.