Los niños también sufren depresión y la terapia debe comenzar en los padres
Los niños no están a salvo de la depresión. Los diagnósticos se pueden producir a edades tan tempranas como los tres años. Al ser pequeños, es importante detectarlo pronto, antes de que influya gravemente en el desarrollo del pequeño, dejando secuelas en la adolescencia y la edad adulta. Una investigación de la Universidad de Washington se ha centrado en la búsqueda de tratamientos para estos casos y ha concluido que el papel que deben tomar los padres es fundamental para la recuperación de sus hijos.
Los niños no están a salvo de la depresión. Los diagnósticos se pueden producir a edades tan tempranas como los tres años. Al ser pequeños, es importante detectarlo pronto, antes de que influya gravemente en el desarrollo del pequeño, dejando secuelas en la adolescencia y la edad adulta, aconsejan los expertos. Una investigación de la Universidad de Washington se ha centrado en la búsqueda de tratamientos para estos casos y ha concluido que el papel que deben tomar los padres es fundamental para la recuperación de sus hijos.
De esta manera, el tratamiento no es únicamente para los niños, sino también para ellos. “Identificando la depresión tan pronto como sea posible y ayudando a los niños a intentar cambiar el modo con el que lidian con sus emociones, creemos que es posible cambiar el avance de la depresión e incluso reducir o prevenir sus embates más adelante”, explica Joan L. Luby, investigadora principal de este proyecto y director del Programa de Desarrollo Emocional Temprano en la mencionada universidad norteamericana, en unas declaraciones recogidas por Futurity.
El estudio, publicado en la prestigiosa American Journal of Phsichiatry, explica que el equipo dirigido por Luby adaptó un tratamiento conocido por sus siglas PCIT (Parent-Child Interaction Therapy) y desarrollado en los años 70 para corregir ciertos comportamientos en los niños. Este proceso requería de unas sesiones terapéuticas enfocadas directamente en el estado emocional del menor. Luby justifica las razones de la elección de este método: “Creemos que la depresión está relacionada con la habilidad para vivir experiencias y controlar las emociones”.
La terapia consistía en lo siguiente: 20 sesiones repartidas en tres meses que comienzan con una versión similar al PCIT y que concluye con una técnica más enfocada en afrontar las emocionales particulares. “Por ejemplo”, dice Luby, “preparamos a los padres a gestionar las respuestas emocionales de los chicos ante situaciones de estrés”.
La depresión es una enfermedad capaz de alterar ciertas estructuras y funciones neuronales
En una de las sesiones, los investigadores dejan un regalo en la misma sala en la que están el padre y el niño. La orden es que el menor no lo abra hasta que se lo permitan. Su padre lleva un auricular en el oído que tiene conexión directa con un terapeuta que observa desde fuera. Su objetivo es dar los consejos apropiados y reforzar la relación entre padre e hijo, profundizar en el conocimiento mutuo y mejorar las conductas del pequeño.
En la investigación participaron 229 parejas de padre e hijo. Los niños tenían edades entre los tres y los siete años y todos compartían el diagnóstico por depresión. Los resultados tras un trimestre de tratamiento fueron esperanzadores: quienes lo recibieron rebajaron los síntomas de depresión, en comparación con otro grupo de menores incluido en una lista de espera, y ahora los investigadores siguen evaluando el progreso de los chicos y pretenden hacerlo a lo largo de los años, hasta la adolescencia.
Este punto es clave: permitirá determinar hasta qué punto una intervención precoz marca el futuro de los menores tratados con su metodología. El estudio incluye, además, radiografías cerebrales para analizar los cambios que se puedan producir. Hay que tener en cuenta que la depresión es una enfermedad que tiene la capacidad de alterar ciertas estructuras y funciones neuronales.
El objetivo de Luby es que su método se extienda ampliamente, insiste en que no es necesario contar con un psiquiatra para llevarlo a cabo, que con un poco de implicación basta: “Tan solo conlleva 18 semanas y no requiere de un psicólogo infantil o psiquiatra. Es muy factible realizarla en centros de salud desde un punto de vista práctico y sin muchos costes”.