¿Por qué te alegras del mal ajeno?
No es el sentimiento que más orgullo que genera, pero se repite con bastante frecuencia. Algunas veces se esconde la satisfacción ante el mal ajeno entre refranes habituales como “siéntate y espera, que tu enemigo pasará por tu acera”. Y en el fondo esconde algo mucho más oscuro que da peso a aquellos que dicen que la envidia es el deporte nacional. Porque no hace falta que sea tu enemigo para que te alegres de que le ha ocurrido algo malo. Una investigación científica le ha dado explicación a este fenómeno para el que los alemanes tienen una palabra concreta: schadenfreude. Los españoles también la tenemos, aunque sea más sencilla y menos evocadora: regodeo.
No es el sentimiento que más orgullo genera, pero se repite con bastante frecuencia. Algunas veces se esconde la satisfacción ante el mal ajeno entre refranes habituales como “siéntate y espera, que tu enemigo pasará por tu acera”. Y, en el fondo, en ellas reside algo mucho más oscuro que da la razón a aquellos que dicen que la envidia es el deporte nacional. Ahora sabemos que no, no hace falta que sea tu enemigo para que te alegres de que le haya ocurrido algo malo a alguien. Una investigación científica le ha dado explicación a este fenómeno para el que los alemanes tienen una palabra concreta: schadenfreude. Los españoles también la tenemos, aunque sea más sencilla y menos evocadora: regodeo.
El estudio, publicado en la revista New Ideas in Psychology, relaciona tres subformas de este regodeo, que pueden comprenderse por la envidia, la voluntad de justicia y la rivalidad. Cada uno de ellos tiene un origen distinto, dependiente de cada personalidad, pero todos comparten una razón de ser evolutiva y un punto cercano a la deshumanización, de acuerdo con las palabras de Shensheng Wang, doctorando en Psicología de la Universidad de Emory (Estados Unidos).
“Nuestra investigación concluye que la propensión a experimentar el schadenfreude se superpone sustancialmente junto a otros rasgos propios de una personalidad oscura, como el sadismo, el narcisismo y la psicopatía”, explica Scott Lilienfeld, afamado profesor de Psicología en la misma universidad, en unas declaraciones recogidas por la revista Futurity.
Así, hay tres motivaciones psicológicas que explican por qué sentimos placer ante el mal ajeno:
- En primer lugar, la teoría de la envidia. Esta guarda relación con el consuelo que produce que alguien al que envidiamos no se salga con la suya o por que algún propósito que tuviera haya terminado por fracasar.
- En segundo lugar, la teoría del mérito vinculado directamente a la voluntad de justicia. Esto quiere decir que nos alegramos por que le haya ocurrido algo malo a alguien que ha actuado mal previamente. En una sola palabra: ¡karma!.
- En tercer lugar, la teoría de la rivalidad, por la que recibimos de buen gusto que se le tuerzan las cosas a alguien con el que competimos por algo o con el que no compartimos una identidad social.
Los investigadores quisieron ir al fondo de la cuestión y comprobaron en qué momento comenzamos a desarrollar esta emoción. Para ello, decidieron partir de las edades más tempranas para certificar hasta qué punto se exteriorizan estas maldades aun cuando seguimos en pañales. Tanto es así que, por ejemplo, en los bebés de ocho meses se presencia notablemente ese sentimiento ligado a la justicia y, en los de nueve, la tercera, por la que se alegran de que unas marionetas se metan con otras por el simple hecho de ser diferentes.
«A menudo se piensa que los niños, durante su desarrollo, son bondadosos y sociables”, argumenta Philippe Rochat, profesor de Psicología especializado en la infancia. “En cambio, hay un lado oscuro en la socialización. Se hacen amigos, pero también se provocan exclusiones”.
Siguiendo con el estudio, se advierte que en los niños de cinco y seis años comienzan a verse regodeos más rencorosos, hasta el extremo que pueden llegar a provocar que le ocurra algo malo a un tercero por puro placer y aun cuando no les reporta nada positivo. Esto mismo se reproduce en edades adultas, aunque los investigadores matizan que las personas tienden a ocultarlo por motivos de aceptación social.
En este sentido, el antídoto que proponen estos profesores pasa por una capacidad que no todos tienen: la empatía. Esto le ocurre, principalmente, a aquellos que padecen ciertos trastornos y son incapaces de ponerse en la piel del otro. Con todo, la falta de empatía se puede producir incluso en aquello aptos para sentirla. Así que la educación es una herramienta fundamental para que esto no ocurra, tal y como sostiene Wang.
Una corriente de pensamiento seguida por su colega Rochat, que aboga por indagar en los descubrimientos más recientes para atajar el problema con mayor solvencia. “Todos experimentamos schadenfreude, aunque no nos guste pensar demasiado en ello”, matiza. «Sin embargo, es una parte de nosotros como humanos y es importante que lo estudiemos de manera sistemática”.