'Gigantes Descalzos', una lección documental contra la porno-pobreza
«Todo parece imposible hasta que se hace”. Podemos pensar que es la típica frase positiva de Mr. Wonderful, demasiado inocente, azucarada y ridícula como para ser de utilidad. Pero también es posible, y recomendable, demostrar su veracidad mediante el ejemplo, descubriendo que el idealismo, el esfuerzo y afán de superación son más que un reclamo para vender tazas. Tanto Sergio Zúñiga como Álvaro Priante e Iván Roiz saben bien que todo parece imposible hasta que se hace, así que se pusieron manos a la obra. El primero, conocido como “el profe Sergio”, ha conseguido transformar el futuro de los niños de una comunidad indígena mexicana a través del baloncesto. Los segundos, codirectores de Gigantes Descalzos, han autofinanciado el documental que retrata su realidad desde la honestidad y el respeto.
«Todo parece imposible hasta que se hace”. Podemos pensar que es la típica frase positiva de Mr. Wonderful, demasiado inocente, azucarada y ridícula como para ser de utilidad. Pero también es posible, y recomendable, demostrar su veracidad mediante el ejemplo, descubriendo que el idealismo, el esfuerzo y afán de superación son más que un reclamo para vender tazas. Tanto Sergio Zúñiga como Álvaro Priante e Iván Roiz saben bien que todo parece imposible hasta que se hace, así que se pusieron manos a la obra. El primero, conocido como “el profe Sergio”, ha conseguido transformar el futuro de los niños de una comunidad indígena mexicana a través del baloncesto. Los segundos, codirectores de Gigantes Descalzos, han autofinanciado el documental que retrata su realidad desde la honestidad y el respeto.
Los pies descalzos sobre el parqué y la mirada puesta en la canasta. Son niños provenientes de un lugar marcado por la violencia, la pobreza y la marginalidad, pero su equipo supera contrincantes del mundo entero. Muy pocos conocían la existencia de la comunidad indígena Triqui, en el noroeste de Oaxaca, hasta que estos pequeños gigantes empezaron a ganar torneos internacionales de baloncesto. El equipo se convirtió en un fenómeno en México que pronto empezó a acaparar titulares, ofreciendo todos los ingredientes de una historia de seducción mediática que no pasó desapercibida por los directores del documental.
En junio de 2014, Álvaro Priante escucha en la radio un programa deportivo mencionando el triunfo del equipo triqui. Contacta con Sergio Zúñiga,el entrenador que hace posible el éxito, le propone a Ivan Roiz hacer un tándem para filmar la historia y, en diciembre del mismo año, ya están en un avión rumbo a Oaxaca, a punto de filmar las imágenes que germinarían en Gigantes Descalzos. Tras el vuelo, Priante y Roiz emprenden un viaje de 7 horas en furgoneta hasta llegar al remoto lugar que vio nacer a los héroes que triunfan en la cancha. Los directores aún no saben que la película que se disponen a filmar inauguraría la undécima edición del Festival MiradasDoc, que ganaría el Premio a la Mejor Película Nacional en el BCN Sports Film Festival ni el Premio del Público en DocMX; desconocen que durante el 2017 pasarían por la Seminci y festivales en Francia, Italia, Colombia… Nos saben que es una película que servirá de aprendizaje a los niños españoles. Por aquel entonces, no saben siquiera, en qué resultará su intuición. Priante cuenta que el documental nace de “una corazonada y también por pesao”. Según comenta Roiz, “muy mal se nos tenía que dar como para no sacar nada de esta historia”.
En las canchas de una poblado perdido entre Guerrero y Oaxaca les recibe el “profe Sergio”. Él el artífice de un proyecto que busca mejorar la integración, garantizar la educación y proveer de mínimas condiciones de vida a los niños de una de las poblaciones más desfavorecidas de México a través del deporte. Ahora, gracias a sus inagotables esfuerzos detrás de la Asociación de Basquetbol Indígena de México (ABIM), los niños triquis no sólo disfrutan de tres comidas diarias, sino que viajan por todo el mundo jugando a ganar. Zúñiga es la prueba viviente de que, con voluntad, es posible cambiar vidas, a pesar de la falta de apoyo gubernamental y financiero.
“El mensaje que transmite es que es posible cambiar las cosas. Se puede producir un proceso de transformación social desde las condiciones que sean mediante el esfuerzo, dedicación y tiempo. Se pueden conseguir resultados y lo que mas feliz nos hace es trasmitir ese mensaje positivo”, comenta Iván Roiz. El optimismo de los personajes surca el documental dejando una profunda marca de esperanza, pero la realidad, sin embargo, no carece de dureza. “Cuanto más remota y más pobre es la región, más dura es la realidad y en Oaxaca, menos narco, hay de todo. A mitad de rodaje iban apareciendo temas paralelos difíciles de tratar: violencia de todo tipo, enfrentamientos con el estado, guerrillas, tensiones familiares…. Lo filmamos todo, pero preferimos editar en montaje los elementos, presentando pinceladas sin desviarnos de la trama principal”, comenta Priante.
Muchos han acertado en señalar esta característica como uno de los principales logros del film: No cae en la llamada “porno-pobreza”, porque tal y como señala Roiz, “no quisimos seguir escarbando en la pobreza desde la parte negativa para convertirla en espectáculo, sino proponer una historia real que ha dado resultados positivos”. La película abre la mirada del espectador sin caer en el paternalismo, conciencia sin pontificar y aporta un retrato real que dignifica a sus protagonistas. Como consecuencia, el espectador empatiza y descubre otras vivencias, siendo la audiencia más joven la que mayor riqueza extrae del visionado.
Durante la programación de MiradasDoc, más de 1.000 niños de todas las edades tuvieron la oportunidad de ver Gigantes Descalzos y ambos directores coinciden en señalar lo gratificante de la experiencia: “Ven niños como ellos en condiciones muy diferentes y preguntan desde la inocencia. Por ejemplo preguntan cómo se llamaba determinado chaval, o cuántos años tiene la amiga que ha tenido un bebé. Se dan cuenta que uno de los personajes tiene la misma edad, que por ejemplo una es madre y se impresionan. El acercamiento del documental a este tipo de audiencias contribuye a que se interesen por la realidad más allá del puro entretenimiento”.
Antes del documental, otros muchos periodistas y reporteros habían visitado la comunidad en busca de capturar la historia, pero nadie se quedaba mas de 3 o 4 días. “Cuando vieron que nos quedábamos semanas les extrañó, pero sólo así conseguimos esa cercanía que te da el tiempo, durmiendo allí, comiendo juntos. Es la única manera de acercarte a las personas y ganar su confianza. Hay que compartir la ilusión, ir con el corazón abierto y mostrar honestidad”, apunta Roiz como clave indispensable para el género documental.
Lejos de ser una superproducción apoyada desde los engranajes de la industria, el camino de Gigantes Descalzos no ha sido fácil: “Todo, desde el primer documento en un Word, hasta la copia en DCP que se va a proyectar mañana en el cine, está hecho, pagado y financiado por nosotros”, asegura Priante, quien también destaca la altruista colaboración de todo aquel que se cruzaba con el proyecto. Tirando de los ahorros, amigos y suerte, la pareja ha conseguido sacar adelante un film cuyo presupuesto ronda los 120.000€. “En México contactamos con una escuela audiovisual que nos prestó material y la colaboración de los estudiantes. Sin esperarlo, conseguimos formar un equipo de 6 personas y hay muchas cosas que a nosotros no nos han costado dinero, como salas de edición, sonido, música…”. Todo parece posible contagiando el entusiasmo compartido.
Para Iván Roiz, su experiencia supone una lección: “Personalmente, haber estado tres años sin financiación ni apoyos externos, me ha enseñado que si te empeñas acabas la película. A veces nos ponemos nuestro propios limites y en el fondo no hay por qué tenerlos. Si este proyecto ha salido tan bien es porque parte de la emoción y la ilusión. Tanto por ellos, los niños indígenas y el profe Sergio, que lo hacen todo desde el corazón y las entrañas, como de la gente a la que motivamos para el proyecto, que se ha conseguido empapar de ese espíritu. Compartimos tiempo, compartimos horas e ilusión, y eso se nota en el resultado”.
Cuando Sergio Zúñiga inició su proyecto, nadie pensó que tirar canastas pudiera contribuir a una mejor educación. Era dudoso que el esfuerzo invertido consiguiera cambiar la desfavorable situación de la comunidad indígena. Quién iba a pensar que merecía la pena, que jugando cambiaran las perspectivas de futuro. Nadie apostaba por los niños triqui. Pero ganaron, en todos los sentidos. Tampoco apostó ninguna productora por un documental que narrara su historia, pero se hizo, se difunde y se disfruta con cada nuevo visionado. A fin de cuentas, todo parece imposible hasta que se hace.