Salvador Calvo, director de 'Adú': "Muy pocas veces le ponemos cara y ojos a la inmigración"
Las historias de estos niños “son necesarias porque le ponen cara y nombre a números, que habitualmente es como conocemos la inmigración”
En el mundo hay 272 millones de migrantes, una cifra que no ha dejado de crecer en la última década. De todos ellos, unos 36 millones son niños, la mayoría de ellos huyendo de horrores como el hambre o la guerra. Estos números no son más que eso, simples cifras, pero detrás de cada uno de ellos hay una historia, una vida. Eso es lo que quiere recordarnos la película Adú, dirigida por Salvador Calvo, que narra, entre otras historias, la de un niño y un adolescente que huyen de horrores que, a su edad, ni siquiera deberían saber que existen.
Hablamos con su director, que decidió convertir a los niños migrantes en el tema de su nueva película después de conocer de cerca las historias de los dos menores que han inspirado los personajes de Adú y Massar.
“Adú está inspirado en una de las historias que conocí de cerca mientras rodaba Los últimos de Filipinas en Canarias, en Santa Lucía de Tirajana. Había al lado un pueblecito que se llamaba Vecindario, donde tiene su sede la ONG CEAR y ahí llegaban muchísimas pateras a recibir asilo en los primeros meses.
Uno de los niños que llegó allí, que me impresionó muchísimo su historia, fue en el que está basado Adú. Este niño venía con su madre y con sus dos hermanas, y a los dos días de estar allí le descubrieron diciéndole señora Joella, y ella le contestó ‘aquí llámame mamá’. Entonces empezaron a investigar y vieron que no era su hijo y que lo traía para una red de tráfico de órganos. Lo que pensaban hacer con él era desguazarle y vender sus órganos”, recuerda Calvo. Tras descubrir el engaño, la mujer fue detenida y el niño fue enviado a un orfanato de París.
Pero Adú, como decidió llamar al personaje inspirado en este niño, no era el único en aquel centro cuya historia ponía los pelos de punta. Massar, el adolescente que protagoniza la película junto a Adú, tuvo que huir de Somalia cuando era un adolescente para evitar las violaciones a las que le sometía su propio tío. Su padre, asustado por las represalias que podría traer una denuncia, dijo que solo podía ayudarle a escapar.
“Cruzó todo el desierto del Sáhara solo, terminó en Libia como esclavo, estuvo durante dos meses allí, y al final se escapó y de ahí llegó a Marruecos, donde prostituyéndose consiguió el dinero para pagar la patera”, nos cuenta Salvador Calvo. Tras dejar su adolescencia atrás en esta travesía, el joven se encontraba en estado terminal de sida. “Ahora que sé lo que es vivir, no me puedo creer que me vaya a morir”, dijo estando en el hospital.
“Estas dos historias a mí me tocaron y me dije, «hay que hacer algo»”, dice el director, que decidió que en la película las vidas de Massar y Adú tenían que estar relacionadas.
Las historias de estos dos niños “son necesarias porque le ponen cara y nombre a números, que habitualmente es como conocemos la inmigración”, dice el director. “Hoy día la conocemos por las cifras que aparecen en las portadas de los periódicos o en los titulares de los telediarios, pero muy pocas veces le hemos puesto cara y ojos”, y es ahí “cuando te tocan”.
Además, Adú llega en un momento en el que los migrantes menores, especialmente los no acompañados, están siendo criminalizados, señala Calvo. “Estamos en un momento en que hay como una especie de persecución de los menas”, por lo que “es muy apropiada esta historia, porque hay una criminalización, parece que todos se dedican a delinquir cuando llegan aquí, y puede haber alguna manzana podrida en la cesta, pero la realidad es que lo que hacen estos niños es intentar sobrevivir”.
En contraste con estas dos historias, la película cuenta también la historia de Gonzalo, interpretado por Luis Tosar, un activista medioambiental español que vive en Camerún y recibe a su hija, interpretada por Anna Castillo, en la reserva donde trabaja para intentar alejarla de las drogas y las malas compañías.
A esto se suman las vivencias de un grupo de guardias civiles que trabajan en la frontera y tienen que tratar de contener un asalto masivo a la valla.
“Con estas tres historias queríamos hacer una reflexión sobre el momento actual, sobre la migración y también sobre la diferencia entre el primer y el tercer mundo a nivel de problemas”, explica el director. “Nos gustaba en ese viaje inverso contar un mundo y otro y las diferencias entre los problemas del primer y el tercer mundo, pero sin querer juzgar”, señala.
“Es más, yo creo que la historia de Luis y de Ana a muchas personas les impacta más que la historia de los niños, porque es más cercana, los problemas los vemos más cercanos, nos tocan más”, reflexiona. “Entonces, bueno, nos gustaba esa reflexión, no pretendemos de todas maneras categorizar con un mensaje, sino generar preguntas”.