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Cultura

Jazmina Barrera o cómo tejer con las palabras

La editorial Tránsito publica ‘Punto de Cruz’, la tercera novela de la escritora mexicana Jazmina Barrera. Conversamos con ella

Jazmina Barrera o cómo tejer con las palabras

Erick Baena Crespo | Cedida por la editorial

«En una ella corre y ríe, en la otra yace en una cama, cubierta por un sudario de encaje», escribió la escritora suiza en lengua italiana Fleur Jaeggy en su espléndida novela autobiográfica Los hermosos años del castigo (ed. Minúscula). En pocas palabras, Jaeggy nos recuerda lo rápido que transcurre la existencia, cómo de un día para otro, una deja de correr por las calles sonriente para yacer envuelta en un sudario.

Cuando la muerte llega de forma inesperada, como tantas veces ocurre, todo cambia para los allegados o para aquellos que, como le sucede a la narradora de Punto de cruz (Ed. Tránsito), compartieron parte de su vida con quien ya no está. «En la sociedad occidental no suele entenderse a la muerte como parte de la vida», comenta desde México, su país natal, Jazmina Barrera, que, en Punto de cruz, su tercera novela, cuenta cómo la inesperada muerte de Citlali lleva a las que fueran sus dos mejores amigas durante los años de infancia y de primera juventud, Mílada, convertida en escritora, y Dalia a rebuscar en el pasado y repensar su amistad desde el presente y desde unas circunstancias completamente distintas a aquellas en las que nació. Cada una tomó caminos distintos, pero todas ellas arrastran consigo unas experiencias compartidas, confidencias, temores, decepciones e ilusiones (in)cumplidas… Experiencias, todas ellas, que fueron las que las llevaron a dejar atrás la infancia y adentrarse en la edad adulta. «Clitali tenía una risa arrolladora: de su boca grande salían carcajadas como relámpagos, seguidas muchas veces de ataques de hipo», recuerda Mila. Es un pasado doble, no solo porque Clitali ya no está, sino porque es también un tiempo que, en parte, Mila había olvidado o, por lo menos, dejado atrás.

Y a partir de ahí, reaparece también Dalia, en cuya amistad la distancia ha ido adquiriendo cada vez mayor protagonismo, sobre todo desde que Mila se convirtiera en madre. «Ya pasé también por ese periodo difícil en que quedó claro qué amigas conservaría y cuáles no. Las que entendían el cansancio, los horarios y las interrupciones constantes (muchas de ellas también tenían hijos), o las que simplemente demostraban cariño e interés por nuestra nueva vida (…) esas se quedaron», escribe Mila. Sin embargo, «las que insistían en vernos en horarios imposibles, las que venían a ser atendidas y exigían la misma atención que el bebé, a esas ya no las veo. Me da miedo que Dalia sea de las segundas». 

Imagen vía Editorial Tránsito.

La maternidad como punto de inflexión

La maternidad no solo marca un antes y un después por el hecho de ser madre de una criatura que depende por completo de ti, sino también porque trastoca sino todas, muchas de tus relaciones. Mila es consciente de ello. El poco contacto con Dalia parece refrendar esa sospecha que, entre esos caminos que las separaron, está el de la maternidad. «Nunca le gustaron los niños. Me da tanto miedo que casi prefiero no saberlo», reconoce Mila. Hacerse adulto es, en parte esto: darse cuenta de que esos lazos que unieron en la infancia de deshacen.

«Vivimos en una sociedad maternofóbica y niñofóbica, que premia el individualismo por sobre todas las cosas»

Dicen que ser adulto es tomar decisiones y tomar decisiones, parece recordarnos Barrera, implica a veces distanciarse de esas amigas que considerábamos inseparables. Y la maternidad, obviamente, es una de esas decisiones. «Es difícil entender lo que requiere de una ser madre hasta que se es. Para comprenderlo se necesita un nivel enorme de empatía», apunta Barrera, subrayando que, a todo esto, se suma el hecho de que «vivimos en una sociedad maternofóbica y niñofóbica, que premia el individualismo por sobre todas las cosas y mira en menos la idea de la dependencia, que no comprende que en el tejido social y ambiental en los que vivimos nadie ni nada es una isla».

Si en Punto de Cruz, la escritora mexicana reflexiona sobre las amistades que se pierden con la maternidad, en su anterior trabajo, Línea Nigra, un ensayo que nace de los apuntes que Barrera tomó durante su embarazo, indaga «sobre las redes de amistad que surgen a partir de la maternidad». Línea Nígra «lo escribí», recuerda Barrera, «porque estaba pasando por un momento de duelo, para rendir un homenaje y al mismo tiempo despedirme de ese periodo de mi vida en que mis vínculos más importantes eran los de la amistad». 

Escribir, tejer un texto

En la primera página de su última novela, Membrana, Jorge Carrión escribe: «Las abuelas tejieron y tejieron desde los tiempos más antiguos, los del mito, hasta los más recientes, los de la liberación y los del adiós y los del después verdadero con sus propias manos, muchas, tantas: todas las manos del mundo tejiendo desde siempre una única red de historias que, textura contra textura, se fue superponiendo a la propia realidad hasta ser ambas la máscara misma, el mismo texto». En Punto de cruz, Barrera también teje varias historias que, como dice Carrión se superponen a la realidad, porque no hay más realidad que los relatos que nos cuentas y nos contamos.

«El bordado fue por mucho tiempo menospreciado y pasaba desapercibido, pero eso mismo permitió en muchos momentos a las mujeres expresar denuncias, testimonios y secretos»

El texto de Barrera es, de hecho, una superposición de tejidos, hechos de recuerdos y de olvidos, de suposiciones −ese miedo de Mila a saber exactamente qué es de la vida de Dalia, de recreaciones, de hechos vividos directamente y otros a través de vidas ajenas, de libros leídos o de relatos contados. Barrera juega con los hilos que componen los distintos relatos -tejidos- y lo hace, además, reflexionando de forma explícita sobre qué ha significado y qué significa bordar. Lo asocia a la escritura, porque, como recuerda Mila, para muchas mujeres escribir fue una forma de escribirse y reivindicarse: «Con Antonia Alarcón tomé un curso en el que llamaba al bordado ‘la escritura secreta de las mujeres’», cuenta Barrera, «ahí aprendí cómo el bordado fue por tanto tiempo menospreciado y pasaba desapercibido, pero eso mismo permitió en muchos momentos a las mujeres expresar denuncias, testimonios y secretos», algo que han sabido captar algunas de las artistas a las que menciona Mila.

Foto: Aìngel Valenzuela | Cedida por la editorial.

Ahí está, por ejemplo, Kate Walker, que tejió sobre muselina, «ESPOSA ES UNA PALABRA DE SEIS LETRAS», o Catherine Riley, que tejió blanco sobre blanco, «SEXO». Walker y Riley nos recuerdan, apunta la escritora, que «el bordado es una herramienta que históricamente ha servido en muchos momentos para revelar y manifestarse en contra de las violencias que viven las mujeres». Encontramos la prueba en la mitología griega, donde nos encontramos con «Penélope, con Aracne, que retó a los dioses con su tejido; con Ariadne, que usó un estambre para salvar al minotauro, y con Filomela, que cuando le cortan la lengua aprovecha el tejido para denunciar que fue violada y para lograr su rescate».

En Punto de cruz, se reivindica el tejer como forma de denuncia, como escritura libre «Nunca he leído ni leería un manual para escribir novelas, pero se me ocurre que se podría escribir a partir de las instrucciones de los manuales de bordado, tomar esas pautas como si fueran sabios consejos desinteresados», confiesa Mila pero también como forma de crear comunidad.

Como nos recuerdan las palabras de Carrión, escribir es tejer historias. En este sentido, tejer tiene que ver con crear comunidad o, como dice Barrera, con «construir un lugar común: un espacio de vínculo, unión y comunidad». Y esto es lo que hace Mila a través de la escritura, reconstruir ese espacio común compartido con Citlali y Dalia, un espacio aparentemente roto por la distancia y el paso de los años, pero que la escritura consigue reparar, cosiendo las suturas ahí donde había desgarros. Porque, si algo se da cuenta Mila, es que forma parte de ese tejido compartido y ya pueden desviarse los caminos, crearse desgarros y agujeros, que ese tejido sigue ahí, uniéndolas mientras se mantenga un solo hilo entero.

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