La revolución cultural de Ella Fontanals-Cisneros
Conversamos con Ella Fontanals-Cisneros quien está en España a propósito de la 36 edición de ArcoMadrid. Su propósito, promocionar la obra de artistas latinoamericanos —al menos 45% de los galeristas son de la región.
En un espectacular apartamento de la calle de Fortuny en Madrid, la biblioteca no sólo da la bienvenida a la expectación y a la larga espera, sino que también preludia la conversación. Las filas de libros y un lienzo blanco en el que estalla un relámpago nocturno de la pintora Carmen Herrera traslucen la pasión artística y el espíritu crítico de su asidua lectora. Entre decenas de títulos, en la estantería derecha, reposa quietecito un ejemplar: Maravillosa Venezuela. A la izquierda, qué ironía, en las antípodas imaginarias, como mágico designio, desafía un mamotreto llamado La Habana: historia y arquitectura de una ciudad romántica. Y allí están, confrontadas las cartografías de sus afectos, Venezuela y Cuba, tan diferentes como fraternas, tropicales y camorreras, los dos países que, por marrullerías de la historia, formarían la educación sentimental de Ella Fontanals-Cisneros. La mujer que se enamoraría de estas geografías heridas por el desgarro, el quiebre, el asolamiento del ideal comunista. Como si la persiguiera el ethos de corrupción que zurció los trajes militares de dos dictadores en tiempos diferentes, pero con una meta en común: las revoluciones que atarían el yugo y tormento a los pueblos hermanos que la preocupan y desuelan. Ella, la cubana que agitó el pañuelo del adiós a su isla natal, la inmigrante que fondeó su ambición en Venezuela. Ella, la exploradora que descubrió a muy temprana edad la fortuna y la tristeza y la que en lontananza fue testigo de atrocidades sin levantar mucho ruido, acaso porque nada podía hacer en contra —sublevarse no era opción por sus consanguinidades comprometedoras. Ella, la exesposa de Oswaldo Cisneros, referente de excelencia empresarial. La coleccionista de arte y líder de CIFO —Cisneros Fontanals Art Fondation— que atesora más de tres mil piezas de los grandes pintores y escultores del mundo. Ella simplemente ella.
“Mi primera impresión fue sombría. Estaba acostumbrada al ruido de Varadero, al tráfico. Cuba fue la última joya ultramar de España y eso se sentía en cada esquina”
No hay jactancia cuando habla, tampoco humildad. Sí una distinción dorada por el barroquismo de su verbo. Gracejo aderezado por la mezcla del cantadito caraqueño y el salero habanero. Se nota que en su lengua se recrean los territorios que la han recibido, acunado. “Cuando llegué a Venezuela tenía 13 años. Fui porque mi hermana Lourdes vivía allá. No entendía muy bien por qué partíamos. Mis padres me dijeron que sería por un momentico y mira en qué terminó. En Maiquetía me di cuenta de que no había luz ni ruido ni gente caminando por las calles. Nada. Entonces le pregunté a mi papá ¿adónde me has traído tú?”, hurga en el fósil de una fotografía despoblada. Ella sentía que le arrebataban la dicha y el brillo que la habían escarchado desde su nacimiento: una niña de la alta sociedad que dejaba atrás, en el horizonte nácar del mar Caribe, los salones suntuosos en los que aleteaban las turquesas de sus ojos; se despedía de las algazaras y carnavales más alegres de las Antillas para pasearse por un valle que ponía las piedras fundacionales de su desarrollo. Una Caracas en construcción, de modernidad y democracia en ciernes. Subiendo por la autopista, a la altura de la Universidad Central de Venezuela, una valla de publicidad, también revelación o hado incomprensible, le daba la bienvenida: anuncio enorme de Pepsi-Cola. Años después, en virtud de sus galanterías, caería —“a pesar de que no se vestía bien”, se ríe con picardía— en los brazos de Oswaldo Cisneros, señor, entre otros negocios, de esta gaseosa. La mudanza fue una cachetada a sus pretensiones de princesa. “Mi primera impresión fue sombría. Estaba acostumbrada al ruido de Varadero, al tráfico. Cuba fue la última joya ultramar de España y eso se sentía en cada esquina”, registra la remembranza, narra épocas de gloria e imperio, como preconizara Pier Paolo Pasolini en su nouvelle Actos impuros “la memoria puede hacer feliz lo que nunca lo fue” … hasta que una caterva de alebrestados con barbas al descuido —fo, sin glamour— irrumpiera con sus fusiles y consignas guerrilleras desde Sierra Maestra.
“Mis padres siempre me mantuvieron al margen de los asuntos políticos, pero me dolió dejar a Manolo, él me llevaba 20 años y fue como mi papá. Nunca más lo volví a ver hasta que, en 1987, concretamos un encuentro en Inglaterra”
Era 1959, el derrocamiento de Batista, el recibimiento con loas y serpentinas a Fidel Castro y epígonos, la venta de promesas libertarias que terminarían en estafa cruenta y perversa. El sanseacabó. “Los rebeldes sorprendieron y conquistaron las simpatías de la gente. Eran ídolos, héroes que pondrían fin a injusticias sociales”, remarca Ella el gazapo histórico por el que tuvo que zarpar y abandonar a su hermano mayor: Manuel Fontanals. Un adepto de Castro y del Che Guevara, que no titubeó en alistarse en la dictadura, hincar su sumisión; su escalada en el gobierno fue tal que llegó a ser uno de los creadores del Banco Internacional de Cuba, representó a la isla en Londres por su deuda externa. “Mis padres siempre me mantuvieron al margen de los asuntos políticos, pero me dolió dejar a Manolo, él me llevaba 20 años y fue como mi papá. Nunca más lo volví a ver hasta que, en 1987, concretamos un encuentro en Inglaterra”. Y una lágrima riela, cruza, agrieta su cara, pero no lo resiente, no hay reproches ni dicterios de su parte. “Mi familia nunca llegó a entender por qué él era tan diferente y yo decidí olvidarme de todo lo ocurrido en ese lapso de tiempo”, zanja la pena como un asunto de borrón y cuenta nueva y remata: “Lo que pasó, pasó”. Frase que es también título de una canción de “La Lupe», una paisana que jamás pudo volver a Santiago de Cuba, como Ella, por “gusana” o traidor a la patria, insulto con el que Castro llamaba a los exiliados. Pero no, lo que pasó los libros lo condenan: el incumplimiento de no llamar a comicios presidenciales, “porque primero es la revolución y después las elecciones”, infame engañifa de Fidel en 1960, los miles de fusilamientos a contrarios y desertores, la abolición de la prensa independiente, la tiranización del Partido Comunista y la fuga de cerebros en el “éxodo de Mariel”. Reflexiona: “Es verdad, hubo horror pero no arrastré querellas ni malos sentimientos”. Cierra el capítulo.
El regreso: y el que quiere azul celeste que le cueste
Más de dos décadas hubo de pasar para que regresara a su hogar, crisol de luces, bañado siempre por el mar. Volvió con su armadura de oro y cornucopias rebosantes. Pese a que muchos creerían que su riqueza dimana de las alforjas de Cisneros, ella es trabajadora, no estudió business, pero de economías y negocios sabe: regentó librerías, también una pequeña galería en Chacaito, compró y vendió inmuebles en Nueva York y hasta clases de chapoteos y brazadas impartió. “Fue lo primero que hice en Venezuela. Yo sabía de nado sincronizado y natación. Los ofrecí en el colegio Mater Salvatoris, ese verano gané mucho más que un ingeniero. Desde entonces no he parado, hasta el Internet hubiera inventado porque no me acobardo, nunca pienso que esto o aquello no lo puedo hacer. Además, tuve el mejor profesor, Oswaldo, aprendí de su generosidad, inteligencia, capacidad de resolución”. Ya acendraba su interés en el arte, había adquirido parte de su acervo, había fundado en 2002 CIFO y estos estímulos más la morriña aceleraban el retorno impostergable. “Me había propuesto hacer un viaje a Cuba de reconciliación en 2010. Comenzar de cero. Al caminar por las calles me di cuenta de que mis recuerdos no correspondían con la realidad: era un país en ruina, cayéndose a pedazos, en bicicletas porque no había carros en marcha. Triste. Me acompañó un curador porque también tenía la intención de que fuera un recorrido artístico. Allí volví a los ‘Concretos’, un grupo de pintores abstractos que se constituyó entre 1959 y 1960. Entre ellos destacan, Dolores Soldevilla, Pedro de Oráa y Sandú Darié. De un hallazgo a otro, conocí a la que era la directora del Museo de La Habana, Moraima Clavijo, quien me invitó a llevar parte de mi colección, montar una gran exhibición”.
“La parte política la he olvidado por una sola razón: no puedo hacer nada. Pero sí puedo ayudar a mi gente, crear cosas nuevas, contribuir a que los artistas tengan más chances de ser reconocidos, reivindicarlos después de tanto silencio”
La propuesta la obligaría a no mirar hacia atrás, devendría asentamiento y renacimiento. Se instaló en la capital de la otrora cultura taína y con su reconquista comenzó el remolino de críticas e invectivas que ahora la despeluca. Conciudadanos en Miami y otras latitudes señalan cierta lenidad, blandura y hasta consentimiento del poder que abdicara Fidel a favor de su hermano Raúl Castro. “A muchos no les gusta que haya regresado. Yo no tengo nada en contra del régimen…”, abre un largo paréntesis. Tajante, el contradiós hiela y paraliza antes del argumento: “La parte política la he olvidado por una sola razón: no puedo hacer nada. Pero sí puedo ayudar a mi gente, crear cosas nuevas, contribuir a que los artistas tengan más chances de ser reconocidos, reivindicarlos después de tanto silencio”. Por esta añadidura o timorata justificación, Ella importó en 2012 la exposición Una mirada múltiple, que reunió a la crema de la contemporaneidad. “Yo quería chinos, norteamericanos, alemanes, pero me pedían cubanos, porque no habían visto nada después de su partida. A Ana Mendieta, por ejemplo, sólo la conocían en libros. La expo tuvo mucho éxito. Estaba programada de mayo a julio, pero la mantuve hasta agosto. Aunque me habían jurado que no se iría la luz, nos quedamos a oscuras”. Hubo de rizar, pues, sus encantos, comba amarilla y donosura, para resolver el problema eléctrico. “Tengo muy buenas relaciones con el gobierno. En qué sentido: yo no me meto con él y él no se mete conmigo. Por otra parte, el ámbito cultural depende de instituciones públicas. Claro, yo me imagino que tienen sus reservas, represento lo opuesto, lo que repudian”. Pero el desdén o las cautelas no han roído su figurín, al contrario, gracias a sus contactos alquiló una casa —no pudo comprar porque no se ha residenciado de forma permanente, repatriarse supondría, de acuerdo a las leyes y grilletes, el fin de prerrogativas: barcos y aviones propios. Vive en una amplia y arreglada villa en CubanaCan, zona de embajadas y morada de la aristocracia castrista, donde no hacen ascos a la ostentación, donde la utopía proletaria se encandila con los colores de bellas fachadas —la quimera también naufraga en piscinas privadas. Ella recibe, como Madame de Staël o Juliette de Recamier, la intelectualidad de la isla. En sus salones picotean, discuten, chocan las copas de champaña los novelistas Leonardo Padura o Wendy Guerra, Jorge Fernández, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes y un largo etcétera de turistas y entrépitos.
En su porfía de fomentar la belleza, al igual que la divulgación de nombres y logros y cuadros, Fontanals tempera su paciencia en La Habana —eso no quiere decir que no viaje de la Ceca a Meca. Consciente de la importancia de la memoria, adquirió el Archivo Veigas, uno con más de 300 mil carpetas entre documentos, catálogos, fotografías y revistas de cuño artístico que adosó a CIFO, pero que se mantendrá abierto al público local. También se fijó alzar un espacio de arte contemporáneo, que está en veremos por las trabas que siembra el Estado. “No dejan ni que importe un scanner para la digitalización del archivo. Me cedieron un sitio fantástico, pero está derruido. Han pasado ya tres años. Me he reunido con mucha gente. Hay tanta burocracia”. El eufemismo no aplica, en cambio sí las restricciones, prohibiciones y atolladeros.
Por amor al arte
Está en España para la 36 edición de ArcoMadrid, la Feria Internacional de Arte Contemporáneo que organiza Ifema, remanso en el que convergen más 200 galerías de los cinco continentes. Su propósito, al igual que uno del evento, es promocionar la obra de artistas latinoamericanos —al menos 45% de los galeristas son de la región. Sin ufanarse, se abrocha las charreteras, es amiga de Manuel Borja, cabeza del Museo Reina Sofía y también es colaboradora de la Tate Modern y el Pérez Art Museum Miami. Sus relaciones con la vanguardia, directores, museólogos y curadores le extienden la alfombra roja, la que acostumbra pisar. Como aclimatada está a que la escuchen y atiendan. No hay quien no se postre ante su sandunga o atino inversor. No en balde se adueña de una las colecciones particulares más interesantes del hemisferio. Desde los más famosos, las vedettes de la escena, como Jeff Koons, Damien Hirst, Anish Kapoor, Michelangelo Pistoleto o Liu Bolin, hasta los clásicos del abstraccionismo, concretismo y cinetismo latinoamericano —tiene al menos 800 piezas dentro de su patrimonio— Lygia Clark, Jesús Soto y Julio Le Parc, por nombrar unos pocos, descuellan en el haber de Cisneros Fontanals Art Fondation.
La cita española le brinda la ocasión de tender puentes para presentar talentos como el del músico Kelvis Ochoa o el de los artistas conceptuales Ernesto Rancaño y Marcos Castillo —este último miembro del colectivo “Los Carpinteros”— aprovechando la sazón: el mercado clama y reclama el ingenio latino. “Arco es la vitrina perfecta. El mundo se ha volteado, hay un boom quizá porque muchos se han asentado en Europa. En los últimos 15 años ha habido un hervor. Diría que ahorita es que estamos en el pico. Los museos están interesados, hay departamentos de arte latinoamericano. En este momento, el Metropolitan resolvió retomar una colección. La Tate compila desde hace tiempo”.
Arco también sirve para estrechar lazos con compradores y marchands y proyecta los anzuelos para picar tentaciones. “Mi formación como coleccionista se la debo a la curiosidad. Necesito llegar hasta el fondo de las cosas. Cuando me empecino no suelto hasta conocer el dónde, cómo, cuándo y por qué. Soy futurista, no tengo miedo, no me paro y he vivido siguiendo mis pálpitos. Fiel a mis testarudeces, voy hacia adelante y siempre creo que viene algo mejor. No tengo tantas ataduras quizá mis apegos son mis obras. No por avaricia, que la desprecio, no las guardo en una caja fuerte, quiero compartirlas”. Gracias a su tozudez ha sumado piezas brillantes, de ensoñaciones y deslumbramiento. Como una Reticularia de Gego. “Sabía que era un must para mi colección. Además, adoro a esa mujer. La subastaban en Sotheby’s, pujé y pujé hasta conseguirla. Pagué 400 mil dólares, mucho más de lo que valía. Hoy su precio es cuatro veces mayor. He aprendido que la vida es continua y siempre hay la oportunidad, mi oportunidad”.
Otros muchos proyectos se agolpan en su agenda de 2017, como una colectiva itinerante en Estados Unidos que convoca a 63 artistas cubanos. Resaltan Lolo Soldevilla, Darié, Antonia Irís, Lázaro Saavedra, René Francisco Rodríguez, Ponjuán. Las 120 piezas expugnarán los museos de Houston y Minneapolis. Ella entiende que después de tantos vuelos y tráfagos con la bohemia hay un lugar que la espera. Sí, la hija pródiga vuele a la raíz, al ADN, a su tradición musicalizada con congas, mambo y guaracha. Ansiedad su canción favorita, ansiedad la que la sacude sin turbaciones. Ansiedad por futuros en libertad. Una última pregunta cierra el anecdotario del pasado compartido. ¿Democracia o revolución? Un abismo se repliega, Ella vacila, renquea, mira a los lados en busca de auxilio y complicidad. Democracia, ella lo sabe, siempre democracia.