Libros del K.O., dando la pelea en el ring editorial
A los tres meses de arrancar, Libros del K.O. estuvo a punto de echar el cierre. “Nosotros el concepto ‘plan de negocio’ creo que lo aprendimos tarde”, bromea Álvaro Llorca, cofundador de la editorial.
A los tres meses de arrancar, Libros del K.O. estuvo a punto de echar el cierre. “Creo que el concepto de ‘plan de negocio’ lo aprendimos tarde”, bromea Álvaro Llorca, cofundador de la editorial. Después de seis años, se permiten estirar un poco las piernas, relajar los puños. Libros del K.O. se ha convertido en una de las editoriales independientes más destacadas en España, y en parte ha sido gracias a apostar por aquello a lo que tantos renunciaron, que es al periodismo calmado, en profundidad, bien escrito.
Libros del K.O. es el resultado de un cúmulo de fracasos y desengaños. Cuando Álvaro se decidió junto a Emilio Sánchez Mediavilla a montar una editorial, aquello pareció una locura. Es habitual, en cierto modo, que los jóvenes periodistas, cuando tienen pretensiones, sueñen con la revista perfecta, con grandes entrevistas, grandes fotografías, grandes historias. Hacer un New Yorker en castellano. Solo que ellos, lejos de perseguir la revista, se lanzaron a vender libros. “¡Visionarios!”, que dicen en su Facebook. Hay un teletipo grandilocuente que salió de la agencia EFE y que publicó La Vanguardia en abril de 2011: “Libros del K.O. nace con la idea de recuperar el género periodístico”. Eso es apuntar alto.
Antes de enrolarse en la editorial, Álvaro escribía para un periódico y las circunstancias no eran las mejores. “Trabajaba en una redacción de falso colaborador, sin contrato”, explica, algo indignado. “Cuando llegaron los recortes me ofrecieron una revisión del no contrato, me querían pagar todavía menos. ¡Aquello era un chiste!, ¡era insostenible!, con unas condiciones laborales horribles y claramente injustas. Yo hacía un trabajo de subir teletipos, de vez en cuando hacía otras cosas, pero era secundario. En esa situación era muy fácil decantarse por otra cosa”.
Alberto Sáez, que es el contable de la editorial, el hombre que se ocupa de las cuentas, se incorporó al tercer mes, cuando aquello estaba al borde del descalabro; de alguna forma no quedaba dinero y los ingresos parecían lejanos, era el final del sueño. Álvaro y Emilio le propusieron entrar en el grupo, incorporarse como socio, y él reconoce que no dudó un instante: “Nos vino en un momento vital complicado, en plena crisis”. Alberto es economista y estuvo cerca de tener su propia librería en el barrio de Malasaña, en el centro de Madrid. Estuvo haciendo números, hizo un plan de negocio, y finalmente vio que aquello no era rentable, que era demasiado arriesgado para salir adelante: “No di el paso y siempre me arrepentiré”.
«Queríamos reivindicar el periodismo, sí, pero también crear un ambiente mejor al que nos hemos encontrado”
Después de un año 2016 tan bueno en las ventas, han creado un colchón económico que es un alivio. “Como la caja de pensiones para el Gobierno”, dice Alberto, que ahora ríe. “Insistimos mucho en ello, pero es que fue muy difícil al comienzo. Hemos tenido meses en los que los números no salían en un mes. Ni en otro. Ni en el siguiente. Tuvimos las nóminas congeladas…”.
Cuando nació el proyecto, el lema de la editorial decía Todo va a salir mal, y nos parece estupendo, pero ahora repetirlo sería engañoso. El equilibrio en las cuentas les ha permitido arriesgar un poco y apostar por autores noveles y primeras publicaciones, a veces incluso por libros que se sabe de antemano que venderán poco, aunque en ocasiones salta la sorpresa. La idea de estos jóvenes que fruncen el ceño si se les llama emprendedores va más allá de la publicación; aspiran a crear comunidad. “Fue casi una decisión política”, sostiene Álvaro, con gran entusiasmo. “El negocio no es solo vender libros. Hemos tratado de guardar un trato muy directo con los autores, trabajar mucho los textos, debatirlos, ser muy cuidadosos. Queríamos reivindicar el periodismo, sí, pero también ayudar a crear un ambiente mejor al que nos hemos encontrado”.
Álvaro cuenta que la labor que ejercen de edición es muy minuciosa, muy detallista, a veces puntillosa. Buscan que sus libros sean piezas artesanales que van tomando la forma debida a lo largo de las semanas, con el paso de los meses, y el trabajo, constante, pesado, suele concluir con un resultado gratificante. “Damos mucho la lata a los autores”, reconoce Álvaro. “Pero también es cierto que luego la mayoría de escritores repite con nosotros, y eso es un orgullo”.
Esa estabilidad de la que ahora hablamos no sería posible de no haber publicado determinados libros. Fariña, de Nacho Carretero, es de lejos el más vendido. También otros libros, como Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre, que salió en 2012 cuando las ventas eran un desastre. “En su tiempo lo llamábamos Lomo en los bolsillos porque era el libro que nos daba de comer”, dice Álvaro, y nos reímos todos.
“Al principio estábamos como en la Bolsa, con cada libro que vendíamos queríamos tocar la campana”
Cuentan que Ander es el prototipo de reportero que admiran, ese perfil de periodista con botas, con una visión que va más allá de lo caduco. “A nosotros nos gustaría que nuestro catálogo se pudiera leer dentro de diez años y el libro no perdiera vigencia, que sirva como reflejo de la época en que se escribió”, dice Alberto. “Nosotros queremos huir de esa actualidad sin reposo. Y el formato libro se presta a ello”.
Un problema con el que suelen encontrarse es que las propuestas que llegan son sobre temas de política internacional, de guerras en otros países, de conflictos. “Nos hemos dado cuenta de que en España no hay una mirada periodística hacia cosas que ocurren en el barrio de al lado y que probablemente tengan una gran historia detrás. No tenemos ese hábito, y es una de nuestras reivindicaciones, hablar de realidades españolas”.
Ahora van a sacar un libro sobre la España rural, justo en el momento en que esta suerte de subgénero parece haber pasado de moda, tras un éxito fugaz de libros como La España vacía, de Sergio del Molino. Pero no es esta una cuestión que les inquiete, asumen que es parte de su filosofía. “Si no sacamos los libros con prisa”, dice Álvaro, “es porque hemos tratado mucho el texto con el autor, porque aportamos un toque artesanal que la mayoría de editoriales no tienen”.
Los chicos del K.O. esperan con entusiasmo la llegada de la Feria del Libro, que comienza el 26 de mayo, como una forma de interactuar con su público. Porque editar los libros implica muchas semanas de encierro, de no ver a nadie, de ser un hombre de interiores. “Esta labor no te permite tener contacto directo con tus lectores, es bastante de puertas adentro. Yo alucino con que tanta gente compre nuestros libros, es que me gustaría abrazarlos uno por uno. La Feria del Libro te permite verlos en persona, me parece muy emocionante”, dice Álvaro, como contando las horas.
Este año volverán a tener caseta, compartida como de costumbre. Antes, recuerdan, cada vez que les hacían un pedido de diez libros les daban ganas de descorchar una botella de champán. “Pero no podíamos”, bromea Alberto. “Era más cara que los libros”. Álvaro asiente con la cabeza: “Al principio estábamos como en la Bolsa, con cada libro que vendíamos queríamos tocar la campana”. La empresa, probablemente, no llegará a generar ingresos inmensos, pero esto es algo con lo que ya contaban. “Qué forma más tonta de tirar la pasta por el desagüe”, pensó en los primeros meses Alberto, que sonríe. “Pero mira, cinco años después estamos viviendo de esto y encantados. Pase lo que pase dentro de seis meses, o de un año, todo este recorrido, lo bien que nos lo hemos pasado, no nos lo quitará nadie”. A fin de cuentas, no montaron la editorial para hacerse ricos. “Y si lo hicimos”, concluye, “no lo estamos consiguiendo”.