Irvine Welsh: "Fui escritor en mi imaginación antes que en la realidad"
Irvine Welsh de noche. La cola dobla la esquina de la Real Casa de Correos de Madrid, en la Puerta del Sol. Los libros de culto renuevan su legión de seguidores con una facilidad pasmosa. Hay gente muy joven con su Trainspotting bajo el brazo. Adentro, bajo un enorme techo acristalado, Alessandro Baricco ya ha terminado su charla y firma ejemplares. Dos guardias civiles con bigote y tricornio pasean cerca del mostrador de libros. Visto con ojos extranjeros debe ser un país interesante este.
Irvine Welsh de día. Introducción: las sesiones de entrevistas rápidas a un escritor famoso son mal invento. Prisas, las incomodidades propias de los hoteles y la sensación de que ninguno de los involucrados disfruta mucho de la experiencia. Más o menos las mismas preguntas, más o menos las mismas respuestas y que pase el siguiente.
Welsh (Leith, 1958) es el autor de Trainspotting, una obra tan reconocida que da apuro preguntarle por ella. Posa para un fotógrafo en un salón del Hotel de Las Letras, luego se sienta y mira el móvil. Viste una camiseta con la portada de Joy Division, pero con gatitos en lugar de las 100 ondas del primer púlsar descubierto. Es alto y habla con un acento escocés ligeramente accesible. Parece aburrido de antemano, lejos de su familia y su casa de Chicago y en otra maldita sesión de entrevistas.
Después de hablar de la comida, el tiempo, la amable gente española, el Barcelona y el Athletic de Bilbao, se me ocurre preguntarle si, tal vez, el hedonismo una a escoceses y españoles: «Si hay algún parecido, vosotros lo habéis hecho mejor que nosotros. Aquí es más seco y caliente. Si vas a drogarte y a bailar en la calle es mucho mejor hacerlo aquí. En Escocia amanecerías mojado en cualquier sitio. Aunque es cierto que nos gusta la vida al aire libre y no tiene mucho sentido con el tiempo que tenemos».
La obra del escocés vuelve a estar de actualidad después del estreno de T2: Trainspotting, la secuela de la película de Danny Boyle que encumbró a casi todos los que participaron en ella: el propio Boyle, Welsh, Ewan McGregor, Robert Carlyle, etc. «Es más emocional que la primera porque los personajes contemplan su propia mortalidad», dirá por la noche en su acto estrella en La Noche de los Libros. Preguntado en la entrevista por si le ha gustado el resultado final de T2 solo dice «yeah, it’s alright».
Hijo de la clase obrera inglesa, a medio camino -como él mismo gusta recordar- entre un bala perdida de pub y un tipo sensible interesado por el arte, cree que «la gente está aburrida de que todo sea lo mismo. Las mismas tiendas en las avenidas de las ciudades, la misma música. Se supone que internet iba a darnos más opciones y es lo contrario».
Sobre su carrera literaria, dice que pasaba muchas horas de niños imaginando historias y que se «convirtió en escritor en su imaginación antes que en la realidad». Rehuye los tópicos sobre lo duro que es escribir, enfrentarse al abismo de la existencia, etc. «Para mí es como haberme jubilado hace 30 años. Es divertido, me encanta lo que hago, es como el trabajo soñado» -por la noche dirá que «estar encerrado en una habitación con personajes inventados no es bueno para nadie»-.
Acabadas ya las preguntas sobre su vida en Chicago, la violencia en Chicago, el ascendente literario de Chicago -con ninguna ha picado el anzuelo-, Welsh ve cerca el final de la entrevista y recobra las ganas de vivir. Saca el tema de Gibraltar: «¿Esos monos de qué raza son? ¿son salvajes?». Le cuento un vídeo que circula por internet, el de un tipo que intenta sin éxito que uno de los monos de Gibraltar coja una banderita española: «¡Claro, son monos adoctrinados por Gran Bretaña!Very british apes!«.
Irvine Welsh de noche. La cola dobla la esquina de la Real Casa de Correos de Madrid, en la Puerta del Sol. Los libros de culto renuevan su legión de seguidores con una facilidad pasmosa. Hay gente muy joven con su Trainspotting bajo el brazo. Adentro, bajo un enorme techo acristalado, Alessandro Baricco ya ha terminado su charla y firma ejemplares. Dos guardias civiles con bigote y tricornio pasean cerca del mostrador de libros. Visto con ojos extranjeros debe ser un país interesante este.
Welsh y Manuel Jabois están en un reservado, conociéndose. Dada la fama que les precede, uno esperaría encontrar por lo menos champagne, pero solo hay empanada de atún y botellas de agua. Una representante política, no viene al caso quién porque no es nada conocida, le pregunta a Welsh: «¿Usted cuántos libros hace al año?». Welsh resopla y contesta algo rápido y cortés, que no es poco. Alguien recuerda que tienen que ponerse la chapa de La Noche de los Libros en los bolsillos en la solapa. Welsh la levanta y exclama divertido: «¡Esta chapa es como un pasaporte!».
La sala central del edificio está repleta, las sillas ocupadas, el suelo convertido en una acampada. Los auriculares para la traducción simultánea se han repartido hace rato, pero la gente se queda igual, desnuda frente a las ráfagas de acento escocés cerrado. Welsh domina la cosa, ya lo ha hecho más veces, centenares de veces, probablemente.
«Cuando salió Trainspotting y hubo todo el escándalo mi madre dejó de hablarme por un tiempo porque me reprochaba que tenía muchos insultos. Luego, cuando empezó a tener éxito me dijo: ¡Muy bien, hijo, así se hace!». Las anécdotas sobre su madre encienden al público. «Sobre ‘La vida sexual de las gemelas siamesas’, me dijo que no le había gustado nada. ¿Por qué? Hay demasiado sexo lésbico, ¿qué sabrás tú de sexo lésbico? Bueno, madre, espero que más que tú».
Acaba el acto con algunas preguntas del público sobre la fama, el Brexit y si hay esperanza para la humanidad. La misma cola que había para entrar vuelve a formarse con rapidez para la firma de los trainspottings. Welsh recibe de pie con una sonrisa. Mañana se irá a Milán a seguir con su grand tour europeo.