La boda de mi mejor amigo cumple 20 años y hoy no existiría
La boda de mi mejor amigo tenía la ventaja incomparable de contar con Julia Roberts como protagonista.
Una de las mejores rom-com de los noventa cambió los roles y el final típicos del género. Y hacerla hoy no sería posible.
Hace 20 años llegó a las pantallas una comedia romántica que se quedó en la memoria de los espectadores de ese momento y que aún figura en listas de las mejores rom coms… y eso considerando que los “enamorados” no terminan juntos, o tal vez sí. La boda de mi mejor amigo tenía la ventaja incomparable de contar con Julia Roberts como protagonista. Y ya pensando en ella, esa mujer que el cine convirtió en la bonita vecina de todos, en la más querida, la trama casi se escribía por sí misma. Pero resultó que no. Que la película cambió las normas, que la perspectiva de la historia provenía de la villana y no la heroína. Que al final sí hay una boda, pero Julia Roberts es sólo la dama de honor.
La novia de América interpreta, con su enorme sonrisa y su pelo alborotado, a Jules, una periodista gastronómica que ha estado enamorada de su mejor amigo toda la vida, con quien tiene un pacto para casarse llegados a los 28 años (estándares retrógrados noventeros) si siguen solteros. Y cuando él la llama, cerca de su cumpleaños, ella supone que será para acordar casarse. Y él sí quiere casarse, pero con otra. Conoció a alguien, una joven e inocente universitaria llamada Kimmy. Y es aquí donde Jules pierde los papeles. Lo que sigue es una suma de tretas, cada una peor que la otra, para separar a la pareja, porque esta convencida de que es ella quien debe estar con él.
Y así, casi sin que el espectador lo note, la sonriente Julia Roberts, la chica buena por excelencia, se convierte en una malvada, en la tercera en discordia, en ese personaje que siempre está ahí en la película para que lo odies y quieras que la pareja supere todo. Pero es a la vez ella la protagonista, a quien vemos sufrir y descender cada vez más en un agujero de autodestrucción intentando obtener algo que quiere a costas de la felicidad de cualquier otro. Es egoísta y descabellada y si no fuese por Roberts la simpatía de la audiencia desaparecería en segundos. La línea es difícil de caminar porque además Kimmy, una jovencísima Cameron Díaz, no es lo que parece. Sí, es una chica rosa y pija, pero es también dulce, inteligente y realmente ama a Michael.
Inicialmente el final de la película no iba a ser tan revolucionario -para recapitular, Jules casi destruye la boda pero al final también la salva y termina sola en la fiesta, mientras la pareja se dirige a su luna de miel-, de hecho el plan inicial era que ella terminase con otro hombre, enamorada y feliz. Pero las audiencias de los focus groups estaban en contra. “La querían muerta. No entendían sus motivos”, dijo el director de la película PJ Hogan a Entertainment Weekly. Así que hubo modificaciones en la trama y el editor de Jules, su confidente, adquirió un rol más importante como su pepe grillo. “Cuando estaba siendo particularmente horrible hacíamos que llamara a Rupert y él le decía que estaba haciendo algo malo”. La actriz tuvo que regresar al set ocho meses después a grabar un nuevo final. Y en esos pocos minutos la audiencia perdona a una deprimida Jules que baila para olvidar sus penas con su confidente gay.
Los noventa -y los ochenta- fueron una era dorada de las comedias románticas y La boda de mi mejor amigo es prueba de ello. No era formulaica y no tenía el final predecible tan común en el género. Pero esos tiempos han pasado ya. Películas como esta no llegan a cines repletos de superhéroes y presupuestos exhorbitantes. Producciones de media escala son cada vez más escasas y las comedias románticas, cuando aparecen, son mediocres. Las excepciones vienen el pozo del cine indie (What if, The Big Sick, Adventureland), antes alejado de estas historias tan mainstream, ahora rescatando un género que ofrece múltiples posibilidades y que siempre tiene audiencia. Y de la televisión, que últimamente ha producido más de una historia que definitivamente podría considerarse una rom-com extendida (Master of None, Love, You’re the Worst, The Mindy Project).
Lo cierto es que 20 años después no hay un papel como este o una película como esta o incluso la posibilidad de una Julia Roberts -se le acerca Jennifer Lawrence, pero en ello han influido franquicias de literatura adolescente como Los juegos del hambre-. La boda de mi mejor amigo le dio a las audiencias un final diferente, les dio una protagonista que era una villana y les dio un momento genial (y perfecto para gifs, años antes de que existieran) en que un restaurante entero canta Say a Little Prayer. Convirtió la escena en que el chico persigue a la chica y le declara su amor, en una escena entre dos mujeres en la que una de ellas se disculpa y convence a la otra de quedarse con su amado, el amado de ambas. Puso patas arriba la fórmula del género pero sin hacer una revolución, aún dentro del mainstream. Hace 20 años se podía ver algo así en el cine. Hoy sólo pensarlo parece imposible. Y eso es triste.