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Cultura

Edmundo Paz Soldán: "Siempre estoy buscando cómo forzar el cambio"

La literatura es, en el mejor de los casos, todos los caminos, el único camino. La vida ha puesto a prueba al escritor boliviano Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967), que tiene los rasgos de la cara muy marcados, una sonrisa tímida, el pelo muy negro, y el modo en que siempre encontró el rumbo fue encorvado hacia el escritorio, escribiendo.

Edmundo Paz Soldán: «Siempre estoy buscando cómo forzar el cambio»

La literatura es, en el mejor de los casos, todos los caminos, el único camino. La vida ha puesto a prueba al escritor boliviano Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967), que tiene los rasgos de la cara muy marcados, una sonrisa tímida, el pelo muy negro, y el modo en que siempre encontró el rumbo fue encorvado hacia el escritorio, escribiendo.

Su infancia en una ciudad tan lustrosa, tan genuina como Cochabamba estuvo marcada por una indefinición que puede parecer sorprendente; compartió vocación por el fútbol, donde llegó a jugar en las inferiores del equipo local siendo un adolescente, y por la literatura, que con el paso de los años acabó imponiéndose.

“Recuerdo una revistería (quiosco)”, dice, regresando a su niñez. “Mi padre me llevaba los sábados y hacíamos una cosa que se ha perdido: cambiábamos libros. Yo leía muchas novelas de Agatha Christie. Llevaba mis cuatro novelas policiales y luego allí tenían una caja llena de donde podía coger. Hacíamos el canje”.

Hay unos años fundamentales para descubrir las verdaderas pasiones; pasados esos años, resulta difícil emocionarse del mismo modo, sentir de nuevo el fuego de las primeras ocasiones. Edmundo habla con agradecimiento del profesor de Literatura que le descubrió unas lecturas más serias, más exigentes, que le hacían cada vez plantearse más preguntas. Aquel maestro de su colegio religioso, el Don Bosco, le descubrió a los autores del boom latinoamericano, también Borges, a Kafka, el Lazarillo de Tormes. “Tenía 14 años y lo recuerdo perfectamente”, dice con entusiasmo. “Ficciones, de Borges. Cuando lo leí pensé si eso era posible. Eran unos cuentos que combinaban cosas muy populares de los géneros de espías, del género policial, con mucho suspenso. Todo con esa erudición intelectual de Borges, con citas a filósofos, teólogos, citas apócrifas, con todo ese juego. Yo me decía: ‘Si esto es Literatura, yo también quiero jugar’. Ese año encontré otros libros que me ayudaron mucho, como La metamorfosis, de Kafka, y La ciudad y los perros, de Vargas Llosa. Esto es algo que me marcó”.

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Las portadas de Ficciones, La metamorfosis y La ciudad y los perros. | Fuentes: Emecé, Alianza, Punto de Lectura

Fue entonces cuando Edmundo comenzó a escribir sus primeros cuentos, a maquinar sus primeras historias. El escritor de Cochabamba sentía cada vez más necesario ocupar su tiempo escribiendo y aborrecía los compromisos de ser un atleta; fue abandonando el fútbol cuando comenzó a ponerse serio, a exigir entrenamientos diarios. Sin embargo, fue a través del fútbol que consiguió una beca para estudiar Ciencias Políticas en Estados Unidos. Aquello le hizo saltar de emoción; corría el año 88 y en Estados Unidos empezaba a despertar un vago interés por un deporte que enloquecía a europeos e hispanos. Fue su oportunidad de cruzar el continente.

“Estados Unidos me causó un shock muy fuerte”, dice. “Cuando me fui allá me imaginaba California o Nueva York, pero fui a parar a un pueblecito del sur en Alabama. Era un mundo más cercano a Faulkner, marcado por la división racial, con universidades para blanquitos y universidades para negros. Teníamos como un partido de fútbol que se seguía mucho en el pueblo, ahí se marcaba mucho esa colisión”.

“Los primeros meses yo me quería volver”, continúa. “No dominaba el inglés, me sentía extraño en ese mundo; no era el Estados Unidos que mi imaginación se había creado”.

Edmundo cuenta lo difícil que fue esa adaptación, lo pronto que pensó en rendirse. Y, sin embargo, relata que fue su madre quien le convenció de no hacerlo de la forma más efectiva: pidiéndole que regresara. El escritor aprovechó así su oportunidad y conoció el país donde ahora reside. “Lo que más me impresionaba es que la beca del fútbol que yo tenía era muy completa”, dice, cruzando las manos. “Íbamos a un partido al Mississippi y el estadio era impresionante, pero allí había 30 personas. A mí me costaba entender que una universidad gastara tanto dinero en la beca por un deporte que no les interesaba y donde había poca gente que asistía a los partidos. Ahora ha crecido un poco, pero en aquel entonces pensaba que estaba en un país millonario que se permitía el lujo de despilfarrar dinero en nosotros”.

El fútbol ha crecido en Estados Unidos, y también se ha sofisticado. Edmundo recuerda, sin contener la risa, que allí lo más aplaudido, lo más celebrado, eran las entradas duras, cuando los defensores robaban la pelota tirando al suelo al atacante. La distancia cultural era enorme.

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‘Los días de la peste’, editado por Malpaso. | Foto: The Objective

 

Construyendo la Casona

Edmundo comenzó a gestionarse el tiempo en Estados Unidos, buscando los ratos que podía para escribir. Cuenta que comenzó a ponerse el despertador temprano para escribir, al menos, una hora al día; era la forma de no perder la práctica. “Recuerdo que dormía entre siete y ocho horas al día”, añade. “Comencé a dormir seis para que esa hora que ganaba fuera solo para escribir. Al principio me costó mucho, pero ahora duermo poco, entre cinco y seis horas”.

Sus primeras historias fueron relatos muy cortos; desde entonces, ha escrito y publicado multitud de novelas y cuentos, ha recibido numerosos galardones reputados –el Juan Rulfo de Cuento (1997) y el Nacional de Novela de Alfaguara (2003), entre otros– y su vocación permanece intacta. Esa pasión se desprende en Los días de la peste, que acaba de publicar con Malpaso, una novela donde el personaje principal es una cárcel, llamada la Casona, donde se concentra todo un mundo de violencia, corrupción y miseria.

La idea le vino, cuenta, de un viaje a casa de los padres de su exmujer; el padre era un abogado que decidió mudarse a un pueblecito de 8.000 habitantes en el norte de California. El abogado se fue allí en busca de clientes y terminó haciéndose un nombre. Aquel escenario le dio la idea de escribir una historia sobre la vida de dos hermanos que recuerdan su infancia como hijos de un alcaide de prisiones, conviviendo con aquel recinto pequeño, privado de libertad, sin espacio para la intimidad. Después de 70 páginas desechó la idea y apartó el proyecto. Fue muchos años después, leyendo un reportaje sobre una cárcel boliviana, la cárcel de San Pedro, cuando encontró la inspiración que entonces le faltaba; en aquella prisión los reclusos conviven con sus familias y todo tiene una apariencia más cercana a nuestra idea de suburbio que al concepto de prisión.

“Pienso que la religión es una invención humana y, como tal, debe reflejar nuestras miserias»

“Cuando pensaba en la cárcel, pensaba en el hacinamiento de las prisiones en Latinoamérica, que donde tendría que haber 800 presos hay 1.500”, dice Edmundo. Por este motivo la novela se compone de multitud de voces, una veintena, que se suceden entre los muros de la Casona; principalmente por eso, por esa sensación de asfixia, por esa anulación de la privacidad, se justifica ese caos de voces. En esta obra todas los estratos toman la palabra, pero como ocurre en la sociedad, la palabra de algunos tiene más valor que la de otros; lo único que los iguala es la muerte. “Para crear este microcosmos era necesario que al final se igualaran guardias y presos”, resume. “Pueden estar peleando, pueden estar enfrentados, pero parte de la novela se condensa en una frase: ‘Aquí las leyes se acatan, pero no se cumplen’. Yo quería ver cómo funcionaba la ley, la violencia, el orden, cuando todo está sujeto a negociación”.

Resulta interesante observar la colisión de dos mundos que se produce en Los días de la peste. Está ese mundo donde existe una devoción por una religión no institucionalizada, compuesta de mitos, de leyendas, que cohabita y se complementa con el cristianismo. Un escenario que tiene lugar en una sociedad donde hay tecnología, donde se produce ese choque entre lo místico y lo racional, lo mitológico y lo tangible. “Muchas veces se ha visto como una batalla, pero yo lo veo como la coexistencia de dos espacios”, explica Edmundo. “En la novela hay una religión pagana que está muy instituida y que es parte de una batalla política. Mi idea era mostrar cómo se instrumentaliza esa batalla. Puede ser que los presos tengan su fe personal en esta Virgen, pero no saben que hay una serie de niveles donde hay una lucha entre el prefecto y su competidor para utilizar esta Virgen en beneficio de su causa. Me interesan estos juegos políticos, el cómo se juntan la religión con la política y a su vez con la violencia”.

Y continúa: “Pienso que la religión es una invención humana y, como tal, debe reflejar nuestras miserias. También nuestras grandezas. No está alejada de la política, no está alejada de la violencia, no es un espacio sagrado. Es un espacio totalmente contaminado”.

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Edmundo Paz Soldán, entrevistado en la redacción de The Objective. | Foto: A.P.L./The Objective

La razón de escribir

Hace 10 años, Edmundo sufrió una crisis personal “muy fuerte” que lo llevó al divorcio. Aquella situación lo despojó de todo, lo convirtió en un mar de dudas, le llevó a preguntarse qué sentido tenía su trabajo. “He tenido otras crisis, pero ninguna como aquella”, dice, adoptando un tono serio. “En ese momento me preguntaba qué era lo que me gustaba de la escritura”.

En ese momento de tocar fondo encontró la manera de recomponerse: volviendo a la adolescencia, regresando a aquello que lo llevó a la literatura. “Volví no solo a Borges, sino a Agatha Christie, a Sherlock Holmes, a la ciencia-ficción, a la novela de aventuras, a Salgari…”, dice Edmundo, con otro ánimo. “¡Volví con otra mirada! Fueron cinco años en los que me dediqué a la ciencia-ficción, al género fantástico, como una forma de reconectar con la literatura popular que me gustaba”. Ahora está de vuelta con el realismo, el género con el que comenzó. “Siento que he regresado, pero es un realismo de otra manera”, dice, sonriendo. “Y así será hasta la próxima crisis”.

«Quisiera hacer siempre cosas que fueran diferentes a todo lo anterior”

Mientras tanto, se muestra de nuevo ilusionado, nervioso tras su última novela, preguntando si gustó, si pareció lenta, si fluyó como esperaba, como un escritor que publica por primera vez. “Yo siempre me imagino escribiendo, pero siento pavor a repetirme”, dice efusivo. “Siempre estoy buscando cómo forzar el cambio. Ahora estoy comenzando un nuevo proyecto y quiero que sea diferente. Hablamos mucho del estilo del escritor, y puede ser que haya escritores a los que tú leas una página y lo reconozcas al instante. Yo busco algo más inestable. Quisiera tener una novela policial, otra de ciencia-ficción, otra de aventuras. Quisiera tener cuentos. Quisiera hacer siempre cosas que fueran diferentes a todo lo anterior”.

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Edmundo Paz Soldán, en la redacción de The Objective. | Foto: A.P.L./The Objective
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