Paul Auster: "No culpo a Trump de ser un psicópata, pero me desconcierta que 60 millones de personas le votaran"
Siempre se imagina uno que Paul Auster será más alto, más grande, más fuerte. Con todo, Auster conserva a sus 70 años un aspecto formidable: un hombre elegante que peina unos largos mechones blancos hacia atrás, con los ojos grandes como pomelos, una voz honda y algo rasgada. Paul Auster visita Madrid unas horas después de la muerte de John Ashbery y tiene todos los focos apuntándole: se cuentan con los dedos de una mano los escritores que despiertan esta expectación. Paul Auster está tranquilo, apoya los hombros en la pared, cruza las manos, levanta un poco el pie izquierdo. Su presencia en el Espacio Fundación Telefónica, en un lugar privilegiado de la Gran Vía, es casi digna de un jefe de Estado. Luego se sienta frente a la prensa, que se cuenta por decenas, y se coloca un audífono para la traducción.
Siempre se imagina uno que Paul Auster será más alto, más grande, más fuerte. Con todo, conserva a sus 70 años un aspecto formidable: un hombre elegante que peina unos largos mechones blancos hacia atrás, con los ojos grandes como pomelos, una voz honda y algo rasgada. Solo han pasado unas horas desde la muerte de John Ashbery. Paul Auster visita Madrid y tiene todos los focos apuntándole: se cuentan con los dedos de una mano los escritores que despiertan esta expectación. Paul Auster está tranquilo, apoya los hombros en la pared, cruza las manos, levanta un poco el pie izquierdo. La disposición en el Espacio Fundación Telefónica, en un lugar privilegiado de la Gran Vía, es casi digna de una recepción de jefe de Estado. Luego se sienta frente a la prensa, que se cuenta por decenas, y se coloca un audífono para la traducción.
–Vamos a la Luna –dice, y ríe un poco solo.
España es el sexto país europeo que visita por su gira. Auster se ha desfondado en su nueva novela –la más larga, la más ambiciosa en años–, que se extiende en mil páginas y que se llama 4321 (Seix Barral). Los personajes centrales de la historia son cuatro chicos idénticos y nada extravagantes que tienen que enfrentar determinadas adversidades físicas y emocionales. Por ejemplo, uno de ellos es un adolescente seguro de sí mismo y con la autoestima bien alta que tiene que luchar contra la resignación y el miedo después de perder dos dedos de una mano en un accidente. Y este es solo un ejemplo. Quienes han leído el libro se reconocen satisfechos. Auster aseguró en una entrevista que había esperado toda una vida para escribirlo. Pero ante el nuevo auditorio prefiere hacer un rectificado: “Creo que le dije eso a alguien, pero no estoy seguro de haber esperado toda mi vida para ello. Aunque me di cuenta mientras la escribía de que era algo que necesitaba hacer”.
Y luego explica por qué fue lo que necesitaba y cómo se sintió al cerrarlo: “Me sentí exhausto cuando terminé el libro. Como puedes ver, es un libro largo. Recuerdo cuando escribí la última línea. Me levanté de la silla y casi caí al suelo. Me sentía muy cansado en un sentido físico. Pero creo que ahora me estoy recuperando y una vez termine esta charla eterna sobre el libro [no se refiere tanto a esta charla en concreto como a todo este tour plurinacional y desenfrenado que comenzó en agosto], todos estos asuntos, necesito desconectar y comenzar otras novelas”.
Paul Auster llevaba siete años sin publicar una novela. El terror entre sus lectores a que no volviera a publicar era patente, muy pocos escritores consiguen que su mundo sea tan próximo a otros cientos de miles de personas, y el escritor de El Palacio de la Luna no sintió reparos en alimentarlo tras una entrevista actual; en ella dijo que dudaba de sus fuerzas para seguir escribiendo. Un periodista le pregunta al respecto. Auster le reprende un poco, le dice que si estaba escuchando, y luego recupera el tono sobrio y educado para hablar de un trabajo de no ficción que tiene entre manos: “He comenzado algo. He escrito las dos primeras páginas. Espero escribir la tercera y la cuarta cuando vuelva a Nueva York. Y después de esto, me gustaría escribir otra novela. Tengo ganas de volver a casa, volver a mi habitación, cerrar la puerta y, a excepción de un viaje a México en noviembre, quedarme en casa”.
A propósito de México y a propósito de su país, Auster responde muchas preguntas sobre Donald Trump. En una de ellas, le plantean cómo sería la vida de Archie –el personaje sobre quien gira la historia– bajo el mandato de Trump. Auster dispara contra el magnate:
–No sé qué haría Archie. Pero yo sí vivo en los tiempos de Trump y me siento miserable y enfadado y frustrado. No culpo a Donald Trump de ser un maníaco psicópata, hay mucha gente así en el mundo. Lo que me desconcierta es que más de 60 millones de personas le votaran. Y es sorprendente que de esas personas, el 52 o 53 por ciento fueran mujeres. Sigo sin comprenderlo. Creo que hay mucha gente horrorizada por que haya estado un hombre negro dirigiendo la Casa Blanca durante ocho años. Creo que abrir las puertas de la Casa Blanca a un racista como Donald Trump no es solo un peligro para América, sino para todo el mundo. Creo que esto es algo en que estamos todos de acuerdo. No he oído a ningún político europeo, salvo por algunos fascistas colgados, decir que sea el hombre indicado para el trabajo. Veamos qué ocurre.
“No soy un filósofo, soy un contador de historias”
Paul Auster responde a más y más preguntas sobre política y futuro, y este es un fenómeno curioso: las preguntas que nos hacemos a nosotros mismos las trasladamos a escritores y cineastas, con la esperanza sincera de recibir una respuesta reveladora. Auster responde a cuestiones sobre la identidad, el espíritu pluricultural de América, la cuestión migratoria, su opinión sobre la política europea. Una periodista le pide su valoración acerca de la amenaza norcoreana y, literalmente, hacia dónde se dirige la humanidad. Auster abre un poco los ojos: “Es divertida la pregunta: estoy en la misma posición que cualquiera de vosotros. Si tuviera una gran respuesta para ti, no estaría escribiendo libros, sino en la carrera presidencial. Aunque creo que si este loco suicida (Kim Jong-un) da un paso adelante y Donald Trump está de mal humor, podría ocurrirnos algo terrible”.
Otra periodista le pregunta sobre una posible doctrina filosófica próxima al indeterminismo –todo se debe al azar– como eje fundamental de su novela. Auster le responde: “Esto es demasiado abstracto para mí. Entiendo de qué estás hablando, pero trato de explicar que no suelo tener un plan para mis historias. Creo que con lo que he lidiado a lo largo de mi vida es con lo inesperado. A los hombres nos suceden cosas extrañas. Pero nunca veo razones místicas, sino lógicas”. Y tras un comentario nada reducido y metafórico sobre el hombre que se introduce en el bosque ignorando su destino, concluye: “No soy un filósofo, soy un contador de historias”.
Una de las preguntas más sugerentes llegó casi al final, y le preguntó a Auster por la presión tan justificada sobre los escritores estadounidenses de escribir la Gran Novela Americana como hazaña que sepulta una carrera y pone en lo alto y para siempre su nombre y su apellido. Auster no esconde su molestia, y en un estado nada lejano a la indignación responde que no tiene qué decir: “Estas cosas me superan. Yo solo hago mi trabajo, no pienso en ello”. Auster insiste en que su única vocación es la escritura, y no la gloria.
Paul Auster tiene una capacidad asombrosa para contar historias, incluso hablando y ante el público. Quizá por la frecuencia con que las cuenta. En la entrada del edificio hay un cartel promocional con la portada del libro bien grande –tiene a un jugador de béisbol bateando con los rascacielos neoyorquinos de fondo– y con una frase que dice: “¿Recuerdas el momento en que cambió tu vida?”. Auster no deja cabos sueltos y responde que no solo recuerda un momento, sino dos:
–Uno fue conocer a mi esposa hace 36 años. Ella [Siri Hustvedt] había llegado a Nueva York dos años antes para estudiar en la Universidad de Columbia y era ocho años más joven que yo, y sigue siéndolo. Había una sola persona en el universo que teníamos en común. Yo había estado de viaje y supe de una lectura de poesía en Nueva York de una poeta que me gustó mucho y que encontré muy romántica. Pese a estar cansado y con ganas de ir a casa, decidí ir. Ella también fue, acompañada por uno de sus amigos de Columbia, que resultó ser una persona que teníamos en común. Sabía que él estaba casado, tenía más o menos mi edad. Di por hecho que tenían un affaire. Él nos presentó, pero no dije demasiado porque asumía que tenían algo. Tras hablar durante un par de minutos, él se dio la vuelta y se marchó a hablar con otras personas. Ahí descubrí que estaban allí como amigos. Siri y yo empezamos a hablar, y después continuamos hablando. Y luego, cuando todo terminó, fuimos a otra parte y seguimos hablando. Pasamos aquella noche juntos, y hemos seguido juntos desde aquella noche. Han pasado 36 años. Si no hubiera ido a esa lectura, si no me hubiera encontrado con aquel hombre, los últimos 36 años de mi vida habrían sido diferentes.
La segunda historia es particularmente intensa desde un punto de vista emocional, una experiencia traumática:
–Ocurrió cuando tenía catorce años en un campamento de verano en el Estado de Nueva York. Estaba allí con otros 20 chicos, bajo una tormenta eléctrica, y vi cómo uno de nosotros moría electrocutado por un rayo. Esta es probablemente la historia más importante de mi vida. Aquello dio forma a mi percepción del mundo, y a todo lo que he escrito en los últimos 50 años. Me enseñó que el terreno en que camino no es sólido y que cualquier cosa podría pasarle a cualquiera en cualquier momento.