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Cultura

David Becerra, contra la ideologización del canon

Con El realismo social. Historia de un olvido, David Becerra quiere contribuir al rescate de una literatura olvidada, a la construcción de una historia distinta.

David Becerra, contra la ideologización del canon

Tras La novela de la no-ideología y La guerra Civil como moda literaria, David Becerra publica ahora El realismo social en España. Historia de un olvido (Quodelibet). Si bien es cierto que el objeto central de su último trabajo es la reivindicación literaria y política del realismo socialista, Becerra prosigue con las indagaciones en torno a la conformación del canon literario español, subrayando la idea de que el concepto de “calidad literaria” no ha sido –no es- más que una excusa para “olvidar” obras literarias que ponían en entredicho el relato –el mito- de la Transición. El olvido de autores como López Salinas o López Pacheco responde a la misma lógica que se impone cuando la Guerra Civil se convierte en una moda literaria: eliminar cualquier elemento que ponga en entredicho el relato de consenso confeccionado en la Transición.

A priori, tu ensayo es una reivindicación del realismo social y de sus autores. Sin embargo, ¿podríamos decir que la idea última es una crítica a la construcción del canon literario español a partir de un uso ideológico del término “calidad literaria?

Exacto. Cuando se estudian unas obras literarias que han sido borradas o expulsadas del canon, que hemos dejado de leer y que hemos olvidado, en cierta manera estamos obligados a hacer también una crítica al modo en que se ha configurado ese mismo canon literario que las ha expulsado. Un canon no es una construcción inocente en el que únicamente participan argumentos estrictamente literarios; es también una construcción ideológica. Las obras que se incorporan a la tradición literaria son aquellas que en cierto modo legitiman el orden actual de las cosas. Por esta razón, aquellas obras que podrían contradecir, o al menos poner en cuestión, el relato que a la sociedad española se le ha impuesto desde arriba, dejan de leerse. Porque son obras que perturban, molestan, disienten. Claro que para que un discurso ideológico sea eficaz no puede evidenciar nunca su ideología de forma explícita, y allí entra el juego la tan cacareada “calidad literaria”: se nos dijo que no convenía leer estas novelas porque eran torpes, ramplonas, estaban mal escritas, que en ellas lo “literario” se sacrificaba a favor de lo político, etc. Y finalmente nos convencieron de que no valía la pena dedicar nuestro tiempo a leerlas, no porque fueran novelas políticas sino porque eran malas novelas.

Sin embargo, ¿no era así?

Basta leerlas para comprobar que no son en absoluto malas novelas, incluso si las evaluamos según los códigos y los esquemas de análisis de los productores del gusto. Pero, independientemente de esto, desde el punto de vista del historiador de la literatura, son novelas que conviene leer y estudiar, ya que nos hablan de un periodo histórico fundamental del siglo xx español, y no tenerlas en cuenta supondría renunciar a extraer una visión de conjunto de lo que es la historia –y la historia literaria—de la España del siglo xx. Un historiador no debe estudiar solo lo que obedece a su gusto, debe estudiar todo aquello que resulte significativo para una mejor comprensión de la historia y de la historia literaria. Y estas novelas, aunque pretendan negarlo, sin duda lo son. Por eso es fundamental rescatar y leer estas novelas.

¿El relato de la Transición fue el fin último de la construcción de un canon literario que necesitaba “olvidar” el realismo social para poder construir un relato de la Transición sin fisuras?

El relato, o el mito, de la Transición se construye de la siguiente manera: dos grandes hombres con grandes gestos deciden traer la democracia a España. Pero las cosas no fueron exactamente así. La democracia no fue una concesión, sino una conquista de hombres y mujeres que, durante muchos años, lucharon oponiéndose a la dictadura franquista. Esos hombres y mujeres que no salen en el relato oficial sí aparecen, con gran protagonismo, en las novelas del realismo social de los años cincuenta y sesenta.

David Becerra, contra la ideologización del canon
Portada de «El realismo social en España» editado por Quodelibet

Es decir, el realismo social da voz a la silenciados por el relato oficial.

En estas novelas vemos cómo las clases subalternas de la sociedad española poco a poco van elevando su conciencia, empiezan a organizarse y a luchar contra una sociedad injusta. En las luchas que emprenden los personajes de estas novelas está el germen de lo que será la lucha antifranquista de los años sesenta y setenta, la lucha que modificará la correlación de fuerzas y que obligará a las élites franquistas a acostarse franquistas y a despertarse demócratas para sobrevivir en los nuevos tiempos. Pero esas élites no trajeron la democracia, la democracia se conquistó luchando en la calle. Y eso es lo que queda fuera del relato de la transición. Estas novelas nos recuerdan quiénes son los que lucharon, por eso, molestan y ha sido mejor olvidarlas.

En tu ensayo sostienes que estas novelas muestran “las huellas de revolución y ruptura que situarían al régimen en una desfavorable correlación de fuerzas” ¿Esta correlación de fuerzas tiene su origen en el desarrollismo económico?

La incorporación de la España de Franco al bloque capitalista pasa por la aceptación de las recetas económicas FMI y OCDE, es decir, reducción de gasto público, privatizaciones, liberalización del mercado, etc. Son los años en los que el franquismo sale de la autarquía de posguerra para desarrollar una economía capitalista. España empieza a crecer, a desarrollarse, pero como nos recuerdan una vez más estas novelas –y La mina es un ejemplo muy claro– este crecimiento se debe fundamentalmente a la explotación laboral, los bajos salarios, la falta de inversión en seguridad, etc. Pero, del mismo modo, los excedentes que genera esta economía les van a permitir a los trabajadores aumentar su poder adquisitivo y empezar a formar parte de la sociedad de consumo. Hay una frase del ministro de Vivienda de Franco que es muy significativa: convertir a los proletarios en propietarios. Los proletarios se convierten en propietarios y poco a poco empiezan a formar parte de la llamada clase media. Podríamos pensar, como de hecho se piensa, que por medio del consumo el capital domestica a una clase trabajadora que a medida que ve aumentar su poder adquisitivo y se adentra en la sociedad de consumo empieza a olvidar sus reivindicaciones de clase.

¿Una especie de alienación?

Aunque en realidad el argumento funciona, no fue exactamente así, ya que esto supondría otorgarle demasiada inteligencia estratégica al capital. Creo que el aumento del poder adquisitivo de la clase obrera tampoco es un regalo, sino el resultado de sus luchas.  

Dice Bértolo que el “certificado de homologación” recae solamente en aquellas obras que tienen como “espacio narrativo la alienación existencial de las clases medias” ¿Podemos afirmar que el realismo social ejerció y, en parte, ejerce como relato contra-hegemónico?

Sin duda. Y en las palabras de Constantino Bértolo que citas creo que está ya la respuesta. Pero vamos a ponerle nombre: Tiempo de silencio, por ejemplo, que es una novela muy interesante y nos ofrece una riquísima radiografía de la sociedad española de la época, ha recibido ese “certificado de homologación” precisamente porque habla de la alienación existencial de las clases medias, no de cómo la explotación laboral de la clase obrera –que en ocasiones acaba con la muerte– es la que permite el desarrollo de las fuerzas capitalistas en España.  

Hablamos de realismo social, pero en verdad tú terminas reivindicando el realismo socialista. ¿Todavía hoy, como diría García Hortelano, hay pudor en hablar de realismo socialista y a qué se debe?

En un momento del ensayo siento la necesidad de establecer una distinción entre realismo social y realismo socialista para poner un poco de luz en la confusión terminológica que existe en este campo de estudio. Porque normalmente, y bajo la etiqueta de “realismo social”, se encuentran novelas que no tienen nada que ver unas con otras. La diferencia entre realismo social y el socialista es su intención “implicativa”: si el realismo social indaga la realidad que describe para explicar, de manera sociológica, cómo las condiciones sociales determinan la conducta de los seres humanos, el realismo socialista describe la realidad con la intención de transformarla políticamente. Sin embargo, seguimos hablando de “realismo social”. No sé si, como decía Hortelano, se trata de pudor, pero de lo sí que se trata, seguro, es de política.  La ideología literaria dominante, que concibe la literatura como un discurso autónomo que no interviene en lo político y en lo social, desplaza de la esfera pública discursiva cualquier proyecto literario que tenga, entre sus pretensiones, la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, una sociedad sin explotación. Por eso siguen existiendo, todavía hoy, tantas reticencias a llamar a las cosas por su nombre.

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Portada de «La mina» de Armando López Salinas | Imagen vía Akal Literaria

En su crítica de La Mina, Belén Gopegui desarma la crítica literaria. ¿La afirmación de que lo político se imponía a lo literario era, por tanto, una excusa, una “ignorancia interesada” en vistas a crear un conveniente sistema literario?

El análisis de Belén Gopegui, que incorporo a mi libro, es muy interesante, ya que en él se muestra la doble vara de medir que utiliza la crítica cuando desprecia una novela como La mina. Si el protagonista de La mina, dice Gopegui, hubiera sido «escritor o piloto de avión, pianista, detective, profesor de universidad, y si su trayectoria hubiera estado descrita con los exactos recursos literarios que encontramos en La mina, La mina sería ahora una gran novela». Por lo tanto, sí, comparto plenamente el diagnóstico de Bértolo cuando habla de “ignorancia interesada”: nos hicieron creer, como decía al principio, que eran novelas que estaban mal escritas y por eso dejamos de leerlas, que por su proyecto político estas novelas maltrataron el estilo y el lenguaje, y que por lo tanto eran poco literarias. No convenía leerlas, y nos convencieron. Todos estos años de olvido demuestran que nos terminaron convenciendo. Por eso es tan importante volver a leerlas y a estudiarlas.  

¿Crees que este sistema literario, conformado y asentado durante la Transición, gracias en parte a la prensa escrita, empieza hoy a desquebrajarse?

Creo que sí. Y lo creo por dos motivos: el primero es porque en los últimos años, y coincidiendo con la crisis del régimen del 78, se han empezado a cuestionar también a los intelectuales orgánicos del régimen del 78. Libros como La desfachatez intelectual de Ignacio Sánchez Cuenca, La nación singular de Luisa Elena Delgado o El cura y los mandarines de Gregorio Morán, pero también las críticas que han recibido autores como Javier Cercas, Antonio Muñoz Molina, Javier Marías o Arturo Pérez-Reverte –que ellos han leído como si de una crítica personal se tratara–, demuestra que todo un sistema de ideas y de valores se está desquebrajando. Eso es, en parte, una crisis de régimen: la ruptura de un consenso, que no es solo político sino también –y, sobre todo– cultural.

¿El segundo motivo?

El segundo motivo acaso se encuentre en la búsqueda de nuevos referentes justo cuando los viejos referentes empiezan a ser cuestionados. Es muy interesante observar cómo, en estos años de crisis de régimen, la sociedad española ha empezado a leer de otra manera su tradición literaria y ha empezado a buscar y a rescatar obras que habían sido olvidadas. Un ejemplo claro acaso se encuentre en Tea rooms de Luisa Carnés, una novela de los años treinta que nunca se había publicado en democracia, y que ha publicado recientemente Hoja de Lata, y que lleva ya, si no he perdido la cuenta, cinco ediciones. La sociedad española necesita conocer su pasado y también desenterrar a los autores y autoras que hemos olvidado. Queremos conocer otro relato de nuestra historia, porque ya no nos creemos más la historia que nos contaron. Con El realismo social. Historia de un olvido, como previamente hice con mi edición crítica de La mina de Armando López Salinas, quiero contribuir al rescate de una literatura olvidada, a la construcción de una historia distinta.

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Portada de Tea Rooms de Luisa Carnés | Imagen vía Hoja de Lata

En otros textos tuyos te has mostrado muy crítico hacia la representación literaria que, en parte, todavía se hace de la Guerra Civil y la Transición.

No quería decirlo, pero sí, yo también he intentado poner mi granito de arena en esa ruptura del consenso cultural. Mis ensayos La novela de la no-ideología (Tierradenadie, 2013) y La Guerra Civil como moda literaria (Clave Intelectual, 2015) iban en esta dirección. Los dos ensayos tienen en común la crítica radical a la narrativa y la ideología literaria dominante en España de las últimas décadas. Es decir, una literatura donde lo político y lo social desaparece, se borra, se desplaza a favor de una lectura de los conflictos en clave individualista, psicologista o moral; en estas novelas todo el conflicto se encuentra en el yo, en el interior del individuo, la verdad nunca está ahí fuera. Según estas novelas, lo que nos pasa nunca tiene una causa política, por lo tanto, para resolver lo que nos pasa no es necesario hacerlo políticamente, sino individualmente. No hay que luchar contra el sistema para resolver el conflicto, hay que luchar contra nosotros mismos, adaptarnos a las circunstancias, como dicta la lógica neoliberal.

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