La Diada del millón por la independencia de Cataluña
La Guardia Urbana cifró la participación alrededor del millón de personas. Los Mossos d’Esquadra destacaron el civismo de la multitud convocada por dos organizaciones civiles: la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural. Entre el Paseo de Gràcia y la calle Aragó de Barcelona, los independentistas celebraron el Día Nacional de Cataluña con una jornada que esperan sea la última, antes de celebrar el referéndum convocado el 1º de octubre por el Govern de la Generalitat.
La Guardia Urbana cifró la participación de esta diada alrededor del millón de personas. Los Mossos d’Esquadra destacaron el civismo de la multitud convocada por dos organizaciones civiles: la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural. Entre el Paseo de Gràcia y la calle Aragó de Barcelona, los independentistas celebraron el Día Nacional de Cataluña con una jornada que esperan sea la última, antes de celebrar el referéndum convocado el 1º de octubre por el Govern de la Generalitat.
Un closure. Cerrar un ciclo. Abrir una nueva etapa. El independentismo catalán ha vuelto a salir a las calles de Barcelona para reivindicar su identidad y su sentido de nación. Por enésima vez. Lo han hecho sistemáticamente desde el año 2012, según se podía leer en las espaldas de muchos de los manifestantes: 2012, marcha —la clásica—; 2013, Vía Catalana —cadena humana inspirada en la Vía Báltica que animó la independencia de Letonia, Estonia y Lituania. 2014, la Diada de la V humana entre Diagonal y Gran Vía, para reivindicar la victoria o los deseos de victoria en la celebración de un referéndum por la independencia. 2015, la Via Lliure; cuando hicieron un puntero que recorrió la avenida Meridiana de Barcelona. El eslogan decía en catalán que “Ahora es la hora” (que era o en todo caso, que sería). 2016, a punt; una celebración descentralizada en cinco ciudades catalanas y ésta, la de la suma, la equis, la performance más cercana a una fecha concreta: el 1 de octubre, cuando el independentismo político planea celebrar un referéndum por la independencia.
Y que la gente vote.
Para algunos, como Cris Barti, maestra jubilada de Cardedeu, una ciudad a menos de 40 kilómetros de Barcelona, el listado de las camisas se queda corto. Barti iba de voluntaria de la organización, con un cartel que decía “Caixa de solidaritat”, con el cual recogía dinero para entre todos enfrentar la multa de 5 millones de euros que el Tribunal de Cuentas pide por la consulta del 9 de noviembre de 2014, un intento frustrado de referéndum, que deberán asumir once ex altos cargos de la Generalitat. Esta historia para ella comenzó en 2010, luego de que el Tribunal Constitucional recortara el Estatut, la norma básica que vertebra la autonomía catalana y que no se tocaba desde 1979.
Aquel proceso fue largo y proponía sacar el mayor partido al autogobierno, defendiendo el sentido de nación —recortado—, el aumento de derechos lingüísticos —recortado— y un nuevo sistema de financiación. Ya fue difícil poner de acuerdo a los partidos catalanes, para que luego de ser aprobado por una votación ciudadana en 2006, regresara reducido desde Madrid: “No hay diálogo posible”, dice mientras la gente pasa y le sueltan euros en una bolsa roja que lleva consigo. “Tampoco hay respeto, sino humillación”. No ve tercera vía. No la ve posible, dice que no la hay: “No tenemos con quién federarnos”.
Sabe que el camino ha sido de piedras, complejo, confuso, pero quiere que le dejen votar y que respeten el sentido de su voto. Desde 2010 se ha manifestado cada año.
Entre el inmenso parque de esteladas —la bandera independentista— destacaban unas amarillas con un león negro, la bandera de Vlaamse Volksbeweging, el Movimiento Popular Flamenco, un thinktank que quiere que Flandes se independice de Bélgica: “Hace cinco años que acompaño a los catalanes cada once de septiembre”, comentó Dieter Delrue, uno de los activistas. Le acompañaban unas 50 personas, todos belgas, hasta que consigan lo contrario.
Puestos a ondear banderas, también desfilaron la del Tíbet, la de Badalona, la de la Marina catalana y así, muchas otras, como la reedición de la bandera negra del tricentenario —la de combate— que se popularizó en la Diada de 2014, cuando se celebraban 300 años de la Guerra de Sucesión, una derrota que sometió desde entonces a los reinos de la Corona de Aragón, a las leyes de Castilla. Ya puestos, ninguna camiseta alcanza para la épica del movimiento.
Por eso Siria Sánchez, una antropóloga de 51 años, se unió a la manifestación sin ninguna camisa oficial, sin alzar ninguna bandera, sin corear ningún eslogan: “Esto es un movimiento de la sociedad civil”, dijo. Cuando tenía 16 años emigró a Sudamérica y vivió durante 15 más, en San Antonio de los Altos, a unos 13 kilómetros de Caracas. Dice que aun allá, en Venezuela, cada 11 de septiembre, ponía en su balcón la senyera, la bandera institucional de Cataluña. Nada de esteladas: “Entonces, no la teníamos tan incorporada en nuestra identidad”. Pero ahora sí. Y por eso, decidió salir y sumarse por primera vez, al millón con ganas de voto.