Hay una gran literatura africana (y la estamos ignorando)
Cuenta Sonia Fernández, experta en literatura africana, que el conocido autor Nuruddin Farah supo expresar con acierto la situación de silencio que sufren los autores africanos en el mundo editorial, salvo por excepciones como la suya: soy el somalí que el mundo ha aceptado en la fiesta. En la misma lista de invitados aparecen nombres como J.M. Coetzee o Chimamanda Ngozie Adichie. Ambos en grandes editoriales, con difusión y lectores; el primero con un Premio Nobel de Literatura, incluso. Con todo, la realidad nos demuestra que existe toda una literatura riquísima que no llega a las librerías o que, solamente a veces, asoma con timidez en los últimos estantes.
Cuenta Sonia Fernández, experta en literatura africana, que el conocido autor Nuruddin Farah supo expresar con acierto la situación de silencio que sufren los autores africanos en el mundo editorial, salvo por excepciones como la suya: soy el somalí que el mundo ha aceptado en la fiesta. En la misma lista de invitados aparecen nombres como J.M. Coetzee o Chimamanda Ngozie Adichie. Ambos en grandes editoriales, con difusión y lectores; el primero con un Premio Nobel de Literatura, incluso. Con todo, la realidad nos demuestra que existe toda una literatura riquísima que no llega a las librerías o que, solamente a veces, asoma con timidez en los últimos estantes.
Hace unas semanas, en los días anteriores a que se anunciara el ganador del Premio Nobel de Literatura de 2017, cobró fuerza el nombre del keniano Ngugi Wa Thiong’o. Pero se lo llevó Kazuo Ishiguro. “La literatura africana es muy desconocida”, dice Fernández, con cierto lamento. “Encontrar un libro de literatura africana en una librería es muy difícil. Este año he empezado a ver, y es algo significativo. Pero muy poquito, a cuentagotas”.
El escritor Antonio Lozano ahonda en el debate y afirma: “Es como si no existiera: le hemos dado la espalda”. Luego añade: “La literatura africana no es que haya sido olvidada, es que no ha sido visitada. Existe un cuerpo literario riquísimo desde los años 20 hasta ahora. Pero es raro encontrar a gente que haya leído literatura africana”.
Así pues, a beneficio de la literatura africana, surgen varias preguntas.
¿Cómo hacer que el lector español (o europeo) se interese por esta literatura?
Fernández reconoce que no aboga por ofrecer privilegios como método: “No soy partidaria de que haya que darle visibilidad por ser de África”. Pero asegura que la mejor manera es esforzarse en dar difusión a las obras que nos gustan. “Una forma que hemos encontrado últimamente y que está dando mucho resultado son los clubs de lectura basados únicamente en letras africanas”, dice. “Es una forma de dar visibilidad”.
Esta postura guarda muchos puntos comunes con las propuestas de la novelista ecuatoguineana Remei Sipi Mayo, afincada en Barcelona. “Debemos hacer mucho trabajo de campo”, dice. “Difundir para crear interés en el público llano. Tanto por la literatura como por África, que no interesa”.
La escritora sostiene que hay dos razones por las que no se lee literatura africana: porque –a priori– no tienen lectores y no dan dinero, por lo que las editoriales grandes renuncian a ella, y porque África no interesa: “La gente solo conoce África por estereotipos: mujeres sumisas, niños con los mocos caídos, etcétera”.
En su ansia por encontrar lectores, ¿para qué público están escribiendo los autores africanos?
Fernández responde con entusiasmo: “Es uno de los eternos debates”. Dice que la mayor parte de los temas que preocupan a los escritores de África tienen que ver con nuestra visión respecto al continente. Dice que abordan cuestiones de inmigración, de racismo. “No es lo mismo que una historia que se desarrolla en Uganda con personajes de Uganda y problemáticas de Uganda”, dice. “Esa clase de obras se ven con cuentagotas”.
Y va más allá: clasifica a los autores africanos –si puede aplicarse como concepto más que como gentilicio– en tres categorías. El primero tiene que ver con los autores que viven, escriben y publican en África. El segundo, con los que han vivido en África pero, por circunstancias laborales o personales, han salido al extranjero y han desarrollado su obra en Europa o Estados Unidos. El tercero, con los que no han nacido en el continente africano, aquellos que son de segunda generación. Dice que los dos últimos grupos acaparan el 90% de la literatura africana que llega a nuestras manos.
“Sin duda el escritor africano escribe más bien para el lector europeo y americano, o en todo caso para la élite cultural de sus propios países”, comparte Lozano. “Hay que pensar que estos países suelen tener una alta tasa de analfabetismo”. En este sentido, surge la cuestión de la lengua: conforme menos extendida esté la lengua de los escritores, más difícil es encontrar un mercado. A veces es incluso imposible encontrar traductores. Por ello, muchos renuncian a sus idiomas maternos para escribir en la lengua de los colonizadores, principalmente francés o inglés. Hay honrosas excepciones, como el propio Ngugi, que renunció al inglés en los 70 para escribir únicamente en kikuyu, exclusivo de su etnia. Y esta es una cuestión que genera cierta discusión entre autores, que se cuestionan entre sí el compromiso con su cultura en función de la lengua que emplean.
“Los autores africanos suelen escribir en las lenguas del antiguo colonizador y en países ajenos al suyo”, continúa Lozano. “Es que la industria editorial está poco desarrollada en África, sobre todo en la África negra. Aunque en el Magreb, por ejemplo, hay muchos escritores que escriben en árabe y publican allí”.
A pesar de estas posiciones, Sipi Mayo no se resigna a aceptar esta visión. “Los autores africanos no escriben para el público europeo, solamente”, dice, desencantada. “Tampoco para el público africano, solamente. El escritor escribe para que le lean, sin elegir el público. Para que le lean y sobre lo que conoce”.
¿Con qué libros o autores hacer la primera incursión en las letras africanas?
“Hay bastante literatura africana traducida al español”, arranca Lozano. “La Casa de África ha hecho una colección que tiene ya 18 títulos importantes, pero hay otras editoriales que también han publicado cosas. También es verdad que son editoriales pequeñas, de difícil acceso”. Así, Fernández recomienda que el lector comience con títulos más recientes, que aborden problemas de hoy, para luego continuar con los clásicos, aquellos centrados en la etapa precolonial.
Lozano se lanza a dar nombres: “Hay títulos fundamentales, como Todo se desmorona, de Chinua Achebe. Hay novelas reivindicativas muy importantes, como El baobab que enloqueció, de Ken Bugul. O la primera gran obra feminista, que es Mi carta más larga, de Mariama Ba. O Boubacar Boris Diop, del que destacaría Murambi, que es una obra sobre el genocidio de Ruanda”.
A estos, Sipi Mayo añade nombres como la propia Chimamanda o Buchi Emechita, aunque también incluye a Colson Whitehead, que es estadounidense. Lo hace por su libro El ferrocarril subterráneo. “Describe la situación de la gente que vivió la esclavitud”, dice la escritora. “Y si hablas de esclavitud, tienes que partir de África”. Para Sipi Mayo, esta literatura también forma parte de las letras africanas.