Cristina Rivera Garza: "Todo conocimiento que podamos tener de alguien como Rulfo es una aproximación”
Rivera Garza está invitada al Hay Festival principalmente para hablar de Juan Rulfo, ya que su última novela Había mucha neblina o humo o no sé qué (Literatura Random House, 2016) hace un homenaje al mítico autor mexicano. Es a partir de Rulfo que también comienza esta entrevista.
Durante el Hay Festival de Arequipa, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza tenía pautados varios eventos. El primero era una entrevista performática con Ignasi Duarte, esa nueva moda de llevar a la teatralidad algo tan sencillo como lo es preguntar. Durante el encuentro Rivera Garza sería interpelada por Duarte a través de preguntas que ella misma le hace a sus personajes en sus novelas. A pesar del jetlag –según nos contó después-, el evento estuvo entretenido, pues la entrevistada hizo dudar hasta al propio entrevistador. Fue después de esa sesión que pude reunirme con una muy cansada escritora para realizar mi entrevista, un poco menos teatral.
Antes de comenzar Rivera Garza me comenta que cada año hace un ascenso a un volcán en Toluca y que la altura en Arequipa, no la afecta. Su agotamiento se debe a la cantidad de vuelos que tuvo que tomar para poder llegar al Hay Festival, ya que dirige un doctorado en escritura creativa en Houston, donde busca promover un espacio de intercambio de lecturas y perspectivas, con el objetivo de formar pensamiento crítico en los escritores noveles.
Rivera Garza está invitada al Hay Festival principalmente para hablar de Juan Rulfo, ya que su última novela Había mucha neblina o humo o no sé qué (Literatura Random House, 2016) hace un homenaje al mítico autor mexicano. Es a partir de Rulfo que también comienza esta entrevista.
¿Cómo te acercaste a Rulfo siendo su admiradora?
Para empezar era algo que yo ya estaba haciendo, leer continuamente a Rulfo. Cuando algo te interesa vas poniendo atención y te va dando respuestas y pistas para seguir haciéndote preguntas más complejas. Para mi el momento más decisivo fue cuando estuve en Oaxaca y conocí a algunas personas que habían tenido que lidiar con el proceso de desalojo e inmovilización de la presa Miguel Alemán. Se construyó esta gran presa que es un proyecto importantísimo de la modernización mexicana. El día que me quedó muy claro que Rulfo había trabajado allí, nuestro gran autor rural con una serie de intereses en común, y me dije: “¡Guao! esto es interesante, esto es un punto de vista que al menos a mí me da otra visión de quién es Rulfo y lo hace más complejo”. Y parte de querer a un autor es como enamorarse, alguna parte de ti está consiente de que tu ser amado no es tan perfecto como lo ves, pero has decidido aceptarlo así, porque para eso estás enamorado; si no, para qué. Entonces este constante rondar alrededor de su vida y la perspectiva de introducir la pregunta sobre su trabajo, sobre las condiciones materiales de las practicas de escritura, me condujo a un Rulfo mucho más oscuro, con muchas más capas y pensé que eso podía ser interesante incluso para aquellos que lo han estado estudiando como una especie de santo o mito.
Yo no tengo ningún problema con que mis autores sean complejos, para mí no es un either or o si digo esto es que no lo admiro; todo lo opuesto, es meterte en los recovecos cada vez más íntimos, porque afectan en términos sociales a la modernización mexicana. Entonces esta fue una pregunta lo suficientemente amplia sobre lo que se ha hecho sobre Rulfo para garantizar mi aprecio y admiración y aportar algo sobre el autor y las obras que se escriben en español.
Debido a este libro recibiste muchas críticas, a pesar de que tú hacías una acercamiento desde el homenaje y la complejidad. ¿Por qué crees que se tiene tanto miedo en México a desmitificar una figura como Rulfo? ¿Sería destruir la argamasa de la unidad mexicana?
Habría que matizar, porque las criticas vinieron de la fundación Juan Rulfo; otras fueron enriquecedoras y complejas. Yo sabía que estaba escribiendo un libro incómodo, siempre he estado escribiendo libros incómodos, pero nunca había incomodado a una fundación y ahora ya sé qué se siente.
La principal respuesta en contra fue de una fundación que se ha encargado en los últimos años de privatizar el nombre Juan Rulfo para que, desde su punto de vista, aquellos que vivieron con él y con su familia se beneficien del trabajo que él hizo. Que en cierta medida me parece bien, porque ellos tuvieron que pasar días y años con una persona genial y también difícil.
La otra cuestión es que el proceso de privatización del nombre de Rulfo choca con los lectores, porque los lectores, cuando los libros realmente nos enganchan, nos convertimos con gusto y pasión casi en coautores y nos apropiamos la materia de los libros porque dejamos nuestra vida también allí cuando estamos interpretando; y para una Fundación este tipo de trabajo más flexible y critico, simplemente, no le puede gustar.
Cuando tenemos fuerzas dedicadas a lo que podría ser el bien común, esas mismas fuerzas tienen que ofrecer alternativas muy cortas y controladas de cómo se debe leer la obra de alguien. Si hay algo que yo nunca he hecho es obedecer, mis padres te pueden contar muchas cosas al respecto
Claro, se lo dijiste a Ignasi, “¿qué es la ley?”
(Risas) Creo que la tensión con esa perspectiva es que yo, desde hace tiempo, he trabajado el concepto de desapropiación, que tiene que ver con escribir textos que muestren las conversaciones o los lazos con otro tipo de voces u otro tipo de autores en la misma construcción del texto. Entonces esta es una posición en el otro extremo de lo que hace la Fundación. Ellos están tratando de privatizar y de capitalizar un nombre, mientras que mi escritura está tratando de hacer lo contrario.
¿Es una escritura de resistencia?
Me gustaría pensar que sí.
¿Cuando terminaste de escribir el libro te diste cuenta que era un libro político? ¿Pensaste que te meterías en problemas?
Yo sabía que tenía la posibilidad de meterme en grandes problemas. No te metes con un nombre como el de Rulfo pensando que vas a tener una tarde agradable en el parque. De hecho varios de mis amigos me dijeron: “¿no te da miedo la fundación?”. Y respondí: “¡Claro que sí! no soy idiota, claro que me da miedo, pero no puedo dejar de hacer este libro”. Me parece que hay dos o tres elementos de los cuales se pueden generar lecturas muy distintas al Rulfo que conocemos, y para eso están los libros. Si los libros fueran para gustar nada más, en el sentido que se acoplen sin ningún tipo de tensión, ¿qué tipo de libro sería ese? Entonces yo ya lo sabía, además estoy convencida de que todo acto de escritura es un acto político. Entonces sí lo sabía, y sabiéndolo seguí adelante.
La mirada de Cristina Rivera Garza como admiradora de Rulfo, después de los problemas y las críticas de la Fundación, ¿cambió de alguna manera?
Mi relación con el autor es una y va a durar mucho tiempo, tal vez es la relación más larga de mi vida (risas). La profundizó, la hizo más compleja, él me dio una dimensión más humana que no tenía antes. Una cosa es comentar sobre Rulfo en una mesa después de cenar y otra es discutir con los lectores de Rulfo que son legión y que, por supuesto, han invertido emocionalmente tanto o más que yo en el proceso. Eso existe y ese es el riesgo.
Lo que eso me dice es que el libro ha tocado fibras sensibles que no solo tienen que ver con el autor sino con la manera como vemos el país, porque su identidad está relacionada con ese lugar. Y eso es lo que uno quiere cuando está escribiendo un libro, que toque fibras sensibles, que sea parte de una conversación, si la gente no está de acuerdo con uno pues bueno, son los riesgos que se corren cuando se tienen ideas y yo estoy dispuesta a enfrentar esa situación. Allí está libro y allí están las cosas que se dijeron y que se pueden seguir diciendo.
Claro, es una conversación eterna…
Si tenemos suerte, porque la critica más terrible es la indiferencia. Lo que yo veía es la pasión entre los que atacaban y los que defendían; entonces pensé que esa era una conversación que me interesaba, es algo que los que participamos en ella, ponemos cosas que nos importan. Personalmente yo nunca entendí la crítica de la fundación, nunca hubo un statement, había tres cositas, cualquier cosa. En fin, pero he hablado con otras personas que leen el libro desde distintos puntos de vista y hemos desarrollado otro libro que no voy a escribir de cosas que han surgido.
¿Y dónde estarán esas cosas en tu blog? ¿Tendremos que hurgar?
Pues quién sabe dónde van a estar, quizás están subrepticiamente entre otras cosas.
Lo bello de la literatura es que se está escribiendo algo nuevo y tu querías deconstruir e integrar. Ese tipo de investigación y de estructura en el caso de tu libro, ¿tiene que ver con la literatura digital?
Sí, estamos acostumbrados como lectores contemporáneos a muchas ventanitas y tenemos la capacidad, socialmente, de estar haciendo esa especie de sinapsis. Y de eso se hace mucho en libros de cross-genre, esos que están entre géneros y cuestionando los géneros que se tienen como legítimos. En el tratamiento de Rulfo, para mí eran muy importante los cuentos, que surgieron dentro del terreno de la ficción y que tienen que ver, sobre todo, con Rulfo y la sexualidad femenina. Y no sé porque esa sección es la de ficción del libro. Toda esa parte tiene que ver con su trabajo, luego están todos los recorridos del cuerpo como una especie de crónica. Cada aproximación fue requiriendo una serie de herramientas asociadas o no con géneros específicos y quería que las secciones estuvieran platicando unas con las otras desde sus perspectivas.
Tu libro es en papel, pero con esa estructura podía perfectamente hacerse en transmedia…
Lo que estás diciendo es muy cierto, porque el libro aparece en un medio que es el papel que es secuencial, pero su estructura pertenece a nuestra relación con lo que es tecnología digital.
Tienes mucha relación con la tecnología, te lo pregunto por la forma cómo construyes la estructura del libro…
Siempre que escribimos estamos rodeados de tecnologías, el lápiz y el papel, los lentes son tecnologías. No hay un momento en que la estructura no haya tenido que ver con la tecnologías, pero con el advenimiento de las tecnologías digitales, las redes sociales y demás nos hemos acostumbrados a una cierta velocidad, a esta sinapsis, a una estructura de yuxtaposiciones, y yo estado desde el inicio muy curiosa a qué se puede hacer en este medio. Tengo Twitter, tengo un Facebook, pero más que participar en eso me interesa cómo esto me permite estructurar una historia de otra manera. Este libro no lo pude haber escrito antes de la relación que he tenido con esos medios y el vínculo que ha suscitado.
Más allá de la estructura, ¿por qué escogiste ese Había mucha neblina o humo o no sé qué, esa frase de Pedro Páramo para el libro?
Es una frase literal que dice Miguel cuando ha muerto y se pierde en Contla. Pero la razón por la que escogí esa frase dentro de las muchas que pueden ser títulos sacados de la novela, es que incluso cuando te acercas más a alguien, cuando quieres conocer cómo es, en este caso, un autor, siempre va a ver ese humo, esa neblina o ese no sé qué que te separa. Todo conocimiento que podamos tener de alguien como Rulfo es una aproximación.
Entonces revisitando tu presentación con Ignasi Duarte: si dudar es reescribir para crear un lugar, ¿dudar es un placer?
Vivimos en un mundo que nos está bombardeando con certezas, son ideas concretas, vivimos en un mundo de certeza forzada y uno de los pocos campos que nos permiten caminar como los niños, es la escritura, la posibilidad de crear un campo para formular preguntas, abrir un campo desde el cual podamos interrogar lo que sucede alrededor; para mi eso es fundamental. Y eso viene con un riesgo, con un miedo, uno no sabe las consecuencias finales de lo que estás haciendo, en lo que te estás metiendo o de los límites que estás cruzando; al menos yo trato de tener todo esto en cuenta para protegerme. Entonces todo lo anterior viene mezclado con el placer, el básico de la travesura, de salirte con la tuya y con el gran placer de entretener y tener tiempo para seguir haciéndote preguntas. Recuerdo una cita que decía que nadie lee tan apasionadamente como un joven de 16 años, y a veces yo creo que es cierto. Cuando yo leí a Dostoievski, a Tolstoi, cuando leía sus obras monumentales con esas preguntas: quién soy, qué es el mundo, me apasionaba.
Villoro en una entrevista también me decía lo mismo, que volver a los 18 años era leer a Dostoievski, quizás es una marca mexicana.
Para mi son de mis autores adolescentes. A Dostoievski no he regresado, pero el otro día me estaba preguntando: “qué sentiré si regreso ahora a esas lecturas que me conmovieron, sobre lo que creía del mundo”. En todo caso, todo ese miedo, todo ese riesgo también viene acompañado de placer. Si no hubiese placer en el asunto, sería difícil regresar a algo que te está torturando; hay tortura también, por supuesto.
Entendiendo que das clases en una universidad americana y que estamos hablando sobre el placer, ¿cómo podemos hacer que la gente se acerque a la lectura?
Es una gran pregunta y ojalá yo tuviera la respuesta para algo así. En la universidad te topas con gente que ya está convencida. Lo interesante es cómo organizamos cosas como el Hay Festival u otras ferias de tal manera que puedas atraer o conservar la pasión por la lectura. Sinceramente no sé, lo que sí sé es cómo yo me leí un buen libro.
¿Cuál?
Hace poco descubrí que el primer libro que yo leí fue el de Humboldt. Y no me pregunto qué tenía ese libro, qué me hizo volver a leerlo y sentirlo también. La respuesta es que podía participar, eso es importante. Cunado tus primeros libros son libros abiertos, que te cuestionan directamente y te permiten entrar en ellos, que no son libros de muro, que están escritos desde una posición inalcanzable, se siembra el interés por la lectura. En mi caso yo tuve la suerte de irme topando con libros como el de Ana Frank, esos que te hacen sentir que todo el mundo puede ser un escritor. Si pudiéramos pasar por experiencias así, tendríamos como resultado más lectores. En mi experiencia dando clase en Estados Unidos, me encuentro que es Harry Potter el libro que ha formado generaciones enteras de lectores; empezaron leyendo esa historia, pero no se quedaron solo con esa, después pasaron a otras, y eso incluso es mejor a no haber pasado por él.
Entendiendo que hay libros buenos y malos ¿cómo podemos promover la lectura junto al pensamiento crítico?
No podemos promover la lectura si no promovemos al mismo tiempo la educación publica. No son cosas separadas. No puedes suplir una carencia fundamental como es la educación publica, que es responsabilidad del Estado, con una acción que no se hace o se hace cada vez menos, como los festivales de lectura. Ambas cosas tienen ir entrelazadas.
¿Entonces se tendría que señalar cuando una obra no es buena?
¿Cómo podemos hacer esa critica sin volvernos snob?
¿O tendríamos que crear literatura subestimando al lector? ¿Es eso realmente la educación?
Se empieza con eso. Pero, por otra parte, creo que tu pregunta tiene que ver con cómo hacer una critica jerárquica que conduzca al menosprecio porque finalmente los valores de calidad no son valores que sean universales, ni transhistóricos, ni son válidos para todos los momentos y lugares. No podemos criticar un libro con una estructura de venta, a un libro hecho con una estructura secuencial. Si utilizamos el mismos parámetros para medir o valorar a uno y a otro, uno de los dos va a salir perdiendo. Yo creo que tenemos que estar bien alerta a todo eso. Yo me he hecho esa misma pregunta muchas veces. Hay libros que yo personalmente no he leído, bestsellers, por ejemplo; sin embargo, veo que han producido lectores. Entonces me encantaría satanizarlos, porque no me gustan personalmente, pero puede ser que haya un cambio en cierto sector y que algunos lectores pueden dar un salto hacia otro tipo de lecturas.
“No somos nada”, termina diciéndome Cristina, y nos reímos porque sabemos que es cierto, pero seguimos de Festival: ella irá a dormir su jetlag y yo me iré a otra conferencia para seguir eliminando la neblina o el humo o el no se qué que aparezcan en mi quehacer diario.