Todo el mundo conoce la historia de la seductora Mata Hari, la bailarina de danza oriental y que se convirtió en la gran espía del siglo XX que trabajó para franceses y alemanes (fue tentada también por los rusos) durante la Primera Guerra Mundial y sobre cuya vida pesa muchas leyendas, algunas de las cuales fueron inventadas por esta exótica superviviente que se llevó el glamour a la tumba.
Cuentan que cuando en 1917 fue apresada y acusada de ser agente de los alemanes, justo antes de su fusilamiento mandó un beso al pelotón y abriendo su vestido, exclamó: “¡Ramera sí, traidora jamás!”. Probablemente, otra de las muchas historias que inmortalizan a un personaje histórico y hacen volar nuestra imaginación para encarnar esa épica de la que carecen nuestras vidas.
Pero Mata Hari no fue la única bailarina que se convirtió en espía, hubo otras que bailaron en la cuerda floja que separa el escenario del cabaret o el teatro de esos otros escenarios bélicos que nunca acaban con un aplauso. Si Martha Greene siempre mantuvo que ella no escogió bailar, que fue la danza quien la eligió ella, ¿en qué medida pudieron decidir estas pávlovas del espionaje?
Josephine Baker
Fascinó a personajes de la talla de Ernest Hemingway (y si Hemingway lo conquistó, a nosotros también). Josephine Baker fue una bailarina, cantante y actriz afroamericana que en los años 20 y 30 no solo se convirtió en un icono musical, sino que trabajó activamente por los derechos de la mujer y los afroamericanos. También era bisexual y, según algunas fuentes, llegó a citarse con Frida Kahlo. Cotilleos aparte , Baker nació en Luisiana en una familia muy pobre, trabajó como camarera y sacaba dinero extra bailando en la calle hasta que se mudó a Nueva York con 15 años después de casarse con su segundo marido y empezó a bailar en clubs de Harem.
Su enorme talento la llevó a un tour por Europa del que nunca regresó y acabó en París trabajando en La Revue Égre, donde se hizo conocida por sus bailes cómicos, sobre todo uno en el que bailaba el charlestón con una falda hecha de bananas de goma. Como no podía ser de otra forma, en cuestión de tiempo ya pertenecía al círculo de Picasso y Hemingway. Cuando la Segunda Guerra Mundial dio comienzo, Josephine Baker empezó a bailar para las tropas francesas, convirtiéndose al tiempo en espía para la resistencia francesa contra los Nazis cuando volvió a París. La bailarina era los oídos y los ojos del servicio de inteligencia en fiestas y corrillos, hasta dirigirse más tarde a Portugal desde Vichy, pasando por España, y Marruecos, donde se codeaba con élites y diplomáticos y reportaba sus averiguaciones al jefe de contraespionaje Jacques Abtey, al que llegó a salvar la vida.
Con el transcurrir de los años, se convirtió en una de las agentes cuyo valor siempre sería recordado y continuó luchando contra el racismo también en Estados Unidos. “Mi corazón es francés –decía-, pero mi culo es internacional”.
Hekmat Fahmy
Por su habilidad para encandilar al público, y en concreto a los altos oficiales y diplomáticos, no pocos servicios de inteligencia vieron en talentosas bailarinas agentes en potencia. Una de ellas llegó a bailar para Hitler y Mussolini, y aunque está feo juzgar, lo hacía porque le gustaba. Esa fue Hekmat Fahmy, una de las grandes bailarinas y actrices egipcias a la que se conoce mejor por haber trabajado para los Alemanes durante la Segunda Guerra. Antes ya había viajado a Europa y sentía simpatía por el nacionalsocialismo, veía en el Tercer Reich todo lo que no era Egipto en manos de los británicos a los que detestaba. De forma que cuando Johann Eppler, miembro del servicio de inteligencia germano, la vio bailando en el Kit Kat Club de El Cairo, el más lujoso de África en aquel momento, no solo se convirtió en su amante sino que pensó que no había mejor espía posible que Hekmat.
La bailarina ya era entonces famosa. Vivía en un yate anclado en el Nilo muy cerca del de Eppler, que era frecuentado por otro alemán, Heinrich Sanstede, ‘Sandy’, que era el encargado de codificar los mensajes que enviaban a los Afrikakorps del Mariscal Rommel. Tanto Sandy como Eppler, obviamente, se hacían pasar por británicos; y aquí un dato curioso: Sandy empleaba la novela ‘Rebecca’, de Daphne du Maurier, para crear los mensajes codificados. La función de Hekmat Fahmy como espía no solo consistía en ‘cantar’ todo lo que oía en el Kit Kat, sino también sonsacar información a sus fans británicos y transmitírsela a los nacionalistas egipcios, liderados por el que más tarde sería presidente de Egipto, Anwar El-Sadat.
Pero como todo, tarde o temprano, llega a su fin. Según refiere Leonard Mosley en ‘The Cat and The Mice’, en una ocasión en que la egipcia había invitado a su yate a un Mayor de los servicios británicos que llegó con su maletín pero al poco lo olvidó para centrarse en ella, Eppler aprovechó para revisar su contenido y allí encontró información importante para los alemanes que rápidamente quiso enviar por radio codificándola con la novela de Rebecca. La radio acabó fallando por el mal tiempo, Anwar El-Salat llegó al yate para arreglarla y allí los arrestaron los británicos. A todos menos a Hekmat Fahmy, que aún estuvo trabajando en calidad de seductora bailarina espía hasta 1942, momento en que ella también terminó entre rejas, aunque no por mucho tiempo. Y al finalizar la guerra, fue considerada una heroína por su lucha contra el yugo británico.
Marina Lee
El titular no acompaña simpatías, pero Marina Lee, nacida en San Petersburgo y cuya familia fue asesinada a manos de bolcheviques, motivo por el cual tuvo que salir de Rusia, se convirtió en la espía nazi responsable de las primeras derrotas aliadas en la Segunda Guerra Mundial. Lo hizo después de conseguir infiltrarse en 1940 en los cuarteles de las Fuerzas Expedicionarias Británicas, en Noruega, y obtener información sobre el plan de ataque que convirtió una derrota segura en una victoria. De hecho, tan importante fue que el fracaso de la campaña británica en tierras noruegas que Chamberlain fue reemplazado por Winston Churchill como primer ministro en tiempos de guerra.
No hay ningún registro fotográfico de ella, al menos según dicen, pero fue descrita de una forma bastante simplista como una rubia con idiomas y ‘buenas piernas’. No obstante, ni tan siquiera el MI5 pudo llegar a corroborar del todo la historias, aunque algunos agentes alemanes capturados se refiriesen a ella como una espía experimentada que pudo haber operado también en España, desde el hotel Ritz de Madrid. Otros afirmaron que Marina Lee había conocido a Stalin justo antes de abandonar el comunismo. Así que su vida, como su imagen está rodeada de un halo de misterio.