Nazis ‘pop’ y ‘fascimodernos’. La joven derecha trol que ha convertido Internet en El Club de la Lucha
Conversamos en Barcelona con la escritora Angela Nagle, autora de ‘Muerte a los Normies, recientemente publicado por la editorial Orciny Press.
Conversamos en Barcelona con la escritora Angela Nagle, autora de ‘Muerte a los Normies. Las guerras culturales en Internet que han dado lugar al ascenso de Trump y la alt-right’, recientemente publicado por la editorial Orciny Press.
Utilizan el humor zafio, los memes y la estética millennial para verter toda clase de comentarios racistas y antifeministas, y ciberamenzar en pro de una supuesta libertad de expresión que afirman ya no es baluarte de la izquierda. Dicen rebelarse contra un sistema dominado por el progresismo político que se ha vuelto en exceso políticamente correcto y ha creado una suerte de ‘Edén’ para las minorías; son jóvenes blancos, varones en su mayoría y aunque empezaron en foros de Internet vomitando una crueldad gratuita contra todo y todos, no tardaron en politizarse influyendo incluso en la victoria electoral de Donald Trump y el ascenso de la alt-right norteamericana (la derecha alternativa). Y si bien en un principio se los metió a todos en el mismo saco, están formados por tantas facciones y grupúsculos hoy en constante pugna de popularidad, que intentar definir la alt-right de forma simple y llana no es sencillo ni siquiera para los expertos.
Angela Nagle, una de las voces más brillantes de la nueva generación de escritoras y pensadoras de izquierdas, lleva unos años estudiando el fenómeno de las guerras culturales en internet. Fruto de sus investigaciones surgió ‘Muerte a los normies’, que ha publicado recientemente la editorial Orciny Press. Con ella hablamos a su paso por Barcelona, donde ha venido a presentar este ‘manual de supervivencia’ para el ahora mismo.
Normies… ¿son gente con muchas leyes?
No, son las personas que tienen un conocimiento muy mainstream de Internet y no están al día de lo que se está haciendo en la red, que está cambiando además a una velocidad increíble sobre todo cuando hablamos de estos movimientos digitales de derechas que empezaron a surgir en la era Obama y han ido evolucionando y politizándose desde entonces.
¿Troles de Internet?
Bueno, la mayor parte del discurso de los troles no es político y ni siquiera interesante, pero hay un uso particular del troleo que se convirtió en una respuesta contracultural a los medios generalistas, todos hostiles a Trump durante su campaña. Primero aparecieron de forma más o menos orgánica cuando Obama era presidente y se vendieron como la fuerza contracultural al establishment progresista. Por ejemplo, hace años mucha gente en la izquierda adoptaba el discurso de Chomsky sobre los medios masivos y ahora que lo ‘progre’ es mainstream van contra ello.
De hecho, la mayoría de estos chicos son hijos de padres progresistas y se rebelan contra ellos abrazando esta forma de derecha, igual que hacían los jóvenes de izquierdas en los setenta. Hace poco hablaba con una pareja de sociólogos que me decían horrorizados que su hijo era de la alt-right. Digamos que ha reempaquetado de nuevo las políticas conservadoras, que no son atractivas para los jóvenes y las han vendido como progresismo dándole una vuelta humorística y creativa.
Y cruel…
La forma en que hacen política es en cierta medida el estilo de Trump, no es radical en el más estricto sentido pero se basa en la irreverencia política que es justo lo que hace Milo Yiannopoulos, uno de los ideólogos de la alt-right, y sobre todo está centrada en la supremacía blanca y cierta idea de que hay que luchar contra la feminización de la cultura y devolver la masculinidad a la cultura popular. Y además lo hacen con un lenguaje propio de Internet, comunicándose de forma anónima, que es más dada a la indulgencia, lo grotesco y ofensivo. Aunque creo que en un futuro esta política cultural del anonimato cambiará porque ya no será contracultural.
“Uno de los fuertes de estos grupos es que encuentras sus ideas políticas siempre en las redes, están en el aire, e influyen a las personas que van a ser influyentes”. – Angela Nagle
Cuando la cosa empezó con 4Chan en Estados Unidos no había nada de política y los troles atacaban páginas para rendir tributo a los difuntos; luego sí se cargó cuando llegó a Twitter, que cultiva la marca personal, pero los ataques gratuitos persistieron de una forma más moralista. De alguna forma Twitter les dio un contexto moral para acribillar a los demás a cara descubierta. También hay que tener en cuenta estos dos factores que se unen a la que tradicionalmente ha sido una guerra cultural entre la izquierda y la derecha, ahora también está el anonimato de foros como 4Chan y la marca personal, que es cómo nos mostramos en Internet; ante la propaganda positiva de, por ejemplo, aliarte al feminismo en las redes para mejorar tu marca personal, la alt-right se muestra más reaccionaria e incorrecta como crítica.
Ahora que mencionabas los movimientos antifeministas como parte de esas tendencias dentro de la alt-right, pienso en grupos como los Proud Boys y su ‘no a las pajas’. Parecen un club de auto ayuda para tipos con una pobre idea de su masculinidad. ¿Van en serio?
Algunos se lo toman en broma, pero ves, ellos tienen una política identitaria y buscan soluciones diferentes a otros miembros de la alt-right. El problema es que hay mucha gente que se encuentra con estas ideas políticas online y aunque las rechaces están en el aire… Ese es uno de los fuertes de estos grupos, exponen sus ideas e influyen a las personas que van a ser influyentes.
Y a veces tienen consecuencias reales y dramáticas, como en el caso de la matanza de Toronto en abril, perpetrada por un ‘incel’, un célibe involuntario.
Cuando ocurrió el ataque de Toronto recibí más de un centenar de emails solicitando entrevistas, pero tenía la sensación de que la conversación pública se había desvirtuado; había quien decía que teníamos que volver a hacer la revolución sexual y otros que legitimaban la masacre con su discurso paternalista, y ninguna era constructiva.
Las viejas instituciones no ofrecen nada mejor que lo que han ofrecido siempre; el feminismo de los 70s era sinónimo de crear una alternativa a estas instituciones y estaba a favor de poner ‘bombas sociales’ contra ellas. Pero Estados Unidos es un país demasiado grande y no está listo para pasar del individualismo extremo en el que vive a crear comunidad. El tema de los ‘incels’ y los tiroteos en institutos ocurre por una razón: la gente sigue sin estar liberada.
No ayuda demasiado que parte de esta subcultura haya convertido la esvástica en un símbolo pop…
En Estados Unidos la ideología dominante siempre ha sido anti comunista y el tema nazi ha quedado más diluido. Los punks británicos de los 70s empleaban esta imaginería como algo performativo para rebelarse contra la moral de la clase poderosa, porque la victoria en la Segunda Guerra Mundial les había dado un motivo para legitimarse. Y su uso actual online también parecía una performance hasta que llegó un momento en que no se sabía quién estaba siendo irónico y cuándo eran nazis de verdad.
De las redes a las calles. Cuando el odio se desató en Charlottesville.
En tu libro dejas caer en alguna medida que a la izquierda le falta sentido del humor. Es decir, había muchas esperanzas de que Internet fuese el azote revolucionario del sistema, pero al final tanto la izquierda como la derecha online se ha vuelto una ‘élite’ que odia el mainstream e intolerante con todo el que no piense igual.
Cuando surgieron movimientos como Occupy o el 15M en España existía la narrativa utópica de que Internet iba a solucionar todos los problemas de las organizaciones políticas, pero los han perpetuado al no aportar soluciones prácticas ni morales. Cometieron los mismos errores que se cometen en el seno de los movimientos sociales, siempre a la greña entre todos cuando creían que iban a cambiar el mundo con Internet.
El modelo Occupy, por ejemplo, parecía demasiado humilde, cuando estaban tratando con modelos económicos complejos que nos afectan globalmente, y no acababan de aportar alternativas. No sé cómo se gestionó aquí, pero se dejó fuera del activismo a gente que en los 70’ hubiera ofrecido un discurso interesante porque no se ceñían a determinados factores; los echaron del debate y no volverán. Joe Freeman Escribió sobre la falta de humor en la politización de las ideas y el castigo social que comporta si alguien hace algo erróneo; de repente te tratan de insensible aunque haya sido accidental.