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Toni Hill: “En los 70 Barcelona era una ciudad tan mítica que cuando ibas te vestían bien”

Toni Hill: “En los 70 Barcelona era una ciudad tan mítica que cuando ibas te vestían bien”

Toni Hill cambia de registro y escribe la que seguramente es su mejor novela, Tigres de cristal (Grijalbo). Hill lleva al lector hasta Ciudad Satélite, el barrio obrero de Cornellà de finales de los 70. Ahí el autor narra una historia de acoso que termina con la trágica muerte de Joaquín, el acosador, a manos de sus víctimas. Años más tarde, en el 2015, el lector vuelve a ser testigo de una historia de acoso, ahora la víctima es una niña y la violencia se ejerce a través de las redes. Confrontando dos episodios tan distintos y, a la vez, tan iguales de violencia entre jóvenes, Hill narra la historia de distintos personajes a lo largo de más de tres décadas, personajes que nos relatan cómo ha ido cambiando la sociedad y cómo cambiamos las personas. Sin determinismos y huyendo de todo esquematismo, Toni Hill construye una historia donde las contradicciones, las ansias de prosperar, el desamparo, la desigualdad social o los hechos inesperados son los motores de unas vidas que, muchas veces, escapan de la lógica y de ese deber ser con el que nos gustaría leer la realidad.

Tigres de cristal es un juego de espejos y de contraposiciones: los años setenta y la actualidad; el acoso escolar en los setenta y el bullying de hoy; Cornellà y Barcelona…

Sí, es un poco un juego de espejos, pero también hay un intento de contar un micromundo en dos épocas distintas, en los setenta y en la actualidad. En este sentido, hablaría solo en parte de juego de espejos porque la idea de juego siempre implica artificio, algo de lo que quería huir. De hecho, en comparación con mi anterior novela, Los ángeles de hielo, donde introduje materiales narrativos muy distintos, esta es menos artificiosa. Sin duda hay unos elementos que se contrastan, pero no desde un punto de vista lúdico ni artificioso, puesto que, en esta ocasión, buscaba todo lo contrario.

Uno de los temas del libro es el bullying, término que en los setenta no sólo no se utilizaba, sino que alude a una realidad que pasaba bastante desapercibida por entonces.

Cierto, en el pasado ni tan siquiera se hablaba de acoso escolar, simplemente se daba por hecho de que podía haber un cafre que te molestara en el colegio y ya está. A este fenómeno le hemos dado un nombre, pero el bullying siempre ha existido, si bien la vida de los niños en los setenta no tenía nada que ver con la vida de los niños o adolescentes de ahora. Lo que acomuna los dos casos de bullying es que hay una mente psicopática, que es la  de quien acosa, y el acto en sí de acoso, que siempre ha existido, por lo demás el contexto y la manera de enfrentarse a la situación de acoso es distinta.

Los niños de los setenta viven una situación de cierto desamparo, se enfrentan ellos solos al tema del acoso, sobreviven a él sin ayuda de los adultos.

Sí, es así, porque, por entonces, había la idea de que tenías que enfrentarte tú solo a la vida. El mensaje que nos llegaba a los niños de entonces es que la vida era dura y nos teníamos que apañar nosotros solos. Y esto hacía que los niños estuvieran más preparados para resolver sus propios problemas. Yo no recuerdo que, de niño, mis padres me preguntaran si me lo había pasado bien en el colegio, porque se asumía que había unas cosas que tenías que hacer, te gustaran o no, y, sobre todo, se asumía desde muy pronto que la vida era injusta de entrada. Nadie se creía que la vida era justa: el colegio era injusto, te pegaba el profesor, había el cafre que te molestaba…. No se cuestionaban estas cosas, se asumían porque eran parte de esa vida injusta que vivías; lo bueno era que tú, desde niño, estabas preparado para asumirlas e, incluso, para rebelarte a ellas.

Toni Hill: “En los setenta, para los inmigrantes de Cornellà ir a Barcelona era como ir a la boda de unos parientes ricos” 1
«Una historia inquietante sobre la amistad, el perdón y la venganza». | Imagen vía Grijalbo.

¿Hay hoy más paternalismo?

Claro. Ahora hay mucha más protección y esto está bien. El problema con el bullying es que es muy difícil frenarlo, puesto que ahora se acosa a través de las redes: puedes parar el bullying, pero poco se puede hacer con la foto o el vídeo que se ha colgado en la red y que todos han visto. El bullying se ha metamorfoseado mucho a lo largo de los años y, ahora, si bien la violencia física sigue produciéndose, hay otro tipo de violencia que tiene lugar en las redes.

Antes el acoso estaba circunscrito al espacio del colegio y/o del barrio, ahora, con las redes, ha adquirido dimensiones enormes.

Y dimensiones inabarcables, porque tú te puedes enfrentar a quien te acosa, pero ¿de qué te sirve si esa foto ya está en la red? En lo que se refiere al bullying ha cambiado el método, mientras que el objeto, la destrucción del otro, sigue siendo el mismo. En mi opinión, en el pasado, la propia rabia te llevaba a reaccionar contra quien te acosaba, evidentemente no forzosamente con el mismo resultado mortal que narro en la novela. Ahora, por el contrario, se tiende hacia el suicidio. Ha habido muchos niños y adolescentes que, al ser acosados, han terminado suicidándose, si bien los recursos sociales y la concienciación acerca del acoso escolar es mucho mayor. Hoy la víctima es mucho más víctima y, en parte, porque antes te podías escapar de quien te pegaba escondiéndote en tu casa, pero ahora ya no es posible: ahora, con la red, el acoso es completo y no puedes escapar de él. En el fondo, hoy estamos todos desprotegidos, basta con que alguien cuelgue una foto tuya…

La novela está ambientada en el barrio obrero de Cornellà, Ciudad Satélite, donde viven principalmente familias inmigrantes y donde hay una fuerte estructura jerárquica.

Claro, había una jerarquía porque había distintas clases y esto era, ante todo, un hecho cultural. Piensa que la novela está ambientada en 1978 y, por mucho que se pueda decir, España no pasó de una dictadura a una democracia de un día para otro. Los usos y costumbres no los puedes erradicar en un solo día; claro que el cambio fue inmenso, podríamos haber seguido con otros 40 años de dictadura, pero a pesar del cambio las costumbres continuaron a ser las mismas. Y, por tanto, claro que había clases sociales: no son lo mismo los dueños de la librería que aquellas familias donde la mujer tenía que ir a limpiar casas.

Te lo comentaba porque el líder sindical salva a su hijo de ser castigado por matar a su compañero de la clase, mientras el otro implicado es castigado y termina en un reformatorio.

Claro, El padre de Víctor decide salvar a su hijo saltándose cualquier principio, algo que le recrimina su mujer, pero lo hace porque es su hijo y le toca de cerca.  Hay que tener presente, además, que los líderes sindicales de la época tenían mucho peso sobre la comunidad. Lo que se ve a través de esta historia es lo que vemos en estos días con la cuestión del chalet por parte de Pablo Iglesias: el gran drama de la izquierda. ¿Y cuál es este gran drama? Pues que es imposible ser coherente del todo con el apostolado, que es difícil ser de izquierdas todo el rato, porque llega un momento en que miras para ti y para tu hijo y, si tienes la posibilidad, traicionas esos principios de izquierda teóricamente inquebrantable. Me temo que, de manera natural, todas las personas intentan prosperar y prosperar es, casi siempre, posicionarte por encima de otro.

¿De ahí el sentimiento de culpa que arrastra Víctor?

Sí, él se siente culpable por haberse salvado y haber dejado en el barrio a Juanpe, que pagó todas las culpas. De todas maneras, por lo que se refiere a la novela, yo hablaría de culpa, pero también de ausencia de culpa: Juanpe, por ejemplo, no se siente culpable de lo que ha hecho, ante todo porque ya ha sido castigado en el reformatorio. Dicho esto, ahora mismo, hay mucha literatura sobre la culpa, pero en el día a día veo muy poca gente que se sienta culpable. ¡El señor Zaplana no se siente culpable! Políticos aparte, creo que hemos pasado de la culpa judeocristiana a la idea de que la culpa siempre es del otro: de mis padres, del colegio, de mi marido… Creo que habría que comenzar a hablar de las no culpas, de ese cinismo con el cual nos justificamos todo el rato.

En el caso de Víctor, podría hablarse de una culpa de clase.

Es una culpa o una incomodidad de clase social debido al hecho que a él le han ido bien las cosas. Esta culpa, en un determinado momento, se compensa con la necesidad de volver a esa clase social de la que proviene, se asoma a ella para ver qué hubiera sido de él si no hubiera sido salvado y, en parte, la realidad que ve no le disgusta, si bien rápidamente regresa a su casa y a su ambiente cómodo.

A través de los personajes de Juanpe y de Víctor cuestionas el papel de víctima.

Porque de la misma manera que no siempre es fácil decir quién es el culpable único de un hecho tampoco lo es decir quién es la víctima única. En el caso de Juanpe y de Víctor, la víctima pasa a jugar el papel de agresor y el agresor -Joaquín- se convierte en la víctima. Más allá del tema legal, las cosas no son siempre tan fáciles y no siempre es fácil decir quién es el culpable y quién es la víctima. El agresor, ¿es el único culpable? Ante esta pregunta, aparece la figura de los padres, que lo consienten, aparece el colegio…. De lo que no hay duda es que a ese niño había que frenarlo y nadie lo hizo.

Toni Hill: “En los setenta, para los inmigrantes de Cornellà ir a Barcelona era como ir a la boda de unos parientes ricos” 2
«En el bullying ha cambiado el método, mientras que el objeto, la destrucción del otro, sigue siendo el mismo» | Foto vía Grijalbo.

Ante casos de acoso, la pregunta que hay que hacerse es cómo un niño o un adolescente llega a ejercer esa violencia contra otro. 

Evidentemente, la culpa primera es de quien comete la violencia, pero, detrás de quien la comete, hay quien lo incita, hay quien lo hace posible, observándolo y sin decir nada. Evidentemente, no hablo en términos legales, sino morales, pero de lo que no hay duda es que en la violencia siempre hay cómplices y el gran cómplice es la sociedad en su totalidad. Por esto es complicado a nivel narrativo, porque no puedes escribir a partir de esquemas y no puedes dar un mensaje claro acerca de lo narrado. Yo solo puedo plantear unos dilemas para que los lectores saquen sus conclusiones.

La novela está escrita desde Cornellà y, más en concreto, desde Ciudad Satélite. Ante la mirada de los inmigrantes que allí vivían, Barcelona aparece como una ciudad mítica, una ciudad idealizada.

Sí, en los setenta Barcelona era una ciudad tan mítica que cuando ibas te vestían bien. Por un lado, en Cornellà centro se sentía sino miedo sí recelo hacia la ciudad satélite, donde, por otro lado, no había nada que hacer. Por otro lado, había una cierta admiración hacia Barcelona, donde teóricamente te tenías que portar mejor; ir a Barcelona era como ir a la boda de unos parientes ricos. De todas formas, la relación con Barcelona cambiaba mucho dependiendo de las personas y las circunstancias: en mi caso, yo iba bastante a menudo con mi madre, pero tenía compañeros que nunca habían ido. Lo que quiero decir con esto es que no se puede describir la relación entre ambas ciudades como si la gente fuera un grupo homogéneo. Estoy un poco cansado de la homogeneización que lleva a decir que, en los 70, los inmigrantes eran todos analfabetos, trabajadores y los catalanes eran todos burgueses, emprendedores…. No es verdad, claro que había una Cataluña burguesa, pero era una Cataluña de unos pocos. Sin embargo, sí es cierto que desde Cornellà se pensaba que en Barcelona todos eran burgueses.

¿Había una sensación de no pertenecer a Barcelona y a aquello que representaba?

Puede, pero creo que ese sentimiento es el mismo que hubieran podido tener los habitantes de un pueblo de Andalucía con respecto a Sevilla, solo que, evidentemente, la lengua era un agravante, porque se sentían más descolocados. Además, en Cornellà había de todo así que no se necesitaba ir forzosamente a Barcelona, donde además todo era más caro, así que quedaba como una ciudad mítica, que pocos conocían.

¿A partir de cuando se puede empezar a hablar de un diálogo fluido entre ambas sociedades?

Independientemente del tema político, yo creo que fue un error por parte de la sociedad catalana hacer pensar a toda esta gente que venía que debían odiar su pueblo de proveniencia, del cual se habían ido porque no les ofrecía trabajo, y debían querer Cataluña. No digo que se hiciera con mala intención, pero sí que hubo una cierta exigencia sentimental hacia los inmigrantes, sin entender que yo puedo querer esto, sin dejar de querer lo otro. Con respecto a tu pregunta, creo que el diálogo comienza cuando, en la democracia, las clases bajas, catalanas e inmigrantes, se dan cuenta de que tienen un objetivo común: independientemente de que te llames Jordi o Anastasio, las clases trabajadoras querían un convenido del trabajador, querían cobrar las horas extras… Ahí es cuando se unieron los dos mundos, porque, como decía, no toda Cataluña era burguesa, había trabajadores catalanes. ¿Qué pasa luego? Que, una vez satisfechas ciertas demandas, se entró en un tiempo de relativa bonanza que nadie se planteaba las cuestiones que, sin embargo, hoy están encima de la mesa.

La generación Juanpe o de Víctor son la primera generación que ya nació en Cataluña y, por tanto, de la integración total.

Absolutamente. Ahora se tergiversa todo, pero en aquel momento, en Cornellà los padres pedían que en los colegios a sus hijos se les enseñara catalán, porque de otra manera no lo aprendían- Aprender catalán era una forma de ascender, significaba que los hijos de los inmigrantes estaban en igualdad de condiciones con respecto a todos los demás. Esto se ha tergiversado mucho desde distintos puntos de vista y desde intereses partidistas y todavía es así, pero, a pesar de ello, seguimos viviendo juntos, con nuestras diferencias, pero por el momento no pasa nada. Y no pasa nada porque estamos más mezclados de lo que pensamos: no es estrictamente verdad que el cinturón rojo de Barcelona ahora sea naranja, en ese cinturón hay gente independentista cuyos padres son de Extremadura, mientras que en el Eixample hay más de un catalán de toda la vida que, si bien no lo dirá nunca, vota a Ciudadanos. Hay de todo y es muy heterogéneo, por esto no tiene sentido lo que dice Torra, que se ha quedado con los tópicos de los años 70. Siempre ha habido una gran heterogeneidad y la sigue habiendo.

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