“Viví tres años en el Sahara. Como muchos otros fui atrapado por su hechizo. Cualquiera que haya conocido la vida en el Sahara, su apariencia de soledad y desolación, llora esos años como los más felices de su vida”. —Antoine de Saint-Exupéry
Existen hobbies y viajes que hacen a un escritor antes de que este entienda hacia donde se dirige. Las obras “cumbres” son con frecuencia la suma de experiencias ya antes narradas en otros diarios y conversaciones que por fin hallan la manera de ser inmortalizadas. Hay a quienes les basta la memoria para aceptar la inmortalización de esas experiencias, hay quienes necesitan el tacto del papel para unir todas las esquinas del triángulo y esperar que el olvido se olvide de sí mismo. Uno de los escritores, o aviadores, que recurrió a ese contacto a tiempo fue el francés Antoine de Saint-Exupéry, quien encontró en el desierto y el cielo un hilo del cual tirar durante décadas.
El Principito suele utilizarse para resumir su carrera en un maravilloso momento ejemplar –y no es para menos– no obstante, este no hubiera sido posible sin la suma de todas sus otras historias y hazañas personales, las cuales al tomar distancia de sus ilustraciones en acuarela y de sus planetas invisibles, se adentran en las arenas de la guerra y la aviación como punto de fuga para una carrera que siempre tuvo más adrenalina que noches insomnes en bibliotecas.
El despegue de Saint-Exupéry como escritor no hubiera sido posible sin su pasión por los aviones. Sus viajes por el desierto de Sahara o su paso por la ruta de los Andes hacia la Patagonia, entre muchos otros trayectos, así como sus expediciones en el marco de la guerra, crearon una suma de bitácoras y diarios personales que inspirarían una bibliografía en donde el cielo como lugar de reposo siempre fue un escenario común.
La suya podría ser fácilmente clasificada como una literatura de viajes en donde las distancias entre la crónica, el periodismo y la ficción se fusionan para crear una brújula en el desierto.
Entre aviones
Exupéry experimentó las vibraciones de un avión por primera vez a los 12 años, cuando conoció la máquina en la cual pasaría la mayor parte de sus días y en donde sería visto por última vez con vida. Descrita en un poema del cual se conservan algunos versos, su primera vez asumió el color del sol y la brisa del ocaso.
“Las alas bajo el soplo de la tarde temblaban.
Mecía el alma dormida con su canto el motor.
El sol nos rozaba con su pálido color”.
Y aunque desde temprano sabía que el cielo sería su meta, sus intentos por convertirse en piloto no dieron resultados inmediatos hasta que durante su servicio militar obligatorio y sus primeros trabajos como mecánico, Saint Exupéry finalmente aprende a volar. El primer resultado literario de sus expediciones en el aire marca el inicio de un factor común en sus historias. Con El Aviador, relato que narra sus experiencias iniciales en el cielo y Correo del Sur, su novela inaugural per se, uno de los primeros libros en expandirse abiertamente sobre el acto de volar como logro humanitario, inicia la publicación de una serie de novelas en donde la aviación es utilizada como espejo para exponer geografías y entender el choque entre hombre y naturaleza.
Por ejemplo, en sus anotaciones Saint Exupéry reflexiona sobre la inmensidad del desierto y la conexión con sus caminantes, incluyendo a los extraviados:
“Todo está polarizado. Cada estrella muestra una dirección real. Son todas las estrellas de Magi. Todos ellos sirven a su propio Dios. Este marca un pozo distante, difícil de alcanzar. Y la distancia a ese pozo pesa como una muralla. Ese denota la dirección de un pozo seco. Y la estrella en sí parece seca. Y el espacio entre la estrella y el pozo seco no disminuye. La otra estrella es un poste de señalización al oasis desconocido que los nómadas han elogiado en las canciones. Y la arena entre usted y el oasis es el césped en un cuento de hadas. Ese otro muestra la dirección de una ciudad blanca del sur, que parece tan deliciosa como una fruta para masticar. Otro punto al mar. Por último, este desierto está magnetizado desde lejos por dos polos irreales: un hogar de la infancia, que permanece vivo en la memoria. Un amigo del que no sabemos nada, excepto que él existe.”
Saint-Exupéry solía volar en la ruta postal Toulouse-Dakar. Durante aquellos viajes no solo voló, sino que incluso negocio con fuerzas marroquíes cuando estas tomaban a aviadores accidentados como prisioneros, por lo cual el gobierno francés lo condecoró con la medalla de la Legión de Honor. Y además de volar y negociar, otra constante en su carrera fueron los “contratiempos”, ya que en menos de dos décadas sufrió nueve accidentes, una fractura de cráneo, una conmoción cerebral y se perdió en el Sahara durante cinco días junto al mecánico aviador André Prévot.
Choque de mundos
El cosmos y la literatura de Exupéry se movieron no solo con sus viajes a través de los continentes, sino con la huella de la guerra y los avances de las tropas alemanas en Francia como punto de choque para las próximas decisiones en su vida. La dualidad entre la profesión de piloto, escritor y principalmente, viajero del tiempo, hizo que su carrera fuera mucho más que un cuento para adultos.
Con Vuelo nocturno, en donde relata sus experiencias como piloto y director de una aerolínea argentina y posteriormente con Vuelo a Arras y Carta a un rehén, se refleja una suerte de heroísmo y acción literaria en donde las aventuras dejan de ser ficción y se convierten en crónicas de realización personal y de existencialismo puro.
«Y así, parece que he llegado al final de una larga peregrinación. No he descubierto nada, pero como si me estuviera despertando del sueño, simplemente volví a ver lo que ya no estaba mirando «, escribió en Vuelo a Arras.
En su literatura aparece una cronología que va desde la gloria de los primeros pilotos de líneas aéreas y sus enfrentamientos con la muerte, hasta sus propias aventuras narradas en novelas como Viento, arena y estrellas. El avión fue la verdadera pluma que utilizó para explorar el mundo e incursionar en la cultura del mundo.
Saint-Exupéry desapareció en julio de 1944 durante una misión de reconocimiento en la ocupación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Las causas de su muerte no quedaron del todo claras y las teorías del siniestro pasan desde un simple accidente hasta especulaciones del suicidio del escritor.
Su obra recuerda que es importante mirar más allá de lo conocido, así como lo hacía Saint Exupéry en la vida real, y adentrarse en las causas y efectos de lo familiar. En su literatura hay un reflejo de experiencias vitales como piloto comercial y de guerra en donde expone como pocos la faena de la aviación y la relación entre máquina, hombre y naturaleza.