El arquitecto Xavier Manzanares ha desarrollado un instrumento que emplea las ondas hápticas para experimentar en propia piel una composición basada en los multiversos.
La piel es el mayor de nuestros órganos, una envoltura que nos permite interactuar con los otros de una forma mucho más directa e íntima que una mirada y recibir, asimismo, ingente cantidad de información que muchas veces pasa inadvertida. Nos tocamos poco, sentimos nuestro cuerpo como algo separado de nosotros y en una sociedad cada más tecnológica e individualista, donde síndromes como la privación de contacto o tacto (Touch Deprivation) están a la orden del día, la realidad virtual lleva años trabajando por devolver el sentido del tacto a un lugar de preeminencia dentro de la experiencia de ‘lo real’.
Hoy la tecnología háptica (del grieg háptō, ‘tocar’) se encuentra en la industria de los videojuegos, en nuestros dispositivos móviles que vibran en el bolsillo, o en apps que reproducen los temblores de una explosión o la textura de la gravilla solo pasando la yema de los dedos sobre la pantalla. También se está investigando cómo las ondas sonoras pueden crear objetos tridimensionales invisibles y provocar la ilusión de que los estás tocando -la tecnología Ultrahaptics que desarrollan científicos de la Universidad de Bristol-. Pero de sus muchas aplicaciones, incluso médicas, pocos son los que se han atrevido al más difícil todavía, o mejor dicho, al más especulativo de los experimentos, por no haber sido ni siquiera científicamente probada su existencia: ¿Cómo sería ya no imaginar, sino experimentar las trece dimensiones que según algunos físicos defensores de la teoría de cuerdas configuran el universo? La respuesta es un experimento con un algoritmo generativo y una tabla de surf.
El arquitecto catalán Xavier Manzanares desarrolló en 2015 un algoritmo que se inspira en la teoría de cuerdas para recrear a través de la percepción háptica (táctil) una escucha que es casi sinestésica, como si pudieras sentir en carne propia los ‘estados vibracionales’ que forman la materia atravesando, metafóricamente, las distintas dimensiones de este aún teórico ‘multiverso’. Por supuesto, son números estructurados en distintos algoritmos, pero, viendo las reacciones de los participantes de la instalación, existe una conexión entre lo que está programado y lo que se percibe. Porque no hay nada más cuántico, asegura, que el sonido. Por esa razón, la idea de conectar en una composición cosmos y sonido mediante una escucha corporal integral.
Cuando acaba la sesión los participantes aseguran haber tenido la sensación de viajar por el espacio. Una experiencia cósmica.
“Hay ciertas frecuencias que solo puedes escuchar con el cuerpo –tumbados en la tabla no somos capaces de escuchar sonidos superiores a los 100 Hz- y lo que buscaba con este proyecto era cómo provocar una escucha física. Estuve leyendo multitud de libros de divulgación científica -no soy un físico teórico- y me pareció muy interesante la conexión de las partículas elementales y las cuerdas vibrantes con la música y lo sonoro”, cuenta.
La dimensión no corpórea
Para desarrollar este dispositivo de escucha dual, háptica y auditiva, el arquitecto basó su algoritmo en algunos modelos del multiverso teniendo en cuenta ejes espaciales y temporales hasta dar con las 12 dimensiones teóricas, a las que hay que sumar la décimo-tercera, una especie de Matrix o dimensión sin tiempo ni espacio que crea todos los universos anteriores. ¿Dios? En términos religiosos, sí. En términos matemáticos hablaríamos de “un conjunto de datos e instrucciones que pueden construir todo lo demás”. Asimismo, Manzanares lo relacionó con algo que nos enseñaron en mates cuando éramos niños. A saber: x/∞ = 0 y x/0 = ∞ . Vaya, que el cero y el infinito están relacionados, lo que es lo mismo que hablar de un ‘loop’ eterno. Ciclos.
“Creé un secuenciador que en electrónica sirve para hacer patrones de música y dividí un loop geométrico de 360º (por ejemplo, un vinilo) en 13 partes; el resultado fue el número 27’7, que, curiosamente, está relacionado con los ciclos lunares, las cosechas o los ciclos de la feminidad. De esa forma, cuando te tumbas en la tabla de madera –como la de surf, surfeando otro tipo de ‘olas’ sonoras- captas con el cuerpo vibraciones muy bajas y a medida que aumentan hasta los 55 Hz y más, ya solo puedes oírlas con los cascos. Es pura matemática”, explica.
Lo asombroso del invento es que su creador no suele explicar a quienes se ofrecen a surfear las ondas hápticas que se inspiró en las teorías del multiverso, pero cuando acaba la sesión “muchas personas aseguran haber tenido la sensación de viajar por el espacio. Les conecta con cosas del cosmos sin importar la edad ni el contexto cultural”.
La dictadura del algoritmo
El más famoso es el de Google, ese que nos conoce mejor que nuestras madres. Y aunque se hayan ganado la fama poco más que de malvados espectros matemáticos, los algoritmos no son más que un conjunto de reglas que aplicadas a unos datos permiten resolver un problema en un número finito de pasos. “Los algoritmos tienen un sesgo porque quien los programa es humano y tiene sus criterios aunque puedan introducirse de manera inconsciente. La cuestión no es que todo esté ‘algorimizado’, sino quién programa esos algoritmos y por qué. La cuestión es más de un cariz filosófico, como que no haya algoritmos racistas u homófobos, etc. Pero comprobamos repetidamente cómo las corporaciones son lo que son y tienen grandes beneficios debidos a que se pasan por el forro los derechos humanos”, resume Xavi Manzanares.
En cuanto a si teme que llegue la singularidad y la inteligencia artificial acabe replicándose a sí misma sin necesidad de otro ser humano, el investigador lo tiene claro: “Yo hago plantitas u organismos unicelulares; son estructuras generativas y no inteligencia artificial. Pero creo que si la singularidad tiene que suceder, no serán androides con aspecto humano, sino algún tipo de consciencia sin cuerpo, o con otro aspecto muy distinto”.