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De la ausencia de Colau a los lazos amarillos: estas son las claves de la Diada 2018

No hace tantos años que los catalanes comenzaron a celebrar la Diada –el 11 de septiembre– con cierta disciplina. El origen se remonta a 1714, cuando los Borbones tomaron definitivamente la ciudad durante la Guerra de Sucesión, y lo cierto es que aquella derrota no supuso un trauma irrecuperable en la época: tuvo que pasar un siglo y medio –con el crecimiento de los nacionalismos– para que se vistiera de tragedia a través del historiador carlista Mateu Bruguera. Estamos hablando de 1871.

De la ausencia de Colau a los lazos amarillos: estas son las claves de la Diada 2018

No hace tantos años que los catalanes comenzaron a celebrar la Diada –el 11 de septiembre– con cierta disciplina. El origen se remonta a 1714, cuando los Borbones tomaron definitivamente la ciudad durante la Guerra de Sucesión, y lo cierto es que aquella derrota no supuso un trauma irrecuperable en la época: tuvo que pasar un siglo y medio –con el crecimiento de los nacionalismos– para que se vistiera de tragedia a través del historiador carlista Mateu Bruguera. Estamos hablando de 1871. Algunos lustros más tarde, en 1886, se celebró la primera Diada tal y como lo conocemos, y tuvo un perfil conservador y católico.

La sensibilidad nacionalista de la Diada creció en dos etapas concretas –durante los años 30 y tras la muerte del dictador Francisco Franco– y se disparó en la última década, especialmente desde 2012, cuando la asistencia a las manifestaciones se ha comenzado a contar por millones y ha cobrado un carácter marcadamente separatista.

Las imágenes en Barcelona son siempre espectaculares. Este año la noticia sería que se rompiera la tendencia: las cicatrices abiertas del 1 de octubre –cuando la consulta ilegal fue atajada policialmente y en algunos casos por la fuerza– y sus consecuencias inmediatas, que incluyeron el encarcelamiento de políticos y la aplicación del famoso artículo 155 de la Constitución, tendrá implicaciones novedosas. Aquí analizamos algunas de ellas.

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Ada Colau (dcha), junto al encarcelado Oriol Junqueras y el fugado Carles Puigdemont en una marcha del pasado 2 de octubre. | Foto: Manu Fernández | AP

Colau da la espalda a la Diada

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, quien se ha definido en innumerables ocasiones como no independentista y partidaria de un referéndum de autodeterminación, ha adelantado que no marchará en la Diada, fundamentalmente porque rechaza su naturaleza nacionalista y “la vía unilateral”. Su mensaje ha sido claro: “No me siento llamada a participar”.

Tampoco lo harán el partido más votado de Cataluña, Ciudadanos, ni el más votado en el conjunto de España, el Partido Popular. Pero, en estos casos, la ausencia no la abrazamos con sorpresa: no es la primera ocasión que esto ocurre.

La decisión de Colau ha generado preocupación en las filas independentistas, dado que uno de los grandes esfuerzos de esta Diada ha sido unir en las calles al sector catalán que, sin ser independentista, muestra su apoyo a los gobernantes y activistas que continúan encarcelados. Lo ratifica Jordi Matas, catedrático de Derecho Constitucional por la Universidad de Barcelona, en conversación con The Objective: “No ha sentado bien desde la perspectiva de los organizadores, sobre todo para aquellos que quieren lanzar un mensaje más allá de la independencia”.

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Los rostros de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, ambos en prisión, en una pancarta reivindicativa. | Foto: Francisco Seco | AP

Los políticos y los tribunales

“Hay una percepción muy amplia de que lo que está haciendo el Supremo es aberrante”, defiende Matas, en alusión a la causa que continúa abierta contra los gobernantes catalanes que declararon unilateralmente la independencia en el Parlament y el encarcelamiento de algunos de ellos –además de Jordi Cuixart y Jordi Sànchez–. “No tiene lógica ni desde una perspectiva jurídica, ni desde una perspectiva política, moral o humanitaria. No hubo rebelión. Pero el Supremo es como es: no se mueve solo por criterios jurídicos”.

La visión de Matas no es excepcional en Cataluña, más bien lo contrario, y no es extraño encontrar catalanes que siendo contrarios a una hipotética independencia se movilizan para exigir la puesta en libertad de los políticos. La lectura de Andrea Mármol, periodista y columnista de The Objective, es que los líderes separatista quieren sacar partido de este hecho. “Es muy fácil movilizarte contra algo así”, sostiene. “Los independentistas quieren hacer de su causa una suerte de No a la guerra. Tienen una capacidad de movilización muy fuerte”. Dicho esto, Mármol defiende que la Diada sigue siendo “un día para la parte independentista”.

Una visión que, en cualquier caso, colisiona con la de Matas, en una representación elocuente de la división existente en Cataluña: “Yo creo que la idea es ampliar la Diada a otro tipo de sensibilidades, no tanto independentistas como en contra de la judicialización de la política o de la actuación policial del 1 de octubre, a favor de la democracia. Lo que es bueno es que cada uno reivindique aquello que considere oportuno”.

O en palabras del president de la Generalitat, Quima Torra: “Es una marcha por los presos políticos y los exiliados”.

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Albert Rivera e Inés Arrimadas, retirando lazos amarillos en Alella (Barcelona). | Foto: Alejandro García | AP

La guerra de los lazos

Incluso Pep Guardiola, entrenador de fútbol del Manchester City, se manifestó sobre los lazos amarillos, que simbolizan la defensa de la puesta en libertad de los políticos presos. Los equiparó a los enfermos de leucemia: “Hace unas semanas, varios de los mejores golfistas del mundo, Tiger Woods incluido, jugaron un torneo en Estados Unidos y llevaron durante todo el fin de semana un lazo amarillo en sus corazones. La intención era apoyar a Jarrod Lyle, que luchaba contra una leucemia. Los jugadores llevaron el lazo para estar cerca de Jarrod y su familia, en un gesto humanitario que dio la vuelta al mundo. Algo parecido pasa en Cataluña, donde miles y miles de personas llevan un lazo amarillo para mostrar su humanidad hacia varios hombres y mujeres normales que llevan casi un año en la cárcel simplemente por defender sus ideas. A los que estéis el próximo 11 de septiembre en Cataluña, os agradecemos que podáis transmitir este mensaje a Europa y todo el mundo. Libertad a todos los que están en la cárcel. Ojalá puedan volver a casa”.

A lo largo del último año, las calles catalanas se han llenado de lazos amarillos; se ven adheridos en puertas y bancos, colocados como pines en suéteres y camisetas, y el respaldo que reciben no es unánime. Esta postura recibe muchas críticas de los sectores que comprenden que el lazo amarillo no es un gesto inocente, sino un símbolo más del independentismo.

En las últimas semanas hemos visto a catalanes recorrer las calles retirando estos lazos, y entre los rostros más reconocibles destacan el periodista Arcadi Espada o el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. Mármol explica esta posición: “En mi caso, sé que el lazo es una protesta por las personas que están en prisión, pero su prolongación es decir que España no es un Estado democrático”.

Asimismo, considera que este enfrentamiento es “otra prueba de la contestación dentro de la propia Cataluña”, de que “hay gente que no los quiere”, y que los lazos “no son lo importante”. Mármol indaga en ello y se pregunta qué lleva a los catalanes a ponerlos o a quitarlos, “o a ver un lazo amarillo y querer quitarlo”.

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Quim Torra y Pedro Sánchez, en Moncloa. | Foto: Andrés Comas | AP

La llegada de Pedro Sánchez

La llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa –que desde la oposición hablaba de la cuestión catalana como un asunto político y no judicial– abrió una nueva esperanza en la bancada independentista, al menos por su voluntad manifestada de dialogar con Torra. Hasta entonces se vio en el Gobierno español presidido por Mariano Rajoy un muro insalvable, las conversaciones se dieron por imposibles y las imágenes más violentas del 1 de octubre no ayudaron a revertir la tensión. Sin embargo, las posturas entre unos y otros mantienen la dinámica de la distancia, las aproximaciones se escenifican con timidez, con algunos gestos concretos. El último, entre el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, y el propio president catalán, que se estrecharon las manos en varias ocasiones y ante las cámaras durante la Junta de Seguridad para preparar la Diada.

“Yo creo que las formas no son las mismas, tampoco el discurso”, valora Matas. “Pero si vamos más allá de eso, el Gobierno socialista tiene que demostrar más. No puede ser que haya miembros de su Gobierno que vuelvan a hablar del 155, apoyen la judicialización de la política, nos envíen policías otra vez [se refiere al refuerzo de unos 600 agentes que ha garantizado Interior para la jornada del día 11], vuelvan con cosas que aquí ya se han vivido. No creo que sea lo mejor para propiciar el diálogo, pero seguro que hay contactos, no sé si fructíferos o no, si son tensos, si están avanzando…”.

Mármol introduce un matiz y, si bien admite que Pedro Sánchez puede intervenir como un elemento para rebajar la tensión, hay un factor que es más importante y que está comenzando a producirse: el diálogo entre las dos partes enfrentadas en Cataluña. “Está más cerca el hecho de poder tener un debate, aceptar que unos existen y que otros también”, continúa. “Ellos vieron directamente al Gobierno de España como único interlocutor, no nos aceptaron a nosotros, los catalanes que no somos independentistas. Y eso es importante, porque antes del Gobierno de España estamos la otra mitad de catalanes”.

Algo que se ha apresurado a recordar el propio Sánchez en su viaje presidencial a Suecia: «Lo que tiene que hacer el Govern es abrir un gran debate, una gran conversación entre los no nacionalistas y los nacionalistas en Cataluña”.

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