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Sergio Vila-Sanjuán: “Barcelona es la gran fuerza de la cultura catalana más abierta”

Lo que sucede es que hay una parte del intelectualismo catalán que intenta deslegitimar la tradición que yo reivindico en mi libro y, además, una serie de altos cargos próximos a Pujol afirmar que, antes de la guerra, la cultura era en catalán y que el castellano ha sido una excepción. Esto no es verdad.

Sergio Vila-Sanjuán: “Barcelona es la gran fuerza de la cultura catalana más abierta”

Sergio Vila-Sanjuán publica Otra Cataluña (Destino), donde repasa la historia del castellano y de su literatura en Cataluña desde el Compromiso de Caspe hasta nuestros días. Vila-Sanjuán, director del suplemento Culturas de La Vanguardia, destaca el papel de Barcelona en la confluencia entre las dos lenguas y las dos literaturas que, en sus palabras, lejos de poderse identificar como dos culturas separadas, conforman una misma cultura, la catalana, y de una misma Cataluña.

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Pensando el caso de países como Canadá o Bélgica, lo que obliga a preguntarse su libro si es la lengua verdaderamente define una literatura nacional o no.

Al final, todo depende de la voluntad de los historiadores y de los políticos. No se trata de matemáticas, más bien de concepciones que pueden variar. El caso de Canadá o de Bélgica es ejemplar: hay una literatura canadiense en inglés y una literatura canadiense en francés como hay una literatura belga en francés y hay una literatura belga en flamenco. En el caso de Cataluña, hay una literatura catalana en catalán y una literatura catalana en castellano. Ahora bien, tú puede entrar en esta cuestión por mil sitios, no hay una única manera de entender la literatura, pero sí me preguntas mi opinión te diré que soy partidario de definiciones extensivas e inclusivas.

Este mismo planteamiento puede aplicarse extrapolarse a una reflexión sobre qué se entiende por la literatura española.

Efectivamente. Hay una literatura española en castellano, una literatura española en catalán, una literatura española en gallego, una literatura española en euskera, una literatura española en asturiano. Yo creo que el debate acerca de lo que se entiende por literatura nacional debe ser simétrico: España debe reconocer una concepción pluralista de la cultura española y las instituciones catalanas o los historiadores catalanes deben entender por cultura catalana en todas sus expresiones, empezando por el catalán y el castellano, que son las dos más predominantes. Luego podemos incluir al latín o al francés.

En su ensayo, usted señala que el Compromiso de Caspe es central en la historia del castellano en Cataluña puesto que es, a partir de entonces, cuando las élites optan por el castellano en lugar del catalán. 

Sí. Todos los grandes historiadores de la literatura catalana – Rubió, Riquer o Eulalia Durán- hacen hincapié en este hecho. Con el compromiso de Caspe hay un cambio de dinastía: se pasa de los Condes de Barcelona a otra dinastía que es, en parte, castellana y, en parte, catalana. Fernando de Antequera, por parte de madre, conecta con la dinastía de Barcelona, mientras que su padre pertenece a una dinastía castellana. Como comentas, a partir de este cambio de dinastía, parte de las élites empiezan a castellanizarse: Enrique de Villena,  que es un íntimo amigo del nuevo rey, se castellaniza como también lo hacen nobles de la talla de  Torroella o Moner.

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Imagen vía Editorial Destino.

¿El desarrollo del castellano y del catalán ha estado asociado a distintas clases sociales o podemos hablar de un desarrollo transversal?

No se puede poner una etiqueta política a un uso de la lengua o a otro. A fines del XIX, tenemos en castellano desde la extrema derecha, representada por Félix Sardá con su folleto El liberalismo es pecado, que es de lo más reaccionario que se puede encontrar en Europa, hasta la extrema izquierda, representada por Ferrer i Guardia, que es un gran ideólogo de la revolución. Los dos son catalanes, los dos escriben en castellano y están en las antípodas ideológicas; entremedio de ellos dos, están todos los grises. Antes de la Guerra Civil, gran parte de la clase burguesa conserva el catalán y lo utiliza en poesía y en novela, una parte de las élites, como son los Condes de Buey, mantiene el castellano como también lo mantiene parte de la cultura popular o la cultura anarquista. A lo largo de la historia, el catalán y el castellano han ido teniendo posiciones fluctuantes, a veces tiene más peso un idioma y, otras veces, el otro, pero a ninguno de los dos se le puede asignar un color político o una definición sociológica.

Usted dedica un capítulo al Diario de Barcelona y a La Vanguardia y subraya la importancia de los periódicos y, en concreto, del periodismo cultural como eje de unión entre la cultura en lengua castellana y la cultura en catalán.

En los diarios es donde confluyen los catalanoparlantes y los castellanoparlantes. En el siglo XIX, el Diario de Barcelona tiene un papel fundamental: es un diario moderado, muy influido por Balmes, otro autor esencial en toda esta historia, en el que confluye toda la plana mayor de la Renaixença. En el Diario de Barcelona encontramos a Pi i Ferrer, Milà i Fontanals o Joan Mañè. A lo largo del siglo XX, asimismo, La Vanguardia es un gran punto de encuentro y junto al Diario de Barcelona se convierte en una importante plataforma que favorece el bilingüismo. Junto a estos dos periódicos, también hay que mencionar a El Vapor y El Europeo, que son los dos grandes periódicos del romanticismo español. Ambos se fundan en Barcelona y son dos puntos esenciales de confluencia de las dos literaturas.

En otras palabras, la interrelación entre ambas literaturas ha sido constante.

Las dos literaturas se van conectando mucho a lo largo de la historia. Esto lo ha estudiado muy bien Adolfo Sotelo, catedrático de la Universidad de Barcelona. En la Barcelona de finales del XIX, hay mucha sensibilidad por la cultura española emergente y, de hecho, una parte de los libros más emblemáticos de la Generación del 98, como pueden ser algunas obras de Azorín, de Unamuno o de Baroja, se publican en Barcelona. Asimismo, los grandes del 98 tenían una muy buena conexión con el mundo catalán a través de Maragall, relación que ya tenían los de la generación de anterior, es decir, los de la generación de Galdós: éstos tenían una gran conexión con Barcelona, principalmente, a través de la figura de  Narcís Oller, cuya correspondencia con Emilia Pardo Bazán es, efecto, muy extensa. El diálogo entre las dos lenguas y entre las dos literaturas es un diálogo ininterrumpido; de ahí que una de las tesis del libro es que a los catalanes no se nos tiene que hacer escoger entre dos tradiciones porque esta “otra Cataluña) es la misma Cataluña. No se puede negar una y otra tradición, hay que cogerlas a ambas porque ambas conforman Cataluña.

A partir de El Quijote, usted subraya la importancia de Barcelona en la industria editorial.

La tradición editorial barcelonesa ha definido la ciudad y el castellano tiene, al menos desde 1550, un papel clave, puesto que el mundo de la imprenta se da cuenta muy pronto de que a través del castellano se pueden romper barreras y se pueden llegar a más territorios. Cuando se produce el renacimiento del libro en catalán, este ecosistema editorial barcelonés favorece a que la Renaixença tenga una base editorial que le da una mayor proyección de la que llegan a tener, por ejemplo, las letras gallegas, que carecen de esta base editorial.

¿Quiere decir que, en cierta manera, el resurgir de la literatura en catalán es favorecido por la estructura editorial instalada en Barcelona?

Les favoreció mucho. Por ejemplo Antonio Bergnes de las Casas,  que es un gran editor y que hace su dinero publicando en castellano, publica a Aribau y publica el Evangelio en catalán. Otro un ejemplo todavía más significativo: cuando se pone en marcha la enciclopedia Espasa, la editorial contrata a todos los sabios catalanes del momento y, por tanto, para toda la nómina de intelectuales de la primera década del siglo veinte, la Enciclopedia Espasa es una buena fuente de ingresos. El mundo editorial ha contribuido a que mucha gente se ganara la vida, permitiéndoles escribir en la lengua que ellos prefiriesen.

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Vila-Sanjuán durante la presentación de su libro. | Foto vía Editorial Destino

Si antes hablábamos de los periódicos usted hace hincapié en el papel de determinadas editoriales, como puede ser Anagrama, en la traducción de autores en catalán al castellano.

Anagrama ha traducido cerca de 20 autores en catalán al castellano. Cuando Cataluña fue invitada a la Feria de Frankfurt, Anagrama hizo un libro donde reunía a todos los autores en catalán que había traducido. Y junto a Anagrama también hay que citar a gente como Agustín Goytisolo o Enrique Badosa, que tradujeron al castellano a muchísimos poetas en catalán y fomentaron su difusión, cada uno desde el lugar que ocupaba. Por entonces, Badosa era el editor de poesía de Plaza y Janés colocó a muchos poetas catalanes en la colección que dirigía. Por tanto, como te decía antes, la relación entre las dos literatura siempre ha existido. Obviamente, con el franquismo todo se complicó, sobre todo en los años 40, durante los cuales la represión fue muy dura. Sin embargo, en otros momentos, la colaboración entre ambas literaturas fue muy fluida.

Antes decía que no se puede poner una etiqueta política a las lenguas, pero es indudable que, por lo menos, en el siglo XX hubo una politización de las mismas.

El debate político comienza a principios del siglo veinte, cuando el catalanismo cultural se convierte en catalanismo político. Entonces, aparecen algunos sectores reticentes a la cultura española. Esto, como explica Carme Riera, se ve muy bien en Bicentenario de El Quijote: hay una parte de la intelectualidad catalana que quiere celebrar la obra y hay otra parte que no quiere, porque lo identifica con la “España de siempre”…. En las primeras décadas del XX hay puntos de fricción, pero no son generales. Después de la guerra, todo se complica, sobre todo porque hay vencedores y vencido y, en los años ochenta, se produce un hecho inevitable y justo: hay una gran recuperación de la cultura y de la literatura en catalán. Esto está muy bien y se hace con gran consenso. Lo que sucede es que hay una parte del intelectualismo catalán que intenta deslegitimar la tradición que yo reivindico en mi libro y, además, una serie de altos cargos próximos a Pujol afirmar que, antes de la guerra, la cultura era en catalán y que el castellano ha sido una excepción. Esto no es verdad, sin embargo, en determinados círculos, se asienta está idea y se proyecta hacia el futuro: si en el pasado el catalán fue hegemónico también lo tiene que ser en el futuro.

Puede que esta idea se sustentara en el hecho que la no enseñanza del catalán en las aulas durante parte del franquismo o su prohibición hiciera que mucha gente que, potencialmente hubiera escrito en catalán, optara por el castellano.

Que el franquismo perjudica la enseñanza del catalán es una evidencia y es cierto que algunos escritores, en condiciones de libertad, no hubieran escrito en castellano. Sebastià Juan Arbó, por ejemplo, es alguien que antes de la guerra tiene una carrera de éxito en catalán y, después de la guerra, para adaptarse al catalán. José María Gironella confesaba que se había puesto a escribir en castellano porque las circunstancias lo había forzado. De todas formas, esta no es la experiencia de todos; basta pensar en Carmen Laforet o Ana María Matute, dos escritoras cuya lengua materna era el castellano y, por tanto, muy probablemente hubieran escrito en castellano en un contexto de democracia liberal.

Hemos hablado mucho de trasvase, pero ¿acaso no ha fallado el sistema educativo a nivel estatal cuando autores en lengua catalana, gallega o vasca son casi inexistentes en los manuales de literatura española?

Hay un fallo en el sistema educativo sin duda, porque en el resto de España no se han enseñado bien las otras literaturas de la Península y algo parecido sucedió en la Universidad. Recuerda cuando se puso de manifiesto que había más cátedras de catalán en Alemania que en España. Por tanto, en educación se ha fallado, pero en otros ámbitos se ha intentado reforzar el diálogo y ha funcionado a ratos, dependiendo mucho de los gobiernos que había en cada momento. Yo creo que, en general, los mandatos socialistas han tenido mucha más sensibilidad hacia este tema, sobre todo con ministros como Semprún o Cesar Antonio Molina. El PP, por el contrario, con alguna excepción brillante como es el caso de Lasalle, ha estado menos sensible a esta cuestión. No todas las épocas han sido iguales, pero de lo que no hay duda es que, a día de hoy, el problema no está resuelto. Prueba de ello es que los escritores en castellano de aquí no se sienten reconocidos.

Por los periódicos, las editoriales, pero también por su propio entramado cultural y empresarial, usted describe Barcelona como un espacio de confluencia, un espacio de no conflicto.

Barcelona es la solución, siempre lo ha sido. Barcelona es una ciudad con mucha inercia, muy plural y es el espacio donde confluyen las dos tradiciones culturales y se relacionan sin acritud. En Barcelona estas dos tradiciones conviven en un mismo espacio: en el Ensanche tienes a Espinás y tienes a Carmen Laforet; en el puerto, tienes a Salvat-Papasseit y a Porcel… Barcelona es la gran fuerza de la cultura catalana más abierta y esto se ve también en las elecciones: Barcelona es menos independentista que comarcar interiores.

Si Barcelona es la solución, entonces requerirá de unas determinadas políticas culturales que se hagan cargo tanto de su papel actual como de su pasado.

Barcelona tiene que mantener su memoria editorial y, precisamente por esto, he estado completamente en desacuerdo con que archivos importantes de editoriales barcelonesas tan emblemáticas y cosmopolitas como Tusquets hayan ido a parar a Madrid. Creo que su lugar es Barcelona, por mucho que la Biblioteca Nacional sea un organismo estatal. Creo que los archivos de Tusquets como los de Anagrama deberían estar en Barcelona, que, por su parte, tiene que seguir haciendo políticas culturales que, hasta el momento, no han sido del todo malas. Yo creo que los grandes momentos culturales de consenso y de proyecto de la cultura catalana en estos últimos cuarenta años han estado vinculados al Ayuntamiento de Barcelona y a Maragall. En el último foro edita, el editor mexicano Ricardo Cayuel decía que a ellos, desde América, ya les va bien que Barcelona sea la capital editorial, porque se ve a Barcelona como un lugar más neutro y más interterritorial que Madrid o que otra ciudad catalana.

¿Los ecos del boom, por tanto, todavía resuenan y todavía definen a Barcelona?

Totalmente. En el libro quería remarcar los momentos en los que la literatura catalana se encuentra con la literatura en castellano más internacional. El primer momento de este encuentro se produce con El Quijote; el segundo momento se produce con San Ignacio de Loyola, que empieza a escribir sus Ejercicios espirituales en Manresa, y el tercer momento coincide con el Boom, cuando llega la literatura hispanoamericana pasa al primer plano internacional, se reconoce a sí misma y cambia de estatus. Sin Barcelona no hubiera existido el boom o, por lo menos, no hubiera existido de esta manera y tampoco hubiera existido sin personas como Carmen Balcells o como Carlos Barral, que es quien mueve la primera ficha al reconocer a Mario Vargas Llosa con el Premio Biblioteca Breve. Este premio a un peruano de 26 en 1963 tiene una incidencia tremenda, es el primer desencadenante del boom. ¿Es esto cultura catalana? Bueno, yo creo que a los catalanes nos interesa apropiarnos de esta historia de la misma manera que los franceses se han apropiado de Picasso. El boom, para mí, fue y es catalán, porque fue en Barcelona donde se coció todo.

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