No, no hablamos de la película que se estrena este viernes 26 de octubre, sino de la novela gráfica que cuenta la valiente odisea del fotógrafo catalán Francisco Boix. Un trabajo fruto de años de investigación del guionista Salva Rubio y el dibujante Pedro J. Colombo que tras su publicación, primero en Francia, reabrió las heridas de una memoria histórica que aún no se han cerrado ni hecho suficiente justicia, la del Holocausto español en los campos de concentración nazis y los cientos de refugiados que jamás pudieron regresar a un país que el ejército aliado prometió liberar. Esta es la otra historia de ‘El fotógrafo de Mauthausen’ (Norma Editorial) que desvela algunos misterios de su vida y su personalidad en clave de viñeta y con una detallada documentación.
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“Francisco Boix. Ninguna preparación política. Indisciplinado en grado sumo. Anárquico. Sectario. Se le ha llamado muchas veces la atención. Aparte de esto ha realizado buenos trabajos”. Así fue cómo describió el PCE tras la liberación al fotógrafo catalán Francesc Boix, considerado por Stalin, al igual que otros comunistas que sobrevivieron al horror nazi, como ‘colaboracionista’. Pero Boix no solo conservó la vida; sabedor de que una imagen vale más que mil palabras, aprovechó su posición de privilegio como parte de un batallón de prisioneros ‘cualificados’ en el campo de Mauthausen en el que estuvo interno desde el año 1941 hasta su liberación para robar las imágenes que tomaba el servicio de identificación de las SS de esas ‘muertes no naturales’: Experimentos médicos, prisioneros ejecutados cuyas muertes tantas veces se hacían pasar por accidentes o suicidios, falsas fugas ocurridas al empujar a un preso contra el muro electrificado… Y convirtió esos negativos en pruebas de la barbarie nazi y a él en el único español en participar en los Juicios de Nuremberg.
Así lo recoge el escritor Salva Rubio, que empezó a interesarse por esta historia hace más de diez años, cuando trabajaba como librero y pensó que la de Boix era una vida que debía llevarse al cine – “hablé con varias productoras pero era el inicio de la crisis y lo recharazon”-. Finalmente, tomó forma de novela gráfica con más de 10.000 ejemplares vendidos en Francia.
“Siempre he creído que para que una historia viva debes contarla, si no se olvida y muere”, dice Salva, que en su doble labor de historiador del arte y guionista investigó los hechos con el asesoramiento de otro avezado historiador dedicado al estudio de la memoria de los deportados españoles en la Segunda Guerra, Benito Bermejo, y la asociación Amical, y se metió en la piel de Francesc Boix casi como un actor del método para ir ‘rellenando los huecos’. “Me gusta estudiar la vida de un personaje para deducir cómo se comportaría y que haría en una situación determinada. Francesc Boix fue una persona poliédrica; tenía un lado oscuro, como todos nosotros, que no era necesariamente malo… Quizás orgulloso, arriesgado o anteponía el fin a los medios. Y quiero pensar que le he hecho justicia, aunque no lo conociera. Por ejemplo, tiene una gran colección de fotos con mujeres guapas con las que le gustaba fotografiarse y era muy ligón. Así que utilicé este rasgo de su persona para dar entrada al cómic”, dice.
Un ‘rotspanier’ con el número 5185
Nacido en el barrio barcelonés del Poble-sec e hijo de un sastre que lo inició en la fotografía -una placa señala el hogar donde vivió y una peluquería se emplaza donde estuvo la antigua sastrería-, poco queda hoy de la que fue su vida anterior al estallido de la guerra. A los 17 años, movido por su vocación y su compromiso político, se presentó como voluntario para ir al frente a combatir a los golpistas y lo hizo como mejor sabía, cámara en mano, de forma que al terminar la contienda tuvo que exiliarse en Francia para evitar la muerte, como muchos españoles, y fue confinado en un campo de trabajo. Pero cuando las tropas de Hitler tomaron París pasó de refugiado a prisionero de guerra.
“Era un tipo muy especial, que se metía en unos líos enormes. Y también listísimo. Antes de llevarlo a Mauthausen, donde fueron internados 190.000 presos de los que murieron la mitad, empezó a aprender alemán por iniciativa propia y cuando llegó al campo de concentración decidió que trabajaría en el laboratorio fotográfico de las SS”, explica el guionista, quien apunta que tanto el dominio del idioma como su condición de fotógrafo le salvaron la vida, pues marcado como un ‘rotspanier’ (español rojo) con el número 5185 consiguió entrar en el barracón 2, donde estaban los prisioneros que podían dar algún servicio a los nazis, e instó a sus compañeros para ayudarle en el hurto de miles de negativos que revelarían al mundo el horror nazi.
El plan era arriesgado: Una vez Francesc hacía las copias, los negativos se escondían entre la ropa sucia y en los marcos de ventanas y puertas a la espera de que los ‘pochacas’ (poschacher), que eran los presos más jóvenes y podían salir para trabajar en empresas del régimen, los sacaran del campo. Y para ello tuvo que bregar con un siniestro personaje que Rubio y Colombo retratan con toda suerte de detalles en el cómic, el suboficial de las SS y artistas demente Paul Ricken, que dirigía el servicio de identificación de Mauthausen y de cuyas aberraciones el barcelonés fue testigo. Ricken había sido profesor y consideraba las horribles fotografías de cadáveres torturados y ejecutados verdaderas obras de arte, e incluso modificaba la posición de los cuerpos para resaltar ‘su poética’. Curiosamente, solo llegó a pasar 20 años entre rejas.
“Boix fue el único español que participó en los Juicios de Nuremberg y muchos de los diálogos que aparecen en el juicio los he sacado directamente de las actas. La impresión general es que, aunque las fotos que robó ayudaron a incriminar a muchos jerarcas nazis, los aliados no quisieron verlas todas porque había demasiado trabajo”, señala Salva Rubio. A lo que debe sumarse que gran cantidad de las instantáneas que tomó durante la liberación de Mauthausen, el 5 de mayo de 1945, siguen siendo publicadas en libros sobre el Holocausto sin la debida atribución de autoría.
Las fotografías desaparecidas
El problema de la memoria es que si no es registrada se diluye con el tiempo, como un eco. Mueren sus protagonistas y ella muere con ellos. Alrededor del año 2013 una asociación de aficionados a la fotografía histórica (Fotoconnexió) encontró en una plataforma de coleccionismo unas imágenes de la guerra civil de tan gran calidad que inmediatamente intuyeron que estaban realizadas por un profesional, compraron el lote de casi un centenar de fotos y descubrieron que había unas notas en el dorso. El misterio se resolvió cuando otras personas afirmaron tener copias de aquellas mismas imágenes que les había regalado un fotógrafo catalán, Francesc Boix. Ahora este fondo forma parte del Archivo Nacional de Catalunya.
Según el historiador Benito Bermejo, al menos 19.000 de los 20.000 negativos que Boix consiguió sacar del campo habrían desaparecido (los que caben en una maleta). Puede que todavía hoy sigan en algún lugar de París, donde vivió tras salir de Mauthausen sin posibilidad de regresar a España, al igual que otros anónimos españoles cuyas historias a menudo sus descendientes le cuentan a Salva en las presentaciones. “Suele ser gente muy mayor y ya los identificas porque hay como una electricidad en su mirada. Se acercan a que les firmes el libro y te dicen: «Me llamo Jean Pierre Ramírez y mi padre era español y estuvo en Mauthausen. Me habéis dado mis raíces«. También he recibido correos de nietos e hijos de españoles, e incluso del hijo de un gendarme francés que tuvo que trabajar como guardia en el campo de concentración. Es muy polémico lo que pasó con estos españoles porque prisioneros franceses prometieron que lucharían por ellos, pero al terminar la Segunda Guerra las autoridades quisieron deportarlos a España. No los trataron del todo bien… Y por la presión social los acogieron, pero perdieron su identidad y sus raíces y tuvieron que adaptarse a un país que no era el suyo”, explica. Y eso mismo fue lo que le ocurrió a Francesc Boix, que falleció a la edad de 30 años fruto de una enfermedad que contrajo en Mauthausen, supuestamente tuberculosis.
Solo la etapa final de su vida, desde 1945 a 1951, cuando trabajó en París como fotógrafo para diferentes diarios comunistas, permanece brumosa. “¿Dónde están esas otras fotos? ¿Qué ocurrió con ellas?”, se pregunta Salva Rubio.