Marta Orriols: vida después de la muerte
Tenemos una conversación pendiente: la muerte. Nos tapamos los oídos y cerramos los ojos. Pero a todos nos llega. “Estamos tan inmersos en el hecho de vivir que pasamos de puntillas por estas cosas”. La muerte nos acompaña y la tememos porque algún día se llevará a nuestros familiares y a nuestros amigos y a nosotros mismos. Se nos contrae el pulso si hablamos de la muerte. Pruébenlo: saquen el tema en la hora del almuerzo. “Nadie nos prepara para la muerte”, dice Marta Orriols, “pero cómo vas a prepararte para perder a alguien al que quieres tanto”.
Tenemos una conversación pendiente: la muerte. Nos tapamos los oídos y cerramos los ojos. Pero a todos nos llega. “Estamos tan inmersos en el hecho de vivir que pasamos de puntillas por estas cosas”. La muerte nos acompaña y la tememos porque algún día se llevará a nuestros familiares y a nuestros amigos y a nosotros mismos. Se nos contrae el pulso si hablamos de la muerte. Pruébenlo: saquen el tema en la hora del almuerzo. “Nadie nos prepara para la muerte”, dice Marta Orriols, “pero cómo vas a prepararte para perder a alguien al que quieres tanto”.
¿Por qué todo esto? Se trata del segundo libro de Marta Orriols, Aprender a hablar con las plantas (Lumen), su primera novela. La barcelonesa ha escrito una obra donde la muerte está presente todo el tiempo, aunque no como un elemento definitivo. Me explico: Paula –voz que guía la narración– pierde a su pareja –Mauro– dos veces: primero cuando la abandona por una mujer más joven, después cuando muere en un accidente. Todo ocurre en el mismo día. La historia queda marcada por la tragedia.
Orriols no necesitó leer sobre el duelo para comprender el dolor de la muerte: ella misma perdió a su pareja en un accidente.
–La novela arrancó por mi estado de ánimo. Había perdido a mi pareja hacía muy poquito y me di cuenta de que tampoco podría haber escrito sobre nada más. Ahora miro atrás y me digo: ¿sobre qué iba a escribir si no? La muerte se mete en todos los ámbitos de tu vida. En cada cosa que haces, en cómo te miran los otros.
Hace dos años, Orriols publicó Anatomia de les distàncies curtes (Edicions del Periscopi); los cuentos funcionaron bien. Un día recibió la llamada de Silvia Querini, entonces editora de Lumen y ahora jubilada. Le dijo lo mucho que le gustaron sus cuentos. Le propuso publicarlos en castellano. Le regaló un ejemplar de Nora Webster, una novela de Colm Tóibín sobre la pérdida, y le animó a hacer algo parecido. La oferta coincidió con el episodio de la muerte.
Orriols dijo sí. Anteriormente, los cuentos los escribía por la noche, después del trabajo y cuando los niños dormían. Pero la muerte cambió sus prioridades. “La muerte te da valentía”. Orriols dejó su trabajo, protagonizó una explosión controlada y terminó por descubrir que había hecho lo correcto: pronto le surgieron encargos editoriales, informes de lectura, colaboraciones en prensa. Escribió con fluidez por el día.
–No me planteé esta novela como una novela de muerte. La planteé como una novela de supervivencia. Cuando te pasa algo así en el ecuador de tu vida tienes que empezar de nuevo. Paula estaba en un estado involuntario: no era feliz, tampoco infeliz. Lo que Paula acabó descubriendo es que la muerte fue una oportunidad. La muerte le sirvió para autodescubrirse.
Y en ese proceso le asaltaron nuevas preguntas: cómo volver al ruedo, cuándo asumir que la vida sigue, cómo desmentir el sexo con otros como un acto de traición. Orriols dice que la muerte desdibuja el tiempo, que todo queda acotado en dos espacios –lo que ocurrió antes y lo que ocurrió después–.
Para Paula, asumir que Mauro la dejó antes de morir fue un consuelo. Lo supo en el momento en que se encontró con el mejor amigo del muerto y descubrió que estaba en terapia.
–Nos enseñan al éxito y a lo positivo, a enamorarnos, a la felicidad. Pero no nos enseñan a desenamorarnos. El desamor se vive como un drama, cuando es igual de natural que enamorarse. Sería mucho más fácil si vendiéramos el amor como algo pasajero, algo que no tiene por qué ser eterno. Y si resulta que lo es, pues mejor. Paula, por ejemplo, es una persona que relativiza. No culpa a Mauro por haberla dejado. La relación no funcionaba. Él quería hijos. Ella no. Había una mujer más joven. Lo acaba aceptando. Mi mirada del mundo coincide con la de Paula.
Y continúa:
–Hay conceptos como el amor que están sobrevalorados. El amor es fantástico, pero lo es momentáneamente. Como los hijos. Creo que seríamos más felices si fuéramos más libres. Sabiendo que uno es feliz en el momento, pero que nunca se sabe qué puede ocurrir.