Elena Ferrante y el anonimato de los escritores en el siglo XXI
Un escritor fantasma en el siglo XXI esconde una declaración de independencia y Elena Ferrante ha probado su efectividad en plena era moderna.
Un escritor fantasma en el siglo XXI esconde una declaración de independencia. El anonimato es y siempre ha sido un libre derecho para quienes escriben, pero no siempre se ha utilizado por las mismas razones ni temores. Porque si las hermanas Brontë, Louisa May Alcott y Lucile Aurore Dupin publicaron sus obras seminales bajo nombres como Acton, Ellis y Currer Bell, o George Sand en el caso de Dupin, no fue tanto por el deseo a la privacidad sino por las restricciones de género que hacían mucho más sencillo en siglos pasados publicar bajo el nombre de un hombre que bajo el de una mujer.
Afortunadamente el mundo ha evolucionado, y aunque en una nota más actual escritoras como J.K Rowling han llegado a escribir bajo seudónimos masculinos, la gran mayoría debería de ser capaz de publicar sin preocuparse por los cromosomas asociados a su nombre. Lo cual nos lleva a una especie de misterio moderno en el mundo de la literatura, es decir la escritora “fantasma” Elena Ferrante, seudónimo utilizado desde 1992 para publicar la primera de sus novelas, El amor molesto.
Aunque Ferrante tiene una larga trayectoria a su nombre, la principal obra por la cual es conocida y adorada es la tetralogía napolitana Mi amiga estupenda, cuya adaptación llega este 19 de noviembre a la pantalla chica de la mano de HBO y el director italiano Saverio Constanzo.
Las novelas de Ferrante y su anonimato plantean un escenario interesante para la literatura actual. Aunque las entrevistas son escasas, por no decir las apariciones en público, Ferrante ha afirmado entender su anonimato como un proceso para “descubrir la personalidad de quien escribe a través de las historias que propone, de sus personajes, de los objetos y paisajes que describe, del tono de su escritura, no es ni más ni menos que un buen modo de leer” comentó la escritora a Paolo di Stefano en una entrevista para Il Corriere della Sera.
Se dice que es de Nápoles, coincidencia obvia que protagoniza así los escenarios de sus novelas, y que su verdadero nombre es Anita Raja. Se dice que nació en 1953 y es hija de un juez napolitano y una profesora de alemán de origen polaco, que está casada con el escritor Domenico Starnone. También se ha dicho que es el mismo Domenico Starnone, u otro hombre, o que es muchos hombres distintos según cada libro, pero no fue hasta el año 2016 cuando el periodista italiano Claudio Gatti forzó desvelar la identidad de la escritora al contrastar cuentas bancarias –previamente algunos algoritmos habían sido constatados por la Universidad La Sapienza de Roma para acercarse a autores que parecieran tener el estilo de Ferrante– cuando se concluye que de hecho el auténtico nombre de la escritora es Anita Raja, quien supuestamente trabajaría como traductora freelance para la editorial italiana Edizioni e/o, en la que se publican las obras de Ferrante.
El 4 de octubre del mismo año, Anita Raja aparentemente confirmaba a través de Twitter que ella era Elena Ferrante pero esto resultó ser una falsa declaración del periodista Tommaso Debenedetti, quien sin embargo aseguraba que Raja le había confesado su identidad. Y aunque todo indica que Ferrante sigue sin querer entenderse con las miradas públicas ni declarar abiertamente su rostro y nombre, el asunto de su identidad quedó zanjado aparentemente en el 2016 cuando incluso la revista Time incluyó a Ferrante entre las cien personas más influyentes del año.
Mi amiga estupenda
En el 2011 Ferrante publica el primer volumen de una saga que traza una amistad de por vida. Esta es la historia de Elena y Lila, dos pequeñas que crecen en Nápoles en los años cincuenta y cuya relación se convierte en el centro de un escenario italiano tan adictivo como incómodo.
La saga comienza en la infancia de ambas y repasa una relación que no es lo que se podría esperar de una amistad de novela. No es una amistad incondicional ni cursi, tampoco es una amistad convencional rodeada de estereotipos y promesas adolescentes, es más bien una relación construida al ritmo de un entorno social y cultural que se impone como principal obstáculo para la perfecta compenetración entre ambas.
Elena es una niña estudiosa y aplicada, insegura pero acostumbrada a sobresalir en todo lo que hace, es también el lado racional y menos arriesgado de su contraparte Lila, igual de inteligente pero de una manera mucho más natural, sin esmeros ni desvelos, una de esas personas que sin poder evitarlo marcan el ritmo de quienes la rodean y crean una adicción sobreprotectora que la dibuja como una amiga y enemiga al mismo tiempo. Esta es una historia que dura décadas, las décadas que tarda Lila en desaparecer sin dejar ningún rasgo y que llevan a Elena a relatar la historia de su amistad desde el principio, con el primer tomo como partida.
Con la saga, Ferrante crea un discurso sencillo y sin pretensiones en donde es inevitable no empaparse de los chismes y revelaciones del pueblo que abriga la historia. No hay extravagancias ni rutinas que no sean ordinarias, simplemente hay una amistad que ha sobrevivido décadas y todas las razones por las cuales esta no se ha podido romper a pesar de las fuerzas que alejan a sus componentes.
Ferrante habla sobre la amistad femenina, sobre la ira, la rabia el amor y la traición no solo entre mujeres sino entre cuerpos y mentes en constante evolución. La oscuridad y luz de sus personajes se unen con una moral común que evita que se mantengan alejadas durante demasiado tiempo.
Mi amiga estupenda es una saga turbulenta, fácil de leer pero no de digerir y la nueva adaptación de HBO producida en italiano y protagonizada por Margherita Mazzucco, Elisa Del Genio, Ludovica Nasti y Gaia Girace como las versiones infantiles y adolescentes de Elena y Lila promete indagar en esta relación de 60 años con una temporada por cada tomo.
Pero volviendo al misterio de Ferrante, quien siempre ha protegido su identidad como un aspecto esencial para centrar el foco su trabajo como material representativo de un rostro que no es necesario hacer público, su persistencia en el tema del anonimato también sugiere que un seudónimo no tiene porqué representar una restricción de género o de clase, sino que también puede implicar todo lo contrario: la libertad artística para crear sin presiones estereotipadas y sin las consecuencias fanáticas de los escenarios post best sellers.
Para la creación de la serie por ejemplo, ni el propio director Saverio Costanzo tuvo la oportunidad de conocer a Ferrante, aunque si intercambió constantes correos electrónicos con esta. Sin embargo, Costanzo admite que fue «como escribirme con un fantasma». Una correspondencia con una mujer sin rostro ni voz que entiende al libro como un elemento al cual no hay que colocarle un semblante.
Puede que el anonimato de Ferrante no haya buscado durar tanto, que abstención y seudónimo se hayan confundido en una delgada línea que se hizo cada vez más difícil de visibilizar, pero la práctica de este sigue conjugando un tipo de libertad que pocos practican en el siglo XXI, donde el reconocimiento y los premios, los nombres y las fotos se plantean con tal seriedad que se confunde la fama con el talento y la publicidad con el verdadero proceso de leer una novela sin recurrir a la contraportada y el retrato plasmado del escritor antes de decidir hacer efectiva la compra.