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Samanta Schweblin: “Las tecnologías como las mascotas funcionan de espejo”

Samanta Schweblin: “Las tecnologías como las mascotas funcionan de espejo”

Imagina un dispositivo con nombre de sopa china o de estado norteamericano pronunciado en un español muy regio que se pasea por tu casa y al que tratas como una mascota. Un peluche en forma de conejito rosa o un cuervo graznando cuando se le pregunta y que parece tan inofensivo… ¿Eres consciente de que alguien en alguna parte del mundo lo dirige y está viendo todo lo que haces? ¿Y si fueras la persona que está al otro lado? “¡Hazme un masaje en los pies! ¡Ahora vete a aquella esquina! ¿Quieres que te levante para que mires por la ventana, kentuki?”. La escritora argentina Samanta Schweblin acaba de publicar ‘Kentukis’ (ed. Random House, 2018), una novela coral sobre la conexiones humanas y sus interferencias, el papel de la tecnología en nuestras vidas y nuestra necesidad de ver y ser vistos, pero no juzgados. ¿Y tú qué preferirías ser ‘kentuki’ o amo?

 Samanta Schweblin: “Las tecnologías como las mascotas funcionan de espejo”

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Como muchos lectores una de las primeras cosas que hice al empezar a leer la novela fue googlear la palabra ‘kentuki’ y no encontré ninguna pista ligada a la historia. ¿De dónde surgió el nombre y la idea para la novela?

La idea para la novela simplemente apareció. Me intrigó que no existiera nada como un kentuki, que no es otra cosa que el cruce entre un teléfono móvil y un peluche, pero tardé en entender que podía ser una idea literaria.

El término ‘kentuki’ apareció en el primer borrador de la nada y no le eché mucha cuenta porque estaba muy preocupada por otras cosas, pero cuando el borrador empezó a crecer hice una lista de cosas que me interesaban; pensé que este dispositivo tenía que sonar a barato, popular, medio norteamericano y medio chino. Luego googleé la palabra y apareció una ciudad en Australia, un caballo ruso muy famoso, una ciudad ucraniana que se pronunciaba igual y una comida tradicional japonesa, así que era perfecto.

Más que un libro sobre tecnología, Kentukis es una novela sobre conexiones humanas y sus interferencias, pero también sobre el lenguaje y la incomunicación. ¿Dirías que el lenguaje más que una fuente de entendimiento es un foco de problemas?

El lenguaje es nuestra forma más auténtica de comunicarnos y no nos queda otra que padecerlo, pero podemos ser muy claros y concisos con el lenguaje cuando en realidad en las relaciones siempre es un problema. Ahora mismo el lenguaje para mí es un problema. Justamente lo que me permite la literatura y no esta entrevista es parar el tiempo, pensar muy bien qué es lo que quiero decir y elegir las palabras, de modo que lo que a nivel emocional y abstracto siento pueda llegar intacto a la persona a la que me estoy dirigiendo. El lenguaje mancha eso, hace un desastre.Un mal con buenas noticias…

Y las redes sociales son prueba de ello…

Sí, hay mucha artificialidad y mentira alrededor de los mensajes que creamos en las redes porque disponemos de más tiempo para decirle al otro quiénes somos. En la novela hay mucho voyeurismo, que es uno de los deseos básicos de los usuarios de los kentukis, y creo que tiene que ver mucho con esto y con las redes sociales. Tenemos el instinto de tratar de entender quién es realmente el otro y no quién dice ser, y los kentukis nos permiten ver a ese otro en toda su desnudez, sobre todo al principio, cuando no se ha establecido un lenguaje y pasan cosas distintas que tienen más que ver con el movimiento y con tocar al otro.

¿Es la literatura una tecnología?

Absolutamente. A veces pensamos en lo tecnológico en términos más técnicos, pero una tecnología es el desarrollo de una herramienta que permite que algo funcione. Y creo, además, que la literatura es una tecnología tan sagrada y tan íntima que el progreso como lo pensamos en el mundo contemporáneo no ha podido entrar del todo en ella. Lo único que ha hecho la tecnología con la literatura es cambiarla de soporte, pero no se ha metido dentro porque la literatura trabaja con el poder de invocación que tienen las palabras a nivel emocional.

¿Crees que si vivieras hoy en Buenos Aires seguirías escribiendo sobre esa Argentina natal en la que ambientas tus cuentos y novelas?

Cuando escribo siempre vuelvo a Argentina, es el espacio en el que pienso mis escenarios literarios, sí. Una historia nueva siempre es en Argentina, pero, por otro lado, es curioso y sensato que después de seis años viviendo fuera aparezca una novela que hace un registro de mis últimos movimientos y los viajes que he hecho cuestiones literarias. ‘Kentukis’ sucede en una veintena de ciudades de todo el mundo que conozco y justamente en Berlín, donde vivo, tengo este problema del lenguaje que también se ve en la novela. En Berlín todo el tiempo se escuchan múltiples lenguas en la calle que no entiendes y aprendes a diferenciarlas, y tienes esa sensación constante de extranjería que hasta cierto punto es irreparable, porque cuando vives en una capital en la que se hablan tantas lenguas es imposible dejar de ser extranjero.

Uno tiene la sensación de que la tecnología crea aislamiento y, más que eso, una sensación de desrealización. Como si se tuviese miedo a la vida o la vida en comunidad y pudieses controlarla mejor…

En la novela gran parte de los personajes se relacionan con los kentukis en su soledad. También creo que para las personas más sensibles hay cierto confort en la relación con las tecnologías que es bastante similar al confort que sentimos en la relación con nuestros animales. Al final funcionan un poco como espejos y uno le dice algo muy sincero a un perrito y el perrito mueve la oreja derecha y decimos qué es muy expresivo. Al principio los kentukis se comportan de esa manera cuando no existe un lenguaje establecido y es muy reconfortante porque no hay juicio de valor de parte del otro, aunque a su vez siga envolviéndote en un halo de mucha soledad.

Siempre has mantenido que no escribes ciencia ficción -lo cual molesta a un poco a los lectores de ciencia ficción que son fans de tus obras-. ¿Por qué? ¿Sigues manteniéndolo con ‘Kentukis’?

Me encanta la ciencia ficción y gran parte de los autores que admiro vienen de esa línea. ‘Crónicas marcianas’, de Ray Bradbury tuvo mucho que ver con la escritura de este libro, pero hay una realidad y es que un kentuki es el cruce de un peluche con el celular más rudimentario y el único término técnico que se nombra en la novela es que funcionan con wifi.

Que no me sienta en el territorio de la ciencia ficción no significa que no se me pueda etiquetar como ciencia ficción. En realidad siempre tengo esta sensación de que las etiquetas me incomodan un poco, pero no reniego de ellas. Cuando escribí ‘Pájaros en la boca’ se dijo que el libro era literatura fantástica, pero lo fantástico tiene que ver con lo que es imposible que suceda y todos estos cuentos son factibles aunque extraños; pero me encantaba ese término porque de alguna manera da cuenta de lo incómodo que es ese extrañamiento. Había que catalogarlo como fantástico para que quedase en un lugar de seguridad. Y con ‘Distancia de rescate’ se hablaba de literatura de terror… Jamás escribí estas obras de esos lugares, ni tampoco siento que pertenezca.

Volviendo a las historias cortas que se entrelazan en ‘Kentukis’, alguna vez dijiste que cuando escribes una novela es porque intentaste un cuento y algo salió mal… ¿En este caso fue así? ¿A qué responde la estructura?

‘Kentukis’ no es un cuento que salió mal, desde un primer momento ya entendí que esta historia en particular no se podía contar de una manera que no fuera con distintos personajes en distintos lugares del mundo y que para que la emoción funcionase debía ser coral. La diferencia entre un cuento y una novela no tiene que ver con las páginas; el género es una fatalidad con la que carga una historia.Una historia nace y ya pide una forma y ni siquiera pienso al inicio de una historia si es un cuento o una novela, sino lo que necesita.

Este año se empieza a filmar la adaptación al cine de ‘Distancia de rescate’ en cuyo guión participaste. Se suele decir que los buenos libros se convierten en malas películas o viceversa. ¿No temes que se desvirtúe un libro tan complejo?

Da mucho miedo, sobre todo porque el cine tiene más espectadores que la literatura lectores y de alguna manera condiciona la lectura de la novela, y es muy terrible para un escritor. Pero escribir el guión de ‘Distancia de rescate’ abrió esa caja de pandora y me hizo encontrar cosas nuevas de la historia que no había visto y a nivel emocional me dio muchísimo.

Además tengo plena confianza en la directora que está llevando adelante la película, Claudia Llosa, y conecto muchísimo con sus películas. También, de alguna forma, creo que una película da nuevos lectores a los libros, que al final es mi territorio.

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