¿Ya no nos escribimos cartas? Sobre el auge de los libros de correspondencias y los nuevos epistolarios en la red
Cuenta Herodoto que el mensajero Filípides, por orden de los comandantes de Atenas, corrió en dos días casi 250 kilómetros hasta Esparta, para llevar a los espartanos un mensaje de solicitud de ayuda contra los persas que habían desembarcado en Maratón. Los romanos se sirvieron de sus cursus publicus, organizando el correo con una cuidada red de caminos que recorría la geografía de Hispania, para poder llevar mensajes al ejército o los administradores romanos. Y durante la Edad Media, los numerosos reinos en los que estaba dividida España crearon sus propios sistemas de correos. El 08 de julio de 1716 nace en España el servicio de Correos como lo conocemos hoy día, convirtiéndose en una responsabilidad del Estado. Un servicio que casi nadie utiliza porque ya no mandamos cartas (en papel), pero los mensajes siguen corriendo de un lado para otro, ya no en la forma clásica de la correspondencia escrita, a mano o a máquina, sobre un papel y adentro de un sobre o en una tarjeta postal, pero sí a través del correo electrónico, la mensajería instantánea, las notas de voz o los vídeos.
Quizá por esta razón nos haya entrado la nostalgia de unos tiempos otros, en los que la escritura personal expresada y transmitida en el formato de la carta en papel, tomaba una intensidad e intimidad que hoy nos parecen algo exóticas. Queremos conocer los secretos de los demás, en una época en la que todo está a la vista. Las recientes publicaciones de la correspondencia entre Marcel Proust y Jacques Rivière (La uña rota, 2018), del epistolario inédito entre Henry Miller con el también escritor Michael Fraenkel, recogido en el volumen Quisiera dar una gran rodeo (Malpaso, 2018), la correspondencia entre Stefan Zweig y la que acabaría siendo su mujer, Friderike von Winternitz (Acantilado, 2018), la correspondencia de los Romanov, incluida en Crónica de un final: 1917-1918 (Páginas de Espuma, 2018) o la novela epistolar Cartas póstumas desde Montmartre, de Qiu Miaojin (Gallo Nero, 2018), dan fe de que al lector español le interesa la intimidad de las vidas ajenas.
Esto es un secreto
De los escritores y artistas conocemos su perfil público, también su obra y, por ende, ese discurso controlado con el que se nos presentan formalmente. Es en su correspondencia donde aparece la intimidad del ser humano, con sus flaquezas, miserias, deslealtades y desdichas, pero también con su bondad, cariño, amor y generosidad. A juicio de Malcolm Otero Barral, director editorial de Malpaso, que la lectura de las correspondencias “convierte al lector en un fisgón, suelen dar una versión más íntima y más sincera de los autores y es un modo maravilloso de matizar sus biografías. A veces para bien y otras para mal”. En su opinión, “existen unos lectores que saben saborear el tono sutil, entre privado y público, y esas cargas de profundidad confesionales que suelen llevar consigo las correspondencias”. Al periodista cultural, editor y experto en correspondencias de escritores Víctor Fernández, le parece que en los epistolarios “encontramos al escritor en la intimidad, a veces diciendo la verdad, otras con su máscara”, y que hay epistolarios, como los de Lorca y Dalí, en los que ellos dan lo mejor de sí mismos en las cartas. Por su parte, Anna Caballé, responsable de la Unidad de Estudios Biográficos de la UB y también escritora, opina que “la carta viene a ser la cara B de la confidencia, porque tiene un corresponsal al que el remitente conoce y con el que remeda una conversación. Tiene muchos atractivos tanto por la información que puede contener como por la imagen que podemos inferir de su personalidad y sentimientos.”
A diferencia de las autobiografías y las memorias, la narrativa de las correspondencias epistolares es siempre cosa de –al menos– dos. Siempre fluye de manera bidireccional. Hay pactos, se negocian tiempos, extensiones y los asuntos que es de buen tono tocar en ellas o no. Las motivaciones son dispares. En el caso de Henry Miller y Michael Fraenkel, por ejemplo, la idea que motiva su correspondencia era la de “elegir un relato mal escrito por alguna celebridad y reescribirlo a nuestro modo”. Escogieron el Hamlet, de Shakespeare para crear “nuestro Hamlet, este incesante esfuerzo respecto de una duda que no podemos concretar”. Esta correspondencia (que se mantuvo desde 1935 hasta 1938) era una aventura literaria experimental, una suerte de colaboración epistolar improvisada. Por ello es un tipo peculiar de carta, autoconsciente, sabedora de que está dirigida a un lector.
En el caso de Stefan Zweig y de la que acabará siendo su primera esposa, Friderike von Winternitz (casada con otro hombre en el momento en el que se inicia la correspondencia), la primera carta la manda ella, tras haberse percatado de que Zweig “estuvo sentado a mi lado en el Riedhof”, en Viena. Mientras regresa a su “suave rincón campestre”, al día siguiente, encuentra de lo más natural enviarle un saludo en forma de “tonta carta”. La correspondencia aquí se sostiene durante treinta años, un camino que, le escribe Friderike a Stefan en 1937: “Hemos recorrido juntos en beneficio de tu trabajo, tu salud y también tu situación financiera”.
El caso de Proust y su relación con la correspondencia es muy particular, ya que el escritor francés utilizaba con frecuencia las cartas como sustitutivo de la conversación personal. Las cartas que se intercambia con el entonces secretario y, más tarde, director de la revista Nouvelle Revue Française, Jacques Rivière, entre 1914 y 1922, así lo testimonian. Esta correspondencia nos sirve no solo para hacernos una idea de cómo podría ser la conversación con el escritor francés, sino también para entender cómo funcionaba el mundillo literario francés de comienzos del siglo XX. Un epistolario extasiado y lleno de pasión y que comienza así:“¡Al fin encuentro un lector que intuye que mi libro es una obra dogmática y una construcción! Y que felicidad me depara que ese lector sea usted”.
Siempre se dice que hay epistolarios que se leen como novelas y esto es radicalmente cierto en el caso de los Romanov. En Crónica de un final: 1917:1918, vemos el ocaso de una familia, el fin de una dinastía que había reinado Rusia desde el s. XVII, a través de los tres cautiverios que sufrieron antes de morir en 1918. Aquí no hay solo cartas, sino también extractos de diarios y memorias que sirven para contextualizar las, muy a menudo, telegráficas misivas que se intercambiaron los miembros de la familia.
Ahondando en esa idea del epistolario como narración, recientemente Gallo Nero ha publicado la novela Cartas póstumas desde Montmartre, de la taiwanesa Qui Miaojin. Se trata de un texto experimental que juguetea con la idea del epistolario. En esta novela, que tiene una acusada (auto)conciencia formal, se repasa una relación amorosa lésbica de casi tres años entre quien escribe las cartas (Zoë), un personaje femenino que, empero, se desliza por momentos hacia el género masculino, y Xu, su primer (y gran) amor. Es interesante cómo las cartas sirven aquí como espacio íntimo en el que reflexionar sobre el amor y el sexo. Una suerte de escritura para sí misma, contenida en 20 cartas, y que se concibe no como algo cronológico y que evoluciona y se desarrolla en el tiempo, sino como testamento y despedida (la propia autora, de hecho, se suicidó tras la escritura de esta novela, a los 26 años).
El futuro de las cartas está en Internet
Quizá una señal inequívoca del fin de los tiempos gloriosos para la carta escrita en papel sea la convocatoria para el próximo año llamada Mail Art: Enterramiento final, del ayuntamiento de Morille (Salamanca). Se trata de enterrar definitivamente al mail art, un tipo de arte que se servía de la carta en formato físico, “confiando en la resurrección de las almas y el renacimiento posterior en la otra dimensión”. Esa nueva dimensión es el vídeo y también el correo electrónico.
En 2011, para la exposición conjunta del CCCB y La Casa Encendida “Correspondencias”, varios cineastas situados en territorios alejados, pero unidos por la voluntad de compartir preocupaciones y puntos de vista, intercambiaron varias cartas en formato video. Y eso mismo promovió la revista literaria digital Traviesa en 2012, invitando a diferentes escritores a que mantuviesen, durante unos meses, una correspondencia que luego se hacía pública en su web.
Este mismo proyecto limitado en el tiempo (a un mes) lo pusieron en marcha este verano Galder Reguera y Carlos Marañón, bajo el sintético nombre de Cartas del Mundial, un proyecto web que pronto Libros del KO editará en formato libro. Ambos autores se mandaban las cartas en formato electrónico y luego las subían a Internet. Galder Reguera ahonda en la idea de la intimidad (hoy extimidad, más bien), al decir que “elegimos ese formato porque el relato es el de dos amigos que comparten recuerdos de su infancia, lo que alimenta nuestra pasión y las inquietudes y felicidades de nuestra condición de padres. Son confidencias entre amigos.”