Cuando imagino cómo debe ser dar a luz me parece algo dolorosísimo y espantoso, un poco como el parto de la teniente Ripley en ‘Alien’ con un bicho intentando salir de mi interior o esas secuencias de mujeres gruñendo como animales y gritándole a sus parejas, que siempre acaban desmayándose: “¡Tú me has hecho esto!”. Mientras, un equipo médico, todos varones, hablan del partido de esa noche y una enfermera con cara de aburrimiento le dice a parturienta que sople y no sea tan quejica. Y no es que haya asistido a ningún parto, pero ver he visto muchísimos. Cimentamos nuestra realidad a través de referentes culturales. El cine es un espejo de la sociedad, que a la vez se nutre del cine en un loop continuo, reforzando una narrativa de lo que es, o más concretamente, lo que el sistema patriarcal necesita que sea.
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“La vida de las mujeres en este mundo masculinizado es casi siempre un auténtico thriller psicológico, donde el parto es siempre un evento dramático patológico y peligroso. Más si tenemos en cuenta que el 76% de las películas que consumimos en Europa provienen de Estados Unidos, donde hay un altísimo índice de cesáreas, inducciones del parto y mortalidad de la madre y, además, un culto al cuerpo y un machismo tan grande que en algunos sitios puedes dar a luz al tiempo que te hacen una reducción de estómago”, explica la matriactivista Jesusa Ricoy, que hace años que trabaja como preparadora del parto en Londres, una sociedad donde los partos en casa y la asistencia de matronas es común, pero aun así libra una batalla permanente con el desconocimiento del cuerpo de la mujer, los tabús, la medicalización del parto natural y, sobre todo, las montañas de tópicos que muchas parejas dan por ciertos.
Ricoy acaba de publicar Mujeres de película, partos de ciencia ficción (Ed. Liliputienses), un libro donde recoge la representación de la mujer y su parto en el cine y la forma en que el patriarcado ha ido construyendo el mito moderno, en un contexto social de violencia obstétrica normalizada que arrebata a las mujeres su autonomía sexual y reproductiva. “Me contaron una anécdota bastante graciosa sobre una actriz que había tenido un parto natural en casa y luego tuvo que interpretar una escena de parto hospitalario en una película y le pareció super absurdo. Como siempre digo, el parto normal carece de drama, es muy aburrido para el cine”.
Estos son los sets de paritorios de Hollywood donde las tomas falsas son verdades asumidas (y nos las creemos):
1.Parásitos y mujeres cabreadas
El cine brilla por su ausencia de embarazos cotidianos. Fíjate si no en el papel que tienen las mujeres preñadas en las películas, como personajes secundarios cuya única función es dar a luz en el momento más inoportuno – “¡Dios mío, va a estallar una bomba en el avión! ¡Y esa pasajera está dando a luz!”-. O bien se emplean como excusa para dar un giro a la trama o dramatizarla, o bien aparecen para hablar del embarazo en sí, como en Juno o Nueve meses, donde John Cusack graba a su esposa mientras ella le escupe insultos.
“Creo que hay cierta obsesión cinematográfica por la representación de la mujer desquiciada. Aunque es cierto que en el momento en que la mujer se prepara para expulsar al bebé hay un aumento de adrenalina que nos vuelve más agresivas, he estado en muchos partos y he parido tres veces y jamás he presenciado nada semejante. Pero es que además en la película ella acusa al marido: ‘Tú tienes la culpa, tú me hiciste esto’, lo que refuerza ideas sobre nuestra falta de autonomía”, resume.
Por no hablar de la ingente cantidad de películas de terror en las que el embarazo se representa como una relación parasitaria: El alien saliendo del vientre de la futura madre o el mal que la posee. Como en La semilla del diablo, Alien: El octavo pasajero o El pueblo de los malditos, sin ir más lejos. Y ni siquiera un director como David Lynch en su Cabeza borradora se salva de caer en ese cliché tan amado por el cine: “Hay un grupo de hombres que tiene cierta transgresión cultural y a los que parece que nunca se les pueda criticar cuando se equivocan, como Bergman o Lynch, por ejemplo”, explica la autora.
2. Tumbada para el médico
Para la matriactivista, si algo tienen en común el cine y la obstetricia moderna es su perspectiva interesada. “Al médico le va bien que estemos tumbadas de espaldas porque no tiene ninguna empatía física y solo piensa en cómo ayudar desde ese ángulo, pero en realidad es una de las mayores muestras de desconocimiento sobre el parto que se mantienen hoy en día. La litotomía es una postura muy dolorosa, de sometimiento, en la que la apertura de la pelvis se reduce y estamos empujando hacia el techo, de una forma muy antinatural”, apunta.
“No solo basta con la mirada femenina y cambiar la construcción de la realidad requiere de que las mujeres cuenten su historia sea la que sea» -Jesusa Ricoy
Ni tan siquiera en una serie como Los Tudor, señala, se ilustra cómo hubiese sido un parto de la época, ya que hasta el siglo XVIII en países como Inglaterra las mujeres parían tumabadas de lado, y anteriormente de rodillas o acuclilladas. La clave, recuerda la matriactivista, es que el parto es uno de los pocos procesos instintivos que nos quedan y todo el mundo debería dar a luz como se sintiera más cómoda.
3. Gore y prejuicios en vena
La moralina acerca del aborto en un contexto de suciedad, clandestinidad y muerte ha aparecido en películas como El secreto de Vera Drake y Juno, que fue tachada de propaganda pro-vida. ¿Y quién no recuerda la cesárea – aborto de Prometheus que realiza una máquina para aniquilar al alien del cuerpo? O la mítica cesárea realizada por Morgan Freeman en Robin Hood, donde curiosamente no hay ninguna matrona ni mujer asistiendo a la parturienta.
“La cesárea es algo necesario y maravilloso cuando comprendemos que de no ser por ella se habría perdido una vida o dos -explica Jesusa Ricoy -. Pero hoy en día se ha convertido en una cuestión política más sobre nuestros cuerpos y las estadísticas evidencian la poca lógica con la que esta operación se aplica. En países como Brasil, en sus peores momentos, llegaron a rondar el 90%, todas en clínicas privadas. No puede ser que no nos planteemos qué clase de cuestiones sociales, culturales o intelectuales nos llevan allí, e incluso se llega a la paradoja de que se refieran a las mujeres a las que paren por cesárea como unas pijas de mierda. Les vendemos todo el lote y luego encima las tachamos de incapaces”.
4. ¡He roto aguas, no te desmayes todavía!
Si hay una creencia que cuesta erradicar, según la autora, es la de que todo parto comienza con una rotura de aguas, algo que solo ocurre en un 10% de los casos. “En mis clases explico que pueden no romperse nunca o hacerlo de forma artificial (inducción del parto), pero todas las parejas buscan esta señal como inequívoca cuando en lo que hay que fijarse es en las contracciones y, de hecho, en alguna ocasión el bebé nace con la bolsa intacta”, apunta la matriactivista, para quien esta construcción del mito contribuye a entender el parto como idéntico en todas las mujeres.
Además de verdades absolutas, se buscan imágenes que también lo sean. Como la del hombre ignorante que no sabe ni dónde colocarse, se muere de asco cuando la cabeza del bebé está a punto de asomar o debe ser atendido como si fuera él quien estuviera dando a luz. “Es un machismo invertido, se parte de la base de que el hombre no puede saber del parto porque es algo femenino. Los hombres que vienen a mis clases y con los que trabajo, sin embargo, quieren informarse y tener un papel fundamental en ese momento”.
5. La orgía new age de los partos en casa
¿Te has preguntado alguna vez por qué solo hay médicos varones en la mayoría de escenas de parto? ¿Y por qué todos los partos ocurren en hospitales como si no existiera ninguna otra opción? En Estados Unidos, donde las matronas son vistas poco más que como señoras sin instrumental que atienden a sus pacientes en su choza o se sientan a hacer calceta al lado de su cama y la sanidad es privada, los partos siempre se producen en casa y están acompañados de un componente de delirio salvaje. “Nos ha vendido tanto la imagen del parto medicalizado en las películas -recuerda Ricoy- que es como una especie de evento horroroso en el que vas a necesitar un equipo médico, cuando la figura del obstetra solo es requerida en caso de complicaciones”. Como en el blockbuster Plan B, donde el personaje de Jennifer López asiste a un parto en casa que casi parece el ritual de una secta.
Entonces, ¿la historia se rebobina o hay algún avance? ¿Hay otro cine posible? Según la autora, aunque plataformas como Netflix y Amazon tengan sus pegas, nos dan acceso a otro tipo de contenido – “hay series como Transparent y I love Dick que nos regalan ciertos momentos de normalidad”, señala-, pero no solo basta con la mirada femenina y cambiar la construcción de la realidad requiere de que las mujeres cuenten su historia, “sea la que sea”, para evitar que este tipo de ideas sigan naturalizadas y haciendo mella.
“El patriarcado no es tonto y vivimos en una especie de péndulo, en que el feminismo ha tomado fuerza y el monstruo reacciona, ya sea Trump o Vox, diciendo chorradas que no se decían desde desde los años 80. Por eso me gusta tanto pensar en una frase de Barbara Kruger: ‘Tu cuerpo es un campo de batalla’”.