Juan Vico: “Es un error bajar el nivel literario para llegar a más gente”
La temática amorosa y sexual predomina en la nueva novela de Juan Vico, ‘El animal más triste’ (Seix Barral, 2019) pero está muy presente la reflexión sobre los mecanismos de la ficción
Una película reúne a unos amigos en una casa del Bajo Pirineo. Han pasado dos décadas desde que, siendo muy jóvenes, rodaron aquella cinta de vídeo, que les devuelve a un tiempo en el que todavía la vida no les había arrebatado sus proyectos, sus deseos y sus aspiraciones. Con un sentimiento de frustración, los amigos viven una vida gris, en la que los deseos se han convertido en obligaciones. En El animal más triste Juan Vico nos presenta a unos personajes desencantados, atrapados en el deber ser y frustrados por el abandono de los propios deseos, unos personajes que encuentran en el cine la única vía de escape ante una vida que no es aquella con la que habían soñado.
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¿Podríamos definir El animal más triste como una novela conformada por tres relatos?
Sí, no solo se puede leer como un libro compuesto por tres relatos, sino que cada capítulo de la última parte pueden leerse de forma autónoma. Yo tengo una concepción de la novela muy generosa, me gusta la idea de que la novela sea un conjunto de piezas con cierta autonomía que se van ensamblando. Evidentemente, aquí, todas las piezas están muy ligadas y forman parte de una historia, pero es cierto que funcionan autónomamente.
El capítulo central, quizás el más autónomo de todos, es una fábula escrita por una de las protagonista.
A pesar de que la temática amorosa y sexual predomina en la novela, está muy presente la reflexión sobre los mecanismos de la ficción. Y de aquí nace fábula, en la que su autora imagina el origen algo mítico del pueblo cerca del cual están pasando el fin de semana los cuatro protagonistas. Este relato me permite jugar con diferentes niveles de ficción, un juego que planteo a través de los personajes, que están continuamente narrando, construyendo un un relato hecho de relatos, siendo imposible saber dónde está lo real y donde está lo fabulado.
Y en este juego, el cine juega un papel muy importante. Como los personajes de Bertolucci en The Dreamers, el narrador construye su propia identidad y su propia historia a través de las películas.
Sí, el narrador, pero no solo, todos protagonistas están siempre comparándose con otros estadios de realidad. Hacía mucho tiempo que me apetecía escribir algo con un personaje que estuviera obsesionado con el cine y que todo lo comparara con películas. El narrador de la primera parte es un cinéfilo que vive a través del cine, aunque, en cierta medida, todos los personajes comparar su realidad con las películas, si bien el narrador lo hace de forma superlativa. No sólo la cinefilia tiene algo de patológico, sino que el cine es la forma artística más fantasmal. Todas las formas de arte hablan de la muerte en cuanto hablan del pasado, pero en el cine, además, vemos el pasado en movimiento. En un texto muy primerizo sobre cine, Gorki lo define como una serie de sombras que se mueven y las relaciona con el mundo de los fantasmas y de los muertos. Esta idea me venía muy bien para la novela, para reflexionar sobre el pasado, sobre cómo nos vemos en el pasado, sobre cómo nos proyectamos en el futuro y sobre cómo esa proyección siempre es muy distinta a como somos realmente.
Asimismo, en tu novela, el cine tiene un elemento epifánico: a través de sus “fantasmas”, revela el pasado de los protagonistas.
Sí, me interesaba detenerme en el mirarse a sí mismo; de ahí que empiece el libro con el narrador viéndose a sí mismo en una vieja grabación de hace 25 años. El verse es algo extraño, es como escuchar tu propia voz grabada: no te terminas de reconocer. En la novela está siempre presente está idea de verse a uno mismo desde dentro y desde fuera, de forma desdoblada, proyectando, por un lado, lo que somos y, por el otro, lo queremos o queríamos ser. Si te fijas, todos los personajes están muy frustrados: a algunos les va mejor y a otros peor, algunos se han acercado más al modelo de triunfador y otros menos, pero todos sienten una frustración muy grande, por un motivo o por otro. Se trata de esa frustración que nace de la lucidez que da la edad, esa lucidez que aparece cuando te das cuenta de que la realidad es la que es y que no se puede hacer nada.
¿Es algo generacional este sentimiento de frustración con respecto a la propia vida y entorno?
Puede ser. En un diálogo del final de la novela se insinúa precisamente esta idea. Creo que las generaciones actuales están más desengañadas de antemano. Yo, sin embargo, pertenezco a una generación que creía que, si se estudiaba una carrera, se sacaban buenas notas y se trabajaba, todo iba a ir bien y se alcanzaría el éxito. Y, como es evidente, no ha sido así. Cuando vino el batacazo de la crisis, nos dimos cuenta de la falacia de esa idea: llegó la precariedad, la gente comenzó a irse como se habían ido tantos otros en los años sesenta… En este sentido, puede que sí, que este sentimiento de frustración sea generacional y sea resultado del hecho de que nos hemos criado con una idea falsa de cómo iban a ser nuestras vidas, una idea que, seguramente, las generaciones actuales no tienen, porque están desde un inicio desengañados, al menos en lo referente a lo material y a lo laboral.
Nosotros vivimos ese batacazo ante la mirada nuestros padres, que representaron la generación del progreso y de la prosperidad.
Nosotros, sus hijos, pensábamos que viviríamos lo mismo que ellos. Nuestra generación no solo se paralizó, sino que fue hacia atrás. En este sentido, El animal más triste es una novela enmarcada en el mundo de esta generación, en el mundo de los que hoy tenemos cuarenta y poco.
Un mundo marcado por el nihilismo, por la sensación de que no hay nada a lo que aferrarse.
Por lo que se refiere a este aspecto, creo que en la novela hay mucho de mi manera de ver el mundo y de mi manera de relacionarme con lo que me rodea. Hay una mirada irónico-pesimista: a la actitud pesimista, se suma ese punto de ironía, que me permite relativizar de tal manera que la vida se haga más soportable.
La ironía siempre ha estado muy presente en tu obra.
Sí, aunque hay que decir que mi anterior novela, Los bosques imantados, supuso un cambio bastante radical con respecto a toda mi obra. El animal más triste conecta mucho más con mis anteriores trabajos, que, si bien eran novelas ambientadas en otra época, sí había este toque irónico, esta mirada desencantada y, además, había una reflexión acerca de los paralelismos entre la relación sentimental y de deseo y la creación artística, una relación que me interesa especialmente porque creo que hay muchos puntos en común entre la actitud del amante y la del creador.
¿En el sentido de que el deseo y el enamoramiento son también dos creaciones, dos relatos?
Exacto. Además, creo que se puede establecer muchos paralelismos entre la relación del autor con el lector y la del amante y el amado por lo que se refiere a las expectativas. Cuando tú escribes, lo que quieres es seducir al lector; evidentemente, hay escrituras que lo quieren hacer de una forma muy capitalista y escrituras que lo hacen de una forma más artística, pero la voluntad de seducción siempre está como lo está en toda relación con el ser amado o deseado. En una pareja, siempre hay un juego de equilibrios con los deseos, un juego que también está presente en la relación entre escritor y lector: yo escribo esto, pero el lector me puede exigir que escriba sobre cosas que a él le interesan. Entre lo que interesa a la sociedad -al lector- y lo que me interesa a mí como escritor, se establece un equilibrio que va a determinar la trascendencia del libro. Y, por último, está el tema de la frustración, que define tanto las relaciones amorosas como toda actividad artística y que es resultado de la imposibilidad de una comunicación total. El tópico del amor es la fusión, pero la fusión es imposible como lo es la comunicación total entre el creador y el consumidor/lector.
Como también parece ser imposible el deseo fiel, la fidelidad total.
El tema de la infidelidad viene por diferentes motivos. Por un lado, tiene que ver con la mirada desencantada hacia cualquier tipo de ideal. Por otro lado, quería ahondar en el aspecto simbólico de la infidelidad amorosa y sexual e, incluso, de la infidelidad entre amigos. Creo que la fidelidad total con respecto a una idea previa o a una relación es imposible y, sin embargo, estamos convencidos socialmente de que la fidelidad es positiva y necesaria para construirnos como ciudadanos. Hoy en día ya no hay los prejuicios que había antes, pero seguimos viviendo en la contradicción entre el deseo y lo socialmente impuesto. En este sentido, hay un juego de fuerzas entre la imposibilidad de ser totalmente fieles y la imposición social de una fidelidad total. Evidentemente, no hay ninguna respuesta ante este conflicto y no la hay porque no me interesa, porque no creo que las novelas tengan que dar respuestas. Hay novelas con tesis, pero a mí no me interesan. Para mí la novela es el espectáculo de una mente pensante, una propuesta lo suficientemente compleja para mantener al lector interesado, siempre atento a constantes preguntas, sin llevarlo a una conclusión final, sin proponerle un mensaje fijo. Repito, respeto ese tipo de literatura que busca demostrar una tesis o una idea previa, pero a mí como escritor y como lector no me interesa.
Si antes te referías a la idea de una fidelidad impuesta, otro tema presente en el libro es el de los prejuicios asociados precisamente al deseo.
Seguimos teniendo muchos prejuicios; quizás, dentro de unas generaciones, la gente más joven se desprenderá de ellos, pero me cuesta creerlo. Parecía que los años sesenta lo habían cambiado todo, pero seguimos prácticamente en lo mismo. Ahora hablamos del poliamor, pero en los setenta ya existían las relaciones en grupo o las comunas. La historia es cíclica: ahora estamos en un momento muy politizado, como lo eran los setenta, pero quizá de aquí a diez años vuelva el hedonismo de los noventa… Ahora hablamos de política constantemente, pero, antes del 15M, ¿quién hablaba de política? Este movimiento circular de la historia es muy evidente en el arte: toda ruptura dura un tiempo hasta que se anquilosa y es necesario que aparezca algo nuevo que rompa con lo cosificado. Y, muchas veces, lo nuevo es volver a lo clásico, es mirar hacia atrás. Puede que no siempre sea así y que, en el futuro, todas las rupturas tengan que ver con un proyectarse hacia adelante, pero me parecería muy soberbio pensar que nuestra generación o la generación que viene sea aquella que lo cambie todo, después de siglos y siglos en los que, a grandes trazos, no ha cambiado nada, solo nos hemos movido como el péndulo de un reloj.
Sin embargo, podemos hablar también de una actitud resistente. En tu caso, por ejemplo, pareces resistirte a ceder a la tan en boga escritura del yo como también a una literatura anclada en la actualidad.
Es verdad. Lo de la autoficción es curioso: algo que estaba fuera de los esquemas de lo que se podía considerar como género ha terminado por convertirse en un género por sí mismo. Me interesa la autoficción, pero no como etiqueta acuñada recientemente, sino como narrativa que ha existido siempre. En El animal más triste hay aspectos autobiográficos, pero están difuminados. En cuanto a la posibilidad de hablar de la crisis y de política, reconozco que no es algo que me interese demasiado. Cuando escribes un libro, es inevitable que la realidad de tu mundo se cuele en el texto, ahora bien, a mí no me ha interesado hasta ahora ocuparme de la actualidad. ¿En la novela se puede colar el ambiente de la crisis? Sin duda, pero yo no voy a hablar directamente de ella como no voy a hablar de cuestiones políticas. No me apetece tratar temas tan coyunturales, prefiero los temas atemporales. Además, si tú miras la historia de la literatura, en líneas generales, las obras que mejor han envejecido son aquellas que no se han ocupado de cuestiones coyunturales de forma directa.
¿Sería excesivo preguntarte si hay un deseo de posteridad en este optar por temas atemporales?
Yo tengo una perspectiva muy negativa sobre el futuro de la literatura y me parecería de una prepotencia infinita afirmar que busco temas atemporales, porque quiero que, de aquí a cuarenta años, me sigan leyendo. Ahora bien, desde una mirada retrospectiva, creo que hay pocas novelas políticas, no novelas en las que, como es el caso de Madame Bovary, se refleja su tiempo, sino novelas explícitamente políticas o novelas sobre temas coyunturales, que hayan sobrevivido al paso del tiempo. Y lo mismo pasa con el cine. Por esto, volviendo a tu pregunta, mi opción por temas atemporales tiene que ver más con la sutileza: no quiero ser un autor obvio.
Antes hablábamos del equilibrio de deseos entre el creador -lector- y el consumidor -lector. ¿Hasta qué punto es fácil mantener este equilibrio sin traicionarse a uno mismo y sin cesiones?
No es fácil, aunque es un juego en el que los equilibrios van variando, no sin siempre los mismos. Este juego de equilibrios entre el creador y el consumidor se ve mejor en el cine o en la música que en la literatura. La literatura tiene un componente mercantilista como lo tiene cualquier otro producto, sin embargo, está rodeada de muchos prejuicios, unos prejuicios que no existen en el cine, que nació sabiéndose un producto industrial. No hay problema con que un director como Gus Van Sant o Coppola, de vez en cuando, haga películas “alimenticias”, sin embargo, en literatura, hay muchos prejuicios hacia el autor que decide hacer un producto más comercial. Vivimos en una época muy jodida: se venden pocos libros, hay muy poca gente que lee… En este contexto, es muy fácil tener la tentación de bajar el nivel literario para llegar a más gente y esto es un error. Dicho esto, admiro muchísimo a gente como Eduardo Mendoza que es capaz de hacer literatura exigente y con un estilo muy definido y llegar a mucha gente. Esto es muy difícil y la prueba es que la mayoría de escritores que llegan a mucha gente lo hacen acosta de rebajar el nivel.