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Albert Lladó: “El periodismo es cambiar el foco, atreverse a abrir periódicos con temas y noticias sobre los que nadie habla”

Albert Lladó propone en La mirada lúcida (@AnagramaEditor) un periodismo que narre, que convierta las noticias en acontecimientos y en experiencias, un periodismo que ponga el foco más allá de los hechos de agenda.

Albert Lladó: “El periodismo es cambiar el foco, atreverse a abrir periódicos con temas y noticias sobre los que nadie habla”

Periodista cultural, escritor y dramaturgo, Albert Lladó propone en La mirada lúcida (ed. Anagrama) un periodismo que narre, que convierta las noticias en acontecimientos y en experiencias, un periodismo que ponga el foco más allá de los hechos de agenda, que mire más allá de lo que se muestra y que lo haga un lenguaje liberado de la servidumbre de la prosa institucional. Para Lladó, el periodismo tiene que ir más allá de la mera información y de la opinión: “los datos, simplemente los datos, no nos dicen nada si no construimos un relato” y para construirlo hay que ir más allá de la agenda, de lo oficialmente noticiable, poner el foco ahí donde nadie observa.

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Una de las cuestiones claves del libro es la crítica a la literariedad. La mirada lúcida es, en tus propias palabras, la mirada no literal.

Sí, la idea de literariedad puede ser considerada el hilo conductor del libro. Muchas veces, para teñirse de objetivo y de neutral, el periodismo ha querido utilizar un lenguaje casi de diccionario, un lenguaje que, aparentemente, no tenía pátina alguna de subjetivismo. Con todas las excepciones que queramos, una gran parte del periodismo ha optado por este lenguaje aparentemente neutral, si bien no hay nada menos neutral que la falsa neutralidad. Y es en este punto donde aparece la idea de literalidad: recurrir a una prosa muy literal implica quitar capas de profundidad al periodismo. Un periodismo hecho con las herramientas de la ficción, desde el cambio de perspectiva y de voz narrativa hasta el uso de metáforas, es mucho más eficaz a la hora de explicar la realidad.

El uso de un lenguaje no literal tiene que ver con la interpretación de los hechos que se convierten en noticia o, como tú dices a partir de Deleuze, de los hechos que el periodista convierte en acontecimiento.

El periodista, cada cierto tiempo, debería preguntarse qué es la actualidad. Es una pregunta que nunca se va a clausurar, pero reproponerla va bien para romper con las inercias del día a día. Yo intento autoexplicarme qué es la actualidad a través de los conceptos de hecho y de acontecimiento: el hecho es real por sí solo. Lo que hace el periodista es convertir el hecho en acontecimiento. Cuando tú tomas un hecho y lo trasladas a noticia, lo conviertes en acontecimiento. Y ¿qué es un acontecimiento? Aquello que traza un ante y un después: tras narrar un hecho que normalmente no se narra, tú creas un antes y un después y, por tanto, ese hecho, al convertirse en noticia, se convierte en acontecimiento. Por tanto, ¿qué es la actualidad? Es actualizar lo que está en potencia. Cualquier hecho que pasa en la ciudad es una noticia en potencia; cuando tú lo conviertes en noticia, lo estás actualizando.

La pregunta es cómo actualizar un hecho, cómo convertirlo en noticia sin que ésta se convierta en una noticia dictada, es decir, una notica construida por la prosa institucional.

Este es el reto. Hay una guerra de lenguaje: todos los focos de poder intentan imponer su lenguaje y, por tanto, su relato y el periodismo por su parte ha de intentar ejercer una resistencia, es decir, no ejercer de taquígrafo de un lenguaje que es impuesto: recurrimos habitualmente al lenguaje del capital o repetimos frases del argumentario de un partido y el periodista debe enfrentarse a este lenguaje y proponer su propia prosa, su propio relato.

¿Como pueden los medios desligarse del lenguaje institucional cuando no solo forman parte, sino que dependen del poder, de las instituciones?

Es complejo. Por esto, en el libro apuesto hablar del periodismo como forma de contrapoder y no de cuarto poder. La idea de la prensa como cuarto poder la propone Balzac en el XIX y mucha gente cree que lo decía de forma positiva, pero no es así: el periodismo quiere funcionar de cuarto poder cuando quiere ejercer el poder, incluso el poder de la calumnia. El contrapoder es otra cosa: es no intentar acceder al poder, sino vigilarlo, no como un fiscal o como un policía, pero sí como un detective. ¿Cómo hacerlo desde un medio de comunicación? Es complejo, porque hay muy pocos medios independientes. Es indispensable preguntarse como lo hacía Camus qué es un periodismo libre. Seguramente el periodismo será más libre cuanto más idea de contrapoder tenga y menos ejerza de cuarto poder. Fíjate en cuantos periodistas utilizan la profesión como ascenso social: si analizamos las tertulias, ¿cuántos tertulianos han acabado siendo asesores o yendo en las listas de algún partido? Esta idea del periodismo como ascenso social hacia el poder político debería romperse.

Si Camus se preguntara hoy qué es un periodismo libre, ¿no crees que respondería que, entre otras cosas, es un periodismo ejercido con periodistas con sueldos decentes y no condenados a la precariedad?

La precariedad es el tema de fondo y es muy difícil de resolver. La gente que nos hemos dedicado al periodismo cultural, hemos tenido muchas veces el complejo de hablar de dinero, pero es cierto que sin sueldos dignos no se puede hacer periodismo. Dicho esto, tampoco tenemos que creer que solo a causa de la precariedad no se está haciendo periodismo y no es así. Obviamente, la dignidad de los trabajadores es un tema esencial, pero la precariedad no es el único motivo por el cual hoy el periodismo no ejerce su función. Creo que hay otros motivos como la inercia del día a día, los servilismos y la ausencia de mirada lúcida. En el periodismo te pueden pagar por trabajos o por una jornada laboral, pero para mí, sea como fuera, el periodismo es una profesión liberal y, por tanto, tú eres las 24h del día periodista, te paguen o no te paguen, porque tu mirada sobre la realidad es siempre periodística. Yo apuesto para que esta mirada rompa los marcos que nos imponen los relatos oficiales.

Camus escribió su artículo en 1939, en plena Segunda Guerra Mundial. Más allá de las diferencias históricas, ¿ha sido este momento de incertidumbre y precariedad el que te ha llevado a escribir tu ensayo?

Sin duda. El texto de Camus es un artículo que había quedado olvidado hasta que una colaboradora de Le Monde lo rescató hace pocos años. Camus se pregunta qué es un periodismo libre en un momento en el que una gran parte de la sociedad está seducida por el fascismo y en el que hay mucha censura en la prensa. Su reflexión me lleva a preguntarme qué es hoy la censura en la prensa: no es la misma censura de antes, pero  hoy en día la autocensura funciona de forma escandalosa y muchas veces y, así según Byung-Chul Han nosotros somos los que nos explotamos a nosotros mismos, nosotros somos los que nos censuramos a nosotros mismos. ¿Por qué? Por muchos motivos: por inercia, por no molestar… Hemos olvidado que el periodista es alguien molesto por definición, pero no lo es por el mero gusto de provocar, sino porque el molestar forma parte del oficio: cuando todo el mundo termina de preguntar, el periodista es aquel que hace la última pregunta, la pregunta que nadie se esperaba porque entra ahí donde nadie había puesto el foco. Por esto, el periodista es más detective que juez. Piensa en el comisario Colombo: era aquel que hacía una pregunta aparentemente absurda, pero que servía para resolver un caso. El periodista debe ser como Colombo.

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«El periodismo es cambiar el foco y atreverse a abrir periódicos con temas y noticias sobre los que nadie habla, proponiendo nuevas miradas y relatos». | Imagen vía Anagrama.

Criticas las entrevistas aduladores, pero también las entrevistas hechas por periodistas que lo único que buscan es molestar, por periodistas para los cuales el molestar se convierte en una pose.

Molestar no es la finalidad, se molesta por el ejercicio de interrogación. Cuando el molestar se convierte solo en un gesto, se imposibilita el ejercicio de una entrevista. Para mí una entrevista es la arquitectura de una intimidad, en cuanto, normalmente, los diez primeros minutos sirven para romper el hielo con el entrevistado. Es cuando has construido la intimidad con tu entrevistado, comienzan a surgir ideas. Aquellos periodistas que simplemente quieren aparecer como los entrevistadores durísimos y no dejan que se relaje el entrevistado no están construyendo una entrevista, están haciendo un interrogatorio, están ejerciendo de jueces, no de detectives.

El periodismo busca, hoy más que nunca, la inmediatez, el clic inmediato y esta búsqueda de inmediatez se refleja en la ausencia de espacio y tiempo para entrevistas largas, entrevistas que requieren algo más de diez minutos.

Es así. Se repiten mantras sin que nadie compruebe si son ciertos o no. Recuerdo que muchas veces me han dicho que nadie mira una entrevista en video que dure más de cinco minutos y, sin embargo, vas a YouTube y te encuentras que las entrevistas de A fondo tienen millones de visitas. Claro, son entrevistas que han conseguido todas estas visitas a lo largo de los años. Ahora no hay la paciencia de esperar que la pieza periodística tenga un resultado más allá de la inmediatez. Vivimos en un tiempo de inmediatez, pero el periodismo es un medio de mediatez. El periodista es que está en medio entre el hecho y el lector y para poder transmitir el periodista necesita tiempo, debe ser él quien mida y decida los tiempos de la noticia. Si quieres ser ambicioso en periodismo, tienes que saber marcar los tiempos y esto quiere decir no solo no buscar la inmediatez, sino abrir el periódico con el portada algo que los demás no están contado, es decir, decidir qué es momento de contar aquello que nadie cuenta

Y esto nada tiene que ver con las ansias por la exclusiva.

En absoluto. Es mucho más exclusivo cambiar el foco hablando de un mismo tema que sacar una exclusiva consiguiendo una gran filtración. Esto es lo que dice Guy Talese: lo interesante para el periodista es quedarse después del incendio antes que narrar el incendio en sí. Un cambio de foco puede ser mucho más ambicioso y más “exclusivo” que conseguir unas declaraciones que nadie tiene.

Ahora hablas de ambición y en el libro exiges al periodismo obstinación, a la que defines como “atención honda e íntima»?

Y esta atención tiene que ver con algo tan revolucionario hoy en día como es escuchar. La obstinación está relacionada con la desobediencia. Yo hablo de desobediencia a los poderes fácticos, pero sobre todo de desobediencia a uno mismo, de desobediencia a los propios prejuicios. Alguien que dice que no tiene prejuicios es alguien que miente y el periodista, obviamente, también los tiene. ¿Cómo se combaten? Escuchando de forma íntima y honda. Cuando tú te pasas dos horas escuchando a alguien no significa que suscribas sus ideas, puedes estar profundamente en desacuerdo, pero te permite entender sus razones.

¿Hay límites en el momento de escuchar al otro? O, dicho de otra manera, ¿hay límites a la hora de decidir a quién poner el micrófono? Te lo pregunto en relación a la polémica en torno a la entrevista a Maduro, pero también en el debate que se creó ante la posibilidad de entrevistar a los miembros de La manada.

De entrada, mi respuesta sería: ¿quién no entrevistaría a Maduro? No conozco ningún periodista que rechazara la posibilidad de entrevistar a Maduro para no darle voz. Dicho esto, hay que tener en cuenta que, según donde pongas el micrófono, estás empoderando a gente que ya tiene poder por sí misma. Los miembros de La manada ya tienen poder porque se lo hemos dado nosotros. Entonces, no se trata tanto de a quien cierras el micrófono, sino a quien se lo pones. Yo no creo que haya límites, pero no veo por qué hay que poner el micrófono a gente que ya lo ha tenido. La manada es un caso clarísimo: han tenido todos los micrófonos que han querido.

Cuando defines la mirada lúcida, afirmas que la cuestión no es tanto qué se observa, sino la luz con la que se observa.

La mirada lúcida tiene que ver con el hecho de mirar la realidad y fijarte en detalles a los que nadie presta atención, pero que a ti te conducen a mirar detrás de la cortada. Por eso yo prefiero hablar de revelación en sentido fotográfico antes que de activismo: no creo en un periodismo activista. Creo en el activismo como forma política, pero creo que el periodismo es una profesión liberal y que solo el hecho de ejercerla es más transformador que el puro activismo. Si tú dices que eres un periodista activista partes de unos prejuicios que te van a impedir descubrir las perplejidades que surgen cuando hablas con alguien que no tiene nada que ver contigo.

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«Todos los focos de poder intentan imponer su lenguaje y, por tanto, su relato y el periodismo por su parte ha de intentar ejercer una resistencia, es decir, no ejercer de taquígrafo de un lenguaje que es impuesto». | Foto: Jordi Vera.

¿El periodismo activista corre el riesgo de convertirse en panfletario?

El panfleto está siempre ahí como un peligro que nos acecha y no pasa nada por reconocer que nos va a acechar siempre. Lo importante es tratar de no caer en él y para ello es importante enfrentarse a los propios prejuicios y, una vez más, poner el foco ahí donde nadie lo pone. A pesar de todo lo que está pasando con la judicialización del Procés, nadie ha puesto el foco sobre el estado de las prisiones, sobre el estado de la prisión preventiva, pero no solo de estos presos, sino de todos. Es importante preguntarse cómo es que, en líneas generales, puede haber presos preventivos en espera de juicio durante más de año o cómo es que puede haber desplazamientos de presos en furgonetas en las que apenas se mueven mover. El periodismo es esto: cambiar el foco y atreverse a abrir periódicos con temas y noticias sobre los que nadie habla, proponiendo nuevas miradas y relatos que se detienen ahí donde nadie se ha detenido.

¿Y tiene que ver también con hacer prevalecer el relato, la narración, antes que la opinión?

Evidentemente. Creo que fue Susan Sontag quien, en una ocasión, cuando le preguntaron sobre la política de Estados Unidos, contestó: mi opinión no tiene importancia alguna. Yo puedo hacer un análisis, pero mi opinión no tiene ninguna relevancia. La opinión está muy versada a la adhesión o  al rechazo y, además, hay hoy la confusión de que todas las opiniones valen lo mismo. No es así, porque cuando una opinión se realiza desde el criterio deja de ser opinión para convertirse en análisis. Confundimos opinión, análisis y crítica, si bien son tres estamentos que, aun teniendo fronteras sensibles entre ellos, no son la misma cosa. Desde Grecia sabemos que la doxa y la episteme son dos cosas distintas.

Es significativo que los periódicos han arrinconado los artículos firmados por expertos en favor de opinionistas/tertulianos capaces de opinar sobre todo.

Y fíjate también que a los espacios de debate ahora se les llama tertulia, subrayando así este giro del análisis a la opinión. Una de las preguntas que todos los periodistas tendríamos que hacernos es si lo que escribimos está en el territorio de la opinión o del análisis. S está en el territorio de la opinión, entonces tienes que volver a hacer el texto, porque no hay nada más triste que ver la firma de un artículo y saber exactamente lo que te va a contar. Y esto es lo que está pasando: tú sabes perfectamente qué te va a decir cada tertuliano, que solo están ahí para que los aplaudan los suyos.

Abogas por el uso de la ironía, situándose así en la misma línea de Santiago Gerchunoff, que acaba de publicar Ironía on en la misma colección en la que tú publicas La mirada lúcida.

Cuando estaba escribiendo La mirada lúcida no sabía que Anagrama iba a publicar Ironía on, que es un ensayo excelente. Es curioso que se esté reivindicando la ironía desde distintos sitios. Cualquier sociedad que esté mínimamente sana a nivel mental no puede renunciar a la ironía, primero, por esa distancia, que no es equidistancia, que te ofrece y, segundo, por respeto al lector. El uso de la ironía es una muestra de respeto hacia al lector, significa que yo te estoy intentando decir algo que no es exactamente lo que dicen las palabras, porque yo te considero inteligente. La ironía se tiene que ver como una muestra de respeto y de distancia; tú puedes estar a favor de algo, pero si no marcas una determinada distancia no puedes explicarlo bien. Se pueden decir muchas más cosas con un lenguaje irónico que con el literal, con el lenguaje de receta.

Y, sin embargo, ¿cuántas veces no te han pedido simplificar artículos, eliminar conceptos complejos o no recurrir en exceso a la ironía?

Sí, te piden poca complejidad, te piden literariedad, sobre todo en el periodismo digital, que quiere contentar motores de búsqueda. Los titulares son ahora mucho más literales no porque los periodistas tengan menos talento, sino porque de esta manera son más buscados por motores como Google y, por tanto, más indexados y, por tanto, tienen más visitas. Los juegos de palabras, las preguntas retóricas, la ironía… tiene menos espacio en los titulares y para mí es un gran error, porque, si dedicas todos tus esfuerzos a contentar un motor de búsqueda, acabas secuestrado por un algoritmo. Si no quieres ser tratado como un robot, no te comportes como un robot.

¿Los motores de búsqueda son los “amos” de los nuevos medios digitales?

Siempre se culpa a los compañeros del periodismo de papel de ser esclavos de los patrocinadores como si el mundo digital no tuviera servitudes. Quizás sea mejor encontrar complicidades entre tres o cuatro patrocinadores que lo que quieren es que se vea su marca juntada con un medio con credibilidad que ser esclavo de un algoritmo. Lo hemos visto con Playground, que está en una situación muy triste porque hay 70 personas que se van a ir a la calle. No es una broma. Su modelo de negocio fue copiado por los grandes diarios de este país y cuanto te cambian un algoritmo pasas de tener 13 mil usuarios a 3 en solo una semana. Lo que vemos con esto es que ni unos eran tan buenos ni otros tan malos. Todos tenemos nuestras servidumbres, el tema es cómo convivir con ellas y cómo ejercer el contrapoder a pesar de todo.

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