Tierra de mujeres: feminismo rural en la España vaciada
En Tierra de mujeres María Sánchez ofrece un ensayo íntimo y personal donde desnuda su experiencia en el campo, reivindica el trabajo de tantas mujeres silenciadas y nos alerta del peligro de perder todo este patrimonio.
La veterinaria y escritora María Sánchez acaba de publicar su segunda obra, un ensayo íntimo y personal donde desnuda su experiencia en el campo, reivindica el trabajo de tantas mujeres silenciadas y nos alerta del peligro de perder todo este patrimonio.
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Todavía no ha cumplido 30 años y María Sánchez (Córdoba, 1989) ya se ha convertido en una voz imprescindible de la literatura gracias a su personal visión la España rural como veterinaria de campo. En su primera obra, el poemario Cuaderno de campo (La Bella Varsovia, 2017), la joven reflexionaba con una extraña madurez sobre «la familia, y cómo nos construye; sobre el cuerpo, y cómo nos acuna o nos aísla, según el lugar al que queramos dirigirnos; y sobre nuestra propia posición con respecto a nuestros orígenes». Ahora en su ensayo Tierra de mujeres (2019, Seix Barral), ahonda en su experiencia del mundo rural y su viaje hacia el feminismo, sin olvidar conflictos urgentes como la despoblación y el olvido.
«Yo vivo en Córdoba porque tengo la oficina en la universidad, pero lo llamo el campamento base porque paso muy poco tiempo aquí», explica la autora, «veterinaria de cabras» de profesión y la primera mujer de su familia, tras su padre y su abuelo, en dedicarse a este oficio, tradicionalmente desempeñado por hombres. «Yo trabajo en una asociación de veterinarios de leche. Me levanto todos los días antes de las seis y viajo sola continuamente con la furgoneta. Muchos días tengo que dormir fuera porque trabajo con 85 ganaderos de España y Portugal», cuenta Sánchez.
«Escribo por las noches y durante los fines de semana. Así que de alguna manera trabajo de lunes a domingo porque para mí escribir también es una profesión». Y aunque le falte tiempo y termine exhausta con su doble vida, Sánchez asegura que nunca se ha planteado dejar la veterinaria. «Es mi narrativa invisible: sin ese contacto directo con el campo y sin mi día a día no existiría ni Tierra de mujeres ni Cuaderno de campo«, sentencia la autora, que, de hecho, encuentra similitudes entre dos mundos tan aparentemente distantes como la literatura y el medio rural. «Creo que tienen el mismo ritmo: no tenemos las prisas ni la inmediatez de las ciudades y para mí la literatura también es eso, esa calma, esa tranquilidad, ese reposo, como algo que plantas en un huerto, tienes que cuidar y darle tiempo para verlo germinar», señala.
Y del mismo modo, va creciendo su libro, una mirada íntima y familiar al mundo rural como reza su subtítulo que, en una primera parte, realiza una genealogía del campo y su propio descubrimiento del feminismo, la invisibilidad del trabajo de las mujeres en el medio rural y los problemas de España vaciada, que no vacía; para después recorrer y reconocer en la segunda parte la vida de tres mujeres de su familia: su tatarabuela –cuya historia apenas descubrió hace algo más de un año a raíz de su primera obra– su abuela y su madre.
La España vaciada y las mujeres invisibles
«Vacía significa que no hay nada, vaciada es que había algo y ya no está. Y aunque ya no esté se puede reconocer que había algo», explica Sánchez. «Donde vivían mis bisabuelos maternos, en un olivar, ya no quedan las casas, pero puedes reconocer en el territorio donde tenían el huerto y los árboles. Con la palabra vaciada yo reivindico ese rastro o esas marcas, como dice Bernardo Atxaga. Porque había algo, ya no solo gente, sino una cultura, un patrimonio, una relación brutal entre el medio, el territorio y la persona«, afirma la escritora para rematar: «Aquí había cosas y sigue habiéndolas porque hay gente que no se quiere ir de sus pueblos y está luchando porque el medio rural siga, por reivindicarlo y tener servicios básicos. Pero en los medios siempre sale lo negativo, los pueblos fantasma o la nostalgia de cuando íbamos en verano. ¿No podemos hablar de pueblos con jóvenes que han decidido quedarse y emprender, montar una ganadería, hacer artesanía? ¿Por qué no contamos esas historias?», cuestiona Sánchez.
Entre las preguntas que lanza en el libro, que va profundizando en el mundo rural en clave de género, lanza una iluminadora reflexión: ¿y si el problema de la despoblación comenzó por la falta de atención y la constante discriminación hacia todas las mujeres de nuestros pueblos? Idea que desarrolla diciendo: «El trabajo de las mujeres en el campo no cuenta. Pero cuando vienen los hombres del campo, ¿quién ha hecho la comida, ha limpiado la casa, ha atendido a los niños? Pero es que, además, en las ganaderías donde se supone que no hay mujeres sí que las hay, lo que pasa es que no son las titulares, pero trabajan en las parideras, ordeñan y, aun así, parece que no existen», señala. Y ofrece un dato revelador: de acuerdo con los datos de la encuesta de población activa del INE, en 2013 el porcentaje de mujeres ocupadas en el sector de ganadería, silvicultura y pesca fue solo del 2,2 % del total de las mujeres oficialmente ocupadas en la España rural. «Parece que todavía hoy las mujeres tienen que estar en casa o se habla de la mujer todoterreno como aquella que puede con todo y antepone las necesidades de todos los demás a las suyas. No me vendas como una virtud algo que es un caso de machismo y desigualdad atroz«, asegura.
El feminismo, asegura Sánchez, está llegando poco a poco al medio rural, aunque «tiene otro ritmo y otra forma porque no parte del mismo sitio». «En un pueblo te conoce todo el mundo y esto también es un lastre. Yo me enfadé un poco cuando vi que había pocas mujeres el pasado 8 de marzo. Pero luego pensé, no, tienes que estar contenta porque han salido unas pocas valientes. En las ciudades tienes derecho al anonimato, en un pueblo no. Es más difícil, pero no creo que haya más machismo», afirma. Y, de nuevo, habla de su experiencia personal.
«Yo como trabajadora rural, como veterinaria, no me he encontrado casos de machismo y la mayoría de la gente con la que trabajo son hombres. En cambio, en el mundo de la literatura me he encontrado machismo, no, lo siguiente. Hablando de con quién me habré acostado para sacar un libro, comentarios de mi físico. A mí en el campo me respetan, pero también es verdad que yo me encuentro en una situación mejor comparada con una mujer migrante que recoja la fresa. Hay muchos estratos», explica.
Buscar una solución entre todos
Para empezar, Sánchez piensa que es primordial conocer el medio rural porque valoramos lo que conocemos. Y para muestra: según un estudio publicado por la revista Science en 2002, los niños británicos identifican más pokémon que animales y plantas locales. Por eso, la escritora se pregunta: «¿Cómo van a cuidar el campo si no lo conocen? Hay niños que se creen que la leche viene del tetrabrik. Hay una desconexión brutal y absoluta». Empezando por saber de dónde vienen los alimentos que consumimos a diario y exigir un mejor etiquetado.
«Si te fijas, la comida bio del supermercado, los quesos por ejemplo, vienen de Alemania, Bélgica, países que no tienen la extensión de España para producir esos alimentos. Te digo yo que esa cabra está metida en una nave y lo único que tiene de bio son unos metros de bienestar animal y que come comida ecológica. ¿Vas a comparar esa cabra con la de una dehesa en Extremadura o Andalucía, que está en el campo, se cría al aire libre y no come pienso? Eso no lo valoramos y lo tenemos aquí», defiende.
«Consumir es un acto político. Yo en vez de comprarme ropa cada dos por tres prefiero comer bien. No tomo leche todos los días. Como carne una vez a la semana y sé de dónde viene. Lo que pasa es que estamos educados en comer carne todos los días, ultraprocesados y los modos de vida que tenemos… nos han vendido que es modernidad comer un bocadillo delante del ordenador. Ahí la comida no tiene ningún valor, es un trámite más. Pregúntale a tus padres o a tus abuelos qué significaba sentarse a la mesa a comer, era una celebración», sostiene mientras recomienda la incentivación de la soberanía alimentaria comenzando por el consumo de productos local y de temporada.
En este sentido, Sánchez reivindica la labor de la ganadería extensiva y los pastores, a los que denomina «guardianes del paisaje y del territorio» y la cría de razas autóctonas. «Al problema del cambio climático tenemos que sumar los incendios forestales. Si no fuera por los pastores, España entera ardería. Todos los parques nacionales y naturales, todas las zonas verdes que tenemos, son gracias a la acción de los pastores y sus rebaños en el campo». Y promulga reducir la burocracia que los trabajadores del campo tienen que soportar, así como una vuelta al orgullo rural, tan necesario.
«En este país, con las políticas franquistas y toda la migración que hubo de los pueblos a la ciudad, lo primero que se metió muy adentro, y eso es muy difícil quitarlo, es la vergüenza de ser de pueblo. Estaban deseando que el que valiera se fuera para prosperar y parecía que el que se quedaba era el tonto, el inútil», afirma Sánchez, que frente a este prejuicio defiende muchos de los valores que en las grandes ciudades ya se han perdido, como la vida en comunidad y la ayuda mutua. «Mi abuela vive sola y no se puede mover. Siempre tiene las puertas abiertas y las vecinas pasan todos los días a verla, se intercambian botes de comida, si uno pasaba por apuros se ayudaban, en la matanza o en la aceituna se reunían todos», y de nuevo, ilustra su afirmación con otro caso real. «Me hizo mucha gracia una iniciativa en Madrid que proponía conocer a tus vecinos con pegatinas. Me reí mucho, pero en realidad es muy triste. Qué deshumanización y qué individualismo», reconoce.
Dar un altavoz a las personas del mundo rural
En resumen, Sánchez cree que es necesario cambiar la mirada hacia el mundo rural y, sobre todo, escuchar a las personas que viven en él. «Yo me siento muy afortunada porque tengo un altavoz. Todo el mundo tiene voz, otra cosa es tener un altavoz y una plataforma o una escalerita para que te vean. En los grandes medios los que escriben del campo están en Madrid y Barcelona, pero en nuestros márgenes también hay gente que sabe contar las cosas. No digo que todo el mundo no pueda escribir de lo que quiera. Lo que digo es que todo este tiempo han hablado del campo los mismos y nunca se ha cuestionado. Como me ocurrió a mí cuando me di cuenta de que todos los ecologistas y los escritores que me gustaban eran hombres: no es que no haya mujeres, es que no las conoces», señala mientras menciona a compañeras como la bloguera Lucía López Marco y el proyecto de recuperación de lana valenciana Esquellana.
Sánchez reconoce que todavía queda mucho por hacer, pero, a modo de conclusión, y como relata en Tierra de mujeres: «Quiero que este libro se convierta en una tierra donde poder asentarnos todos y encontrar el idioma común. Una tierra donde sentirnos hermanos, donde reconocernos y buscar alternativas y soluciones. Sólo entonces podremos rascar más profundo, hablar de despoblación, agroecología, cultura, ganadería extensiva, soberanía alimentaria, territorio. Quiero que las nuevas palabras germinen sin miedo. Que se propaguen. Que se conviertan en un río lleno de vida que nos devuelva una imagen conocida, cercana, familiar. Una imagen de la que» todos, cabría añadir, «queramos formar parte».