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Rafael García Maldonado: “Un país sin élites no va a ninguna parte”

Conversamos con Rafael García Maldonado autor de ‘Benet, la ambición y el estilo’ para descubrir quién es Juan Benet y por qué importa.

Rafael García Maldonado: “Un país sin élites no va a ninguna parte”

El pasado 5 de enero se cumplieron 26 años de la muerte de Juan Benet. ¿Juan Benet? ¿Quién es Juan Benet? Para una inmensa mayoría de españoles no es nadie; un nombre común seguido de un apellido catalán. Luego están los que han escuchado hablar de él y saben que era un señor que escribía unos libros muy densos que aparentemente ya nadie lee. En último lugar tenemos a sus admiradores, apenas un puñado de incondicionales que pasarían totalmente desapercibidos de no ser por un pequeño detalle: en sus filas milita gente como Javier Marías, Eduardo Mendoza o Félix de Azúa. Juan Benet es, por tanto, un misterio; un maestro de maestros olvidado que sobrevive de mala manera en colecciones de bolsillo.

El escritor –y farmacéutico– Rafael García Maldonado (Málaga, 1981) es uno de esos poquísimos incondicionales. Como buen benetiano, desprecia las dinámicas de un mercado editorial dominado por el costumbrismo al tiempo que lamenta la cantidad de polvo acumulado sobre la obra de su preceptor. Así que, fruto del hastío, ha decidido escribir Benet. La ambición y el estilo (Ediciones del Viento); un libro que busca reivindicar la grandeza de aquel ingeniero de caminos y explicar, de paso, lo perdidos que estamos todos sin él.

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Rafael García Maldonado | Foto cedida por el autor.

Juan Benet es un escritor al que no es fácil llegar. Sus lectores son escasos, ergo no suele recomendarse, y en las librerías está escondido entre clásicos de más renombre. ¿Cómo entras en contacto con él?

Pues mira, yo empecé a leer a Juan Benet hace siete años, al cumplir la treintena. Así que tampoco fue hace tanto tiempo. Y empecé con una de sus obras más tardías; una trilogía inacabada sobre la Guerra Civil llamada Herrumbrosas lanzas. El primero de los tres libros me lo dio mi padre porque a mí el tema de la Guerra Civil siempre me ha interesado mucho; siempre me ha parecido un escenario en el que ocurrieron cosas espeluznantes, por supuesto, pero también fascinantes. Lo mejor y lo peor de la naturaleza humana se dio cita en ella. Total, que mi padre me da Herrumbrosas lanzas y me dice que aunque él no ha podido pasar de las primeras páginas, porque se le ha hecho muy cuesta arriba, igual a mí me gusta.

Y acierta.

Me gustó, sí, aunque mi fascinación con Benet no empieza con Herrumbrosas lanzas. Lo que sucede es que movido por la curiosidad enseguida aterricé en uno de sus grandes clásicos: Volverás a Región. Y ahí ya sí que sí. Aquello fue una epifanía. Un acontecimiento que, como lector, me ha pasado poquísimas veces; el ir saltando de página en página pensando que estás ante una maravilla. Además, esa lectura me cambió la vida. Literalmente.

¿En qué sentido?

A ver, te explico. Yo soy farmacéutico de profesión. Mi trabajo siempre ha sido la farmacia. Sin embargo, hace unos años decidí ponerme a escribir. No a tiempo completo, claro, pero sí quería empezar a escribir lo que a mí, como lector, me habría gustado leer. Porque pasaba una cosa, y es que no me gustaba lo que leía; no me interesaban los temas –el realismo social, el costumbrismo– que trataban los escritores profesionales de mi generación. Así que hablé con mi hermano Antonio, que por aquel entonces tenía una editorial y conocía muy bien el gremio, y le comenté el proyecto que se me había ocurrido, con nuestro abuelo como protagonista principal. El resultado fue El trapero del tiempo, una novela no diría que histórica pero sí muy como las de antes, de un tamaño considerable, con muchos personajes, una guerra, otra guerra, saltos en el tiempo y su dosis de épica. Sorprendentemente, el libro se vendió razonablemente bien. Date cuenta de que yo no dejo de ser un señor que es farmacéutico en un pueblo de Málaga. Así que la acogida me animó a ponerme con una segunda novela. Y fue escribiendo esta segunda novela cuando comencé a agobiarme mucho pensando en el futuro. ¿Cómo iba a compaginar mi vida de farmacéutico con la vida de escritor?

Es entonces cuando descubres a Benet.

Efectivamente. Descubro a Juan Benet, quedo fascinado por su estilo, por cómo cuenta lo que cuenta, me pongo a investigar su vida… ¡y descubro que era ingeniero de caminos! ¡Que se dedicaba a la ingeniería y escribía en sus ratos libres! Benet me demostró que es posible convertirse en un escritor solvente, de altura, sin necesidad de renunciar a una profesión científica. Además, más o menos por esa misma época descubro, también, que el escritor portugués António Lobo Antunes había sido psiquiatra toda su vida. Ambos, que son exponentes de lo que yo considero ‘alta literatura’, escribían en sus ratos libres. Me abrieron los ojos.

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Imagen vía Ediciones De bolsillo.

Es decir, que primero experimentas una epifanía con su literatura y luego es su biografía la que despeja las dudas existenciales que te atormentan en ese momento. Por eso dices, en tu libro, que admiras a Benet por duplicado; como narrador y como persona.

Pero la admiración hacia su persona no es sólo por ser capaz de compaginar una profesión como la de ingeniero de caminos con la ‘alta literatura’. También me fascina su personalidad. Benet arrastra muy mala fama –estaba considerado un gruñón y un petulante– pero dicen quienes le conocieron que era un hombre divertido y cultísimo. Hay un profesor de Literatura llamado Francisco García Pérez que conoció y trató a Benet, y que cuenta que tú llegabas a su casa midiendo 1,75 y salías midiendo 1,40. Que salías de allí hecho un enano, vaya, después de haber pasado un rato al lado de un hombre que lo sabía todo. Pero todo. Benet era alguien capaz de relacionarte los hielos de un vaso de whisky con Tucídides. Era, en fin, alguien con una inteligencia sobrenatural. De hecho, Pepín Bello, el intelectual, que fue amigo de Benet y que también conoció a todos los de la Generación del 27, comentó que la persona más inteligente que se había cruzado en su vida se llamaba Juan Benet. Ni Lorca, ni Buñuel, ni Dalí, ni nadie; Benet. Y yo, por mi parte, estoy convencido de que fue la persona más brillante que hubo en España en la segunda mitad del siglo XX.

¿Quién crees que es culpable de que se encuentre sumergido en la más absoluta irrelevancia? ¿El propio Benet, España… o ambos?

Pienso que ambos. Mira, hoy en día existe por parte del lector una relajación del esfuerzo enorme. Tampoco es que yo sea un gran nostálgico del pasado, alguien que piensa que antes España estaba llena de lectores excelentes, pero sí creo que antes el tiempo transcurría más despacio. Y esa lentitud que hoy en día no existe gracias, en parte, a los teléfonos móviles e Internet propiciaba un esfuerzo intelectual que cada vez se ve menos. Eso en lo que respecta a la sociedad. Y en lo que respecta a Benet, lo que sucede es que escribía para sí mismo. Ya decía Borges que la gran literatura es la que se hace para uno mismo y, como mucho, para cuatro buenos lectores y alguna mujer de la que se anda enamorado. Pues eso. Benet no aspiraba a tener legiones de seguidores. De hecho él bromeaba diciendo que sólo tenía 300 lectores. Su ambición era otra: perdurar en el tiempo. Porque es la ‘alta literatura’ la que al final termina quedando.

Esa es la crítica que deslizas en el libro: que la literatura actual no busca perdurar.

Haz la prueba. Acude mañana a una librería y repasa la mesa de novedades. ¿Cuánto de lo que ves seguirá leyéndose dentro de 20 o 30 años? Poquísimo. Además, aquí se produce otro de mis paralelismos con Benet: más o menos a la edad a la que él empezó a odiar el costumbrismo yo empecé a odiar el realismo social, esa novela de denuncia, muy de rabiosa actualidad, sin un ápice de grandeza estilística, profundidad o imaginación. Hoy todo se hace de cara a un gran público con la única intención de vender. ¿Y cómo se vende? Pues agradando. A eso añádele la habitual vulgaridad. Todos los días veo entrevistas a escritores y raro es cuando no hablan de pajas, de follar, de no sé qué. Me veo muy alejado de todo eso, la verdad. Echo de menos esos tiempos en los que existía la ambición de perdurar gracias a una obra sólida.

Te parece que los escritores de hoy quieren vivir del presente.

Sí, y por eso se apuntan a la moda que sea. ¿Hoy vende el feminismo? ¡Pues escribo sobre feminismo! ¿Ayer vendía la crisis? ¡Pues escribo sobre el drama de la crisis! Son cuestiones perecederas, porque en la literatura lo que termina quedándose es el estilo y, con él, una profundidad intelectual capaz de acercarse al gran drama del ser humano. Porque la ‘alta literatura’, desde Tácito hasta el que venga mañana, siempre versa sobre lo mismo: la angustia del hombre en el tiempo, el sinsentido de nacer –como decía el filósofo Javier Gomá– con toda la dignidad del mundo y estar, sin embargo, abocado a la indignidad de la muerte. ¿Acaso hay otro tema?

¿Pero, con todo, no crees que hay un problema de marketing con Benet?

Hay un problema que se llama mercado editorial porque no se quiere dejar hueco a aquello que no vende. El otro día leí a Jorge Herralde decir que en la literatura sólo manda el mercado. Pero oiga, ¿y si el mercado le pide autores de quinta fila? Muchas editoriales rechazan manuscritos argumentando que en ellos aparecen cosas demasiado largas, o densas, y que por lo tanto no van a ser fáciles de vender. Paradójicamente, parte de ese material que se percibe como difícil de vender es el que, en última instancia, dignifica la literatura. Las obras de Benet fueron rechazadas en varias ocasiones con el argumento de que no tenían diálogos. ¡Pues menos mal que apareció Rosa Regàs! Si ella no llega a apostar por Benet en los años 70 nos hubiésemos quedado sin Benet. Al final conseguimos a Benet y ahí está; convertido en clásico, perdurando mal que bien, donde otros que en su día vendieron mucho más ya no existen ni en la memoria. El caso de Lobo Antunes es parecido. Le costó muchísimo introducirse en el mercado portugués. Porque, en efecto, él también es complicado de leer. La mayoría de los que cogen sus libros no puede terminarlos. Pero ahí está: candidato al Nobel. ¿Cómo es posible? Pues porque incluso quienes no pueden con estos autores saben que ahí hay algo. Y cuidado con dejarte atrapar porque entonces ya no los abandonas jamás.

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Si Rosa Regás no llega a apostar por Benet en los años 70 nos hubiésemos quedado sin Benet. | Foto vía juanbenet.blogspot.com

Sin embargo, las editoriales también tienen que mirar los números…

Evidentemente. Pero es que no se trata de cargarse la economía de una editorial publicando constantemente cosas que no van a vender. No estoy pidiendo eso. Es más: prefiero que se lean best-sellers a que no se lea nada en absoluto. Lo que digo es que también hay que hacer un poco de hueco para esas cosas que, aunque no vayan a generar ingresos inmediatos, sí van a aportar muchísimo a la tradición cultural de una sociedad.

Hablando de best-sellers, en el libro eres especialmente duro con Javier Cercas.

¡Es que hace el mismo producto una y otra vez! ¡Sus últimas novelas son idénticas! No sólo eso; es que además siempre sale Cercas, siempre sale Trueba, la separación de Trueba… pero oiga, ¿a mí qué narices me importa la separación de David Trueba? ¿De verdad era necesario meterla ahí? Sí, le salió muy bien Soldados de Salamina, una novela que por cierto a mí me gustó. ¡Pero luego no me hagas cuatro veces lo mismo! A eso voy: alguien descubre un filón y ya no hay quien lo pare mientras que en los márgenes del mercado se está dando de lado a gente que intenta publicar otras cosas. Hay muy poca variedad. Fíjate en los premios. Siempre salen los mismos cinco autores, que son los mismos cinco que están todo el día en la prensa cultural. Pues hombre, hay más autores que esos, algunos con una capacidad extraordinaria, pero nadie está haciendo ni caso.

Esta conversación –y la parte de tu libro en la que tratas este asunto– me recuerda a un ensayo de Miguel Dalmau y Román Piña Valls titulado La mala puta. Réquiem por la literatura española. Es un libro que busca poner de manifiesto la corrupción que existe dentro del entramado literario español, y en particular en todo ese círculo de los premios. Lo cierto es que Dalmau y Piña Valls dejan pocos títeres con cabeza.

Todo el mundo sabe que en España los premios literarios se otorgan antes incluso de que los premiados se pongan a escribir. Hablo de los grandes, claro. Benet también cuenta en su biografía con un episodio muy curioso al respecto. Según dijo, un buen día de 1979 le llamó Lara, el de Planeta, para preguntar si quería ganar el premio del mismo nombre. Benet contestó que sí y entonces Lara le pidió que escribiese un texto de unas características muy concretas. Total, que Benet se sentó y a las pocas semanas ya tenía El aire de un crimen. ¡A las pocas semanas! Con sus otros libros se había tirado años. Y ojo, que El aire de un crimen es una novela policíaca muy buena, pero le había llevado poquísimo esfuerzo porque seguía un esquema muy comercial. Finalmente le dieron el Premio Planeta en calidad de finalista, y no de ganador, pero la anécdota es reveladora. A mí es un mundo que me horroriza. No me quiero ni acercar.

En estos casos tener una profesión independiente, que no esté directamente relacionada con la escritura, juega un papel esencial.

Exacto. Si tú eres escritor profesional tienes que vender lo que escribes, luego lo que escribes le tiene que gustar a la gente, y si le tiene que gustar a la gente tienes que bajar el nivel. Rara vez una gran novela –hablo de ‘alta literatura’, de una obra ciertamente elevada– conlleva oro y riquezas para quien la escribe. Benet decía que el número de ejemplares vendidos es inversamente proporcional a la calidad del texto. Y hombre, hay escritores extraordinarios capaces de vender mucho muy rápidamente, pero en líneas generales creo que Benet tenía razón. Hoy en día, como digo, mucha gente baja el nivel a conciencia para poder vender y vender y vender. Una deriva que también tiene que ver con el desprestigio que arrastra el concepto de ‘élite’. En la actualidad las élites parecen algo abominable, cuasi fascista. ¿Usted ha escrito un párrafo largo como los que escribía Proust? ¡Elitista! ¡Clasista! ¡Qué se ha creído usted!

¿Te lo han llamado alguna vez?

¿Elitista? Muchísimas veces. Pero está bien empleado, porque lo soy. Escribí sobre esto hace poco, en una columna que publiqué en El Mundo después de leer un ensayo extraordinario de Mauricio Wiesenthal titulado La hispanibundia. Wiesenthal habla, entre otras cosas, de cómo la expulsión de los judíos anuncia la llegada de una decadencia crónica a España. En fin, que un país sin élites –y eso incluye a la élite literaria– no va a ninguna parte. Evidentemente, lo deseable es que esas élites se comporten con integridad y corrección, pero el concepto de ‘élite’, como tal, me parece necesario.

Regresemos a tu libro. Me han resultado especialmente interesantes los fragmentos dedicados a las influencias de Benet. ¿Cuál es su relación con Faulkner?

Faulkner es la gran influencia de muchos de los grandes; Vargas Llosa, García Márquez, Onetti o Juan Rulfo se cuentan entre los autores que más se han fijado en el estadounidense. Con Benet es más de lo mismo. De hecho, empezó a escribir gracias a Faulkner. Un buen día, merodeando en una librería de Madrid, se cayó un ejemplar de Mientras agonizo al suelo y al agacharse para recogerlo leyó una de sus páginas. Fue entonces cuando Benet, que ya era un gran lector, decidió ponerse a escribir. Se podría decir que de Faulkner salió Volverás a Región, una de las obras clásicas de Benet, donde las influencias del primero son evidentes. Otros autores que le influenciaron fueron Melville, Conrad, Edgar Allan Poe –el primer autor que lee compulsivamente– y, sobre todo, Sir James Frazer, un señor que escribió sobre astrología, magia, religión y antropología. Es más: aunque el territorio ficticio de Benet, Región, está inspirado en Faulkner, también contiene muchos elementos de La rama dorada de Frazer. Otra de sus referencias era Proust. En fin; todos esos autores que encandilan al lector que va buscando ‘alta literatura’.

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Imagen vía Ediciones del viento.

Luego están los que le caen mal: Dostoievski, por ejemplo.

Sí, sí. A Dostoievski le da muchos palos. Ahí se puede observar esa pose que gastaba Benet; un tipo gruñón y petulante que se dedicaba a soltar barbaridades divertidísimas. Dijo que el ruso era una larva, el Juan de Orduña del alma humana, y que hubiese encajado perfectamente en la redacción de El Caso. También arremetió contra Borges y contra Cortázar, que en los años 70 eran dioses, diciendo que no le interesaban lo más mínimo. El primero por cursi y el segundo por ser demasiado ingenioso. Pero sobre todo machacó a Benito Pérez Galdós. ¡No le podía ni ver! Por eso escritores como Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina y otros que también se han denominado galdosianos le consideran un gilipollas. Benet fue el gran azote del costumbrismo de Galdós. Decía que era lo peor que le había podido pasar a España. Algo que por otra parte era coherente con su visión de las cosas; a fin de cuentas, Benet odiaba el realismo y el costumbrismo porque decía que no tenían ni el estilo ni la profundidad del Grand Style.

¿Con Miguel Delibes tuvo relación?

Buena pregunta. Yo nunca los he relacionado y en mi investigación no me ha salido nada. Supongo que se respetarían. Sí se dice que tuvo mala relación con Camilo José Cela, pero es mentira. Se admiraban. No lo decían pero se admiraban, tal y como demuestra la primera edición de Saúl ante Samuel, una edición que publicó La Gaya Ciencia, dificilísima de encontrar, y en donde Benet homenajea a Cela citando una frase de Pabellón de reposo. El que sí odiaba a Benet era Umbral, entre otras cosas porque le quitó a Blanca Andreu.

Tampoco perdona a Joyce…

Lo que dice es que Joyce hace un experimento muy interesante con el lenguaje pero que, en última instancia, estamos ante un costumbrista más. Alguien que no tiene la imaginación suficientemente desarrollada y que no profundiza todo lo que debería. Decía que era como Emilia Pardo Bazán pero con el verbo cambiado de sitio en la frase. De todas formas, no sé hasta qué punto decía aquello más por envidia, porque en su época todos los que aspiraban a escribir ‘alta literatura’ llevaban el Ulises bajo el brazo, que por convencimiento. Porque, de hecho, siempre recomendó mucho Dublineses.

En el libro también repasas la vida de Benet más allá de su genialidad literaria. Una vida verdaderamente traumática; un niño de la guerra cuyo padre fue fusilado por los anarquistas, luego su hermano mayor, que en la posguerra se involucra en los círculos antifranquistas de París, muere en circunstancias extrañas en Teherán…

Todos esos acontecimientos influyeron mucho en Benet, efectivamente. Es más: su hermano Paco fue quien sustituyó a la figura paterna después de que al padre, que había sido abogado del gremio de panaderos, le fusilaran los anarquistas por alguna cuenta pendiente. Por eso su pérdida años después le marcó mucho. Y la Guerra Civil, por supuesto. Él siempre dijo que le hubiese encantado ser un soldado de la República.

Sin embargo, la parte biográfica, que efectivamente parece fascinante, la repasas un poco a vuelapluma. Me he quedado con ganas de leer más.

¿Sabes qué pasa? Que la familia de Juan Benet es muy celosa con todo lo que tenga que ver con su vida. Cuando contacté con ellos para que me echaran una mano con la investigación me pidieron que no tocase ciertos temas como, por ejemplo, el suicidio de la primera mujer de Benet. Ahí hay toda una serie de dramas íntimos que ellos me pidieron no explorar y yo, claro, he honrado esa petición.

Ahora que mencionas a la familia: en tu libro aparece varias veces el hijo menor de Benet, Eugenio. Parece que te ayudó bastante. No obstante, también he notado a lo largo del ensayo que el resto no ha querido tener mucho que ver. ¿Es así?

Sí, a Eugenio le entusiasmó la idea desde el primer momento y me hizo llegar muchísimo material que ya no se encuentra en ninguna otra parte. También presentó el libro en Madrid y ya le cuento como un amigo. En cuanto al resto, como te digo la familia recela bastante de este tipo de proyectos. De hecho, si Eugenio me ayudó tanto fue porque sabía que lo mío era más un ensayo sobre la figura de su padre y lo que ha representado que un libro sobre su vida. Pero al hijo mayor no le ha gustado el experimento y su segunda mujer, Blanca Andreu, me dijo que no quería entrevistarse conmigo porque tiene su propio libro en mente y ahí será donde cuente todo lo que tenga que contar.

También he notado la ausencia de muchos benetianos ilustres como Javier Marías, Vicente Molina Foix, Félix de Azúa…

Eso sí que me ha sorprendido más. Lo de Marías es entendible; no está como para andarse entrevistando con cualquier chaval de provincias. También te digo que fue muy agradable; me envió una carta y quedó en invitarme un día a tomar café para charlar. Me llamaron más la atención los casos de Molina Foix y Félix de Azúa. Ambos contestaron a mis e-mails, pero no quisieron ni presentar el libro ni tampoco asistir a las presentaciones. Sospecho que en parte tiene que ver con la amistad que mantienen con el hijo mayor, y en parte, también, con alguna cosa rara, algo que no se quiere tocar y que desconozco pero que, en cualquier caso, ahonda todavía más en el enigma de Juan Benet.

Última pregunta: ¿cuál es el objetivo de este libro?

Homenajear a uno de mis maestros. Por eso lo he titulado Benet. La ambición y el estilo; Benet escribió en 1966 un ensayo titulado La inspiración y el estilo, homenajeando así a Pío Baroja, que a su vez había titulado La intuición y el estilo un tomo de sus memorias. Es decir: el mío se podría entender como el último eslabón de una secuencia de homenajes. Eso por un lado. Por otro lado, también quería plasmar mi opinión sobre lo que está pasando en la cultura española. Y, por supuesto, lo más importante de todo: evitar que un gigante de nuestra literatura caiga en el olvido.

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