Dave Eggers y Ray Loriga: dos estrellas, dos universos
Ray Loriga tiene el carisma necesario para levantar un teatro. Cuando el moderador Jordi Nopca quiso rebajar los ánimos, era demasiado tarde. Tampoco importa. El encuentro virtual entre Ray Loriga y Dave Eggers ha sido lo más asombroso y genial del Kosmopolis, a fecha de sábado.
Ray Loriga tiene el carisma necesario para levantar un teatro. Cuando el moderador Jordi Nopca quiso rebajar los ánimos, fue demasiado tarde. Tampoco importó. El encuentro virtual entre Ray Loriga y Dave Eggers fue lo más asombroso y genial del Kosmopolis, a fecha de sábado.
Eggers se disculpó por su ausencia en Barcelona, prometió viajar el año que viene, y se justificó por una razón familiar: la boda de su primo. En la pantalla gigante aparecía su rostro y el de Mokhtar Alkhanshali, un joven norteamericano de origen yemení que quiso volver al país de sus antepasados para recuperar el arte de cultivar café. En su viaje quedó atrapado por la guerra. El libro —El monje de Moka (Literatura Random House)— tiene drama y aventura y no requiere de la ficción para ser apasionante.
La velada fue breve, las entradas estuvieron cerca de agotarse y esto, por sí solo, dice mucho. El comienzo de Loriga fue intenso, desordenado, sin guion y un sindiós. Pero se agradece que alguien rompa vestiduras ante tanto corsé. Su presencia fue tan triunfal que el acto en el hall del CCCB podría dividirse en dos partes: Ray Loriga con Dave Eggers y Ray Loriga sin Dave Eggers. Podríamos incluso fingir que esa línea no fue imaginaria y que, por supuesto, estuvo ahí todo el tiempo.
Loriga con Eggers
Eggers es uno de los autores norteamericanos más talentosos y reconocidos. Comenzó su carrera con 30 años y ahora, a los 49, publica su novena novela. “Te admiro mucho desde que comenzaste”, arrancó Loriga. “Desde el primer libro hasta el último”. Loriga insistió en su admiración, tantas veces que terminó por ser divertido. Nopca le explicó a Eggers que Loriga es un novelista respetado en España, aunque probablemente no lo sepa. “Y no necesitas saberlo, Dave”, espetó Loriga, que hizo un resumen de su trayectoria.
“Escribí un libro y tuvo éxito. El siguiente no lo tuvo. El siguiente tampoco. El siguiente tampoco. El siguiente tampoco. El siguiente recibió un premio y fue un éxito de nuevo. Eso es lo que necesitas saber y el resto está en Wikipedia”.
Superada esta fase, Eggers argumentó la naturaleza de El monje de Moka. “Creo que para nosotros dos [Dave y Mokhtar] el interés no estaba en solo el café, sino lo que significa respecto al origen de nuestra comida y de cómo tratan a las personas que la preparan. Muchas veces desconocemos las condiciones reales de los granjeros y los trabajadores y las fuerzas que los atenazan y les impiden tener una vida digna. Aquí hablamos de Yemen, pero podría ser Guatemala, El Salvador, Indonesia…, el problema es el mismo”.
“No podría estar más de acuerdo, eso ocurre también con la cocaína”, replicó Loriga. El público comenzó a reír mucho, pero él lo decía serio y cabizbajo y daba la impresión de que algo amodorrado. “Me solía gustar, igual que los coches, las mujeres y las discotecas. Viajaba a Ibiza con frecuencia. A veces pasárselo bien significa que otros, en otro lugar, no lo pasen bien. Esto se llama Colombia, Honduras… se llama tráfico de drogas. Y da trabajo a la policía, al FBI, da muchos trabajos. Nuestra diversión está fundamentada en un mundo esclavista. Y el café solo es Starbucks, pero la cocaína ha gobernado el mundo durante décadas”.
Jordi Nopca consiguió reconducir la conversación y volvió a preguntar a los invitados por el libro. “Quería hacer un trabajo periodístico sobre los americanos que fueron abandonados en Yemen mientras los saudíes atacaban con bombas americanas”, dijo Eggers. “No tenía, al principio, ningún interés en la historia del café”.
“He aprendido mucho sobre mí mismo en el libro”, agregó Mouhktar. “Cuando me hizo Dave la propuesta no entendía muy bien qué había que contar, él me insistió en que quería darla a conocer al mundo”.
Pese a los esfuerzos de Nopca, el río volvió a desbocarse. Se habló de la situación de las prisiones en Estados Unidos, del libro como metáfora de ventana al mundo, Loriga interrumpió otra pregunta de Nopca para hablarle a Eggers de su amigo Barry Gifford. “Solía vivir en Brooklyn cuando yo estaba allí”, respondió Eggers. Loriga siguió el juego: “Es un viejo colega. Si lo ves, salúdalo”. Después contó cómo gracias a Gifford conoció a David Lynch en Madrid, que se le acercó para gritarle: “¡Tú eres el amigo de Barry!”. Fue divertido el tanto absurdo.
Nopca le recordó a Loriga que tenía preguntas que hacer, el público rio, Loriga rio: “Pero las preguntas son feas… y las respuestas nunca son verdaderas”. Eso no impidió hablar de Trump, de la política del miedo que se extiende como una mancha. “Es difícil digerir este cambio en el mundo”, lamentó Eggers, haciendo hincapié en la prohibición que hizo Trump para impedir la entrada en Estados Unidos de ciudadanos de algunos países de mayoría musulmana. “Somos mejores cuando protegemos a los más vulnerables. Todos somos inmigrantes en América. La estadística más aclarativa contra la demonización de los inmigrantes es que Estados Unidos ganó seis premios Nobel, y los seis eran de otro lugar”.
Loriga sin Eggers
La conversación se hizo breve incluso para los videoconferenciantes. Solo 35 minutos. El resto de minutos sirvieron de escenario a Ray Loriga, que saludó a su amigo Rodrigo Fresán, saludó al público, pidió la hora. Nopca le recordó el modo en que había resumido su carrera de una manera tan “sucinta”. Éxito, fracaso, fracaso, fracaso, éxito. “Así es la vida, es una ecuación bastante sensata. Te acabas acostumbrando a vivir en el fracaso”.
No hubo preguntas realmente. Hubo una especie de juego donde Nopca no preguntaba y Loriga hacía como que no respondía. Entretanto hubo canciones a capela, anécdotas sobre perros salchicha y ninguna promoción de su última novela, Sábado, domingo, que desaconsejó a los asistentes: “No compréis nada que os vendan”.
Quedaba el turno del público y Loriga rogó misericordia: “Vamos a tomar algo, por favor. ¿Nadie prefiere salir a fumar y tomar una cerveza, que es más divertido?”. Pero el tiempo es el que es y los contratos son los que son. “Los insultos son bienvenidos y no devolvemos el dinero”. Fue una mujer quien lanzó la única pregunta: “¿Cuántos años te ha costado…?”. “¿Ser un idiota?”, replicó Loriga. “No”, concluyó la señora, “ser un niño”. Loriga sonrió y se remitió a Joan Miró: “Toda una vida”.