Sant Jordi, el patrón de las “celebrities” que aprieta a los escritores como un vestido estrecho
¿Cómo es el Sant Jordi de los autores a los que “el mercado” salvó de una tendinitis? Beatriz García relata cómo se vive la diada-escaparate cuando la cola más larga no es la tuya.
Una novelista al borde del colapso nervioso, 57 maneras diferentes de matar a los lectores, un experto en lo que a novelas “bien” se refiere –el escritor y profesor de literatura Carlos Luria- y el testimonio de algunos autores a los que “el mercado” salvó de una tendinitis. Así es la diada-escaparate cuando la cola más larga no es la tuya; por fortuna nada de esto tiene que ver con el futuro de la literatura.
En 23 abril de 2017 el escritor Andreu Martín publicó una carta en El Periódico dirigida a sus lectores: “Este año, lectores míos, no estaré en los puestos de firmas de las Ramblas. Ah, y basta ya de llamarme maestro o número uno en nada. En el actual mundo del libro, los maestros son los que más venden, y no conviene que yo me crea que soy lo que no soy. No sé cómo será vuestro mundo cultural ideal, pero este no tiene nada que ver con el mío”. Lo cita Carlos Luria en Cómo matar a un lector: 57 métodos al alcance de todos los novelistas (ed. Base), un libro dirigido a escritores a lectores exigentes que recoge con humor y brillantez los errores más comunes que cometen quienes escriben novelas –el primero y más importante de todos, aburrir soberanamente, así como algunas verdades amargas sobre el mundo editorial y un “oficio”, el de escritor, tan placentero, precario y sacrificado que a veces uno se pregunta si es algún tipo de parafilia.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que yo tenía que firmar mi última novela –La Tierra hueca– en Sant Jordi, quise experimentar en propia carne y hiel eso que decía Martín en su carta de que la Diada se había convertido en “Diada-reality”; y, en el fondo, ¿qué más puede hacer un escritor sentado durante horas en una caseta que ver al gentío pasar, practicar mindfulness, hacerse selfies, desear que Albert Espinosa contraiga una tendinitis o, afortunada de mí, explorar la situación? Y la situación comienza así: Érase una lluviosa mañana de Sant Jordi cuando un lector de Matilde Asensi sacudió su paraguas en mi cara; ella no llegaba, sus fans se impacientaban, «las bookstar –dijo alguien– siempre llegan tarde”; nosotros no, llevábamos un rato sentados cuando Matilde apareció…
David de Pedro, autor de cuatro novelas y la quinta que va en camino, es un tipo simpático, gerundense, muy hablador. Nos explicaba a la psicopedagoga Mª Helena Tolosa Costa y a mí cómo publicó su primera novela en Amazon y vendió seis mil ejemplares, sobre todo en Estados Unidos. “Pensé que publicando con un sello editorial tendría más ventas, pero la promoción es muy difícil. Los periodistas no te hacen caso si no eres un autor conocido”, dice. “Pues yo soy periodista –le contesto- y estoy bastante de acuerdo contigo. Cuantas más entrevistas te hagan más entrevistas te harán; cuantos más premios te den, más premios te darán. Lo llaman ‘bola de nieve’. Y si el tema de tu libro es trending topic o te apellidas O’Brian en lugar de López puntúa doble”. La novela que firma De Pedro se titula Operación Triángulo (Ed. Gregal), tiene como protagonista al campeón de biketrial Ot Pi y es, o eso me cuenta, un “reality book”, un género que ha inventado el mismo y que podría ser una variante de “Elige tu propia aventura” con un personaje real. “En la mayoría de mis libros hago crossover, y los personajes de uno aparecen en el otro. Con Ot lo que hice fue plantearle diferentes escenarios cada vez más enloquecidos, del tipo: ¿qué harías si te persiguiera la Yakuza? ¿Y si secuestraran a tu familia? ¿Y si tuviera que enfrentarte al servicio de espionaje chino? En base a sus respuestas, armé la novela”. Cómo mínimo, pienso, es algo que no se lee normalmente.
–Oye, David –le pregunto-. ¿Y tú qué haces cuando no firmas, además de charlar conmigo?
–Lo que todos, hacerme selfies. Barcelona es lugar complicado para firmar; en Girona, al menos, la gente se para y te pregunta por tu libro.
Matilde Asensi no para de firmar, el hombre del paraguas ha dejado ya de salpicarnos los ejemplares y el día empieza a clarear. El autor de mi izquierda mira el móvil y cada vez que alguien se detiene y le pide una dedicatoria estalla en inexplicables carcajadas. “Para Luisa”, dice la lectora. Se parte. “Hola, soy de la distribuidora”. Otro ataque. “Perdona, ¿sabes dónde firma Christian Gálvez?”. Ha dejado de reírse ya.
Para Carlos Luria, autor de Cómo matar a un lector, Sant Jordi es “un escaparate que implica que los mejores posicionados son los instagramers, los personajes mediáticos y, a mucha distancia, algún escritor”; es “un vestido que solo te pones una vez al año, que es muy mono pero te aprieta y es incómodo”, pero no tiene nada que ver con el futuro de la literatura. Varias horas y cafés más tarde del momento en que me ubico mental y emocionalmente, me contará cómo el uso de ordenadores, el poco interés general por la cultura y las redes sociales han afectado al mundo del libro. “En España se publican unos 85.000 títulos al año y quizás deberíamos considerar la posibilidad de rebajar un poco esa cifra porque muchos de ellos son muy malos. Lo que ocurre es que a las editoriales les sale a cuenta porque necesitan ocupar el espacio en las librerías, estar siempre presente, pero a la que no le sale a cuenta es a la literatura”, afirma. No obstante, no solo las editoriales son responsables de este aluvión de títulos, la mayoría de ellos de no muy alta calidad –“he leído cuatro o cinco novelas españolas realmente buenas en los últimos cinco años”, dice-, sino los propios autores, que tienden a culpar al editor cuando algo no funciona: “Todavía no me puedo quitar de la cabeza un manuscrito que un señor envió a una gran editorial donde la gente comía pan con tomate y escribía en libretas de espiral en el siglo XIV. Era normal que lo rechazasen”, concluye.
Lo que nadie te cuenta (excepto Carlos Luria)
En la librería Gigamesh, contemplando a una marabunta de lectoras que esperan para que un escritora de novela fantástica juvenil firme sus ejemplares, estamos Ariadna Castellarnau y yo. Ariadna es la autora de Quema (ed. Catedral), una soberbia novela post-apocalíptica tan cruda que recuerda al Plop de Pinedo. Ojipláticas y compartiendo un boli bic, seguimos el avance de la cola. A tres sillas de distancia, un autor vestido con una capa de mago las observa igualmente atónito. Nos morimos de ganas de comentar la jugadita con Marc Pastor, pero él también tiene una cola, algo más humilde que la jovencísima escritora, pero cola al fin y al cabo.
Hablamos de la importancia o no de tener un agente, de nuestros respectivos libros. Le explico que el mío, La Tierra hueca, es una novela de aventuras sobre la selva –“como Verne pero en clave psicodélica”, aclaro-. Le cuento cuánto me gustó la suya, el inicio en el que los dos personajes se sortean quien se comerá el último trozo de melocotón en almíbar es brutal. Charlamos de los libros que nos gustaría leer y escribir. Nos comemos un caramelo. Al final la curiosidad nos puede e invocamos al librero para preguntarle sobre el increíble fenómeno de la autora juvenil: “Es su primera novela, tiene sexo, amor y todos esos temas que gustan a su nicho. Era cosplayer. Tiene montones de seguidores en redes. Montones. Muchas editoriales van de que no les interesa este tipo de literatura, pero pierden el culo por autoras como ella”, nos cuenta. Tomamos nota.
Charlo con la compañera de mi izquierda.
–¿De qué va tu novela? –le pregunto.
–Es como “Los diez negritos” de Agatha Christie pero con blogueros y youtubers como protagonistas.
Me como otro caramelo. Guardo el boli bic.
Tras cinco cafés y dos cervezas que en breve serán tres, me reúno con Carlos Luria, periodista, escritor y profesor de narrativa del Laboratorio de Lletres. Carlos es elocuente, irónico, coqueto, demasiado alto para mi gusto, contrario a que se utilice la palabra “humedad” en las escenas de sexo y un escritor con verdadera vocación y un pulso literario impecable, que aun así dedicó un año a buscar el tono de Cómo matar a un lector para que no fuera ni petulante ni excesivamente jocoso. Y lo primero que me sale ni bien le saludo es quejarme de los dichosos bestsellers y de las ochocientas personas que hacen cola durante horas para que Albert Espinosa estampe un “Con cariño” en sus ejemplares.
La mayoría de los autores que critican los bestseller se morirían por escribir uno. Eso opina Luria, que señala que no hay ninguna fórmula para escribirlos; en la vida, como en la literatura, el éxito es tan azaroso como encontrarte un billete de veinte euros en el bolsillo de un traje que recoges de la tintorería. Un traje, digamos, que te viene estrecho, como Sant Jordi. “No existen fórmulas ni para escribir un superventas ni en la literatura en general. Carlos Ruiz Zafón había publicado novelas y cuentos –algunos buenos, por cierto- cuando por suerte encontró la tecla del bestseller con La sombra del viento y Cercas me confesó que vendió cien ejemplares de su primera novela y de la segunda no llegó a quinientos, y tuvo que escribir unas cuantas hasta Soldados de Salamina; un día le pregunté que cómo lo consiguió y me dijo que no tenía ni idea. Por no hablar de Faulkner, que cuando publicó El Ruido y la furia pasó desapercibido; o el caso más triste de todos, La conjura de los necios de Kennedy Toole”, resume.
–¿Cuál es el peor pecado de un escritor?
–La pretenciosidad. Menospreciar al lector, creer que si le gustas a la mayoría eres horroroso y no tener en cuenta que el lector es impaciente e inteligente. ¡Y aburrir! ¡Aburrir mucho!
–Y ya puestos, ¿el método “más mortífero” para asesinar a un lector?
–El peor de todos, la autocensura. Es el único que no se puede arreglar. He visto mucha autocensura en mis alumnos, porque tú mismo te obligas a no expandir tus talentos y que te descubran detrás del narrador o que digan “ajá, con que el protagonista es homosexual, ¿eh?”. Una alumna que va a publicar en breve su novela decidió eliminar una escena en la que una madre ahogaba a su hijo por miedo a que la tomaran por una perversa, ese tipo de cosas.
–Es que siempre buscamos al autor tras la obra –le digo.
–Y es muy natural. Sobre todo porque no se puede escribir una buena novela si no se hace con las entrañas. Esas son las mejores. Cervantes era todos sus personajes, también El Quijote.
–Sí, pero tú dijiste que El Quijote no era tan buena novela…
–Es que Cervantes la escribió en la cárcel, alumbrado por una vela y con una mano colgando. Mata un burro en un capítulo y lo resucita al siguiente. Lo magistral del libro es el propio Quijote, porque como le ocurre a todos los personajes de Dickens o Shakespeare, o la propia Ana Karenina, llega al rincón más oscuro del alma humana.
Hay libros que aquejan elefantiasis, gordos como tomos de enciclopedia; libros-culebrón con tantas subtramas que no existe la trama, ataques de onirismo quizás descontrolado –¿culpable?-, inicios de novela donde el clickbait es moneda común o diálogos tan acartonado como un filete seco. Errores, aprendizajes quizás, si eres lo suficiente humilde y lo suficiente talentoso como para darte cuenta y ponerles remedio, o si te asesora un profesional.
–¿Qué pasa con los lectores cero?
–No los recomiendo. ¿Qué te va a decir tu prima de negativo sobre un libro? ¿Qué idea tiene ella?
–¿Y en cuanto a los títulos? Me han recomendado utilizar una o dos palabras.
–Otra vez… ¡Las fórmulas no existen! El mejor consejo que te puedo dar: búscalo en el texto. O aprende de García Márquez, que era el mejor titulando.
–Pero ganó un premio a la peor escena de sexo.
–Es que el sexo entre dos es muy difícil de narrar, como todas las escenas de acción. Y ya no te digo si es entre más.
–A mí lo que me pasa es que necesito inspirarme.
–¡Qué inspiración ni que leches! ¡Escribe!
Me despido pensando que con Cómo matar a un lector nos ha hecho un pésimo favor, porque ahora que todos los lectores pueden entender gracias a su libro dónde la fastidian los novelistas y por qué hay obras que les dejan fríos o tan decepcionados que en vez de venderlas a peso en un mercadillo se las dejarían en el portal a su peor enemigo, no habrá forma de ocultar el medio centenar de errores que cometemos todos, incluso Cervantes.
Vigila tus espaldas
A la salida me encuentro precisamente con Cercas y las diez personas que le aguantan el paraguas. “Diez ejemplares vendidos, ejem…”, murmuro con malicia. Luego recuerdo lo que escribió Luria acerca del autoestima del escritor, del nivel de vanidad necesario para seguir en este durísimo y solitario oficio, y en que a fracasar se aprende, como decía Beckett, fracasando más y mejor. Me siento culpable y piso un charco. Me deslizo sobre mi sensación de derrota a ver al amigo y escritor de bizarro Sergi Álvarez, que firma sus novelas Nunca digas vodka y Alan Smithee no salvó el mundo (ambas de Orciny Press) en la Paradeta del Monstres, “un puestecillo de editoriales independientes libre de trazas de youtuber”, me dice. Sergi es un autor que se curra las dedicatorias; tiene un ritual y una pluma especial que le regaló su suegra para firmar sus libros –pero la ha olvidado en casa– y aún cree que Sant Jordi es “una fiesta para lectores, aunque los desvíen hacía la OSCURIDAD”. Estamos sentados los dos en un banco como los personajes de Los lunes al sol y me explica que ha pedido el día libre en el trabajo para venir a firmar. “Ya sabes que los escritores necesitamos pluriemplearnos para vivir”, añade y asiento con gravedad. El protagonista de su última novela, Alan Smithee, es un escritor de pulp que huye de los cuerpos de seguridad porque revela secretos de estado en sus libros.
–¿Qué dedicatoria crees que pondría Smithee a un lector? –le pregunto para esquivar esa OSCURIDAD.
–Vigila tus espaldas –responde.
Por cómo avanza el día, lo tomo como un consejo.
Cinco minutos antes de mi última firma de libros, salgo al galope hacia el campamento de Laie con una amiga embarazada entre una muchedumbre que curiosea sonámbula los puestos de libros sin comprar ninguno, eso sí los tallos de las rosas este año son tan largas que parece la versión soft y en martes del Domingo de Ramos. Y mientras mi amiga se agarra la panza y está a punto de sacar un pañuelo blanco para que nos abran paso, pienso en los estúpido que es correr para no llegar tarde cuando nadie te espera.
Santi Balmes, cantante de Love of Lesbian y autor de… ¡bah, todo el mundo lo sabe!, no tiene ese problema: él no espera, le esperan. Y llega veinte minutos tarde. Su cola de firmas se pierde en el infinito del CCCB. El resto, por suerte, evitamos las aglomeraciones. La fotógrafa Diana, mi compañera de aventuras, toma fotos dramáticas de mis minutos de sopor; mi amiga embarazada discute con los libreros para que pongan algunos ejemplares de La Tierra hueca en mis dos palmos de mesa –la portada es maravillosa–. Vienen amigos, viene mi hermano y me regala una rosa, vienen más amigos. Firmo un par de libros a más amigos. La cola de Santi Balmes es tan larga que con tendinitis, pienso, no podrá tocar la guitarra.
El escritor Andreu Navarra, ensayista, novelista y “barojista”, autor de Escritura y poder: Vida y ambiciones d’Eugeni d’Ors (Ed. Tusquets), aparece para tomar la sexta cerveza que equilibre mis seis cafés. “Mira, le he hecho una foto a Elvira Sastre. La pobre estaba en su stand sin firmar nada”, bromea. “Pues como el resto –le digo–. A ver si en vez de apedrear a los compañeros empezamos a cuestionar el sistema que premia por trending topic”. Me pongo pesada con las bolas de nieve, con la poca credibilidad de algunos suplementos literarios y tarareo mentalmente una canción de Objetivo Birmania.
–Me he cruzado con Andreu Martín mientras venía –dice el otro Andreu.
–¡Ajá! Y hace dos años dijo que no iba a firmar más en las Ramblas.
–Lo he visto paseando con un niño que llevaba un globo –aclara.
–Eso es lo que deberíamos hacer todos en la Diada.
–¿El qué?
–Pillarnos un “globo”.
Nota: Cuando pergeñaba esta crónica pretendía responder a la pregunta “¿Qué hacen los escritores mientras esperan para dedicar un libro?”. Pues sencillamente escriben. Para no aburrirse y no aburrir, como diría Luria. Y eso debería ser lo único que importa.