Juan Gabriel Vásquez: “He podido usar la literatura para hacer un exorcismo de un país cruel que arrincona y mata”
Con una prosa elegante, limpia y exquisita, Juan Gabriel Vásquez vuelve al cuento con ‘Canciones para el incendio’ publicado por Alfaguara.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez regresa a los cuentos 17 años después con Canciones para el incendio (Alfaguara, 2018), un magnífico libro de nueve territorios donde se reúnen historias violentas atravesadas por la memoria y el extrañamiento.
Estas historias, que Vásquez afirma autobiográficas, se enunciaron desde su molestia o través de personajes que nos recuerdan La forma de las ruinas, debido a que están traspasadas por la memoria colombiana del siglo XX.
Estos territorios le permiten al autor explorar como personaje o narrador que observa sentado, que revisa los recuerdos, el desconcierto y el archivo del imaginario colombiano entendiendo las consecuencias de los actos de los personajes que dialogan o no entre sí, explorando el origen de la violencia, del conflicto, de su política.
Luego de entrevistarlo por Viajes con un mapa en blanco (Alfaguara, 2018), Juan Gabriel Vásquez se sienta digitalmente, de correo a correo, a contarnos sobre su regreso al formato corto con Canciones para el incendio.
A pesar de que has publicado cuentos en recopilaciones han pasado 17 años para que volvieras a publicar un libro de cuentos. ¿Alguna razón para alejarse de la narrativa breve?
En realidad, no puedo decir que me haya alejado: en estos 17 años he escrito una docena de relatos. Sí es verdad que estuve concentrado de forma casi maniaca en las novelas, en aprender o tratar de aprender el arte de la novela y en descubrir qué tipo de novelista soy. Eso toma tiempo. Hace un par de años publiqué un libro de ensayos sobre la novela, y con eso sentí que había cerrado un ciclo.
En la primera página del cuento Mujer en la orilla, afirmas que no hay nada peor que usurpar y usar la historia de otro. ¿No es la apropiación un signo de nuestros tiempos?
No hay que tomarse las opiniones de mis narradores de manera literal. Todo el libro tiene una reflexión sobre las historias de los otros: el riesgo de conocerlas, la forma en que nos afectan, lo que los demás hacen cuando nos cuentan sus vidas. La apropiación de las historias ajenas se entiende ahora, desde cierta hipersensibilidad cultural, como un robo, cuando es lo más bello que tiene la ficción: la capacidad de vivir en la piel de los otros.
Elegiste a la violencia como temática para estos cuentos porque “mancha la vida y no se va”, porque “no se limpia nunca por completo” ¿Es lo que nos determina y nos iguala como seres humanos?
La violencia es parte de la experiencia de mi país, y ha calado en mi vida y en la vida de quienes conozco de mil maneras distintas. Me interesaba explorar esas maneras. En estos cuentos hay violencia política, violencia íntima, violencias que nos tocan o que no nos tocan sino que nos pasan cerca, violencias que vemos como testigos o que sólo conocemos como copartícipes de un secreto.
En el cuento Nosotros se narra la historia de Sandoval Guzmán un hombre que se creía por encima de la ley, viendo al país como su finca. ¿Esos personajes con su viveza son también un signo de violencia?
Es posible, pero el cuento no es una queja ni una denuncia. Me interesaba más explorar una relación envenenada entre nuestras vidas privadas y las redes sociales. Pero claro, el cuento admite varias lecturas.
El viaje y la memoria impregnan muchos de los cuentos del libro. Muchos de los personajes se vuelven más sabios en el viaje, mientras los que se quedan solo recuerdan desde una memoria herida o resentida. ¿Podría pensarse que estas representaciones son un ejemplo de la sociedad colombiana?
No lo creo. Pero sí creo que los míos son personajes en desplazamiento continuo, que muchas veces miran el mundo desde un lugar donde son extraños. Eso he sido yo durante muchos años: un extraño, un extranjero, un inquilino.
¿El cuento Canciones para un incendio podría decirse que es un duelo o un homenaje a Colombia?
Un duelo, sí. Es un cuento con rabia, y el consuelo es poder escribirlo. He podido usar la literatura para hacer un exorcismo de un país cruel que arrincona y mata, o permite que se mate. Es también una meditación sobre las mañas que se da la violencia para alcanzarnos por más que nos escondamos. No creo que la idea les resulte extraña a los colombianos.
Tu libro anterior, Viajes con un mapa en blanco es una colección de ensayos que le rinden tributo a la novela. Ahora has publicado Canciones para el incendio que son cuentos. ¿Cuál es el próximo proyecto? ¿Cambiarás de género literario?
Mis historias me acompañan durante mucho tiempo antes de que me siente a escribirlas. Ahora mismo hay dos que llevan ocho o diez años dando vueltas en mi cabeza, y lo más probable es que mi próximo libro sea una de ellas. Y son novelas: uno va reconociendo con el tiempo y el oficio qué genero conviene mejor para una idea. Así que volveré a la novela. Pero seguiré escribiendo relatos ocasionalmente, seguiré escribiendo ensayos, y un día quisiera ser capaz de escribir una obra de teatro. Hace diez años empecé a estudiar el teatro que más admiro, y tal vez dentro de poco pueda tomar ese riesgo.
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Canciones para el incendio revela las obsesiones del autor, su posición como migrante, la memoria del viaje, la sensibilidad y el duelo por el territorio abandonado o vuelto a reconocer.