Oficios de la muerte: “Solo nos podemos aproximar a la muerte a través del lenguaje”
En la nueva entrega de nuestra serie ‘ Oficios de la muerte’, conversamos con el mexicano Eduardo Ruiz Sosa, autor de ‘Cuántos de los tuyos han muerto’.
El escritor mexicano Eduardo Ruiz Sosa recoge en “Cuántos de los tuyos han muerto” (Ed. Candaya) un mosaico de pérdidas, de relatos de muerte que se enhebran unos con otros para conformar una historia sobre la ausencia, la memoria y nuestra capacidad para rebelarnos a aquello que nos somete.
Nací hace 36 años en la ciudad de Culiacán, en el estado de Sinaloa, uno de los lugares más violentos de México. He visto cosas atroces y he vivido numerosísimas muertes. Aunque soy ateo y mucho, crecí en una familia católica y hago mi altar cada año para el Día de Muertos. Creo que toda relación humana es una relación mística y que los objetos son el asiento de la memoria, que nos permiten llevar a cabo un ritual, construir un relato… Un día, me había jurado no volver a escribir un solo cuento, me senté en un bar y empecé a inventar un texto breve basado en la muerte de mi madre, quien había fallecido un año antes de una forma bastante particular –se tituló La garra de la estatua-. De repente, una a una, todas esas otras historias muy viejas sobre la muerte y la violencia de la que fui testigo se fueron sucediendo ¡a un cuento por semana!, lo cual es increíble para un escritor tan lento como yo, que me tardé en escribir mi primera novela Anatomía de la memoria cerca de doce años.
No sé por qué la gente cree que cuando muere alguien son los que se quedan los que más pierden; el que más ha perdido es el difunto, que se quedó sin futuro. Detesto las épicas que se construyen alrededor del muerto porque pretenden perdonar lo imperdonable; la épica es la falla de uno mismo. Detesto cuando se les recomienda a los familiares de un difunto pronta resignación; nadie debería olvidar, ni resignarse, ni dejar descansar a los muertos; no, que no descansen, que su memoria sea un acicate constante y eso es trabajo de la comunidad. Somos una porción de tiempo, no podemos pensar en la “nada” y eso hablamos tanto de las fronteras.
¿Qué es peor, la muerte de uno mismo o de los otros?
No sabría decirte, cómo todavía no me he muerto… Una vez, allá por 2015, un gran especialista en Heidegger visitó Culiacán. Impartía una conferencia sobre cómo el ser atravesado por la historia debía ocuparse de sí mismo para no sucumbir y hubo un momento en que preguntó cuál creíamos que era la única experiencia del ser humano que era realmente intransferible; yo iba a levantar la mano y decir que el sexo, lo cual es cierto, pero no, la más intransferible de todas es la muerte. Nadie puede vivir mi propia muerte ni puedo percibir el dolor de otro por la muerte de alguien. De todas formas, creo que la forma de duelo menos egoísta es llorar por lo que ha perdido el otro, el que ya no está, y no ser un deudo doliente que reclama atención. Eso nos aísla del resto.
En el libro existe la idea constante que el olvido es la propia muerte en sí. Como en toda la historia, como en los cartuchos de los faraones. ¿La literatura tiene mucho de eso, de ayudar a restituir la memoria?
Si lo hace con los que están, desde luego que también con los que no. Justamente hay un cuento, El sanatorio de la intemperie, en el que al final los amigos, cuando ven el deterioro de El Indio, que ya solo puede mover un ojo postrado en la cama y deciden si matarlo o no, de lo que más se arrepienten es no haber dotado su muerte de una épica. Y es eso, cuando alguien muere se construye un relato rimbombante que también me parece detestable, porque entonces todos los muertos se igualan. Parece que la muerte perdona todo, y no es así.
Creo que este libro es un intento de hacer una épica de la muerte fallida, porque uno no se la cree. Porque es un deseo de borrar todos los errores y manchas y dejar los relatos inmaculados, pero ni siquiera la épica en términos clásicos es perfecta: Aquiles tenía un talón. La épica es la falla de sí misma.
Alguna vez has dicho que lo importante es la experiencia y no si es realidad o ficción.
Es que yo creo que esta diferencia que hacemos entre realidad y ficción no existe fuera de los aparatos del arte o la comunicación. Uno puede sufrir lo mismo recordando que viviendo, o escuchando a otro hablar se puede reír de la misma manera que siendo uno el testigo directo o el objeto principal de una broma. ¿Qué tanto de la construcción que hacemos nosotros mismos como individuos es ficción y que tanto realidad? Es casi imposible… Porque si bien sabemos que todos estos aparatos del arte son eminentemente ficción, ya que tienen un orden para ser consumidos de una manera específica, nuestra construcción como individuos y sociedades también es ficticia.
Como la memoria… Pienso, por ejemplo, en tu primera novela, Anatomía de la memoria, que publicaste también en la editorial Candaya.
Sí, así es. La idea de que un recuerdo inventado es igual que un recuerdo “real”. De hecho, distintos estudios de neurociencias concluyen que se encienden las mismas zonas del cerebro cuando recordamos algo vivido o imaginado. Lo que los iguala es este experimentar el ser afectado por los acontecimientos, por las historias.
En uno de los relatos cuentas la historia de un actor que ensaya su propia muerte y también dices que la literatura es el pasado. ¿Deberíamos ensayar nuestra muerte? ¿Tal vez escribir sobre ella para quebrar un poco el tabú?
He visto muchos tipos de muerte distinta y escuchado muchas opiniones y creo que debería existir cierto control, siendo una de las pocas cosas sobre las que no podemos elegir… La naturaleza del ser humano más extraña es el lenguaje y lo construye todo y produce modificaciones en el mundo que a su vez dan lugar a un nuevo lenguaje, y así sucesivamente. El lenguaje lo atraviesa todo, es muy elemental y antiguo, y la necesidad de contar siempre ha estado. Uno los personajes de El sanatorio de la intemperie, Álvaro, que fue asesinado, siempre nos decía que la literatura empezó cuando un grupo de neandertales se sentaron en torno al fuego a narrar el día de caza, y cuando uno presumía de haber matado un bisonte, el siguiente aseguraba haber matado tres; entonces es cuando la exageración, la ficción, empieza a permear el discurso.
Aproximarnos a la muerte solo es posible a través del lenguaje, aunque tampoco es que nos deba interesar tanto lo que viene después, sino lo que hubiese antes. Una vez vi una película muy mala sobre un grupo de chicos que vivían en una sociedad sin expectativas de futuro y estaban hablando de lo que querían hacer con sus vidas. Entonces el cocinero de la cafetería donde estaban se volvió, agarró una patata frita y les dijo, señalando la patata: “ De aquí hacia atrás es todo el tiempo que hay hacia la eternidad y de aquí hacia delante, todo el tiempo que hay después. Y este, afirmó mojando la patata en el ketchup y comiéndosela, este es el tiempo que tienes aquí. Me pareció una metáfora muy burda pero precisa. No tenemos conciencia más que de lo finito, nos cuesta pensar en «la nada» y entonces nos encargamos de hablar de las fronteras, de los bordes. Al fingir su propia muerte, el protagonista del relato hace que los otros ensayen su reacción ante la muerte ajena. La única muerte que importa es la de los otros.
Mis mejores amigas son mexicanas y siempre me han contado historias del Día de Muertos y de cómo dejan ofrendas a los que ya no están. ¿Qué hay de las creencias más ancestrales de México en Cuántos de los tuyos han muerto?
Hay mucho. Soy muy ateo, pero fui criado en un contexto católico y eso confiere un cierto misticismo a la vida. Igual cuando llegamos a Barcelona los cuatro “culiches” lo primero que hicimos fue un altar para el dos de noviembre, y colocamos todas las ofrendas. Es difícil hacer desaparecer cierta conciencia mística; por ejemplo, mis abuelas siempre me trataron desde ese amor religioso y tenían la costumbre de darme estampitas de santos cada vez que iba a verlas. Las llevo siempre conmigo aunque no profese ninguna fe, porque creo que hay cierta naturaleza de los individuos impregna los objetos y conservarlos implica conservar un trozo de su esencia.
Toda relación humana es una relación mística. ¿Qué otra cosa son los elementos intangibles de los que hablamos constantemente? Una vez en una clase de Historia de la Ciencia alguien preguntó cuál era la diferencia entre física y metafísica, como la segunda fuera cosa de ovnis, cuando la segunda de lo que se preocupa es de aquello que no podemos medir: el amor, el odio, la honestidad… Nuestra relación con los demás se basa en cuestiones intangibles que tienen una manifestación física, y eso es la mística.
Cuando leí el cuento La desaparición de los jardines me hizo pensar mucho en la importancia que tienen los objetos como una memoria externa una vez nos hacemos mayores. Cuando a los ancianos les arrebatan sus pertenencias acaban por morirse.
Los objetos son el asiento físico de la memoria o de la intangibilidad de las relaciones, por eso es que todo requiere de un símbolo a la hora de reducirlo a lo corpóreo. Cuando la gente se casa se da una sortija, o damos regalos o minutas de recordatorio. Estas cosas, estos objetos, son indispensables para conseguir un relato porque nos permiten llevar a cabo un ritual. El ejemplo más sencillo es la liturgia religiosa.
En este libro está muy presente la violencia en relatos como La naturaleza de los fieles. Culiacán es una zona donde palpas la violencia, la vives. ¿Cuál es el compromiso del escritor al narrar la violencia?
Fíjate que dudé si incluir este cuento porque era una historia de la que fui testigo y porque no había una muerte definitiva, sino una de esas muertes del yo que suceden a lo largo de la vida. Es la historia de una mujer que para huir del abuso del novio de su madre se acaba sometiendo a un chico de su edad, pero al final acaba rebelándose a este sometimiento, que es uno de los temas del libro.
Con respecto a la violencia, Sinaloa es uno de los estados más violentos del país y cualquier explicación que pueda dar se queda corta. He visto cosas atroces y, sin embargo, la gente se sienta en una terraza, como estamos haciendo ahora, y se toma un refresco. No hay ningún estado de sitio, porque ha pasado lo que a esta chica del relato, que nos sometemos al peligro, que hacemos como que no está.