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Socorro Venegas: “Esta sociedad está hecha para desterrarte si no sabes ser madre”

Hablamos con la mexicana Socorro Venegas sobre la infancia, la maternidad y los cuentos que, como la memoria, corrigen la realidad.

Socorro Venegas: “Esta sociedad está hecha para desterrarte si no sabes ser madre”

¿En qué nos convierte la pérdida de un ser amado? ¿Y la de nosotras mismas? ¿Qué hacemos para sobrevivir(nos)? ¿A dónde nos lleva ese dolor? El duelo de las mujeres que enviudan, el “hueco” en la panza de las madres que gestan un hijo sin saber qué significa exactamente eso ni por qué se sienten solo soporte o alimento mientras su identidad se borra; el de los niños y los borrachos, que siempre dicen la verdad.

 

Los relatos de la mexicana Socorro Venegas, que recoge en La memoria donde ardía (Páginas de Espuma), están hechos de ausencias y supervivientes y, por lo mismo, de una rebelión que no está exenta de tristeza. Porque, dice Socorro, “las personas que quieren estar felices no se hacen preguntas sobre cómo sobrevivir y a mí me interesan las historias de quienes desafían a la vida”. Como la protagonista de El nadador infinito, que detesta que su marido se refiera a su futuro bebé y a él mismo como “nosotros” excluyéndola a ella y a poco se va diluyendo en la pregunta de cuál es el vínculo que le une a un hijo de quien se siente a océanos de distancia –“dos se gestaban en mí, el niño y la desconocida en que me convertía”–; o la mujer que huye en La vía láctea, esperando en una estación desierta con la blusa empapada de leche – “el dolor de los senos rebosantes es terrible. Parece una culpa”–.

Y Socorro, que tiene un hijo de 14 años y que alguna vez dijo, o escribió, que uno no puede decir que la vida “es una mierda” y luego tener un hijo, explora la maternidad como una búsqueda de identidad más allá de los roles asignados a las mujeres: “Con mis cuentos no busco hacer una reivindicación política, pero vivimos en una sociedad donde el machismo es un problema global y se nos dice desde fuera qué significa ser madre; parece que el cuerpo solo es necesario como una especie de portal para el alumbramiento o como alimento que proveerle al niño y en esta búsqueda del yo materno las mujeres se ausentan de todo. Esta sociedad está hecha para desterrarte si no sabes ser madre”, resume.

Si bien esas madres que se cuestionan a sí mismas en sus historias no representan ningún peligro para sus hijos; el peligro para ellas es su propio fuego interno.

Niñez, alcohol y un perro semihundido

Alcohólicos y niños son dos motivos recurrentes en los cuentos de la autora mexicana. En El coloso y la luna, una niña es enviada por su madre a deambular por las calles en busca de su padre borracho con una botella de Bacardí como señuelo para traerlo de vuelta a casa, a merced de unas calles que amenazan a los niños, imaginando al padre como el coloso de Goya. “Al fondo de la mirada de Andrea hay un hombre inmenso sentado a la orilla de la tierra, la cabeza ladeada hacia la luna”, escribe.

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“¿Estaremos hechos más de lo que olvidamos que de aquello que recordamos?” La memoria donde ardía. | Imagen: El Coloso de Goya.

“Me gusta pensar que toda la estética del libro está muy cercana a las pinturas negras de Goya, especialmente a Perro semihundido, donde solo hay arena, vacío y la cabeza de un perro que se asoma. Quise trasladar esta atmósfera poética y austera a mis cuentos”, dice la escritora y editora, quien cree que la ficción tiene la virtud de corregir la realidad como ocurre con la memoria, que puede ser reparada y resignificada. Ella tira de sus recuerdos para construir otras historias posibles. Tal vez, sea esto justo lo que nos haga reponernos a la pérdida, sobrevivir(nos).

“Tuve un hermano que murió de leucemia a los nueve años y yo tenía once. He escrito sobre ello antes, pero siempre había investigado la historia desde fuera: lo que nosotros vivimos con su enfermedad, que duró cinco años a pesar de que los médicos nos aseguraron que solo viviría un año, y hubiese sido mejor así… Lo que siguió fue una agonía lenta y dolorosísima para él y para todos. Pero me hizo pensar en la fuerza de los niños, en mi hermano que vivió tan pequeño en un mundo frío como es un hospital, lejos de sus padres y sus hermanos, y en la inteligencia emocional que tenía y nos superaba; en el aprendizaje que representaba en su vida ese dolor que sufría diariamente”, explica Socorro.

Esta memoria ardiente y dolorosa es el sustrato de uno de los relatos más conmovedores de la obra Los aposentos del aire, una historia de amor entre dos niños enfermos que saben que su vida se apaga y, sin embargo, están llenos de un optimismo que difícilmente tienen los adultos –“¿entonces ya no somos niños? Susurro al oído de Lucía: somos los que van a morir”-.

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“¿Cómo sigues adelante después de una muerte, una ausencia? Esos primeros pasos balbuceantes están llenos de significados” –Socorro Venegas. | Foto: Víctor Benítez | Cedida por la autora.

La muerte no puede nada

(Ni siquiera asustarnos).

En México, un país de contadores de historias, se convive con la muerte sin ningún temor, rindiéndole culto desde tiempos muy anteriores a que los españoles fuéramos a colonizar, lo mismo que los niños hacen con la panza de sus madres, a menudo borrándolas. “Mi abuela pertenecía a una comunidad indígena –cuenta Venegas– y todo a su alrededor era pensamiento mágico, hasta el punto de que cuando murió nos dejó instrucciones claras de cómo había que enterrarla, cuántos días debían prolongarse las oraciones y que había que abrir la casa a la gente y darles de comer para despedirla. En México recibimos la muerte en la mesa y se come en ocasión de la muerte como una invitada más”.

No obstante, quienes más le interesan, matiza, no son los que se van ni cómo se marchan, sino los que se han quedado y enfrentan esa pérdida. Ese vacío. “El título del libro, La memoria donde ardía, lo cogí de un soneto desafiante de Quevedo. La muerte no puede nada o, como dice Séneca, la muerte pertenece al pasado –añade y se pregunta, al igual que sus personajes–: ¿Cómo sigues adelante después de una muerte, una ausencia? Esos primeros pasos balbuceantes están llenos de significados”.

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