La huella de la dulce y trágica Amy Winehouse en España
Su frágil apariencia y su intranquila vida privada eclipsaron un talento extraordinario que se apagó el 23 de julio de 2011, con 27 años y dos álbumes interesantísimos: ‘Frank’ y ‘Back to black’
Casi todo lo que sabemos sobre Amy Winehouse, al menos de la Amy privada, lo sabemos por el documental biográfico que se estrenó en 2015. Las imágenes incluyen algunas escenas en España y hay una anécdota divertida al respecto. Amy estuvo en las Baleares en agosto de 2005, igual que tantísimos británicos… pero en Menorca y no en Mallorca, como confunde la película. Una amiga le grabó fumando en un chiringuito y canturreando la música de la radio y bromeando sobre el apartamento que había alquilado.
En agosto de 2005 tenía un álbum llamado Frank que le dio a conocer en las escena de Londres. Amy todavía no era famosa, al menos no en el sentido en que lo fue unos meses más tarde, con el lanzamiento del Back to black y aquel single que sonó hasta la extenuación en cada rincón de cada ciudad: Rehab.
La costa española fue un lugar de inspiración para Amy; tanto es así que, en uno de los paréntesis de su tortuosa relación con Blake Fielder-Civil, se refugió en Alicante –donde la segunda esposa de su padre tenía una casa que es probable que siga teniendo– con su guitarra española y la convicción de convertir ese dolor en música. Allí nacieron temas maravillosos como Wake Up Alone (“The dark covers me, and I cannot run now”) o You Know that I’m No Good (“Sweet reunion Jamaica and Spain. We’re like how we were again”).
“Soy una cantante de jazz…”, contaba en una entrevista, como justificando la alineación de pop con jazz y soul y otras tantas cosas que creó en Back to black. “Solo que en ese momento no escuchaba ese tipo de música… y lo que escucho influye enormemente en lo que escribo”. Amy se mostraba tierna y adorable en las entrevistas, atenta y encogida a veces, tenía unas maneras algo toscas y era lo que se conoce habitualmente como una mujer natural, sin imposturas. Se lee la emoción en sus ojos al hablar de Sarah Vaughan y Aretha Franklin, del origen de su música, del tiempo en que era una cantante más en Londres dando largos paseos en Camden. Tenía una voz dulce.
La presión mediática que soportó Amy Winehouse fue espantosa, pocos reservaron su opinión sobre la relación que tenía con su padre y con sus novios y por supuesto con el alcohol y las drogas. Tenía 22 años cuando los paparazzi hacían guardia en su casa y los medios sensacionalistas llevaban en sus páginas si la joven voz caía del escenario o se tambaleaba como un flan. A los 27 años murió por una sobredosis de alcohol, ocurrió en su casa y fue un guardaespaldas quien la encontró en el suelo y a solas.
Tan poderoso era el interés que suscitaba y acompañaba como una sombra que ni siquiera incinerada han dejado descansar su nombre. Hace menos de un año, una compañía anunció que iniciará una gira de tres años con el holograma de Amy y el beneplácito de su padre, que dejó el taxi con el que se ganaba la vida para dedicarse a tiempo completo a la fundación de su hija. Hay algo perverso o extraño en el proyecto: la imperturbable imagen de Amy, joven para siempre, cantando las mismas canciones en 2007 y 2037, con los mismos traumas y erráticos movimientos sobre el escenario. ¿Ella lo habría querido?
En cualquier caso, la gira virtual se ha pospuesto por cuestiones estrictamente tecnológicas.