Javier Calvo: “Los libros y la música son nuestro único portal a una realidad superior”
Conversamos con Javier Calvo acerca de ‘Piel de plata’ (Seix Barral, 2019), una historia sobre la trascendencia del arte y la búsqueda de iluminación.
La primera vez que Cirlot vio a Bronwyn lo hizo en una pantalla de cine. Ella todo presencia, más allá de la muchacha celta de la película, es la musa o la diosa entre las diosas. Intentó acceder a Bronwyn a través de la poesía, acariciar con la palabra una realidad incognoscible; la buscó a través de una Barcelona oscura, nocturna, salpicada de portales. Bronwyn es la llave que abre la puerta. La manera, asegura el escritor Javier Calvo, de acceder a un “espacio interior”. Tras siete años de silencio en los que él también se ha dedicado a explorar ese espacio íntimo – “durante el tiempo que he pasado Nueva York he buscado un aislamiento de la vida social y cultural para volver a un mundo más espiritual”, dice-. El resultado es Piel de plata (Seix Barral), una versión del Ciclo de Bronwyn del universo cirlotiano y una novela sobre la trascendencia del arte y la búsqueda de iluminación a través de la historia de un adolescente diagnosticado con una enfermedad mental que encuentra a su propia Bronwyn de cabello grasiento, Doc Marteens y medias agujereadas, y ella, llave o ganzúa, le descubre un mundo de anfetaminas, realidades alternativas —o la única— y ese tipo de magia que solo se encuentra en ciertos autores —Cirlot es uno de ellos; Michael Moorcock, otro— y polémicos grupos de música como Death in June. Una novela de obsesiones, admite Calvo, que recoge todos los temas que durante años pensó que solo le interesaban a él, con la que nos invita a entrar en ese universo alternativo que es su propio imaginario como nunca lo hecho. ¿Será el fantástico la llave de una revolución mental? Suspendidos en la entretela entre un mundo y otro, nos responde.
Es una novela muy diferente a otras obras tuyas como Corona de flores o Jardín colgante, no solo por la temática, sino -y sobre todo-, porque hay un cambio de estilo, quizás una evolución. ¿Estás, como el alter ego de Moorlock en Piel de plata, en tu era imperial?
Me encantaría… No sé, es el primer intento que hago de utilizar referentes míos en una novela y explorar un espacio interior. En mis anteriores novelas de crímenes como Jardín Colgante o Corona de flores exploraba el espacio público, básicamente España y Barcelona, y quería llevar a mi personaje a una búsqueda de la iluminación a través de tres etapas, o vías: Moorcock, Cirlot y Death in June. No quería citar nombres, sino explicar qué significa cada uno de los referentes, pero solo podía hacerlo a través de la primera persona, que es algo que no había hecho nunca. Y la verdad es que me producía mucha inseguridad porque, si bien es una novela sobre la transición con un protagonista adolescente, que es algo que todo el mundo conoce, mi experiencia son 46 años de que a nadie le interese lo que me interesa a mí. Tenía miedo de que me fuesen a tirar el libro a la cabeza, pero no ocurrió.
Por otro lado, tengo una gran conciencia de haber perdido demasiado tiempo intentando construir un gran estilo como escritor, impresionar a la gente con una prosa oscura y retorcida que asocio a la juventud. Se me ocurren muy pocos ejemplos de autores que no hayan seguido este itinerario de una narrativa más barroca a la sencillez. Ya no tengo paciencia para intentar deslumbrar con grandes frases.
En la novela los personajes utilizan las drogas para “despertar” a otra realidad. Hay una relación muy explícita entre ese arquetipo de “loco sagrado” y el arte y las drogas. Pienso en la tradición de autores que han utilizado las anfetaminas en su proceso de escritura, como Nick Land, Ferlosio o el propio Moorcock, que escribía novelas en tres días utilizándolas como combustible.
Es parte de la leyenda de Moorcock, sí. Lo que me interesaba era que los personajes del libro utilizasen todo tipo herramientas para buscar una realidad más real que la socialmente consensuada. Me hacía gracia que estuvieran convencidos de que las anfetaminas les podrían llevar a ese lugar, porque es una droga muy de gente adolescente. Por otro lado, no me interesan demasiado ni las drogas, ni la enfermedad mental y ni siquiera la adolescencia, pero quería representar un ámbito de pureza mental previo a que la mente se contaminase con una serie de comportamientos sociales aprendidos. Un ámbito de libertad que tiene el adolescente. En este caso, al protagonista es una especie de pequeño genio incomprendido e incomprensible al que todavía no han metido en vereda que no ve el mundo como le dicen que debe verlo. Pero hay cierta distancia entre él a los 14 años y cuando escribe lo que le sucedió, seis años después, una vez se ha dado cuenta de que ha perdido cuanto tenía entonces, esa iluminación o inspiración.
Con la enfermedad mental sucede un poco lo mismo, lo que lo distingue es esa especie de ser alimentado por lecturas que considera mucho más reales —un libro de Moorcock, un poema de Cirlot— que nada de lo que le digan, aunque multiplicado por una enfermedad que incluso le provoca visiones. Y en esas visiones, la realidad que está buscando es la ÚNICA.
Volviendo a ese “loco sagrado” y al universo de la magia —cierto tipo de arte lo es—, hay una idea que sobrevuela Piel de plata: cómo podemos creer en el algo que no es real, al menos aparentemente, y volverlo real. Materializarlo.
El itinerario sería darse cuenta de que lo que te venden como real no lo es. Es una especie de conversión gnóstica; la llave que te están “vendiendo” enmascara algo más profundo a lo que tienes que llegar de la forma que sea. En el libro esa idea va vinculada a la literatura y la música como portales que dan acceso a una realidad Superior, que es el vehículo que nos queda a los pobres que no tomamos apenas drogas ni viajamos a Egipto. Los libros y la música son nuestro único portal a esa realidad y Piel de plata es, a su vez, una versión del Ciclo de Bronwyn de Cirlot.
Pasé muchos años intentando explorar el espacio de la ciudad y cómo se corrompe e influye en la vida, pero cuando me marché. Durante el tiempo que pasé en Nueva York, lo que hice fue buscar una experiencia de aislamiento; aprendí mucho a base de aislarme de la vida social y cultural y volver a un mundo más espiritual, leyendo y estando más conmigo mismo. De ahí que intentase cambiar los temas de mi narrativa y regresar a ese espacio interior y cómo cierto tipo de libros pertenecen a una tradición oculta —ojo, no todo arte es magia; son unos pocos elegidos y lo demás es basura—. Para mí nada representa más este espacio interior al que me refiero que el Ciclo de Bronwyn, una negación completa de la realidad y una gnosis mística basada en una figura femenina que es una figuración de la inspiración. Sí, eso es Brownyn.
Y supongo que todo el mundo busca a su propia Brownyn…
No sé si todo el mundo, pero supongo que forma parte del itinerario de cierto tipo de artista. Acceder a ese espacio interior, abrir portales, desbloquear puertas.
Algunos de los personajes hacen referencia al fascismo de una forma, digamos, entusiasta. Supongo que no es algo que deba entenderse de forma literal.
La novela tiene toda una serie de subrayados, que son apartados que representan la novela en sí e intentan clarificar y organizar los temas. El que me parece más logrado es un capítulo que es una versión de Cuento de Navidad de Dickens, donde se materializan las tres etapas del camino del narrador en la forma de tres espíritus. Son las vías para alcanzar la trascendencia en el arte y la de Death in June es la confrontación al precio que sea, la idea de que no hay arte relevante que se base en compartir los valores de tu tiempo. Muchas veces me pregunto si se puede hacer algo interesante si estás de acuerdo con tu época y hasta dónde puedes llegar en la negación de estos valores, qué le aporta a un grupo como Death in June tener una imagen tan agresiva, jugar a la ambigüedad o buscar los puntos negros de la historia, como el nazismo
A Cirlot también se le acusó de fascista.
Sí, y es bastante milagroso que, aunque haya sido cuestionado públicamente, no lo hayan excomulgado. Y ese es, precisamente, un elemento muy importante a la hora de explicar por qué no ha sido reivindicado como uno de los más grandes poetas de la tradición española. La canonización de artistas siempre ha seguido el camino de las ideologías dominantes.
¿Por qué la guerra y su violencia interesa tanto a algunos artistas? ¿Solo es posible una revolución mental a través de esa guerra?
Supongo que tiene que ver con el concepto de revolución, la idea de que para crear algo tienes que destruir. La idea de que todo cambio de paradigma no puede venir de algo gradual, sino de un tipo de guerra. Se concibe al artista como alguien que está en guerra con todo el mundo.
La literatura fantástica se está abriendo hacia un público mayoritario gracias a las series. ¿Cómo lo valoras?
El escritor y periodista Ricard Ruíz me dijo algo muy interesante, planteaba que la aceptación de la literatura fantástica dentro de la cultura literaria para gran público no es una tendencia, sino el resultado de un progreso histórico; la expansión del ámbito del privilegio. Señalaba que el ámbito del privilegio primero solo aceptaba a los hombres; luego a la gente heterosexual y, poco a poco, se ha ido expandiendo y han ido cayendo estas barreras. Si esto es cierto, podría ser realmente trascendente; si se rompe el tabú de la fantasía pura y otros géneros marginalizados, el escritor puede jugar con muchas más herramientas.
Estamos en un momento de crisis de la ficción, en parte por la invasión de la realidad en un sentido peyorativo, del tipo reality TV, y su pérdida de peso en el ámbito de la alta cultura que ha acabado empujándola a la televisión, lo cual ha terminado por matar un poco la novela. Pero si se abre un ámbito de imaginación sin límites, que es como empezó la literatura, si en la novela todo está permitido eso puede que sea la medicina que la salve.