'La jaula de las locas': plumas, mucha purpurina y cero complejos para cantar contra la intolerancia
Plumas, mucha purpurina, pelucas de colores y tacones imposibles llenan desde el 3 de octubre el escenario del teatro Rialto, que convierte durante unas horas en el cabaret de la Cage aux folles, el lugar donde transcurre la mayor parte de la historia de La jaula de las locas.
Plumas, mucha purpurina, pelucas de colores y tacones imposibles llenan desde el 3 de octubre el escenario del teatro Rialto, que se convierte durante unas horas en el cabaret de la Cage aux folles, el lugar donde transcurre la mayor parte de la historia de La jaula de las locas. Este musical en el que no hay sitio para los complejos llega a la capital de la mano de Manu Guix y Ángel Llácer que, además de codirigir la obra, interpreta el papel protagonista.
Unas horas antes de su estreno, nos prometió a unos cuantos periodistas que La jaula de las locas nos haría salir del teatro felices. Nos aseguró que nos transmitiría joie de vivre, alegría de vivir.
Al fin y al cabo, la obra “habla de ser como uno es y de que los demás te acepten, de aceptarte a ti mismo y de ser feliz”, nos explica. “¿Y todo el mundo quiere ser feliz, no?”, reflexiona un Ángel Llácer “vestido de señora”, como él mismo describe.
Un canto a la libertad
La jaula de las locas está inspirada en la obra francesa La Cage aux Folles, escrita por Jean Poiret en 1973 que se estrenó en Broadway en 1983, además de haber sido versionada en el cine americano y francés.
A pesar de tener casi medio siglo, la historia de Albin y Georges (interpretados por Ángel LLácer y por Iván Labanda, respectivamente), una pareja propietaria de un club nocturno en Saint Tropez, sigue vigente en la actualidad “porque habla de cosas universales y habla de las personas”, explica Ángel Llácer.
Albin, que adora la purpurina, los vestidos y el colorete, se enfrenta a una dura situación cuando el hijo de Georges, Jean Michel, anuncia que se va a casar con la hija de un famoso diputado ultraconservador, para quien la idea de una familia con dos padres es poco menos que una aberración. La irrupción del diputado Dandon, que casualmente (o no) guarda un razonable parecido físico con Santiago Abascal, en la vida de Albin y Georges desata una locura emocional y divertida al mismo tiempo que se acaba convirtiendo en un canto a la libertad, al derecho a ser uno mismo sin ser discriminado.
“A mí me gusta decir mira, yo soy así, ¿qué pasa por ser así? Ven a aplaudirme, ven a silbarme si quieres, no sé, pero déjame ser quien soy”, defiende Ángel Llácer. Aunque bien podrían ser palabras de Albin, su personaje, que con una sola canción es capaz de traer el silencio absoluto a un teatro que segundos antes no paraba de reír.
La risa está asegurada
La jaula de las locas tiene la capacidad de hacer reflexionar y reír sin parar, todo al mismo tiempo. Llácer y Labanda, acompañados de “las pajaritas” de la Cage aux folles, consiguen en apenas dos horas y media dejar huella en el espectador a través de situaciones delirantes, extravagantes, pero a la vez creíbles y, por desgracia en algunas ocasiones, muy actuales.
Los intentos (fallidos, por supuesto) de Albin por parecer un verdadero macho, las llamadas de atención de una doncella que se niega a ser mayordomo, la desesperación de Georges ante tanto drama, la escultura de un pene, una travesti dominatrix y la participación de un público muy divertido no son más que una manifestación tras otra de libertad, una libertad sin complejos, una demostración de la ignorancia del intolerante.
Sin embargo, Ángel Llácer asegura que esta obra no habla de tolerancia, porque “el tolerar te pone como en una situación de superioridad”. “La tolerancia es como la predisposición a respetar. Vaya mierda es esta”, dice. “Yo soy muy tolerante, yo los gays… bueno, pues yo soy tolerante a la lactosa, yo que sé”, añade entre risas.
Un cabaret en la Gran Vía madrileña
Llácer y Guix han traído a Madrid sus plumas, su brilli-brilli y todo su humor y han conseguido que el teatro se convierta, además de en un lugar donde olvidarse del mundo durante un rato, en una verdadera fiesta.
Con 140 cambios de vestuario en sus dos actos y una emocionante música en directo, en manos de una orquesta visible durante toda la obra, La jaula de las locas te traslada durante un par de horas a un cabaret de Saint Tropez “donde verás a gigolos ligar con ricachonas”.
“La música es en directo, las voces en directo y te da esa sensación de estar disfrutando de un gran espectáculo”, afirma el director. “Y es tan generoso, somos todos tan generosos, que yo creo que de ahí el éxito que estamos teniendo”, dice en referencia al éxito que ha cosechado la obra durante el tiempo que ha estado en el teatro Tívoli de Barcelona. “Es como que de golpe, la gente lo agradece”.
Llácer tiene toda la razón. Y por eso, cuando acabó la obra, las más de 600 personas que pudieron disfrutar de su arte en el teatro decidieron agradecerle las risas y los llantos en pie, con un aplauso que llenó ese cabaret de Saint Tropez del que todos salimos con menos complejos y con mucha joie de vivre.