De Darwin a Tinder: cómo la estética evolutiva cambia la forma en que elegimos pareja
Un bestseller del NYTimes confirma que podríamos haber malinterpretado la teoría evolutiva de Darwin
Una canción del portorriqueño Residente contiene esta estrofa: “y aunque lo hagamos, nunca lo hablamos, pero todos los días lo pensamos”. El cantante se refiere al sexo y en la canción homónima al tema explica, entre muchas cosas, cómo nos embellecemos para seducir la mirada del otro porque nos gusta, porque creemos en el mero placer del acto sexual.
Al igual que Residente, el biólogo y escritor Richard O. Prum cree en la evolución estética cuando seducimos a otro. En su libro La evolución de la belleza (Ático de los libros, 2019), el autor revisita un libro de Charles Darwin del que no hablamos demasiado: El origen del hombre, ese no tan famoso ensayo –si lo comparamos con El origen de las especies– donde se explica la sexualidad animal.
Prum es profesor de ornitología en la Universidad de Yale y una autoridad mundial en manacus, mejor conocidos como los bailarines, un grupo de aves del tamaño de un gorrión cuyos machos deslumbran con sus bailes a sus posibles parejas a través de muchos árboles en los bosques de América Latina.
La belleza más refinada puede servir como encanto sexual, sin ningún otro propósito.
Fueron esos años de investigación, en los que Prum observó a esas especies masculinas intentar seducir a las hembras que lo convenció de que gran parte de la selección sexual está vinculada a lo que las hembras consideran belleza, por lo tanto, la única fuerza que impulsa la sexualidad es la apreciación femenina. Según Prum, esto no tiene nada que ver con la funcionalidad: es pura evolución estética con «el potencial de desarrollar una belleza arbitraria e inútil».
Como afirma Prum, esta idea no ha encontrado el mayor fervor en los círculos académicos. Pero, como deja en claro, no está solo: una vez más, parece que Charles Darwin llegó primero cuando escribió en El origen del hombre: «La belleza más refinada puede servir como encanto sexual, sin ningún otro propósito».
El propio Darwin descubrió la selección natural y dedicó gran parte de su vida a demostrar su importancia, sin embargo, nunca afirmó que pudiera explicarlo todo. Los adornos en las especies, como propuso Darwin, evolucionaron a través de un proceso separado que llamó selección sexual: las hembras eligen a los machos más atractivos «de acuerdo con su estándar de belleza» y, como resultado, los machos evolucionan hacia ese estándar, a pesar de los costes evolutivos en su fisionomía.
Darwin no creía que fuera necesario vincular la estética a la supervivencia. Creía que los animales podían apreciar la belleza por sí misma. Sin embargo, muchos de sus pares investigadores, como sus sucesores, ridiculizaron la propuesta, algunos con cierta misoginia en sus preceptos. Por ejemplo, el científico George Mivart lanzaba frases como esta con respecto a la hembra del pavo real: “no puede negarse que, en una amplia observación del reino animal, no existe ninguna prueba de poderes mentales adelantados por parte de los seres inferiores”.
Al igual que a Darwin, a Prum tampoco le han querido aceptar en totalidad sus estudios en la actualidad, así que ha revivido las propias opiniones del naturalista inglés para lograr revender sus investigaciones.
¿Cómo es la teoría evolutiva estética?
En lo profundo de las selvas tropicales de todo el mundo hay aves con una gran variedad de apariencias que realizan comportamientos especiales para lograr el apareamiento: los faisanes del Gran Argus seducen a posibles parejas con un gran cono de plumas cubierto de esferas doradas; los saltarines americanos de cabeza roja bailan y se deslizan en pequeñas ramas como Moonwalker de Michael Jackson. En 30 años de trabajo de campo, Prum ha visto numerosos rasgos en el comportamiento animal en pro del apareamiento que pueden parecer contrarios a la selección para la supervivencia individual. Prum cree en que el acto de elegir una pareja puede realizarse por razones puramente estéticas y subjetivas, por el mero placer de hacerlo; es un motor independiente al cambio evolutivo.
La elección del macho puede generar rasgos ornamentales a partir de las limitaciones de la evolución adaptativa, lo que les permite crecer cada vez más elaborados. También establece los riesgos para el conflicto sexual, en el que la autonomía sexual de la mujer evoluciona en respuesta al control sexual masculino. Lo más crucial es que este marco proporciona información importante sobre la evolución de la sexualidad humana, particularmente las formas en que las preferencias femeninas han cambiado los cuerpos masculinos, e incluso la masculinidad misma, a través del tiempo evolutivo.
Tiresias: esa revisión del placer femenino vs. el masculino
Al leer el ensayo de Prum, especialmente el capítulo sobre el placer sexual en animales o humanos, recuerdo el mito que el mismo biólogo nombra en su libro: Tiresias, ese hombre que fue transformado en mujer por Hera como castigo por haber golpeado a dos serpientes que se estaban apareando. Sin embargo, recuerdo una anécdota que Stephen Fry explica en Mythos (Anagrama, 2018).
Fry explica que Tiresias fue el arbitro entre Zeus y Hera al discutir sobre quién disfrutaba más del sexo: si el hombre o la mujer. La resolución de Tiresias por haber tenido ambas fisionomías es la misma a la que llegan las investigaciones de Darwin y Prum: “El sexo era nueve veces más placentero para las mujeres que para los hombres”. La respuesta de Tiresias enfureció a Hera “que había apostado contra Zeus a que los hombres obtenían más placer en el acto. Tal vez basada su opinión en la inagotable libido de su marido…”.
Fry continua y nos cuenta que Tiresias terminó ciego por la rabia de Hera, al igual que la rabia de los coterráneos contra Darwin hizo que El origen del hombre fuese un texto tan correcto ante el público victoriano que no se pudiesen sacar a la luz algunos tópicos importantes sobre la sexualidad femenina.
Según Prum, Darwin sí afirmó que las exhibiciones sexuales evolucionaban debido al profundo placer sensorial que despertaban.
Según la hipótesis de Darwin, Prum plantea que el placer sexual femenino y el orgasmo en la mujer han evolucionado expandiendo su capacidad e intensidad desde nuestros antepasados, eliminando la mirada eugenésica que creía que el orgasmo era un mecanismo de succión del esperma o un accidente histórico ligado al placer sexual masculino.
El orgasmo femenino quizás evolucionó para ser expansivo y prodigioso porque no tiene función evolutiva.
El relato estético planteado por Prum y Darwin es consciente de que el orgasmo femenino es innecesario para la procreación, lo que explica en gran medida por qué es tan placentero. “El orgasmo femenino quizás evolucionó para ser expansivo y prodigioso porque no tiene función evolutiva. Es el placer sexual porque sí, que ha evolucionado puramente como consecuencia de la búsqueda del placer de las mujeres”, afirma Prum.
El orgasmo masculino cumple una función evolutiva, por lo tanto, no ha tenido una función estética; “es una adaptación para animar a los hombres a perseguir oportunidades sexuales”. En cambio, el placer femenino y su orgasmo han evolucionado por pura estética en la elección de parejas. “La elaboración del orgasmo femenino en los humanos quizás sea la señal más grande del poder de la evolución estética” y la exuberancia más irracional de la burbuja evolutiva estética, que se da simplemente por hedonismo y placer arbitrario. “Cuando la belleza sucede, el placer también”, afirma el biólogo americano.
Sin embargo, para no acabar trayendo un nuevo Tiresias a este debate, Prum afirma que la morfología del pene o el comportamiento sexual que el deseo femenino ha impulsado, de ninguna manera reducen el placer masculino. “La evolución del orgasmo no es una batalla de sexos, sino más bien, un festival del amor coevolutivo y estético”. A pesar de lo “hippie” que pueda sonar, Prum ha afirmado que es un festival amoroso, pero también que la evolución del orgasmo femenino es una experiencia directa como consecuencia evolutiva relacionada a la habilidad de las mujeres “de cumplir con sus deseos sexuales”.
Es la evolución estética una revolución feminista
Aunque Prum no lo entendió hasta terminar la investigación, La evolución de la belleza es un libro feminista. Es desdeñoso con los prejuicios masculinos que caracterizan gran parte de la psicología evolutiva y que enfrentaron al patriarcado victoriano a Darwin para no publicar lo que investigaba. Prum entiende que quizás su libro no fuese recibido bien por las feministas en la actualidad, especialmente aquellas que piensan en la cosificación de la mujer con respecto a los cánones estéticos, sin embargo, sí cree que la autonomía sexual femenina, así como la homosexual, han evolucionado para cuestionar el poder y el control jerárquico masculino.
Un ejemplo es su estudio sobre los patos, donde explica cómo el pato hembra, al verse amenazada por la coerción sexual del pato macho –recordemos que los patos sí poseen pene–, no ceden frente a la violencia penetrante, pues sus estándares compartidos de belleza las dotan de suficiente capacidad evolutiva para reafirmar su libertad de elección en la fertilización.
Esencialmente, dice Prum, los humanos evolucionaron para negociar y tener relaciones sexuales como una especie de ritual de exhibición. La ruta estética evolutiva del autor presenta una resolución de las diferencias entre las necesidades y los deseos masculinos y femeninos mediante comportamientos y rituales que respetan las prioridades del otro sexo y sus decisiones sobre cómo perseguirlos.
Prum propone que los humanos hemos evolucionado a lo largo del último camino y que, dados nuestros poderes de pensamiento, conciencia y agencia, podemos acelerar esa evolución estética y social. Esto, afirma, es la razón por la cual la belleza no debe verse simplemente como el sello de garantía de calidad que la teoría evolutiva convencional cree que es.
¿Y cómo hemos llegado a Tinder?
Aunque Richard Prum es experto en observar aves y ver cómo se comportan, no llegó a la base tecnológica de gran parte evolución de nuestra sexualidad actual: Tinder.
Al igual que Prum, aunque quizás con menos años de investigación, Nuria Gómez y Estela Ortíz publicaron Love Me, Tinder. Una mirada crítica a lo que ellos ofrecen (Temas de hoy, 2019). Un libro lleno de consejos para que los hombres se hagan una buen foto para el perfil de la red social de citas, además de narrar un compendio de posibles perfiles categorizados de cómo los hombres se venden en la plataforma para conseguir pareja o simplemente tener sexo.
Más allá del algoritmo, si algo tiene Tinder que corrobora la información de Prum con respecto a la selección y a la belleza es un experimento del MIT Technology Review, que las autoras citan en el libro y que ellas afirman es una evidencia que cambia la sociedad. A partir de 14 cuentas falsas diseñadas para imitar a usuarios de la aplicación y rastrear el comportamiento de 230 mil perfiles masculinos y 250 perfiles femeninos, se llegó al resultado de un feedback look, un círculo vicioso que hace que los hombres desarrollen estrategias más extremas de seducción: “Los hombres ya no seleccionan, mientras que las mujeres son cada vez más selectivas” .
Darwin y Prum siguen prelando. Nada cambia, seguimos seleccionado subjetivamente, según lo que más nos guste estéticamente para poder evolucionar en conjunto y con un pensamiento “poshumano” que integre el entendimiento de la naturaleza como parte de la humanidad. Por su parte, entender la belleza desde esa poshumanidad forma la base de una dinámica evolutiva completa y compleja, una que puede influir en cómo nos tratamos mutuamente.