Katixa Agirre: “La maternidad lo tiene todo para convertirse en tema literario universal”
‘Las madres no’ permite a la escritora vasca Katixa Agirre reflexionar sobre la relación entre escritura y maternidad al tiempo que aborda un tema complejo: el infanticidio.
En Las madres no (Editorial Tránsito) nos cuenta la historia de una escritora que acaba de ser madre que decide escribir sobre una mujer que ha asesinado a sus gemelos. Esta historia permite a la escritora vasca Katixa Agirre abordar un tema tan complejo como el infanticidio cometido por una madre y, al mismo tiempo, reflexionar sobre la relación entre escritura y maternidad, relación que la autora aborda desde una doble perspectiva: por un lado, la experiencia de compatibilizar escritura y cuidado de los hijos y, por el otro lado, la maternidad como tema literario.
¿La relación entre escritura y maternidad es siempre complicada? Su protagonista parece darse cuenta de que, como diría Doris Lessing, para ser madre y escribir hay que desprenderse en parte de los hijos.
Por supuesto que hay desprenderse de los hijos para escribir, igual que hay que desprenderse de todo lo demás. La escritura, por lo menos en fase aguda, es tan absorbente que te obliga a encerrarte, metafórica y literalmente. La maternidad, por lo menos en los primeros meses e incluso años, es igual de absorbente, y agotadora, de ahí la dificultad, imposibilidad incluso, de conjugar ambas facetas. Sin embargo, yo soy una mujer que ha dejado dos novelas a medias para parir y criar, y que después de ese trance ha vuelto a terminar esas novelas y las ha publicado.
¿Escribir puede ser una forma de rebeldía a ese rol de madre “a tiempo completo”?
Yo más que como rebeldía lo he vivido como resistencia. Defender esa parte de mí, esa faceta que considero tan importante y que tuve miedo de perder.
“La identidad de madre había terminado por devorar todas las demás y había mandado a todos mis yos pasados al exilio más remoto”. ¿Es este un riesgo que corren todas las madres, escritoras o no? ¿Hasta qué punto nos han convencido de que la maternidad implica esta pérdida de identidad y que, por tanto, tenemos que aceptarla?
Claro, el mito está ahí, y pesa: la mujer que llega a la plenitud al ser madre, que a partir de entonces ya solo tendrá una misión en la vida, que lo sacrificará todo… Y bueno, no es verdad, claro que yo siempre voy a desear y buscar lo mejor para mis hijos, pero la vida es larga y ancha, y da para mucho más, y habrá momentos, lugares y situaciones en los que ser madre sea del todo irrelevante, en los que otras facetas de la identidad tomen todo el espacio.
El concepto de malas madres se ha popularizado, pero ¿por qué en lugar de hablar de malas madres hablamos de otras formas de vivir la maternidad?
Bueno, entiendo que lo hacen de manera irónica, o como una boutade, y frente a ese mito del que hablaba ellas efectivamente reivindican otras maneras de ser madre. Es que ser madre perfecta es imposible, a veces solo hacemos lo que podemos, y otras veces estamos tan agotadas que ya simplemente no queremos hacerlo.
En un momento dado, se critica el discurso neoliberal muy propio de la autoayuda del “tú sí que puedes”, del “si se quiere, se puede”. ¿Hasta qué punto este discurso interviene no solo en nuestro concepto de maternidad, sino en el convertir la maternidad en un deseo irrenunciable?
Buf, es que a mí me han educado siendo muy consciente de la suerte que he tenido en la vida, por haber nacido donde he nacido, en el momento histórico en el que he nacido y sobre todo por la familia en la que crecí. Así que todos mis logros, cualesquiera sean, los pongo en relación con esas circunstancias que me han sido totalmente propicias. No se me ocurriría ir donde cualquier a decirle “si yo he podido terminar un doctorado, tú también puedes”, “si yo he escrito novelas, tú también puedes”. Por supuesto que querer no es poder, es la gran mentira violenta del neoliberalismo. Entonces, cuando se trata de maternidad, puede existir una especie de sentimiento de fracaso, de culpa, de algo habré hecho mal, si no se consigue ser madre.
La reflexión en torno al cuerpo está muy presente en la novela: en el cuerpo se inscriben las transformaciones provocadas por la maternidad, pero también se dirimen temas como la sexualidad, el deseo o el rechazo hacia sí mismo.
El del cuerpo es un temazo, la verdad, que en el libro yo solo comienzo a esbozar. No somos consumidores, no somos datos para alimentar un algoritmo, no somos píxeles en Instagram. Somos sobre todo cuerpo, cuerpo vivos que van a envejecer y morir. Como mujer que quiere que se la tome en serio he vivido muy al margen de mi cuerpo, queriendo pasar por encima de él, obviándolo, y puede decirse que en el embarazo redescubrí mi cuerpo, para bien y para mal. Recuerdo estar en una reunión y sentir las patadas del bebé y que todo lo demás me importara un bledo, ese goce del cuerpo creo que está presente en esta historia. Pero también he conocido la otra cara, el ser solo un cuerpo a disposición de otro cuerpo, un cuerpo que hay que rajar de urgencia para salvar otro cuerpo.
Usted aborda un tema tabú como es el infanticidio por parte de una madre. ¿Por qué este tabú? ¿Por qué contradice la idea de que matar a un hijo es antinatural?
Nos parece lo más antinatural del mundo porque nos puede el mito del instinto maternal que está por encima de todo. Pero a nada que se lea un poco de historia se da una cuenta de que matar a las crías ha sido una práctica habitual, por multitud de razones, alguna de ellas tan lógicas como no poder cuidar de esa criatura.
¿Lo asumimos con mayor facilidad si el infanticidio lo comete el padre?
Creo que asumimos de diferente manera al padre infanticida que a la madre infanticida, sí. En los últimos años han tomado relevancia los casos de padres que, como extensión al maltrato a la madre, han llegado a asesinar a sus hijos. Nos parece horripilante, claro, pero existe un relato que lo explica. Para las madres infanticidas no hay relato más allá de la locura.
“Las madres no escriben, están escritas”, afirma Susan Suleiman. Su frase, podríamos englobarla en una más general: las mujeres, durante siglos, han sido escritas.
Claro, las mujeres han sido objetos escritos, descritos, pintados, representados, pero casi nunca sujetos, y en muy pocas ocasiones hemos llegado a oír su voz, su relato en primera persona. Incluso cuando comienzan a surgir las mujeres escritoras, a tomar relevancia (y hablo del siglo XIX), la mayoría de esas mujeres no eran madres, es decir, precisamente por no ser madres pudieron llegar a escribir como lo hacían los hombres. Y tenemos el caso de Mary Wollstonecraft a quien la maternidad, literalmente, mató, pues murió tras el parto. Ahí vemos que la maternidad es un obstáculo añadido a la feminidad.
A través su diálogo con autoras como Sylvia Plath, Doris Lessing, Adrienne Rich o Muriel Spark, su novela puede leerse como una reflexión sobre la maternidad cómo tema literario.
Leyendo Un hombre enamorado de Karl Ove Knausgård, y el relato que hace del parto de su primer hijo, que dura unas cincuenta páginas del libro, me di cuenta de que nunca había leído una obra literaria en el que el parto se describiera con tanto lujo de detalles, y me fastidió sobremanera que lo hubiera escrito un hombre, me pareció muy sintomático de lo que dices.
En su reseña para Letras Libres, Aloma Rodríguez decía que su novela no era otro libro sobre maternidad. ¿Hay un boom de libros sobre la experiencia de ser madre? ¿Hasta qué punto dicho boom puede conllevar a una banalización temática y literaria del tema?
A cualquier cosa se le llama boom… Estamos en un momento histórico en el que efectivamente las mujeres escriben más que nunca, y algunas de ellas son madres, y algunas eligen como tema literario la maternidad, porque, vaya es un tema que lo tiene todo para convertirse en tema literario universal, la verdad. ¿Que se puede banalizar? Claro, igual que se llega a banalizar el amor romántico, tema literario trillado durante milenios. Si se banaliza, señal de que se está normalizando y superando una anomalía histórica.