Claudio Tolcachir: Tan lejos, tan cerca
El director argentino presenta ‘Próximo’ en el Teatro de la Abadía, una obra sobre los vínculos sentimentales en la era de Skype
El director y autor argentino presenta la obra Próximo en el Teatro de la Abadía, en el marco del Festival de Otoño, y extiende la temporada de esta producción hasta el 22 de diciembre. Esta pieza sobre los vínculos en tiempos de Internet plantea las relaciones que se crean impulsadas de la tecnología, los puentes que se tienden a través de las pantallas y las ventanas que se abren para ventilar la epidemia de la soledad.
Hay calidez y elegancia en el trato de Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975). Así se vincula con aquellos que lo rodean y a quienes observa con una visión de rayos X, una mirada que penetra en las emociones. Este “teatrista”, es decir, un artista que domina las distintas aristas de la representación escénica –actor, director, autor, iluminador, etc.– asegura sin pudor: “Tengo una vida muy linda. Tengo una compañía de teatro. Quise construir una familia”. Y en este equilibrio, alejado del narcisismo, emergen las piezas que escribe, diametralmente opuestas a su trato, a su tono, a sus gestos. En estos textos emergen monstruos y miserias en una dramaturgia que apela a la incomodidad del espectador.
Una periodista le desliza a un colega a la salida de la conferencia de prensa que ha apuntado algunas frases de Tolcachir. ¿Hablaba de teatro? Sí, pero en ese escenario, oficina y laboratorio que es un su universo, prescinde de todo mensaje técnico o formal. “Nosotros construimos nuestra historia con gente que nos fuimos encontrando en el camino, que nos dio amor y nos dio un lugar. Con ellos intentamos construir algo. Pero siempre, en todo vínculo, hay insistencia”. En este sendero se encuentra Próximo, una oda a la “persistencia ante lo imposible”, tal como define este texto. “Cómo a pesar de estar hundido hasta el cuello, la gente insiste en un proyecto amoroso, un proyecto aunque a veces las cosas no tengan mucho sentido”, agrega.
Las ganas, primero y siempre. Próximo, protagonizada por Santi Marín y Lautaro Perotti (el actor, por un lado, y el autor y director, por el otro, de Cronología de las bestias, con Carmen Machi), nace de la ilusión de este trío de artistas de trabajar juntos. Así, con estos actores confirmados para un proyecto solo aglutinado por el deseo de compartir un viaje teatral, uno en Buenos Aires y otro en Madrid, comenzó Tolcachir, desde Roma, donde trabajaba en la puesta italiana de Emilia, a delinear esta historia sobre un vínculo único y ¿virtual? Los personajes se aferran a una criatura distante a través de videollamadas. “A mí no me gusta mucho Skype porque genera una ilusión de estar con el otro, aunque no estés de verdad. Y cuando se corta, te quedás vacío. Cuando escribí Próximo a mi papá lo estaban operando en Buenos Aires y mi hija se estaba gestando en Chicago. Es decir, estaba pendiente del teléfono, pero lejos de las personas que quiero. Mi cuerpo, mi cabeza y mis emociones estaban muy partidas y creo que todo eso confluyó en una obra donde la distancia está puesta a prueba”.
Dices que te cuesta escribir o que te da miedo hacerlo. ¿Por qué?
Siento que es, literalmente, el abismo de lo creativo. Cuando dirijo el texto de otro autor, hay algo que elijo porque me gusta y ahí empieza mi parte creativa y profesional a desarrollarse. “¿Por qué se cuenta aquello?”, me pregunto. En cambio, escribir es elegir, desde el segundo cero, todo: la historia, donde está el foco de la historia, etc. Espero que con los años vaya mejorando lo que siento, que sufra menos. Con Próximo disfruté mucho.
De todos los personajes que has creado, ¿tienes cariño con alguno en particular? ¿Serías amigo de alguno de ellos?
A todos los quiero y los entiendo, aunque no sé si los soportaría (risas). Todos ellos son realmente parte de mi humanidad. Ellos tienen las reacciones que yo tendría si no intentara ser una persona sana, amorosa y madura. No hay un solo personaje que no pudiera defender.
Un actor, que proviene de una familia poderosa, se conecta –virtual y emocionalmente– con un inmigrante sin papeles en Australia, a través de Internet. No hay moraleja ni lección en Próximo. Es el espectador quien decide cuán verdadera es esta relación. Hay, desde lo meramente teatral, una complejidad: los actores actúan sin mirarse jamás a los ojos, salvo, a través de las pantallas. Tolcachir es un arquitecto de la escena que construye planos y dimensiones invisibles con diversos recursos técnicos: la iluminación, la escenografía, el texto, etc. A todos ellos le suma otro elemento clave: la destreza escénica de sus actores.
Además de dirigir la obra más exitosa de la cartelera de Buenos Aires, Cabaret, Tolcachir volverá a trabajar con Norma Aleandro, la protagonista de La historia oficial (ganadora del Oscar a Mejor película extrajera, en 1985) y dirigirá a Oscar Martínez (Mejor intérprete en el Festival de Venecia 2016). Estrellas de los escenarios, actores desconocidos, intérpretes de diversos perfiles, desean trabajar con él. En España dirigió en el último tiempo Copenhague, de Michael Frayn, con Emilio Gutiérrez Caba, Carlos Hipólito y Malena Gutiérrez, y Tierra del fuego, de Mario Diament, con Alicia Borrachero y Tristán Ulloa.
¿Sientes que además de dirigir, en cierto modo, también enseñas?
No lo sé. Lo que me gusta es generar capas de contradicción o de pensamiento en una persona y en una situación. Todo aquello que se dice y lo que no se dice. La susceptibilidad de lo que está pensando alguien, mientras otra persona hace otra acción o dice algo determinado. ¿Qué guardan los pensamientos? Realizar estas preguntas es un trabajo que el actor le gusta mucho.
¿Cómo es ese trabajo? ¿Es un trabajo en torno a una mesa o en el escenario?
Empieza en la mesa, cuando los actores están pasando letra, más allá de que cada uno estudia solo su texto, en torno a la mesa, cuando están todos muy relajados, ahí empiezo a construir el esqueleto de una obra. Luego al poner la escena en movimiento voy teniendo en cuenta todos esos elementos. El espectador no se acuerda del texto, sí se acuerda de todo lo que sintió cuando vio algo determinado. Esas son las emociones busco.
El PH es una singularidad de la arquitectura argentina. Su denominación, hoy casi un sustantivo, proviene de la abreviación de propiedad horizontal. Un pasillo angosto con puerta a la calle vertebra diferentes domicilios particulares. En lugar de crecer de modo vertical, estas edificaciones bajas tienen una columna vertebral que se expande hacia el corazón de cada manzana. En una de estas ramificaciones en un barrio de clase media, Boedo, donde se habían concentrado las vanguardias rioplatenses en la década del 20, un joven actor instaló en su propia casa una escuela y una sala teatral. Llamó a este espacio, de modo explícito, Timbre 4, un nombre a prueba del olvido de los espectadores y alumnos que anunciaban, confundidos, su llegada a la vecina de Claudio Tolcachir.
Timbre 4, nacido en plena crisis económica, es hoy un templo que recibe alumnos de todas partes del mundo para estudiar interpretación. Las dimensiones de su espacio son más amplias y el ingreso se produce por la puerta de una calle aledaña ya que gracias al crecimiento exponencial de este emprendimiento fue posible comprar aquel terreno –y dejar en paz a la vecina–. Es también en Timbre 4 donde nacieron obras que traspasaron la cuarta pared, y cobraron vida y relieve. El éxito sin precedentes en el mundo se llama La omisión de la familia Coleman, una tragicomedia con ribetes chejovianos que lleva 15 años en la cartelera de Buenos Aires y que ha recorrido 22 países. También allí nació Tercer cuerpo, una obra que no le pisa los talones, a los Coleman, sino que anda segura y orgullosa desde hace 12 años por un sendero de representaciones a sala llena. También en esta lista se encuentran El viento en un violín (que cuenta con una versión cinematográfica, Mater, de 2017, dirigida por Pablo D’Alo Abba), Emilia (con una versión española y otra italiana) y Dinamo.
Tus obras se estrenan y permanecen años, décadas, en cartelera, girando por el mundo. ¿A qué le atribuyes esta vigencia?
Es un misterio. Primero la obra le tiene que gustar a la gente y después, algo que es fundamental, los actores tienen que tener ganas de seguir haciendo la obra. Dentro de nuestra cooperativa empezó primero el deseo de viajar y luego se concretó. Nuestros productores, Maxime Seugé y Jonathan Zak, trabajan para llevar adelante lo que yo sueño, de que todo esa cómodo. Ya tenemos una red hecha con los festivales donde estuvimos, por los teatros donde nos presentamos y creo que todos trabajamos con una misma intensidad. Es como una maquinaria. Nosotros queremos que el teatro sea, además de nuestra vocación, nuestra profesión, y para eso necesitamos ser independientes de lo que generamos. No tenemos ningún subsidio ni entidad estatal que sea un colchón. Básicamente, si no trabajamos, no comemos.
¿Por qué piensas que el teatro argentino gusta en el exterior?
Es muy amplio el teatro, en lenguajes y en propuestas. Si pensás en Mariano Pensotti o en Mauricio Kartún, por ejemplo, no tienen nada que ver uno con el otro. Primero pondría a los actores, quienes logran una empatía muy fuerte con el público. Hay algo atractivo en su actuación, muy descarnado, donde no prima lo técnico, sino la humanidad. Y después creo que interesan los textos argentinos y la manera de contar porque no es una forma didáctica o al uso donde se brinda información, sino que es una apuesta sinuosa.
Trabajas con la emoción y la observación. ¿En qué se modifica tu arte a partir de la paternidad [junto con su pareja, el actor Gerardo Otero, son padres de Camila y de Gaspar]?
Me siento absolutamente atravesado por esta situación de paternidad. Así como el primer día que nació mi hija, yo sentí que la amaba, conocí con ella una intensidad nueva. Es un nivel de amor que hace que muchas cosas se relativicen. Es un amor físico desesperante. Hay un deseo también de estar bien para el otro, el estar bien, en armonía, sin que sea algo intelectual. Siempre me interesó el otro, el mundo, el dolor de los demás. Nunca sentí que fuese ególatra. Siempre trabajé en grupo, pero ahora es diferente. Quizá por eso ahora no puedo escribir: estoy concentrado en sentir.