Y Federico Fellini soñó el cine
Federico Fellini llegó a Roma para ser abogado y acabó de guionista de Rossellini y de otros grandes del cine. Juntos cambiarían la concepción del cine moderno y la propia imagen de Italia.
A pocos hombres les basta únicamente con su nombre de pila para ser reconocidos. Si hablar de Federico en España es referirse a Lorca, hacerlo en Italia es, irremediablemente, hablar de Fellini, dos presencias descomunales en la historia cultural de ambos países. Como Kafka, además, el paso del tiempo convirtió el apellido del italiano en un epónimo de uso común: “felliniano”, aquello que, como su obra, tiene mucho de grotesco y bello, de onírico y real, de disparatado y sensual.
“Hablar de sueños es como hablar de películas, ya que el cine utiliza el lenguaje de los sueños”—Federico Fellini
A Federico Fellini le dieron el premio Óscar a la mejor película extranjera en 1954 por La Strada, cuando la meca del cine se dio cuenta de que, fuera de sus fronteras, también existía el llamado séptimo arte. Luego le seguirían otras estatuillas por Las noches de Cabiria, 8 ½, Amarcord, y el galardón honorífico en 1993, que le sería entregado por Marcello Mastroianni y Sofía Loren. Cinco premios Óscar que son lo de menos, pues si a Borges no le hizo falta el Nobel para ser Borges, a Fellini le bastó con la ciudad de Roma, sus recuerdos y sus sueños para convertirse en mito.
Nacido en Rímini, en 1920, llegaría a la capital italiana para estudiar derecho. Nunca pisaría una clase, se convertiría en caricaturista y dibujante del semanario Marco Aurelio y empezaría a escribir guiones para espectáculos y programas de radio, a la vez que empezaba a entablar contacto con los jóvenes creadores que llegaban por aquel entonces a la ciudad del Tíber desde todos los puntos de Italia.
Su encuentro con Roberto Rossellini acabaría por cambiarle la vida: lo haría su guionista, de la mítica Roma, ciudad abierta (1945) entre otras obras, y lo dejaría al mando de las producciones cuando tenía que ausentarse de los rodajes. Esto último acabó por mostrar al joven Fellini que lo suyo era la dirección. Escribiría por entonces también para realizadores como Pietro Germi, Luigi Comencini o Alberto Lattuada, con el que codirigiría Luces de variedades (1950), su primer largometraje.
Andaban todos mezclados y, sin quererlo, contaron un país y enseñaron al mundo que el cine era arte y no solo una industria. La potencia de las imágenes de lo que acabó por denominarse el Neorrealismo fue transcendental en el devenir posterior de la cinematografía, pero también para la forma en la que la sociedad italiana se vería así misma desde entonces. Se podía narrar el mundo, y la belleza y la miseria contenida en él, desde la humilde vida de cualquier barrio romano. Los medios técnicos, los actores y el presupuesto no eran obstáculos para llegar a los espectadores de cualquier parte del mundo.
Así Fellini empezó a contar Roma, y Roma se convirtió en aquello que contaba. Sus primeras películas pueden incluirse dentro de este movimiento, mientras iba desarrollando su propia personalidad estética, que tanta huella dejaría.
Los inútiles (1953), La Strada (1954), protagonizada por su esposa, la gran actriz Giulietta Masina, junto con Anthony Quinn o Las noches de Cabiria (1957), también con Masina, le llevaron a la cumbre. Con La Dolce Vita (1960), quizás su película más icónica, en la que la Roma del neorrealismo se transmutaba en la del desarrollismo tras los duros años de la posguerra: una Roma en la que la miseria de las chabolas y los nuevos barrios obreros (que también contó por entonces Pasolini) contrastaba con el glamour de una Vía Veneto de cafés y cabarets a donde llegaban las estrellas americanas de un Hollywood que descubrió Italia como plató de rodaje barato. Cannes lo premiaría con la Palma de Oro y L´Osservatore Romano pediría la excomunión para los espectadores que la viesen, en España tuvimos que esperar hasta los años ochenta para verla en una sala de proyección.
Fellini quedaría más ligado que nunca a la ciudad, al igual que a su alter ego cinematográfico, Marcello Mastroianni, el guapo que siempre quiso ser, con el que repetiría poco tiempo después en 8 ½ (1963), un autorretrato del mismo Fellini en un momento de incertidumbre creativa.
Giulietta de los espíritus (1965), Amarcord (1973) o Ginger y Fred (1986) serían algunos de sus siguientes éxitos, en los que Fellini seguiría fiel a sus obsesiones. La mujer, como madre y oscuro objeto de deseo, la infancia, el machismo, la sexualidad o la iglesia formaban parte de su mundo personal, a medio camino entre los recuerdos y lo sueños, pues, como él mismo reconoció en varias entrevistas, era un mentiroso, un fabulador que exageraba, adornaba lo vivido y lo mezclaba con su propio subconsciente.
Aunque nunca conoció a Pablo Picasso, el genio que cambiaría todos los preceptos del arte, Fellini lo definió en una ocasión como una fuente creadora de la que emanaba todo. En varias ocasiones el malagueño se le apareció a Fellini, como se muestra en los cuadernos donde dibujaba y anotaba sus sueños. Durante el rodaje de La Dolce Vita Fellini le dijo a Pasolini, uno de sus guionistas: “Debemos hacer una película como una escultura de Picasso, romper la historia en pedazos y luego juntarlos”.
Una Italia felliniana
El 31 de octubre de 1933, el día que murió Fellini, Silvio Berlusconi presentaba el logotipo y el slogan de Forza Italia. El magnate, ya a punto de alcanzar el poder, se había convertido en una de las preocupaciones de Federico, que imaginó un filme sobre una Venecia distópica convertida en un enorme plató de anuncios. El Gran Canal veneciano acabaría llamándose Canale 5, por la Tele 5 de Silvio.
“La televisión es el espejo donde se reflejala derrota de todo nuestro sistema cultural”—Federico Fellini
En el estudio 5 de Cinecittà, ese Hollywood latino al final de la vía Tuscolana que ideó Mussolini, Fellini encontró su hogar y su fortín durante buena parte de su carrera. Hace veinticinco años acogió la capilla ardiente del cineasta.
Durante años, acongojados por la larga sombra del maestro, ningún director se atrevió a usar las instalaciones. Hoy, junto a los decorados de The New Pope (2020), recientemente estrenada en HBO por Paolo Sorrentino, heredero, imitador para algunos, de Federico, se encuentra el plató de Gran Hermano Vip. Una Italia que, como soñó Fellini, se mueve entre lo grotesco y lo bello, siendo difícil muchas veces diferenciar entre lo uno y lo otro.
Es en la obra de Sorrentino, quizás, donde se observa más la influencia felliniana, aunque está presente de una manera más o menos clara en muchos autores contemporáneos transalpinos. La Roma de La gran belleza (2013), con sus fiestas y sus personajes extravagantes es casi una segunda parte, ya en el siglo XXI, de la Roma de La Dolce Vita. En Silvio y los otros (2018) se retrata de una manera muy felliniana la época de Berlusconi, con crítica a la sociedad del espectáculo incluida. En la citada The New Pope vuelve a aparecer esa Roma barroca que es un decorado en sí misma y que alberga lo mejor y lo peor de la humanidad. Roma, caput mundi. La temporada abre con una escena de monjas, no desvelaremos más detalles, que nos retrotraen de nuevo a Fellini. Ya lo escribió Sabina en sus Más de cien mentiras: para no contarnos de un tajo las venas tenemos, entre otras cosas, las monjas de Fellini.
Recomendamos:
Fellini: soy un gran mentiroso (2002)
Documental que plasma conversaciones entre Fellini y Damián Pettigrew un año antes de la muerte del italiano. Cuenta también con entrevistas a otros personajes relacionados con el cineasta.
Qué extraño llamarse Federico (2013)
El genial Ettore Scola, autor de la inolvidable Una jornada particular (1977), le dedicó este documental lleno de nostalgia y de belleza al que fuese su amigo y maestro. Imperdible.
La dulce visión (2013)
Entrevista de Goffredo Fofi y Gianni Volpi al maestro en abril de 1993, publicada por primera vez en español por la editorial Gallo Nero en el año 2013. Se complementa con comentarios del propio director sobre sus películas y con fragmentos de entrevistas de varios realizadores internacionales que hablan sobre el legado felliniano.
Y Fellini soñó con Picasso
Lista de Spotify con las melodías que creó Nino Rota para las películas de Fellini. Realizada por el Museo Picasso de Málaga con motivo de la exposición Y Fellini soñó a Picasso, que inspira el título de este texto.