No es descabellado considerar que Journey, el título de referencia de Thatgamecompany lanzado en 2012, ha marcado un antes y un después a la hora de diseñar videojuegos basados, como su propio nombre indica, en el concepto del viaje y el modo en que este nos cambia. Pese a lo peculiar de su propuesta contemplativa, fue un juego capaz de cautivar a propios y extraños, fuente de inspiración para numerosos desarrolladores posteriores que entendieron que era posible llegar al gran público a través de la abstracción y la sutileza. De entre los numerosos títulos que han seguido su estela desde entonces, si hay uno que puede considerarse su sucesor espiritual de pleno derecho es sin duda el reciente Areia: Path of Dawn, del estudio brasileño GILP.
Al menos a simple vista. El comienzo del juego es, desde luego, un homenaje más que evidente a la obra de Jenova Chen. Al igual que en esta, nos encontramos a un personaje de apariencia misteriosa, levemente humanoide, que despierta en medio de un inmenso desierto de arena. Frente a él, tan solo un horizonte incierto, un amanecer de tonos dorados. Y nada más. Ninguna otra indicación, ningún tutorial o texto en pantalla que nos indique qué debemos hacer. Así que, como no podía ser de otro modo, nos encaminamos hacia la luz.
La estética de Areia no oculta para nada su influencia principal, pero tampoco lo hacen las mecánicas de juego que descubrimos enseguida: al igual que el protagonista de Journey, también nosotros aprenderemos a surcar el cielo y alcanzar cimas lejanas utilizando una especie de cola con la que podemos crear caminos de arena. Nuestro viaje discurrirá entre plataformas y puzles, y el interminable desierto dará paso a enormes extensiones de agua, cordilleras y cuevas. Sin embargo, aunque la narrativa se reduzca a su mínima esencia, desde el primer momento hallamos indicios de una simbología mucho más clara que en Journey.
El objetivo de nuestro protagonista será alcanzar ciertos lugares clave marcados por mandalas, centros de poder que podrá activar al situarse sobre ellos adoptando la pose de meditación hindú. Una vez lo hagamos, revelaremos la presencia de un mundo invisible, paralelo al nuestro, y el propósito de nuestro camino se irá desvelando poco a poco a través de mantras misteriosos.
Que un juego cuente con una mecánica como la de “pulsar un botón para meditar” es suficiente para prestarle atención, desde luego. Areia es un ejemplo de videojuego donde el conflicto se reduce a los obstáculos naturales, a enfrentarnos al entorno, sin que la hostilidad o la agresividad se muestren en ningún momento. Se trata de una apuesta arriesgada, aunque en absoluto restrictiva u oscura.
No es necesario ser un experto en hinduismo para disfrutar de Areia, ni tampoco pretende aleccionarnos en ninguna senda espiritual. La sensación de misticismo que envuelve los escenarios está más que conseguida, no obstante, y es su principal seña de identidad, la que le ayuda a distanciarse de Journey. Mientras que este trabajaba con la asepsia informativa, sin querer influir en nuestra interpretación final del viaje, Areia nos invita a reflexionar en una dirección mucho más concreta, a través de preceptos filosóficos sencillos procedentes de la tradición hinduista, que a su vez sirven para ir hilvanando el misterio.
Areia es el trabajo más ambicioso del estudio GILP desde su fundación en 2013. Dos años de desarrollo que podrían haber sido muchos más de no haber contado con la inyección económica de ANCINE, la Agência Nacional do Cinema de Brasil; un apoyo “imprescindible” para un equipo independiente de apenas diez personas, explica el diseñador Marcelo Raimbault en la entrevista concedida a la página especializada Start.
Aunque lo primero que salte a la vista sean los vínculos con Journey y con el hinduismo que ya hemos mencionado, no podemos dejarnos atrás otra influencia importantísima: los elementos identitarios de su propio país. Start señala que las dunas y los oasis que recorremos en Areia son la viva imagen del litoral brasileño, algo que quizás pasemos por alto quienes observamos el juego desde la mirada foránea.
Hay todavía más: la composición de los paisajes y los reflejos irisados de la arena que recorremos están inspirados en la silicogravura, las botellas rellenas de arena de colores que forman parte distintiva del arte popular brasileño. Raimbault reconoce que partieron de esa idea, precisamente, a la hora de empezar a pensar en Areia. “Imaginamos qué tipo de juego encajaría mejor con ese tema”, comenta en la entrevista citada anteriormente. Llegados a este punto, no sorprende para nada que escogieran la palabra que significa “arena” como título.
El diseñador reconoce que nadie en el equipo de GILP es realmente un experto en espiritualidad o meditación, pero que la simbología sánscrita les resultó muy adecuada desde el primer momento para conseguir esa experiencia reflexiva. Todo pareció encajar, tanto que “les pareció hasta extraño”, con su intención de crear un juego minimalista que atrapara los sentidos. Quizás eso sea lo que hace que el juego funcione tan bien: se nos invita a la introspección a través del ambiente, pero nuestra experiencia no se ve condicionada por una alegoría forzada. Lo que realmente importa es vernos imbuidos por la sensación de serenidad propiciada por la paleta de colores vibrantes, la música inmersiva. Una calma que ni siquiera quiebran los puzles; estos no exigirán de nosotros más que prestar atención al entorno y algo de habilidad en el manejo de nuestros efímeros senderos de arena. La premisa de Areia es que creemos nuestros propios caminos, entrelazando de este modo mecánica y narrativa a través de la metáfora.
Areia está disponible de momento solo para PC, a través de Steam. Como dato curioso, su banda sonora puede escucharse gratuitamente en la misma plataforma. La música es, sin duda, una antesala perfecta a su universo, elaborado con tanto mimo como el artista que rellena su botella con arena. Al igual que éste, tendremos que cultivar la paciencia en nuestro viaje, e ir uniendo los colores hasta que, al final, la pintura se desvele ante nuestros ojos.