The Flower Collectors y la importancia de la atalaya
The Flower Collectors es el primer videojuego ambientado en la Transición española. Una historia sobre la resistencia al cambio y la reconciliación con nuestros demonios.
Quizás ahora, más que nunca, nos percatemos de que somos Historia. Nosotros, quienes vivimos día a día como damos un paso tras otro, sin pensar en el movimiento en sí. Ya lo comentaba hace unos días el escritor Ismael Martínez Biurrún en su cuenta de Twitter: quienes estén escribiendo ahora mismo novelas ambientadas en el presente tendrán que incluir, quieran o no, la pandemia que estamos viviendo. “O antes de terminarlas ya estarán obsoletas”.
Nos resulta complicado percibirnos como seres históricos, sin embargo, a menos que nos contemplemos desde la distancia. Cuando el presente continuo se solidifica en pasado. A veces, es más fácil darnos cuenta si la mirada sobre este proceso es externa. Es la sensación que nos produce el nuevo videojuego del estudio independiente alemán Mi’pu’mi, The Flower Collectors, disponible a través de Steam y ambientado en la Barcelona de 1977. Nos traslada a nuestra Transición, un periodo que no nos parece tan lejano, quizás por lo alargado de su sombra, y se vale de este escenario para hablarnos de la resistencia al cambio y la reconciliación con nuestros demonios.
Mi’pu’mi ya se atrevió con otro pasado que conocían mucho mejor, el propio, en su anterior trabajo The Lion’s Song. The Flower Collectors se sitúa en un momento convulso: nos encontramos días antes de las primeras elecciones democráticas de España. La muerte de Franco se halla todavía muy reciente, los ánimos están encendidos. Los extremos vociferan y hay quien tiene dificultades para asumir la nueva realidad que se perfila en el horizonte.
Estamos acostumbrados a pasearnos por diferentes etapas históricas gracias al mundo del videojuego; muchos títulos, además, lo hacen poniendo especial atención al rigor y el valor cultural, como nos muestra el proyecto Historia y videojuegos. No obstante, pocas veces se nos propone ahondar en una tan reciente, cuyos rescoldos aún humean. Y es inevitable, cuando nos toca tan de cerca, buscar las inexactitudes, aquello que no nos encaja. Al fin y al cabo, sentimos esa especie de celo, la necesidad de proteger la autenticidad de nuestro vínculo. Tal vez previendo esto, Mi’pu’mi opta deliberadamente por el distanciamiento estético. Los personajes que pueblan esta Barcelona de finales de los 70 son animales antropomorfos, muy al estilo del cómic Blacksad, de Juanjo Guarnido y Juan Díaz Canales. La conexión con este cómic va más allá de la superficie, puesto que The Flower Collectors también se enmarca en el género policiaco con tintes políticos, con un leve aire a La ventana indiscreta.
Nuestro protagonista es Jorge, un policía retirado a la fuerza tras verse envuelto en un incidente que lo dejó paralítico. Confinado en un piso sin ascensor, su único entretenimiento es pasearse con su silla de ruedas por el amplio balcón y dibujar aquello que ve en la plaza: el cabaret, el Café Raposo, el taller mecánico, la iglesia y su jardín. Cierta noche, sin embargo, su rutina se ve interrumpida por el sonido de un disparo; tras él, el cuerpo de un infeliz queda tendido en medio de la plaza. Minutos después, una joven llamada Melinda aparece en su puerta y le pide que la oculte. Había acudido para reunirse con el hombre al que acaban de disparar, de quien iba a recibir información confidencial para su periódico, y ahora teme por su vida. Los viejos hábitos nunca mueren, de modo que el renuente Jorge, finalmente, se ve envuelto en una investigación para descubrir al culpable. Con la diferencia de que no es ahora él quien está sobre el terreno, sino Melinda, quien se convertirá en sus ojos y oídos en la plaza.
Como jugadores, nuestra agencia se ve restringida por las propias limitaciones de Jorge. Algo bastante inusual y digno de mención: no son muchos los títulos en los que la discapacidad del protagonista se pone de manifiesto de este modo, con todas sus consecuencias. Sus movimientos se reducen al interior de su domicilio y al balcón; desde él, utilizando sus prismáticos o la cámara de fotos de Melinda, y un walkie-talkie, puede dar instrucciones a la joven periodista para que registre algún punto de la plaza, se cuele en algún sitio, o para que se aproxime a hurtadillas a alguien con objeto de espiar su conversación.
Al final de cada periodo de investigación, Jorge y Melinda se reunirán para poner en común lo que han descubierto y tratar de unir las pistas en un relato coherente de los hechos. Numerosos personajes secundarios saltarán a la palestra mientras examinamos hasta el más nimio de sus movimentos: Carmen y Lola, del cabaret, las dos mecánicas, el indigente Aldo, el sacerdote Eusebio. Y un misterioso desconocido trajeado que acude al cabaret cada noche. Cada uno esconde secretos, y será tarea de nuestros protagonistas descubrirlos y esclarecer si tienen algo que ver con el crimen.
Como telón de fondo, se encuentra en todo momento la controvertida realidad del país. Es posible que, más que un trágico hecho fortuito, el asesinato esté conectado con las fuerzas políticas que se enfrentarán en las elecciones.
¿Hasta qué punto existe una representación fiel, o podemos vernos reflejados en este retrato de la España posfranquista? Como siempre, el problema de la mirada, o quizás de la atalaya desde la que se mira. Hay elementos que denotan una investigación real, como el simpático nombre del periódico La Retaguardia o las menciones a lugares concretos de nuestra geografía. Otros, sin embargo, se advierten poco pulidos o directamente fallidos: es el caso de faltas de ortografía presentes en el escenario y alguna imagen, o los nombres de ciertos personajes que tienen poco de españoles. En todo caso, tratando de dejar a un lado el problema identitario, no son elementos que entorpezcan la experiencia de juego, y desde luego pasarán inadvertidos para cualquier persona foránea.
En cuanto al tratamiento del contexto histórico, en ocasiones parece un tanto laxo. Existe rigor, pero algunos diálogos y explicaciones suenan (quizás, de nuevo, solo a nuestros oídos) excesivamente simplistas. No ayuda demasiado que la historia se desarrolle de modo lineal, siendo las investigaciones bastante obvias y nuestra labor deductiva reducida al mínimo. Quizás el trabajo detectivesco más interesante del juego gire en torno a esos personajes secundarios, cuyas historias podemos ver completas solo si somos realmente inquisitivos y no nos perdemos ni un solo detalle en la plaza.
The Flower Collectors se antoja un trabajo menos redondo que The Lion’s Song, donde el estudio se mostraba mucho más seguro en el planteamiento de sus temas clave y en la exploración psicológica de sus personajes. El cambio artístico también influye en esta pérdida de fuelle: el pixel-art de su anterior trabajo rebosaba personalidad, mientras que el 3D cartoon de este nuevo título resulta mucho más genérico. No obstante, la duplicidad de puntos de vista y la valentía de situarnos como protagonista extradiegético son aspectos muy destacables. Y, por supuesto, no hay que menoscabar el esfuerzo de documentación que, si bien no es perfecto, es un importante hito para la exploración de nuevos momentos históricos.