La increíble historia de Florence Nightingale, la mujer que en el siglo XIX creó la enfermería
No es descabellado decir que la enfermería, tal y como hoy la conocemos, es obra de una mujer: Florence Nightingale (Florencia, 1820-Londres, 1910)
En 1837 y con solo 17 años esta joven británica decidió su destino: servir y cuidar a los demás. Conocida como la dama de la lámpara, sobrenombre que le dieron los soldados heridos en la Guerra de Crimea a los que atendió, sus propuestas sanitarias sentaron las bases de esta disciplina. Pero es que, además, revolucionó la gestión y administración hospitalaria, fundó la primera escuela de enfermería laica del mundo, utilizó la estadística y las representaciones gráficas para demostrar la eficacia de sus métodos y facilitar la compresión de estos datos, y defendió la igualdad de las mujeres y su derecho a trabajar. En el bicentenario de su nacimiento, esta es la fascinante vida de Florence Nightingale.
No es descabellado decir que la enfermería, tal y como hoy la conocemos, es obra de una mujer: Florence Nightingale (Florencia, 1820-Londres, 1910). Conocida como la Dama de la lámpara, sobrenombre que le dieron los soldados heridos en la Guerra de Crimea a los que atendió, sus propuestas sanitarias sentaron las bases de esta disciplina: desde el tratamiento integral de los pacientes hasta el estudio de su recuperación o la organización y gestión hospitalaria. Coincidiendo con el bicentenario de su nacimiento, recorremos la apasionante vida de esta enfermera, escritora y estadista británica que transformó una profesión devaluada utilizando el método científico, la higiene y el cuidado humanitario como guías; aplicó sus conocimientos de matemáticas a la epidemiología y la estadística sanitaria; y defendió la igualdad de las mujeres y su derecho a trabajar en igualdad de condiciones junto a los hombres.
Florence Nightingale nació el 12 de mayo de 1820 en el seno de una familia británica acomodada, de ideario liberal y progresista, en Florencia, recibiendo el nombre de la ciudad. Fue la segunda hija de Frances Smith, hija del político abolicionista William Smith, y William Edward Nightingale, firme defensor de que las mujeres, especialmente sus hijas, recibieran una educación. Así pues, tanto Florence como su hermana mayor Frances Parthenope, también bautizada en honor al lugar de su nacimiento, el asentamiento griego cercano a Nápoles de Parthenopolis, estudiaron italiano, latín, griego, historia y matemáticas. De hecho, Frances fue escritora y periodista.
Volviendo a Florence, a los 17 años tuvo lo que ella consideró una experiencia mística que reveló su firme vocación por el servicio a los demás y, finalmente, la enfermería. Decidido su futuro, en la década posterior consiguió esquivar todos los compromisos matrimoniales con los que sus padres intentaron que cumpliera su destino como una joven acaudalada del siglo XIX: casarse con un buen partido. Para colmo, la profesión que pretendía desempeñar era una labor denostada en la Inglaterra Victoriana, que confiaba el cuidado de los enfermos a órdenes caritativas, mujeres viudas o incluso presas que con este trabajo podían redimir parte de su pena. De modo que se negaron en redondo, pero ella no cejó en su empeño.
Tras emprender un viaje cultural por Italia, Grecia y Egipto, en 1849 Nightingale visitó la Institución de las Diaconisas de Kaisersweth en Alemania, donde el pastor Theodor Fliedner y las religiosas atendían a enfermos y marginados. Allí realizó una estancia de cuatro meses donde aprendió sobre alimentación, higiene y acompañamiento. Y ya con el permiso de sus progenitores prosiguió sus estudios en varios hospitales de Gran Bretaña y Francia.
De vuelta a Londres, accedió al puesto de directora de un sanatorio para señoras. Pero su gran oportunidad se la daría Sidney Herbert, político y ministro de la guerra al que conoció años atrás en uno de sus viajes, cuando decidió enviarla en 1854 junto a 38 enfermeras entrenadas por ella misma a la Guerra de Crimea. Convirtiéndose, todas ellas, en las primeras mujeres que sirvieron en el Ejército de forma oficial en Reino Unido.
La Guerra de Crimea y la Dama de la lampara
En 1854 Reino Unido y Francia entraron en este conflicto para apoyar al imperio otomano, enfrentado a las tropas del zar Nicolás I. La esperanza inicial de una rápida victoria pronto se convirtió en una cruenta guerra de trincheras cuya situación relataron los primeros corresponsales de guerra: desde el frío y la falta de comida a la caótica situación de los mandos militares. En los hospitales de campaña, las penalidades y la mortandad que sufrían los soldados era dramática hasta el punto de que morían más debido a infecciones y enfermedades que a las heridas de guerra.
A comienzos de noviembre de 1854 Nightingale llegó a Turquía para tratar de mejorar las penosas condiciones de los soldados. Allí aplicó un método combinado de cuidados asistenciales y medidas de higiene como agua y aire puros, desagües eficaces, limpieza general y luz con los que logró reducir la mortandad del 42% al 2%. Datos que ella misma comenzó a recoger nada más llegar para demostrar la eficacia de sus medidas.
Durante la contienda la fama de Nightingale se disparó y un artículo del Times de 1855 la describía como un ángel guardián que acompañaba día y noche a los soldados. “Cuando todos los oficiales médicos se han retirado ya y el silencio y la oscuridad descienden sobre tantos postrados dolientes, puede observársela sola, con una pequeña lámpara en su mano, efectuando sus solitarias rondas”.
El sobrenombre de la dama de la lámpara se popularizó finalizada la Guerra de Crimea gracias a un poema Henry Wadsworth Longfellow publicado en 1857 que dice así: “Los heridos en la batalla, en lúgubres hospitales de dolor, los tristes corredores, los fríos suelos de piedra. ¡Mirad! En aquella casa de aflicción veo una dama con una lámpara. Pasa a través de las vacilantes tinieblas y se desliza de sala en sala. Y lentamente, como en un sueño de felicidad, el mudo paciente se vuelve a besar su sombra cuando se proyecta en las oscuras paredes”.
La leyenda dice que todas las noches Nightingale recorría los seis kilómetros de pasillos del hospital en el frente. La realidad es que también escribía cartas en nombre de los convalecientes, les ayudó a enviar dinero a su hogar y les facilitó juegos y lectura. Es decir, trabajó por mejorar su bienestar físico y psicológico. Abogando, además, por la educación tanto de médicos y cirujanos militares como de los propios soldados.
Vuelta a Reino Unido y creación de la primera escuela de enfermeras
Nightingale regresó a Londres como una heroína nacional. Y aprovechó su fama para mejorar las condiciones sanitarias de los hospitales y profesionalizar la enfermería a partir del conocimiento adquirido. En 1860 consiguió reunir fondos para fundar la primera escuela de enfermería laica del mundo: la escuela y casa para enfermeras Nightingale, en el hospital Saint Thomas de Londres, donde trasladó la disciplina y compromiso militar aprendidos en la guerra a sus pupilas. Entrenó a cientos de enfermeras que terminarían formando parte del personal de los hospitales no solo de Reino Unido, sino de Estados Unidos, Canadá y otros países.
Gracias a su trabajo y dedicación, Florence se convirtió en la persona más influyente en materia de salud a nivel mundial, pero desde la estadística también le hicieron reverencias. Meticulosa en su trabajo, recogía datos que después interpretaba en estadísticas donde podía comprobar y demostrar la eficacia de sus medidas. Además, fue una pionera en la presentación visual de datos y los gráficos estadísticos. Tanto que se le atribuye el desarrollo de una forma de gráfico circular hoy conocida como diagrama de área polar o diagrama de la rosa de Nightingale, equivalente a un histograma circular donde, por ejemplo, ilustró las causas de la mortalidad de los soldados en la Guerra de Crimea. Este y otros trabajos le abrieron las puertas de la Sociedad Estadística Real Británica y fue miembro honorario de la Asociación Americana Estadística.
Nightingale nunca vivió con lujos y dedicó el resto de su vida a los hospicios y las escuelas de enfermería. Murió el 13 de agosto de 1910 a los 90 años convertida en la primera mujer británica en recibir la Orden del Mérito de Reino Unido. Dejó más de 200 escritos entre artículos y libros, destacando sus Notas sobre enfermería, cuyos principios de cuidado directo a los pacientes, aproximación integral al bienestar, administración de la enfermería y constante investigación siguen hoy vigentes.