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Cultura

La larga marcha de las librerías independientes hacia la nueva normalidad

Hablamos con los libreros de Tipos Infames, Alberti y Argot para conocer cómo subsisten durante la crisis del coronavirus

La larga marcha de las librerías independientes hacia la nueva normalidad

Reuters

Las cosas fueron difíciles desde el comienzo: el británico The Economist los puso como ejemplo de lo excesivamente tenaz, entusiasta e insensato que debía ser un ciudadano español de 2010 para abrir un negocio. La librería Tipos Infames, ubicada en el corazón del barrio madrileño de Malasaña, subió la persiana hace diez años —los cumple en octubre, en realidad— después de 36 meses de trámites, burocracia y paciencia para conseguir los permisos que le conceden la posibilidad de vender libros y servir cafés, cervezas y vinos —tres años—. La librería ha sido, durante una década, un foco de actividades literarias; las presentaciones son constantes, es un punto de encuentro entre autores y lectores, tiene un público fiel. No les pudo llegar el croché pandémico en peor momento. “Esto nos genera muchas incógnitas e incertidumbres y muy pocas certezas”, comenta Alfonso Tordesillas, uno de los tres fundadores de Tipos Infames. “Nos ha coincidido con la apertura que hicimos el año pasado de otro espacio donde llevamos la sección de infantil, de juvenil, donde ampliamos fondo, y estamos muy endeudados”. No son una excepción, desafortunadamente; seguro que el mensaje le resulta familiar a miles de empresarios y comerciantes.

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Lola Larumbe atiende a una clienta en la Librería Alberti. | Foto: Sergio Pérez | Reuters

Pero centrémonos en las librerías independientes, que encajaron el golpe como un disparo de cerbatana. Casi dos meses de actividad cero, o al menos de una actividad muy reducida, son suficientes para mermar la economía de cualquiera. Y más cuando pilla por medio el Día del Libro, un evento estupendo para hacer caja. La librería Alberti, que lleva 40 años en pie y es un clásico de Madrid, está capeando la tormenta como puede: cuatro trabajadores se fueron al ERTE, lo que dejó a una sola persona durante el cierre, en este caso su encargada (Lola Larumbe), al tanto del trabajo entre bastidores y de los pedidos web.  “Y la verdad”, reconoce Iñaki Lucía, trabajador de la librería, “la página ha podido amortiguar una bajada que estimamos que es del 60% de la facturación con respecto a los mismos meses de 2019”.

De esta guisa, y después de dos semanas de tímida apertura al público, tanta como permite el plan diseñado por el Gobierno, le hemos preguntado a varios libreros cómo se sobrevive en la larga marcha hacia la nueva normalidad. No sólo en Madrid, también en una capital de provincia como Castellón, donde la fase 1 acaba de llegar. Vicente Centelles, responsable de una emblemática librería castellonense llamada Argot, comparte una historia parecida a la de Iñaki: “Todo el personal fue al ERTE, automáticamente, no empezamos ni a hacer el inventario. Nosotros éramos ocho, y ahora estoy yo solo, y solo [sin tilde] llevo los dos meses. Te vas adaptando a convivir con esto. Voy limpiando todos los días, tengo una mampara protectora, marqué las distancias de separación. He ido atendiendo los pedidos web, que eso lo he llevado bien, y los pedidos por correo electrónico y redes sociales, y sobre todo telefónicos. Nos hemos tirado la manta al cuello y hemos repartido libros por todo Castellón. Ha sido intenso, intenso… y así aguantamos”.

Los clientes se acercaban a comprar el periódico, porque ellos tienen licencia para vender prensa, y le decían que algo en todo el asunto del estado de alarma no les encajaba: “Nadie ha entendido que no puedas comprar libros en una librería, que puedas hacerlo en Amazon, pero no en la librería que tienes al lado de casa”. Ante el abismo, la sombra de grandes empresas como Amazon se hizo más oscura. “Ni nosotros ni nadie puede competir contra Amazon, por mucho que el precio del libro sea fijo”, dice Alfonso. “Es verdad que nosotros tenemos una política por la que asumimos los gastos de envío a partir de 45 euros. Pero no se puede ni comparar con estas grandes distribuidoras que igual distribuyen tornillos que libros, que no crean un valor añadido a la cadena del libro sobre la que se sustenta el sector”. Alfonso, igual que Iñaki y Vicente, reivindica el papel de su librería y de tantas otras: “Depende del modelo de ciudad y de vida que quieras, pero comprar en una librería es mantener una estructura de barrio”.

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La librería Tipos Infames, en el barrio de Malasaña. | Fuente: Tipos Infames | Twitter

A los vecinos y clientes habituales han apelado los tres negocios para disipar la bruma. Mientras no fue posible ese contacto físico, en la Alberti —por ejemplo— adaptaron eventos habituales como las conversaciones con escritores y las presentaciones de libros a las posibilidades tecnológicas. “Lola charlaba con autores en directos de Instagram, ¿has podido ver alguno?”, pregunta Iñaki. Esta es una manera de recordar que están en el mismo lugar de siempre, tan cerca y tan lejos. Iñaki insiste en que el apoyo de los vecinos les ha insuflado vitaminas y les ha permitido cerrar una parte de la herida: “Estamos muy agradecidos a nuestros clientes, nuestros amigos del barrio. Tenemos esa suerte de tener amigos que son clientes lectores, que siempre están ahí para darnos ánimos y para ayudarnos y pedirnos, que prefieren la librería de proximidad a otros canales”.

Cada uno como puede, con vales de regalo por importes mayores y menores, estos clientes amigos han puesto la mano en el hombro de sus libreros de confianza durante las semanas de persianas bajadas. Y ahora que pueden abrir de nuevo con algo menos de anomalía y sin cita previa, con restricciones de aforo y unas condiciones higiénicas extremas y evitando que cualquier despistado ocupe media tarde perdido entre títulos, los libreros los esperan con los brazos abiertos. “Yo le digo a todo el mundo que cuando pasen, por favor, que saluden”, sonríe Alfonso. “Nos motiva mucho, nos pone contentos ver a la gente del barrio, y sirve para reencontrarte con tu espacio, tu librería. No dejamos de ser un negocio de barrio”.

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La librería Argot, ubicada en Castellón. | Fuente: Argot

Alfonso hace hincapié en que el nivel de facturación no es bueno, pero que se sienten afortunados por tener salud y optimismo. Él, igual que Iñaki, está tramitando con sus compañeros la solicitud de ayudas económicas que ofrecen las distintas administraciones públicas. “Vamos a necesitar un impulso importante”, cuenta Alfonso, “pero no hemos tomado ninguna decisión”. Mientras puedan, se alejarán de las líneas de crédito del ICO que incrementarían un endeudamiento poco saludable para el negocio. En Madrid, donde están alrededor del 15% de las librerías y el 35% del negocio editorial de todo el país, el Gobierno autonómico ha anunciado —a través de la consejera de Cultura, Marta Rivera de la Cruz— que invertirán 4,13 millones de euros en la compra de libros para ampliar el catalogo de sus bibliotecas y paliar el daño que inflige la crisis sanitaria sobre la economía editorial.

En la Comunidad Valenciana, el Gobierno de coalición —PSPV y Compromís— ha aprobado un plan llamado Reactivem Cultura dotado de 472.ooo euros para adquirir ejemplares a través del Gremi de Llibreters de València y la Associació d’Editors del País Valencià. Argot, que no forma parte de ningún gremio, teme que su condición impida que lleguen las ayudas, que se queden “en barraqueta”. El Gremio valenciano, dicho esto, asegura que no ha llegado todavía ninguna transferencia. Los ayuntamientos también pondrán de su parte para programar adquisiciones masivas; Vicente, en el caso de la ciudad valenciana, augura que “todavía tardará”. ¿Y qué hay del Gobierno central? El Ministerio de Cultura anunció a principios de mes un plan de ayudas para toda la industria valorado en 75 millones de euros; a las librerías independientes de todo el país les corresponde cerca de cuatro millones. De modo que así subsisten en la larga marcha, como botes contra la corriente, esperando que el viento cambie de dirección. “Saldremos de esta, como hemos salido siempre”, confía Alfonso. “¡Tenemos una mala salud de hierro!”.

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